Revista Conexos

Una revista de arte y literatura, sin fronteras generacionales ni geográficas

Muñones

BEATRIZ E. MENDOZA

La vio llegar del mercado cargada de bolsas. Tenía puesto un vestido de florecitas negro con rosa que dejaba al descubierto sus esbeltas piernas y por primera vez en casi un año sintió en su vientre bajo el pulsar del deseo. Los ojos se le iluminaron. Atrás dejó la televisión y se acercó hacia ella para ofrecerle poner las bolsas en su regazo, en lo que quedaba de sus piernas. Así lo hicieron y Juan Esteban se deslizó en su silla motorizada hasta la cocina.  Mientras ella tomaba las bolsas y las ponía en el mesón, aprovechó para deslizar su única mano bajo su falda. Margarita se quedó quieta de espaldas a él, por eso Juan Esteban no pudo ver la cara de terror que se apoderó de ella a la vez que se preguntaba a sí misma si sería capaz…

Esa mano solitaria no tenía la fuerza de las dos, esas dos manos que agarraban sus nalgas y las apretaban fuertemente provocando en ella un desasosiego que sólo calmaba con sus besos. Eran los tiempos de la adolescencia y la mitad del placer consistía en hacer todas estas maniobras a escondidas de sus padres, a plena luz del día, en el patio de la casa. Esa mano solitaria se deslizó por entre sus calzones para acariciarla con la misma destreza de antes, de aquella época de su breve luna de miel, cuando hacían el amor en medio de la selva refugiados por la sombra de un arbusto, recostados en camas de hojas, de musgo, de monte. Esa mano solitaria, hoy la hacía temblar, pero no de placer, sino de miedo.

Recostó su cara contra sus nalgas, esas nalgas imponentes que no le dejaban ver su rostro, esas nalgas que él había amasado tantas veces ahora se le imponían como un deber. Sintió una punzada de dolor en la mano inexistente. Donde antes estaban sus dedos recordó la forma exacta de sus pezones y experimentó por primera vez en meses una erección. ¿Cómo sería capaz de complacerla? ¿Era posible acaso que su sólo sexo pudiera satisfacer todos los deseos del hambre voraz que él le había conocido cuando ella tenía tan sólo 14 años?  Tantos años de navegar en su cuerpo como un experto y ahora con este muñón, ¿cómo podría acariciarla? ¿Cómo saciarla, cómo hacerla mujer, cómo ser hombre en esta nueva forma mutilada y dolorosa? Su ansia de poseerla era más fuerte que sus dudas, y lenta pero firmemente atrajo esas nalgas, hasta que las hizo sentarse sobre su sexo erecto y con la única mano atrapó su seno al vuelo, libre de brassieres y ataduras.

Margarita se dejó hacer. No quería ser una autómata, pero no sabía que sentir. Cerró los ojos tratando de concentrarse. La mano solitaria jugaba con su pezón que lentamente se erigía, una pequeña torre enclavada en la duna de su seno de arena. Sus palabras soeces rompieron el silencio, igual que antes, que en aquellos tiempos de recién casada cuando él la visitaba los días que le daban libre en el batallón y llegaba con un ansia loca de comérsela y decía cosas así como que te voy a chupar toda mamita y mil palabras cada vez más y más vulgares. A ella se le aceleraba el pulso cuando la embestía contra una pared, cuando sus piernas fuertes de soldado la levantaban en vilo y sus sexos seguían entrelazados mientras pasaban del muro a la cama. Y ahora que no había piernas sino muñones resecos, ¿ahora qué?

Juan Esteban sintió su frialdad y se detuvo. Quiso huir, pero no supo cómo, aprisionado aún bajo el peso de sus contundentes nalgas. Se deshizo del seno y le pidió muy quedo que se levantara. Pero ella no obedeció. En cambio se volteó y lo besó en la boca. Luego sí se levantó y lo condujo hasta el cuarto. Lo ayudó a pasar de la silla de ruedas a la cama. Pero antes lo desnudó. Margarita vio sus pectorales, sus abdominales aún fuertes de soldado aguerrido. Le quitó la sudadera y los calzoncillos blancos y la vista de su miembro erecto a medias provocó algo inusitado en ella. Vio también los muñones y extrañó sus pies de varón bien plantado. Luego se quitó rápidamente el vestido y los calzones y se tendió desnuda en la cama junto a él.

Juega conmigo, le dijo, coqueta y cerró los ojos. Ahora era Juan Esteban el que se sentía paralizado por el terror. ¿Qué hacer con este cuerpo joven? Apoyado en el codo de su brazo mutilado, extendió su única mano para amasar lentamente su torso. Ella cerró los ojos y se dejó hacer, ignoró el perenne frío de la ciudad que inundaba su pequeña habitación de paredes desnudas y poco a poco sintió una tibieza que empezaba a invadirla. Cuando la mano de Juan Esteban llego a su sexo, ella ya era río, lago, cascada. Fue entonces cuando ella atrajo su boca hasta sus labios y probó un beso húmedo y sensual que la dejo aún más empapada. Con los ojos cerrados saboreó su boca y descubrió los mismos labios carnosos que la hacían feliz desde hace seis años.

Algo en ese beso revivió en ella la pasión loca que sentía por ese muchacho de uniforme al que había jurado amar toda la vida y la hizo dejar de lado la compasión que la invadía desde que lo vio en el hospital lleno de vendas. Abrió los ojos y descubrió su cara, sus ojos de gato enamorado.  Sin mediar palabras invirtieron los papeles. Ahora era él quien recostado sobre la colcha de colores vibrantes sentía en su cuerpo las manos de ella.  Ávidas, ansiosas, atraparon su sexo en el aire y jugaron con él un instante para luego abandonarlo. Margarita recostó su cuerpo junto al de Juan Esteban y en un sensual abrazo siguió su recorrido con la punta de sus dedos, desde la coronilla, pasando por el perfil, siguiendo al pecho y finalmente deteniéndose en el muñón del brazo izquierdo.  Su boca siguió tras las huellas de sus dedos y fue dejando aquí y allá besos regados, abandonados en el cuerpo varonil y tembloroso. Todo iba bien hasta que presa del deseo Margarita sin pensarlo mucho se dio a besar el muñón de su brazo.

Un grito de dolor irrumpió entre los gemidos de placer y la cara desfigurada de Juan Esteban le indicó a Margarita que algo no iba bien. Me duele, fue lo único que el atinó a decir sin explicarle que en realidad el dolor que sentía era imposible pues provenía de una mano que había dejado de existir el mismo día en que sus pies volaron en mil pedazos a causa de la mina quiebra-patas. Tomó con su mano el muñón palpitante y respiró profundo hasta que el dolor pasó. Esos suaves besos habrían activado algún nervio, pensó. Ya le habían dicho en el hospital que esos dolores fantasmas no eran nada raros en casos como el suyo.

Ella sintió el impulso de abandonarlo todo y salir corriendo, pero se contuvo. En cambio se cubrió con la colcha para espantar el frío y recostó su cabeza en el hombro de él. Era la primera vez que compartían un momento de intimidad desde aquel fatídico día de junio en que sus ilusiones estallaron en el aire. Mientras tanto, Juan Esteban se concentraba en la sensualidad de sentir sus cuerpos desnudos bajo la colcha y trataba de olvidar el imposible dolor. Se quedaron así, adormilados un rato bajo la tibia luz de la tarde. Ella se giró hasta quedar de espaldas a él y fue entonces cuando el empezó a hacer dibujos en ese lienzo viviente que ella le ofrecía. Las cosquillitas se fueron metiendo cada vez más dentro de ella hasta que despertaron de nuevo el deseo. Lo sorprendió volteando la cabeza y ofreciéndole una inmensa sonrisa seguida por un beso caliente, arrasador.

De nuevo Juan Esteban sintió la erección naciente y de repente un zarpazo que atrapó su sexo al vuelo, arriba, abajo, acariciándolo suavemente como sólo ella solía hacerlo. En un instante, con una maniobra de ayudante de mago, su boca desapareció de sus labios para apoderarse de su sexo. Juan Esteban palpó la tibieza, la humedad y deliró sintiendo el placer de ser amado, valorado en su hombría, al menos tenía aún este pene duro, pensó. El impulso de penetrarla se hizo más intenso. Con la fuerza que aún tenía en su brazo intacto, la recostó suave, pero firmemente sobre el colchón. Repto empujándose con la mano y el codo del brazo mutilado, y movió los muñones de sus piernas en un pataleo desesperado por quedar sobre ella, pero no lo logró. Desistió recostándose boca arriba y una vez más se sintió torpe e inútil.

Margarita no le dio tregua, no podía hacerlo ahora que lo veía tan dispuesto al amor, ahora que ella se había despojado del asco. Ahí estaba de nuevo su boca arriba y abajo sobre su sexo lánguido. Trabajó con empeño hasta lograr una vez más la erección y haciendo gala de sus artes de malabarista trepó sobre su cuerpo e introdujo el miembro en su tibieza. Juan Esteban olvidó su torpeza y todo lo demás al rozar la suavidad de sus entrañas. Esta mujer era un volcán que lo devoraba.

Cabalgó sobre él a voluntad, con la libertad del que sabe que la cabalgata puede durar lo que quiera. Se sintió libre de sí misma mientras él se aferraba con su mano a su seno y el muñón descansaba en su cintura. En esos breves instantes de intimidad ya se había acostumbrado al roce suave de esos pedazos de piel brillantes y le inspiraban ternura. Fue esa ternura la que la invadió cuando emitió unos gemidos sordos. Cuando la vio morderse el labio inferior, supo que se estaba viniendo, y entonces ahí sí dio rienda suelta a su sexualidad y sintió el chorro que ya no podía contener más y se dejó ir en olas de placer.  Exhausta recostó su torso sobre el torso de él. Un sudor fino cubrió su cuerpo como un vestido. Con los ojos cerrados empezó a llenarle de besos la cara y los oídos de te amos. Se bajó de su cuerpo y se arrebujó entre la cama, entre sus brazos y muñones, entre su cuerpo. Y se quedaron dormidos con el ruido del televisor de fondo, felices por haber recuperado de entre los escombros de la Guerra un pedazo de la vida que la mina les quebró.

***

Foto: Ernesto G.

Beatriz Elena Mendoza Cortissoz nació en Barranquilla, Colombia, en 1973. Estudió Comunicación Social en la Universidad Javeriana de Bogotá y luego emigró a Estados Unidos donde hizo estudios de cine en Miami Dade College. Participó en el seminario de guión cinematográfico «Story» de Robert Mckee y en talleres de La Casa de Poesía Silva de Bogotá. Se dedica al periodismo Digital y Televisivo. Ha publicado cuentos y poesías en las revistas literarias La Casa del Hada, Baquiana, Puesto de combate, Narrativas, Letralia y en el suplemento dominical del periódico El Heraldo. Su relato “Toñita” fue incluido en la antología “Rompiendo el silencio” de Editorial Planeta. En 2011 Editorial Media Isla publicó su primer poemario “Esa parte que se esconde”.

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Esta entrada fue publicada el 23/09/2012 por en Narrativa.
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