Revista Conexos

Una revista de arte y literatura, sin fronteras generacionales ni geográficas

Llamada en espera

LIEN CARRAZANA LAU

 

Suena el teléfono y es ella, con su voz dulzona del otro lado. Ella. Inconforme con lo que escribo. A ella no le gusta lo que escribo. Pienso en lo que dice de mis cuentos y siento rabia. Ella no sabe que esa rabia es adrenalina, presión sanguínea, fuerza; esa rabia es lo que me impulsa a escribir. Pero no para complacerla. Yo sé cómo ella quiere ser complacida. Quiere abrir las piernas y gritar como una puta, que la profane como a una perra en celo. Le gusta que la atraviese con mi pinga. Y yo no quiero escribir cuentos que le gusten. No me interesa su opinión, me interesa su cuerpo.
–Dime –le hablo seco, agresivo casi, para que corte ese tono de cosquilleo inútil.
–Te extraño, te extraño mucho. ¿Cuándo nos vemos, nene?
–No sé.
En realidad yo también la extraño. Extraño sus piernas largas, su piel lisa, su cuello delgado, su boca grande, su pelo rubio y lacio sobre mi cara cuando me besa. Extraño, sobre todo, esa cueva caliente que tiene entre las piernas.
–Tengo mucho trabajo –le miento–, ahora estoy escribiendo.
El sonido insistente de una llamada que entra se interpone entre mi mentira y ella.
–Un segundo, debo contestar a otra persona –y tomo la llamada entrante.
Es Marcos, tan inoportuno como siempre.
–Leí tu cuento, acabo de enviarte un correo explicándote lo que pensaba –me dice muy protocolar.
–Sí, lo haces leña.
–No, no es así del todo, además sólo es mi opinión.
Claro que es su opinión, si fuera la de un editor de Anagrama serían otros cinco pesos… Pero igual me revienta que se dé el lujo de criticarme tan arbitrariamente.
–Sí, lo sé, tranquilo, no estoy bravo contigo, si es eso lo que crees –le digo intentando mostrarme indiferente.
–Espero que no, pues pocas veces hago esto de dar mi más sincera opinión a alguien sobre lo que escribe. La última vez que lo hice la persona en cuestión no me habla todavía.
Vaya a saber qué le diría y con qué tono. La gente como él se gana unos cuantos premios y cree que se las sabe todas. Como si su tejado no fuera de vidrio. Un cuento igual a otro, la lloradera desde el yo, que si “la ciudad” esto, que si “la ciudad” lo otro… La fórmula de contar su vida cuando su existencia no pasa de ser la cosa más sosa del universo, y tiene tanta suerte que hasta lo publican en la Gaceta.
–Decir la verdad no es la mejor opción, pero no te puedo mentir, brother. Además lo hago porque tú tienes mucho talento, hay con quienes uno no debe ni perder su tiempo –me dice, en el intento por subsanar su crítica desfavorable, pero no estoy ahora para su habladera, la tengo a ella en la otra línea y estoy esperando los resultados del concurso.
–Por cierto, ¿ya te leíste mi último cuento, el que publicaron en la Gaceta? –me pregunta cuando disponía a cortar el diálogo.
–Sí, me lo leí…
–¿Y qué te pareció?
Sabía que detrás venía la preguntica.
–Pues normal, tu estilo.
–¿Te gustó?
E insiste. Hay quienes no tienen límites. Lo más gracioso es que en realidad no quieren saber lo que uno piensa.
–Sí, me gustó. Oye, lo siento pero debo colgar, tengo una llamada en espera. Gracias por leerte el cuento y por tu opinión –me despido rápidamente para no dilatar más la conversación.
–Niñito, te demoraste… –me replica ella.
–Era Roberto para ajustar detalles sobre la revista. ¿Dónde nos quedamos?
No quiero mencionarle a Marcos. Sé que él le da vueltas. Hablan en la madrugada por chat. Él no sabe que me la estoy templando. No sé cómo ella se cree todas esas palabras que él escoge deliberadamente de los libros, no sé cómo no se da cuenta de esa pose forzada de intelectual distraído. Es un cabrón manipulador y ella una imbécil necesitada de afecto, así venga de las palabras de un libro o del parloteo de un chat.
Odio que me lea fragmentos de las conversaciones que tienen, que diga que sólo le interesa el intelecto de él, que son amigos y nada más, como si no supiera que él está loco por pasarle la cuenta. Aborrezco que me hable sobre él como demostración de sinceridad, una prueba que nadie le ha pedido.
La odio. Odio ese pelo rubio artificial, esas manos débiles, los anillos en los dedos, legados de tías, abuelas, primas, de la madre. Detesto ese anillo de plata con la piedra negra en el centro, herencia de la abuela muerta, que ella no se quita ni para dormir. Siento que cuando me acaricia estoy siendo tocado por las manos de todos sus familiares, promiscuidad de la caricia, más de lo que ya implica que ella venga con esas mismas manos con que teclea palabras para Marcos.
–¡Ah, ya me acordé!, nos quedamos en que me extrañabas muchísimo, ¿no? –le digo irónico.
–Sí, mucho, tengo ganas de verte… Muchas ganas, mi nene. Cuando te vea te daré muchos besos, caricias, masajes, y mucho más que no te voy a adelantar. ¿Puedo ir a verte ahora?
Venir a verme significa mucho sexo. Y del bueno, porque no se puede negar que ella está bien preparada en la materia, pero implica también oírla hablar interminablemente sobre sus cuentos, sus ideas, sus libros por hacer, como si uno no tuviera bastante con los proyectos propios. Además, nunca entiendo a dónde quiere llegar con sus historias, pero ser escritora parece que está de moda. Qué va. Paso de ella por hoy. Así se desespera un poco más y cuando venga me cae encima como una tigresa.
–Mejor otro día. Tengo que trabajar y estoy esperando una llamada.
–¿De la otra?
–No hay otra.
–Sí, sí, ya te creí. Seguro tienes varias escritorcillas detrás.
En realidad tiene razón, siempre hay algunas rondando, pero no espero la llamada de ninguna mujer sino del concurso del Club de Escritores, claro que eso no se lo diré, nunca le digo a nadie a qué concursos mando o dejo de mandar. No le estoy mintiendo, ahora mismo ella es la única mujer que me interesa bastante como para dejarla entrar en mi casa. Pero eso tampoco puedo decírselo, es capaz de venir con maletas y todo.
Las mujeres a veces pueden ser muy invasivas, un día entran con un cepillo de dientes en la cartera y a la semana te cambian todos los muebles de lugar. No me siento preparado para vivir all the time con una mujer. Así es mejor, así no me aburro de ella y la mantengo interesada.
–Está entrándome una llamada a mí ahora, espérate un momento, mi vida –dice ella y me deja con la palabra en la boca.
Debería colgarle y luego decir que se cortó. Total, si ya está decidido, no la veré hoy. Para que se quede pensándome como una adolescente enamorada.
–Cariño, ¿estás ahí?
Demasiado rápido para dejarla plantada del otro lado del teléfono.
–Estoy.
–Ay nene, ¿a qué no sabes?
–Si no me dices… –respondo fastidiado, ya esta conversación se ha extendido más de la cuenta.
–Sí claro, perdóname, el caso es que me llamó Marcos para darme una noticia, acaba de ganarse el premio del Club de Escritores, está muy contento. Le he dicho que estoy hablando contigo y nos ha invitado a celebrar, ¿qué dices? ¿Vamos?

Foto: Iaia Cocoi

Foto: Cortesía de la autora

Lien Carrazana Lau (La Habana, 1980) Graduada de Bellas Artes en la Academia San Alejandro. Egresada del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. En Cuba obtuvo varios premios y menciones en concursos literarios, entre ellos: Mención en el Premio UNEAC 2007 y mención en el Premio David 2007, La Habana, Cuba. Premio Nacional de Narrativa Francisco (Paco) Mir, 2007, Isla de la Juventud, Cuba. Cuentos suyos han aparecido en publicaciones, como: ‘Vida laboral y otros minicuentos’, (Antología). Ediciones La caja china, La Habana, Cuba, 2006 y en ‘El Cuentero’, Revista trimestral de literatura Número 02, 2006. Actualmente colabora en la redacción de Diario de Cuba y vive en Madrid. Este relato es parte del libro ‘Cuentos para llegar al otro lado’, 2008.

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Esta entrada fue publicada el 31/05/2014 por en Narrativa.
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