Revista Conexos

Una revista de arte y literatura, sin fronteras generacionales ni geográficas

Negro y con espuma

ZAHYLIS FERRO

Foto: Zahylis Ferro

La cuarta vez que lo vi se lo solté en la cara, así, como quien no quiere la cosa, con la fingida inocencia de quien reconoce la carga de doble sentido en sus palabras pero aún así, se hace el desentendido. “Tú y yo deberíamos poner un coffee place juntos. Yo me encargo de los clientes y tú, por supuesto, del café. Sería un negocio redondo.” Lució perturbado de pronto. Me di cuenta. Quizás había sido el tono de “yo no fui.” Quizás la espontaneidad de la frase. Quizás, la elección de las palabras. Definitivamente el escuchar el “tú” y el “yo” usados en una misma oración, haciendo de los dos una unidad, un equipo, un ente comercial y por qué no…personal también. No me extrañó su reacción. La esperaba. Había escogido la frase cuidadosamente, decantando de un tiro el montón de estupideces que me pasaron por la cabeza cuando lo vi entrar al lunchroom, echarle agua a la cafetera, ponerle el café, preparar una mezcla con el azúcar y recostarse al mostrador de la cocina a esperar por que naciera el líquido caliente y negro. La había pulido hasta sacarle filo y así, como un dardo, se la disparé al corazón. Y acerté como nunca antes.  La primera vez él fue el primero que habló. Permiso. ¿Te molesta si cierro la puerta? Es que la cafetera hace ruido y no quiero molestar afuera. ¡Que me iba a molestar! Please, no problem. Go ahead. Le había dicho. Como premio a mi colaboración me gané una tacita de café. Negro. Fuerte. Dulzón. Divino. Con una capa medianamente gruesa de una espuma cremosa de color marrón claro. No supe si era el café, o la buena mano del “cafetero” o las dos cosas pero el primer sorbo me supo a gloria. Para cuando pude ver el fondo de la taza vacía, había entendido que la gloria habitaba en la tierra y tenía olor a café en las manos. Creo que me pasé con el azúcar. Para nada! Para mí esta perfecto. Me gusta así, dulcecito. Gracias. Fue todo lo que atiné a decir. Te quedó espectacular. Él, una sonrisa. La puerta abriéndose y cerrándose su silueta. Yo, acompañada solo por el aroma de la pócima negra con que la había hechizado el muy brujo. La segunda vez acepté la taza pero no me apuré a tomarla. Un hola-hola y una sonrisa más de complicidad que de cortesía había sido el preludio al ritual de maniobras y sonidos y humos y aromas fuertes que tenían lugar a puerta cerrada, con la religiosidad propia de un acto pagano. Me llevé la taza al rostro y aspiré con los ojos cerrados. No fingía. El aroma electrizante me transportaba a otra dimensión sin precisar cual. El cosquilleo de sus ojos en mi cuerpo me devolvieron a una realidad en la que de cierto modo nunca había estado. Lo mejor no es el olor…¡es la espuma! Y abrió una zanja en el marrón esponjoso con el dedo índice que acto seguido se llevó a la boca. Lo imité claro. Como niños sorprendidos en plena fechoría, así reaccionamos un segundo después. La orejas se le pusieron coloradas. Yo bajé la vista. Bueno, me voy a repartir el café antes que se me duerma la gente en el departamento. Prisa. Evasión en las palabras, los ojos, las manos. OK. Te quedó espectacular. Como siempre. Nos vemos mañana. Y entonces nuevamente la mirada. Y era sorpresa lo que se reflejaba esta vez, en el también café de sus ojos. Sorpresa  ante mis palabras. ¿Esperaba acaso un signo de interrogación al final de mi última frase? ¿Esperaba titubeo, duda, búsqueda de aprobación? La ausencia de preguntas viajó de sus oídos a su cuerpo en forma de electricidad, y le despertó la virilidad apabullada a desgana debajo del pantalón. Un recorrido desde el piso, donde había dejado encallados mis ojos tras semejante arranque de seducción, hasta los suyos, me hizo darme cuenta que en las profundidades del volcán, un río de lava ardientemente roja bullía sin remedio. La puerta se abrió y se cerró con prisa y me quedé sola una vez más, con su asentimiento de cabeza a modo de conclusión, el sabor amargo del café fuerte en la lengua, y el cosquilleo de la espuma en los labios. Sí, hasta mañana. Y la cercanía del mañana me golpeó en el estómago, como un presentimiento o una mala noticia, con una inquietud que contrastaba con la valentía de unos minutos antes. “Comes pescao y le coges miedo a las esquinas,” me dijo mi yo consciente. Mi otro yo se quedó callado, otorgando, acurrucado donde no podía ver la luz.  La tercera vez se rompió la cafetera. Había llegado mañana y yo me había levantado enferma y por poco no voy al trabajo. Finalmente fui y allí estaba, contando los pasos desde la oficina hasta el lunchroom, aún enferma pero sin poder dejar de ir a almorzar. A diferencia de las dos veces anteriores, al abrir la puerta, él ya estaba allí. Ojos café miraban con disturbio. Cierto alivio al comprobar que era yo y luego de vuelta a la zozobra. Se rompió la cafetera. Y sonó agobiado, como un niño que descubre roto su juguete favorito, agobiado y dulce al mismo tiempo, como el café mismo, que aún pasado de azúcar no deja de ser amargo al paladar. Experta en cafés y cafeteras, me subí las mangas de la camisa a rayas  y me le acerqué, dispuesta a ayudar, a salvar la situación esa tarde. Sus manos estaban sucias de polvo de café y una mezcla de olores se desprendía de su cuerpo. Me incliné encima del mostrador de la cocina y mi codo rezó levemente su entrepierna. El corazón se me salió del pecho pero por suerte cayó cerca, justo en frente a la cafetera y fue fácil devolverlo a su sitio. La tibieza de su aliento en mi nuca me estremeció con fuerza. Creo que encontré el problema. Y al volverme no lo vi. Sus ojos café no estaban. Su cara no estaba. Sus labios sí, labios sedientos de café dulzón, de espuma densa, de líquidos dispuestos y esperas compartidas. Sus labios. Mis labios. Mis manos tomando el café de sus manos. Sus manos entalcándome de polvo oscuro de gloria. Yo en su ausencia. Él en mi espera. Ambos enfermos de la misma enfermedad sin cura, a la verja de una muerte predecible, causada por una sobredosis de café dulce.  Agua era todo lo que llevaba la cafetera. Era lo que necesitaba yo también, pero el abrigo eternamente condenado al respaldo de mi silla, y el pomo de perfume olvidado en una gaveta entre papeles tristes fueron los verdaderos héroes de la tarde. Las personas de su departamento se durmieron encima de sus burós, derrotados, ante la tardanza del café. Yo regresé del lunch cinco minutos después de las y media. Su departamento completo se fue cinco después de las cinco terminando los reportes del día. La cuarta vez que lo vi se lo solté en la cara. Había escogido la frase cuidadosamente y ahora me quemaba por dentro, como el café, que ya bullía dentro de la cafetera. El primer sorbo lo dimos al mismo tiempo. El segundo, uno en el tiempo del otro. El resto lo echamos a la basura. Esta vez la cafetera había funcionado de maravillas y las excusas no fueron necesarias. Tampoco las prisas, aunque estas no eran menos ciertas. Otros esperaban por el café. De una forma u otra, a todos se nos hizo tarde.

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2 comentarios el “Negro y con espuma

  1. mercedes
    02/07/2012

    Voy llegando a la tercera estrofa y me doy cuenta
    De que el contenido narrativo me dice mucho sobre
    Cosas mías , pasadas por supuesto! ….luego dudo
    Y por un momento creo estar en una historia
    Tremendamente prohibida entre los mismos
    Sexos , no sé, algo me dio esa sensación , puede
    Que sea la manera de expresar las cosas …puede
    Que alguien este recordándome algo …en fin les
    Voy a decir lo que están esperando, es una amena
    Y reflexiva narración, pues hasta el final estuve
    Divagando sobre todo…¿Cuál será la verdad?…
    Me gusto!
    saludos para todos!!

  2. laperezaediciones
    03/07/2012

    «Negro y con espuma» fue lo primero que leí de Conexos, porque tengo que admitir que Zahylis Ferro es una escritora excepcional. De ella me sorprende y me reconforta siempre su capacidad de permanecer tan pura, tan descontaminada y a la misma vez, tan exacta en el acto de escribir. Zahylis ama este quehacer como se debe amar, con mucho respeto; pero sin manierismos, sin poses. El relato es casi perfecto, y yo le auguro plenos éxitos a su autora.

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Esta entrada fue publicada el 29/06/2012 por en Narrativa.
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