Revista Conexos

Una revista de arte y literatura, sin fronteras generacionales ni geográficas

Los genes y la luz

MARÍA CRISTINA FERNÁNDEZ

 

Nada más lejano que relacionar a José Martí con una estrella ya desaparecida del firmamento de Hollywood. Me refiero a Cesar Romero, hijo de María Mantilla, quien resultara de este modo, nieto de Martí. Sé que en primer lugar puedo ofender a quienes no aceptan ningún lazo filial entre ellos, a pesar del testimonio de Teté Bances, del convencimiento de Gonzalo de Quesada y Aróstegui-albacea de la papelería martiana-, de las investigaciones de la historiadora Nydia Sarabia, o de la minuciosa comparación morfológica y antropomórfica realizada por el doctor Ercilio Vento, donde congenian en un 74,3% de similitudes los rasgos analizados por él entre María y Martí. Asumiendo que al corresponderse 49 de 66 rasgos primordiales hay una pertenencia genética, negar esta evidencia es negar que la materia sea portadora de una verdad. El conservadurismo patriarcal cubano ha proclamado que la genética martiana se truncó a la muerte del Ismaelillo sin dejar descendencia. Así la prefieren: una historia que se cierra en sí misma, con los visos intactos de ejemplaridad austera que creen deben concederle al Apóstol, como si su vida hubiese transcurrido en una sacristía, y no en la vertiginosidad del mundo.
  Pero la vida es otra cosa, llena de aconteceres fortuitos, amores inconfesables, contradicciones que echan flor. Muchos años calló María Mantilla que era la hija de quien era, a pesar de que para la comunidad cubana exiliada en New York no era secreto. Hay quienes asumen que todo el empeño y la devoción que Martí pusiera en el cuidado y educación de esa niña fueron en vano, que ella no hizo nada meritorio con su vida. Sin embargo, se sabe que fue concertista y tocaba muy bien el piano. Que se casó con César Romero, un ex-oficial del Ejército Libertador, descendiente de italianos, dedicado al negocio de importar y exportar maquinarias refinadoras de azúcar.
  En principio, el joven matrimonio vivió en New York, lugar de nacimiento de María, y donde su madre, Carmen Miyares, tuvo la pensión de huéspedes a la que un día llegara Martí en busca de refugio. No lejos de la catedral de Saint Patrick, donde fuera bautizada teniendo como padrino al padre, o al menos, al hombre con el que coinciden el 74,3% de su biotipo, y un porciento desbordado, infinito, de aquel amor que le decía: “La página al día, pues: mi hijita querida. Aprende de mí. Tengo la vida a un lado de la mesa, y la muerte a otro, y un pueblo a las espaldas: -y ve cuantas páginas te escribo”. Muchos fueron los recuerdos que atesoró María de ese hombre único: de cuando iban juntos a la Liga a tocar el piano para la gente de color, o de sus visitas a la Opera, al mar cercano de Bath Beach, o al pintoresco pueblo de Central Valley, donde Tomás Estrada Palma tenía su escuela. María Mantilla vivía rodeada de referentes familiares que parecían definitivos. Pero sobrevino el crash de 1929, y con este, el negocio familiar se fue a la ruina. Cesar, el mayor de los hijos, fue asumiendo la manutención de la familia, y para esto tuvieron que mudarse a Los Ángeles, la meca del cine. New York, el emporio de las transacciones y la especulación, les había fallado.
  Nacido el 15 de febrero de 1907, el joven Cesar Romero llegó a ser conocido como “the latin lover of Mannhatan”. Desde que trabajaba en Wall Street, aprendió a bailar gracias a las instrucciones de su hermana y un cocinero doméstico de origen boricua, llegando a hacer algunas incursiones en Broadway, donde sobresalió por su gran estatura y su peculiar apariencia morena. Moldeado en el estereotipo de Rodolfo Valentino, fue abriéndose paso hacia personajes cada vez más versátiles: un gánster italiano, un pianista, un príncipe indio, un gigoló, un famoso conquistador español. Fue él quien le dio esa risa característica al Joker al encarnarlo en la popular serie de Batman en los años sesenta, y que le acompaña desde entonces.
  En una de sus cartas a María Mantilla, Martí le había sermoneado con cariño: “Estás lejos, entusiasmada con los héroes de colorín del teatro, y olvidada de nosotros, los héroes verdaderos de la vida, los que padecemos por los demás, y queremos que los hombres sean mejores de lo que son. Malo es vestir de saco viejo, y de sombrero de castor: cualquier tenor bribón, con un do en la garganta, le ocupa los pensamientos a una señorita, con tal que lleve calzas lilas y jubón azul, y sombrero de plumas”. ¿Qué hubiera pensado Martí de haber podido ver a su nieto siempre activo en la vida social de Hollywood, donde no se perdía una apertura, una fiesta, una recepción? ¿Qué hubiera sentido ese hombre que vestía humilde y de negro luctuoso en señal de duelo por Cuba, ante un nieto que fue modelo de alta costura en importantes revistas de moda? Un ícono de la elegancia y el buen vestir, que llegara a abrir su propia cadena de ropa masculina en los años cincuenta Se decía que guardaba en su closet unos 500 trajes, sin contar jackets y tuxedos. ¿Qué hubiera dicho el abuelo Martí, que le escribiera a María: “Mucha tienda, poca alma”?
  Recordemos que en Martí se condensa el paradigma de una época que no es la misma que le tocara a su nieto Cesar. “En la civilización del espectáculo el cómico es el rey”, apunta Mario Vargas Llosa en su libro sobre la civilización del espectáculo. Allí también el escritor alude al eclipse de un personaje que hasta hace relativamente pocos años desempeñaba un papel importante en la vida de las naciones: el intelectual. El ideal del mundo ha cambiado; primando cada vez más el entretenimiento. El arte se banaliza, la prensa se demerita. No es de extrañar que comentando de su viaje por Sudamérica durante los años de la Segunda Guerra Mundial como embajador de la política del Buen Vecino, Cesar diera como impresión que fue un viaje lleno de diversiones. Superficial nos parecería cuando le preguntaron si prefería ser un “supporting actor or a character actor” y el respondiera que prefería “the paycheck! And bigger is better”.
  Si rastreamos la memoria digital podemos encontrarlo en fotografías tomadas en La Habana, en visitas de placer o trabajo, como cuando filmó Week-End in Havana, junto a Carmen Miranda. Un material grabado lo registra estrechando manos protocolares, junto a Tyrone Power, en una visita al Palacio Presidencial en 1947. Pero no creamos que todo fue superficial y ligero en la vida de un actor en tiempos de seducción. En entrevista con Boze Hadleigh para su libro Hollywood Gays, se nos dibuja también un hombre que supo reflexionar y entender la época en que vivió. Sin tener la elocuencia que tuvo el abuelo del que siempre vivió orgulloso, sabemos por sus comentarios y respuestas de toda la presión que el convencionalismo social trató de imponer en su vida. No fue ajeno al clima de homofobia de esos años, a la crueldad y la indiferencia a la persona gay, a la cacería de brujas y la persecución a los judíos, los comunistas, los liberales…
  A raíz de conmemorarse el año del Centenario del nacimiento de Martí, María Mantilla fue invitada a ir a Cuba. No sería la primera vez: en Cuba tenía amigos, hombres importantes que se ocupaban del legado de su padre/padrino, que mostraban reverencia a la memoria de su madre. Por todas partes recibía una señal de aprecio: una escuela de Remedios llevaría su nombre y le pedían les enviara una foto y datos personales. Sin embargo, esta vez, estaba remisa. Una caída por complicaciones de su diabetes la amedrentaba. ¿Había algo más? Tal vez… el panorama político… Por sus amigos y por la prensa sabría que el país andaba patas arriba. Los estudiantes quemaron una efigie del presidente Batista, a lo que las fuerzas del orden respondían con sangre. Mientras, la Bacardí, el Banco Alfa y la Polar, entre otros, corrían con los gastos del año del Centenario. Ese no era el país que Martí soñó, por mucho que se multiplicara su rostro en monótonas efigies de yeso o de piedra. El país de “con todos y para el bien de todos” exhibía demasiadas diferencias y privilegios. Fue Cesar, el hijo que sabía cómo actuar, el que convence a su madre de que debía estar allí en persona y llevar esa ofrenda que por tanto tiempo habían atesorado. Cuenta la anécdota que el día de la ceremonia de entrega a las manos del mismo presidente Batista, María alzó el pesado grillete de hierro que torturara la carne del jovencito idealista llamado Martí, y dijo: “Esta reliquia es sagrada y debe siempre servir para unir a todos los cubanos”.
  Un año después, en 1954, cuando el mismo presidente designa al Indio Fernández para rodar una película sobre Martí, el cineasta confiesa que se sentiría fracasado si el resultado no hiciera llorar a los cubanos. No dice pensar, o transfigurarse, sino llorar. Ha llovido mucho desde entonces y las lágrimas entre nosotros no han faltado. Sí la unión, sí la reflexión.
  “You’ve been true to your nature”, le dice el periodista Hadleigh a Cesar Romero a modo de admiración por la fidelidad a su determinación sexual, en tiempos en que las productoras de cine arreglaban matrimonios y biografías “heterosexuales” en aras de la publicidad. Pero una cosa es conocer nuestra naturaleza, y otra es ignorarla. Podemos seguir juzgándonos con juicio férreo, implacables unos con otros, con los sentimientos a flor de piel y divididos. O podemos comenzar a curar nuestras heridas, como hizo aquel jovencito que padeció el horror en su propia piel y el desgarramiento del destierro, y aún así, años más tarde escribió a su hija: “Que cuando mires dentro de ti, y de lo que haces, te encuentres como la tierra por la mañana, bañada de luz”…
  Creo que Martí hubiera desestimado juzgar a su nieto, el latin lover de Manhattan, absuelto por sí mismo en el amor que le profesó y en el especial cuidado que le dio a su familia en tiempos difíciles. Mucho menos lo juzgaría por su preferencia sexual, que no determina en la persona humana más que el tipo de gozo que le da a su cuerpo en la intimidad, y ante ello la sociedad debería guardar distancia prudente. Prefiero creer que pudo repetirle las mismas palabras que escribiera a su María antes de entrar en la muerte: “Siéntete limpia y ligera, como la luz”.

 

María Cristina Fernández (Foto cortesía de la autora)

María Cristina Fernández
(Foto cortesía de la autora)

María Cristina Fernández. Narradora. Tiene publicados los libros de cuentos “Procesión lejos de Bretaña” y “El maestro en el cuerpo”, además de otros dos libros para niños. Cuentos y textos suyos han aparecido en revistas y antologías de Cuba, EE.UU., México y España. Desde el año 2006 vive en Miami.

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4 comentarios el “Los genes y la luz

  1. Lilliam Moro
    10/01/2015

    Me ha gustado, pero además sorprendido, este artículo. Novedoso pero sobrio, equilibrado pero contundente. Retazos más humanos de la vida de nuestro mito patrio.

  2. Odette Casamayor
    10/01/2015

    Esto es muy hermoso, querida Cristina. Gracias por tan buen regalo para un sábado helado.

  3. Elvira de las Casas
    10/01/2015

    Gracias, Cristina, he disfrutado mucho este artículo, como todo lo que escribes.

  4. W. Navarrete
    12/01/2015

    Excelente artículo

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Esta entrada fue publicada el 10/01/2015 por en Ensayo.
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