San Miguel de Piura
Encendí el corazón sobre los médanos,
en los soledosos algarrobos que continúan
la ciudad más allá de la postrera bandera blanca,
bordeando el camino de Los Ejidos, regado
por las cagarrutas de las cabras. El cielo era azul
con sus nubes pintadas y había un viejo caballo
y un burro blanco entre los grises.
He olvidado a qué íbamos a Los Ejidos
pero puedo adivinarlo mientras aspiro todavía
el aire luminoso de la infancia.
Los Ejidos: el olor de las cabras, la leche
de cabra, el queso de cabra que jamás
he encontrado después en la tierra.
A la hora del regreso el sol reverberaba
sobre los médanos y en llegando al recodo
del camino que divisa a la cruz del Norte,
bajo la sombra benéfica de los sauces,
los pequeños pudimos sumergirnos
en el río suavísimo y verdoso.
¡Han pasado años de años!, ¡me he mezclado
en tandas cosas!, y ahora que el sol
reverbera sobre el asfalto, no extraño
a esa patria, distante y diminuta.
O tal vez la extraño y por eso escribo.
(Cabellera de Berenice, 1990)
En el puente de las vacilaciones
al borde de una mañana eterna
Yasunari Kawabata conoce a la danzarina de Izu. (1923)
A lo lejos, es conmovedor el puente de madera,
suspendido sobre la curva del río.
Parece un adorno inextricable
entre las dos riberas. Algo amarillo hecho
como un lazo entre lo verde de los árboles.
Sólo llegando a pisar sus tablones
se percibe el deterioro como marca de guerra
y oscuro sello del tiempo:
diminutas incisiones, quemaduras,
picaduras de viruela de un cuerpo desesperado
o heridas a tajo hechas por un rápido cuchillo.
¿Está viva o muerta la madera o acaso está
agonizando por encima del agua? Nadie lo sabe.
A nadie le importa mientras sirva.
La llaman, según dicen,
el puente de las vacilaciones.
Avanzan los hombres hasta la mitad del río
y dudan entre irse al barrio del placer
o regresar a cumplir con sus deberes conyugales.
Eso ocurre cuando la noche toma su nombre.
Me gusta venir a la hora del ocaso,
cuando el sol tiñe de rosa
las copas de los árboles. Cada vez
me sorprende esta belleza natural
que el hombre no ha dañado con el puente
de madera. Pero hoy vi a una muchacha
en un momento diferente:
con la cara lavada bajo el sol de la mañana,
radiante, como si el tiempo no existiera
o fuera un presente eterno, cruzando
el puente de las vacilaciones,
tan resplandeciente como la mañana del primer día,
como un árbol caminando y ofreciendo sombra
a todos los hombres.
Me quedé confuso, contemplé el agua largo rato,
horas de horas, y me hice extrañas preguntas
sobre el objeto de la vida
hasta que llegaron los viandantes
con sus perplejidades, tal fantasmas bailarines
a la luz de la luna llena.
Me pareció entonces eterno el puente,
y sin heridas. Un Dios otorgando serenidad
a los alucinados de este remoto lugar del mundo.
(El mar de las tinieblas, 1999)
Acróbatas de las islas Ballestas
Veo lobos marinos descansando
en la mañana azul, sobre las rocas,
despanzurrados, libres, indolentes,
vestigios de sus luchas en la noche.
Los pájaros piqueros como flechas
se clavan en el mar incertidumbre,
busca, buscando líquenes o peces,
funámbulos carnívoros en tu ojo.
Así el amor descansa en la manzana
de los amaneceres del verano,
llegan pasiones, rápidas piqueras,
y arrasan con el légamo de siglos.
Regresas como cuévano, como isla,
colmado de ilusiones animales.
(La biblioteca del mar, 2012)
ADN
Si vivieras lejos de Lima escribiría:
Dejar las ciudades produce extrañeza
aunque hayamos pensado volver a sus calles.
Nos despedimos de lo vivido
que entra en el tumulto de los años.
Nada será igual si regresamos
y llevamos un perfume amarillo
impregnado en la piel
que durará mientras respiremos.
Todo lo vemos en un instante
y observamos en el espejo
una lágrima ajena que cae.
Dante pensaba volver a Florencia
¿recuerdas?
(La biblioteca del mar, 2012)
Marco Martos (Piura, Perú, 1942) Es Premio Nacional de poesía del Perú. Ha publicado los siguientes libros de poesía: Casa nuestra (1965), Cuaderno de quejas y contentamientos (1969),Donde no se ama (1974), Carpe diem (1979), El silbo de los aires amorosos (1981), Muestra de arte rupestre (1990), Cabellera de Berenice (1990), Leve reino (1996), El mar de las tinieblas (1999), Jaque Perpetuo (2003), Dondoneo (2004), Noche oscura (2005), Aunque es de noche (2006), Dante y Virgilio iban oscuros en la profunda noche (2008), Adiós San Miguel de Piura, secretario de mis penas (2009) y En las arenas de Homero (2010). Poesía junta (2012). También ha incursionado en el cuento con El monje de Praga (2003). Poemas suyos han sido traducidos al inglés, francés, alemán, italiano, portugués, griego, húngaro y chino. Actualmente es Presidente de la Academia Peruana de la Lengua.