“La experiencia poética, como la religiosa es un salto mortal”[1]. Recuerdo que medité esta frase con extrema fijeza cuando descubrí a Octavio Paz. Fue de mis primeras lecturas de El arco y la lira, cuando casi al graduarme de Letras trataba de encontrar una explicación no académica a la experiencia poética. El mundo se me hacía un vuelco reconsiderando todo lo aprendido en una carrera, que muchas veces te sirve y te nutre, otras no. Yo era entonces alumna ayudante de Literatura Latinoamericana en la Facultad de Letras de la Universidad de la Habana. Colaboraba en un curso con la Dra. Mercedes Pereira atendiendo seminarios y dando algunas conferencias. Tuve la suerte de tener entre mis primeros alumnos de ese grupo a Yoandy Cabrera. Fue entonces que le conocí. Ya venía despuntando su inclinación hacia las Letras Clásicas y su audaz mirada hacia los grandes, nos sorprendía por su manera de entender la Literatura y la vida misma. Siempre he sentido por él y otros muchachos de ese curso una especie de protección y cariño maternal que aún hoy me acompaña.
Difícil tarea ahora apartarse de los afectos y escribir mis impresiones críticas sobre su ópera prima Adán en el estanque, nueva propuesta de la Colección de Poesía de la editorial Betania que dirige Felipe Lázaro. Aún más si este ser que enuncia no deja de aventurarse en múltiples saltos mortales sobre el estanque, el abismo o la historia. Intentaré entonces acercarme -desde mi nueva circunstancia y la aridez de estas tierras texanas donde ahora me encuentro- a la exégesis del libro, motivada por las reflexiones que propone este joven autor.
La estructura del cuaderno se organiza a la manera de las novelas de aprendizaje, donde cada episodio aporta un peldaño de desarrollo psicológico, emocional, vívido para el sujeto que experimentará luego la anagnórisis en el esperado final[2]. Dentro de ese entramado observamos tres definidos corpus poéticos, a los cuales el autor ha titulado Doméstica, Adán en el estanque y En los altos trirremes. Es apreciable una transmutación desde la vida cotidiana hacia el sumergirse en los más variados tópicos de la literatura clásica, judeocristiana y la epopeya de Gilgamesh. Si bien es cierto que todo texto literario se fundamenta en una tradición o contextos, de los cuales en él hay indicios, en el caso de Yoandy vemos cómo se maneja todo este arsenal cultural como parte de su experiencia personal. Todo su almacén de recuerdos de infancia, todo lo aprehendido como lector sagaz lo intenta transponer, transcribir, mezclar hasta alcanzar su definición mejor, donde renueva combinaciones de su creación, y donde cada intertexto es una experiencia sugerida que atrae la atención del lector. Por tanto, el ruedo de mosaicos que construye Adán en el estanque va más allá de una inocente estructura semántica, o del sutil viaje al que se exponen sus diversos sujetos líricos. Y es esa variedad lo que hace aún más atractiva la lectura y permite que aún sin tener los referentes culturales necesarios, cualquiera que se acerque a este abismo pueda degustar la sensibilidad artística que posee su creador.
La fuerza vital y poética del sujeto de Doméstica (pp. 15-47) no ceja en su indagación mundana hacia lo espiritual. Es rico en conceptos e ideas que van definiendo su mundo traspolado en metáforas de alta calidad. El apego a la herencia cultural antes mencionada permite que el autor recree sus reflexiones sobre la vida, la existencia, sus recuerdos de la niñez, sus primeros amores, entre otras historias. A veces hasta percibimos atisbos y laberintos de una individualidad poética muy determinada. Hay textos muy sentidos en esta sección. En “Mi madre teje un mantel” vemos al ser descubriéndose, deleitándose en la observación de lo total para integrarse en imágenes de excelente plasticidad:
Y tuerce el cordel
creando pequeñas borrascas
rostros entre el hilo atado mil veces
y los espacios en que va
fijando nombres (…)
En el poema que da nombre a esta primera sección hay un interés marcado por definir una poética. Una avanzada penetración en la exquisitez, en la diferencia y el valor de la observación de lo más sencillo que pudiera existir, como un grano de arroz. Es, sin duda, uno de los textos que más he disfrutado, creo que vale la pena citarlo, porque logra una síntesis a manera Haikús:
El verso como arroz en tus manos
Agua turbia que transcurre
pozo duda cóncava (…)
Otros textos aluden a esta destreza: en “Maná” se delata el sujeto que va incansable en su batalla de aceptación, de lo divino a lo tangible circunstancial. Así en “Convivium” sobre la suma de pobrezas y las descripciones del topo lúgubre no deja de mostrar su libertad hasta recoger ese dolor rezumado en un texto entrañable, el “IV” (de “Antes del éxodo. Plagas”), donde el dolor se traduce en un verso estremecedor:
la vara de Aarón vertical hacia el cielo
Ceniza en el pecho.
Con este preludio llegamos al centro del cuaderno, conjunto este (pp. 51-63) que dará título a la obra. El poema “Adán en el estanque” es prueba también de la fineza y el lirismo, del tratamiento delicado de la poesía que entronca con los orígenes del ser: Adán como muestra de la primera creación, del génesis humano que luego se emparenta con Narciso, sin fugarse. Un Adán que:
rompe el pacto del viento y la soledad
Extirpa con su diestra lo invisible lo amargo
En “Valencia o el mar”tenemos como leitmotiv el mar y su ausencia. La aridez del exilio, las reminiscencias de la Habana, la ciudad como ente vivo, las ciudades que llevan como ofrendas las murallas. Asombra esta vez por el aliento que mantiene a pesar de ser uno de los poemas más extensos y por el decoroso cierre que alcanza:
en la sombra, en la orilla, con los pies descalzos,
la noche y el mar te devoran, te asaltan, te engullen,
te salvan de la ciudad y su rara tristeza.
En “Dádiva” toca el tema de la muerte, de la fugacidad que tantas veces ha sido explorado por clásicos autores. No teme este sujeto lírico a aventurarse, a ver la muerte como ofertorio, como salvación:
es la muerte el don más acabado
que un hombre puede ofrecer
a otro hombre.
La última sección se titula En los altos trirremes (pp. 67-84) donde asalta nuevamente el referente clásico, esta vez donde el sueño, los umbrales del “deber ser”, la trascendencia de planos y las imbricaciones con la memoria se vuelven un todo poderoso. Siento a veces un soplo de Kavafis al oído y recuerdo el duro abdomen sobre el que construí una casa, además de otras sutiles reminiscencias, de gestos inocentes, pero el lector se halla ante el espectáculo de la vida entremezclada orgánicamente a las múltiples referencias.
No queda más que invitar al “salto mortal” octaviano, a la lectura de esta obra en la que se sumergirá quien suela aventurarse por entre dudas apacibles, como me ha sucedido, al andar por estos versos que me vienen siguiendo desde “Doméstica” y con los que deseo terminar para invocar al silencio:
Raspo el fondo y esto es la vida
la poesía puesta al fuego
el arroz de tus manos.
[1] Paz, Octavio: El arco y la lira. “La revelación poética”. FCE, México 1973.
[2] La Dra. Elina Miranda, quien hace un excelente prólogo al poemario, explica también de este modo la organización del libro. Para ella: el libro se organiza a la manera de novelas de formación, en las que el protagonista alcanza su madurez (…) p. 9.
Yumary Alfonso Entralgo La Habana, Cuba, 1981. Graduada de Licenciatura en Letras de la Universidad de La Habana (2004) Trabajó como profesora de Gramática, Literatura Universal y Latinoamericana, impartiendo cursos a las carreras de Letras, Historia del Arte y Comunicación Social. Trabajó como asesora y escritora de programas radiales. Actualmente está en su primer año del Programa de doctorado de Estudios Hispánicos de Texas A & M University. Tiene diversas publicaciones relacionadas con su campo de investigación el cual está dirigido hacia la Literatura Comparada, Teoría y Estudios de Literatura Trasatlántica. Trabaja como instructora en los laboratorios y asistente en la Oficina de Soporte de Lenguaje del Departamento de Estudios Hispánicos en TAMU.
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