TENTATIVAS
para María Badías-Valero,
en el recuerdo de Roberto
Cuando vivían en una casa diminuta,
en medio de los montes,
bajo tamarindos y lechuzas
(sobreviviendo al aguacero de la tarde
y al resoplido de los cerdos,
ante el oscuro zumbido de las horas),
soñaron con irse a la ciudad,
a la inmensa ciudad,
a conocer las callejuelas, los mercados,
el precio de las cosas,
los escenarios fascinantes,
a tener aventuras en las plazas nocturnas.
Cuando llegaron a vivir en la enorme ciudad,
a veces embriagados
por los colores penetrantes y el bullicio,
los silbantes vehículos lejanos
y las largas avenidas sin escape,
crearon ilusiones
(casi similares a los sueños)
y mientras contemplaban los rostros repetidos
en las ceremonias, las fotos y las risas,
descubrieron que a pesar de todo,
aunque poseían la dulce brisa de la costa,
la hierba de los cercanos parques
y las incesantes mariposas,
el terreno en que estaban era muy conocido,
o mejor dicho,
era solamente una isla más en el planeta.
Se dispusieron, pues, a atravesar el mar.
II
Se fueron a vivir en diversos países,
en sucesivas ciudades arbitrarias,
donde la multitud les dejó ver
asociaciones y desastres,
cambiantes reverencias,
agradables peligros,
y donde pasaron laboriosos días
de adquisiciones y reencuentros,
de innegable fervor.
A veces recordaban
el sabor de las frutas remotas,
el ruido de los truenos,
el vendaval y las gallinas y la siesta,
pero seguían andando,
esperanzados.
La repetida claridad y los contornos
del mundo renovado los calmaba;
los cálidos objetos poseídos
les proporcionaban un sosiego,
algo bastante parecido a un respaldo.
III
Al cabo de los años,
la tranquilidad de los espejos
en cada una de sus casas los empezó a alarmar.
Iban y venían como graves espectros, analizando el tiempo.
Se fueron entregando a proyectos extraños,
corrieron al confín de la calle habitada
para inventar praderas solitarias;
sin perder tiempo atravesaron sorpresivas estepas,
páramos ardientes, montañas de todas las alturas,
otras islas,
desiertos de coral, de sal, de lava endurecida,
selvas de todos los tamaños.
Pasaron años atareados en ese recorrido,
hablando sin cesar de lo que aún faltaba,
en barcas prodigiosas, coches tirados por tritones,
volantas de aspecto centenario.
Disfrutaron los días comprobando
la variedad tremenda del paisaje.
IV
Pero no pudieron escapar como esperaban.
Con tantos caminos y regresos,
el aire todavía no les alcanzaba.
Los senderos medidos ya no les respondían.
Eran hábiles en múltiples tareas,
conocían el fin de casi todas las historias,
pero presentían que en la prisa de siempre
habían perdido algún trayecto medular,
algún rumbo perfecto, decisivo.
Fue entonces que aprendieron a mirar
de otro modo a la Luna,
a sentir cada noche su absoluta presencia,
y una serena imantación los fue impregnando.
En el ansioso cosmos,
la lenta inmensidad resplandecía ante ellos,
con vigor incesante.
Dedicaron algunos días más a esa mirada,
la guardaron con calma en sus ojos perennes,
y al mismo tiempo fueron completando
preparativos simples,
silenciosos;
colocaron en orden las batallas,
abandonaron las áridas certezas.
En el último instante, como nunca,
extendieron con soltura los cuerpos,
se llenaron de luz,
y por primera vez emprendieron un viaje.
Nueva York, enero de 1992
REINALDO GARCÍA RAMOS (Cienfuegos, 1944) publicó su primer poemario, Acta, con las Ediciones El Puente en 1962. Salió de Cuba en 1980. Entre sus libros de poesía se destacan El buen peligro (1987), Caverna fiel (1993), En la llanura (2001), Obra del fugitivo (Premio Internacional de Poesía Luys Santamarina-Ciudad de Cieza, 2006) y El ánimo animal (2008). Es autor de una novela testimonial, Cuerpos al borde de una isla; mi salida de Cuba por Mariel (2010). Rondas y presagios, una compilación de sus poemarios, apareció en 2012 por la Editorial Silueta, de Miami. El poema “Tentativas” había permanecido inédito hasta ahora.
Bellísimo poema. Este sólo llena la revista. T.
Hermoso en su certero trayecto. Felicidades. Jbb
Como siempre ,…sabes a dónde vas. jcvalls