Revista Conexos

Una revista de arte y literatura, sin fronteras generacionales ni geográficas

Tirar el manto

       DANIEL GARCÍA RANGEL

   En el argot popular cubano existen muchas expresiones que han pasado la prueba del tiempo y se han mantenido de una generación a otra para definir situaciones específicas. Cuando decimos: “aquello terminó como la fiesta del Guatao” estamos hablando de que algo terminó mal, muy mal. Pero, la mayoría no sabe en detalle cómo y por qué terminó la susodicha fiesta y ni siquiera dónde está el Guatao y mucho menos a quién se le ocurrió soltar por primera vez la frase. Traigo esto a colación porque, quizás, esta sea la primera ocasión en que el enunciado “tirar el manto” aparezca en blanco y negro y quiero, por aquello del ego y del derecho de autor, ser yo el primero también en relatar cómo vio la luz esta locución, que fue muy común en la jerga teatral de los integrantes del grupo Teatro Estudio de La Habana.

    Corrían los primeros años de la década del setenta del siglo XX, época conocida hoy como el “decenio gris de la cultura cubana”. A pesar de la represión, la censura y el escrutinio desconfiado del gobierno, focos de teatro experimental se habían estado gestando a raíz del éxito en Cuba y Europa de La Noche de los asesinos del dramaturgo José Triana, dirigida por Vicente Revuelta. Para que se tenga una idea de los malos tiempos que corrían, baste decir que la sola palabra experimento era recibida con sospecha por parte de una dirigencia que trataba de imponer los cánones del realismo socialista en el teatro. Pero lo cierto era que un grupo de nuevos e inquietos directores estaban en la búsqueda de lenguajes teatrales que se aproximaran a las corrientes más modernas de expresión vigentes en Europa y América.

   La casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca, se ensayaba en el Grupo Teatro Estudio desde una perspectiva completamente experimental. El montaje exigía una gran entrega y esfuerzo por parte de las actrices. Agotadoras sesiones de trabajo se habían estado realizando desde hacía varias semanas. Era común que cuatro horas de ensayo diarias no fueran suficientes para concretar los resultados de las continuas improvisaciones, así como para limpiar las acciones con los elementos del vestuario y la utilería, por lo que en muchas ocasiones el trabajo se prolongaba más tiempo de lo programado. Una de las dificultades de la puesta era la manipulación de un manto que portaban todas las actrices como parte de su vestuario. Esta pieza se transmutaba de un simple chal, en el tocado que las hacía convertirse en monjas de clausura o en purísimas vírgenes, otras veces era un arma de defensa o agresión entre las hermanas y terminaba por ser la vía para el suicidio de una de ellas. Pero aquella madrugada en que una de las actrices, exhausta y malhumorada por más de seis horas de ensayo, tiró el manto al piso y dijo que se retiraba de la obra, quedaría registrada en la memoria de los actores como una acción que serviría para instalar, por muchos años, un enunciado definitivo y esclarecedor. Desde ese día cada vez que alguien se retiraba de un proyecto, no importaba cuál fuera la causa, o si era un actor o una actriz, lo que hacía era “tirar el manto”. Pasado el tiempo la expresión se aplicó a otros sucesos extraartísticos.

            —Oye, ¿qué te pasa que estás tan molesta?

            —Nada, que estaba en una reunión del sindicato y hablaban tantas boberías que tiré el manto y me fui.

***

            —Yordanska me preguntó si sabía de alguien que alquilara un cuarto.

            —¿Para uno de sus muchachos?

            —No. Para ella. Dice que el marido y los manganzones de sus hijos la tienen harta y que va a tirar el manto.

***

            —Compadre, le están haciendo la vida imposible para ver si tira el manto y deja el puesto libre, pero él dice que hay que darle candela como al macao.

   Hubo una época en que la tiradera de mantos fue tan grande que tuvieron que poner un reglamento que obligaba a los actores a hacer un mínimo de funciones si es que querían cobrar su salario completo a fin de mes. Pero también hubo momentos en que se quiso obligar a muchos a que tiraran el manto en contra de su voluntad  y dejaran de ser artistas. Por ésta y otras razones en 1980 algunos tiraron, ya saben qué, definitivamente y se fueron de Cuba.

   Han pasado más de treinta años desde la tirada del primer manto. ¿Sabrán las nuevas generaciones de actores que pisan el escenario de la Sala Hubert de Blanck de La Habana de la existencia de esta expresión? Y si lo saben, ¿conocen cómo fue su origen? Confío en que, al menos, los que lean estas líneas sepan que a veces es preferible tirar el manto y no esperar a que algo termine como la fiesta del Guatao.

Octubre 12 de 2005

Daniel García Rangel nació en Pedro Betancourt (Provincia de Matanzas), Cuba, en 1943. Es licenciado en Literatura Hisponoamericana de la Universidad de La Habana. A la edad de doce años ganó un premio nacional de literatura convocado por la logia Hijas de la Acacia. Trabajó como cantante y actor por más de veinte años en el grupo Teatro Estudio de La Habana. Llegó a los Estados Unidos en 1992. Ha trabajado como corrector de español en algunas publicaciones y ha escrito guiones para espectáculos teatrales que ha dirigido. Publicó la novela Me lo contó Juan Primito en 2005. Alcanzó gran popularidad en Cuba en los años 70 por su actuación como Juan Primito junto a Raquel Revuelta, en la telenovela Doña Barbara.

2 comentarios el “Tirar el manto

  1. Juan Cueto- Roig
    26/08/2012

    Una anécdota muy bien narrada. Leí su novela «Me lo contó Juan Primito» y sugiero al actor-escritor que persevere en esta su segunda vocación, porque escribe muy bien: conciso, ameno, interesante.

  2. Armando López
    29/08/2012

    Deliciosa anécdota, sin la metatranca de algunos ni las poetizancias de otros. Es difícil contar facil, Daniel lo hace.

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Esta entrada fue publicada el 25/08/2012 por en Crónica.