Revista Conexos

Una revista de arte y literatura, sin fronteras generacionales ni geográficas

Poemas en prosa

FREDY YEZZED

LA SOLEDAD AQUÍ sólo remite a una pena: la idea de haber nacido en ninguna parte y de caminar a ningún lugar. En las tardes decenas de inciertos caminan por horas alrededor de la fuente. Sin saberlo, siempre en contra de las manecillas del reloj: siempre sin saberlo con el deseo de desdoblar el tiempo. Los miro amarrado a una columna. Me arrastra ese remolino humano. Ese ojo miope de Dios. Van todos detrás de un recuerdo grato: el chillido de las gaviotas junto al mar, el trabajo humilde de los hombres en el puerto, ese gorrión que salvaron de la muerte. La fuente como un huracán va convocando la vida invisible. La fuente va tejiendo ese instante en que la ternura se volvió desgracia.
La fuente como un canto de sirena me arrastra… y yo quiero saberlo todo.

HAY UN TERRIBLE abismo entre palabra y palabra, cuyo fondo es lo que no puedo nombrar. Ellas mienten como las sirvientas que ocultan el vaso quebrado del día. Ellas ocultan por ese miedo a desnudarse, a mostrarse en público con el rostro que no tienen. Las palabras trafican con el desencanto, me alejan del jardín exacto, de lo que aún no ha naufragado. Las palabras me vendan los ojos, me tientan a caminar en la oscuridad, me empujan por las escaleras. Creemos en ellas porque sólo entendemos el pequeño ensueño que arrojan de sus puños. Caen como un polvo en la noche. Suenan como un cuerpo desnudo contra el piso. La impotencia de inventar una palabra que me nombre. La felicidad está en lo que nunca dirán. Las palabras: sogas hechas a la medida de nadie, cordones que no alcanzan a atar, agua que no sacia. Ni la tortura ni la espera paciente ni el caso omiso las conmueve. Quisiera saber toda la sangre que corre por la palabra alma. Quisiera, por un instante, asomar la punta de la nariz al jardín de la palabra noche. Quisiera por un milagro y, entonces, decir de este dolor la verdad.

HE HABLADO CON una mujer que parece normal en el jardín del hospital. Me ha narrado la siguiente historia con una tranquilidad agría: Estaba sentada en un banco de madera en el parque Lezama hace unos meses. Acababa de salir del trabajo. Estaba abrigada y pensaba en sus dos hijos lejos, en Lima. Dijo que los árboles del invierno eran el reflejo de su alma y todo transcurría en calma. En los juegos de madera vio como un niño de siete años se cayó contra el pavimento y se abrió la cabeza. Ese grito, más allá del aire…dijo. Entonces corrió y alzó al pequeño y, abstraída, se lo llevó a su casa y lo curó. Pasó la tarde acariciándole el rostro. Sólo las paredes humildes que la rodeaban saben las cosas buenas que pensó junto al niño. Al anochecer golpearon a su puerta las autoridades y los padres del niño que lloraban de angustia. Dijo que se aferró a la criatura como a sus huesos. Golpes. Las entrañas reventadas en los gritos. El invierno que la metía a una celda.
Las enfermeras dicen que en las noches llora y abraza un muñeco de trapo al que llama mi Charly.
Las enfermeras no saben que sus hijos aún la esperan.

POR ACCIDENTE HE pasado hoy la palma de mi mano por la cabeza. La he palpado minuciosamente ahogado en un silencio perplejo. Me he dado cuenta de que estaba rapado por completo. He deslizado con suavidad mi mano por la frente, la nariz, la quijada. Me mojaron la angustia y los nervios como la ola contra un acantilado: ¡había olvidado cómo era mi rostro! Caminé de un lugar a otro con desesperación. Me busqué en el reflejo de una ventana sucia, en el revés de una cuchara, en el brillo del marco de una puerta metálica. Pero no me pude ver. Indescriptiblemente me carcomió la tristeza. Lloré acurrucado en un rincón. No comprendí por qué no hay espejos en este lugar.
Digo palabras falsas con la cabeza clavada en mi pecho y mis dedos entrelazados en la nuca: adentro soy yo y mi propia imagen. Adentro está mi espejo. Pero mi espejo no tiene reflejo. Soy un hombre sin rostro.

¿TE HA PASADO ALGUNA VEZ QUE ESTÁS SOLO en alguna banca del parque y de repente ves sobre la palma de tu mano una hormiga que camina? Deprisa, de un lado para otro, entre las estrías, oculta en el cuenco. La observas como diciéndole: “Por allí no, tonta”. El animal se detiene en la mitad del mapa, mueve sus antenitas y prueba el sabor de la sal de tus dedos. Pero resulta también que de sus diminutas cosquillas sale una música que te taladra por allá adentro el hombre insignificante que eres. Canción de psicosis. Una tecla de máquina larga y monótona, siempre la misma, y de fondo el millar de patas de la hormiga tocando ese nervio como una aguja. “Perdida, estás perdida”, le susurras, y le soplas indicándole el camino. Pero ella insiste en acompañarte, en su grandísima existencia te habla del cascabel de las hojas, de la larga travesía al fruto de un álamo; de aquella vez en la que casi muere ahogada en una gota de agua. Se mueve de un lado a otro en el laberinto de tu mano, sutilmente te enseña los recuerdos que se te han dibujado sobre ella. Entonces le confiesas que esa arruga profunda te la inventó una mujer en la que confiaste, que el millar de avenidas que se cruzan desde tus uñas a las falanges son esta ciudad de cosas invisibles, que aquella cicatriz es el recuerdo de las estaciones. La hormiga traza en su hilo invisible el rostro de alguien conocido, de alguien al que crees recordar pero no recuerdas; tienes su nombre en la punta de la lengua y aun así es difuso. Nunca te enteras de que era tu rostro. Pasa imperceptible todo, sólo queda grabado en el agua clara de tus pensamientos esa mañana fría. Te llevas eso y mucho más a los túneles. Vas por los pasillos. A la hormiga le has dado una segunda oportunidad sobre la corteza de un tronco. En el fondo también deseas una segunda oportunidad.
¿Te ha pasado alguna vez que para enfrentar este vacío comienzas a hablar con una hormiga en la mitad de la nada?

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Es Licenciado en Lenguas Modernas de la Universidad de La Salle y Profesional en Estudios Literarios de la Pontificia Universidad Javeriana. Ha obtenido el XII Premio Nacional Universitario de Cuento Universidad Externado de Colombia 2001 con la obra El costo de la vida publicado en el libro Antología del Concurso de Cuento 1970-2002. Premio Nacional de Cuento Ciudad de Bogotá 2003 con la obra Amor en coma publicado en el libro De 1 a Diez del Instituto Distrital de Cultura y Turismo. Premio Nacional Poesía Capital 2005 con la obra Alejo Carpentier vuelve a la ciudad organizado por la Casa de Poesía Silva, y ganador en 2006 del XXVII Concurso Nacional Metropolitano de Cuento, Universidad Metropolitana de Barranquilla con la obra Los viajes de Alejandra. Sus poemas aparecieron por primera vez en la antología colombo-uruguaya de poesía joven El amplio jardín (Montevideo, 2005), gestionada por la Embajada de Colombia en Uruguay y el Ministerio de Educación y Cultura de Uruguay. Publica en el 2010 su primer libro de poemas “La sal de la locura”, Premio Macedonio Fernández ese mismo año.

El diario inédito del filósofo vienés Ludwig Wittgenstein, fue Mención Honorífica del Premio Nacional de Literatura-Poesía 2007 del Ministerio de Cultura y posteriormente publicado en el 2012.  Su tesis de grado Las raíces del poema en prosa en Colombia: A propósito de José Asunción Silva y Luis Vidales fue laureada. Estudio que culminó con la redacción de la Primera Antología del poema en prosa colombiano, de próxima publicación. Actualmente está radicado en Buenos Aires, Argentina, donde adelanta estudios de doctorado y diseña la Antología del poema en prosa argentino.

 Estos minirelatos pertenecen al libro La sal de la locura.

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Esta entrada fue publicada el 12/08/2013 por en Narrativa.