Lo primero que me llamó la atención de esta novela —dada a conocer recientemente por Tusquets Editores— es su título, tan genérico, y en plural. Luego comprendí: no es una sola fuga, sino varias, las que lleva a cabo el protagonista; desde su niñez hasta la definitiva, la huida de la barbarie reinante en Cuba. Pero para que esto último ocurra, ya lo verá el lector, la travesía no es tan larga como tan sinuosa, y a veces en contramarcha.
Su autor, William Navarrete (nacido en Cuba en 1968 y hoy exiliado en París), comienza la obra con la “conga” de los carnavales santiagueros, lo cual sirve de punto de anclaje para que el entonces niño Orlandito, posteriormente empiece a llevarnos por caminos que, más que de su imaginación, provienen de su joven memoria, vinculados con los anecdotarios que le han hecho llegar sus ascendientes. A mi modo de ver, este movimiento narrativo, que corre desde la primera hasta la página 30, cuando da paso a la segunda parte de la novela, es el más logrado en intensidad (otra cosa es tensión).
En este tramo de la obra, Navarrete avisa, por decirlo así, de qué se va a tratar básicamente la historia subsiguiente. Bueno, eso nos hace creer, pues es entonces cuando da un giro, ya en la segunda parte, que nos llevará hacia nuevos e interesantes personajes y otra localización diferente y muy distante de la región oriental de Cuba, La Habana. En principio a la Escuela de Arquitectura de la Universidad. La Doctora “Novatropín”, “tan vieja como el Castillo del Morro”, si bien es personaje solo evocado, y pocas veces, resulta el emblema de la profesora universitaria (y profesor) “revolucionarios”, miliciana a carta cabal, que tanto abundaban en las décadas de 1960 hasta la de 1980 aproximadamente.
La homosexualidad, los homosexuales, tienen un peso protagónico en esta parte de la obra, y en medida relativa a todo lo largo de la acción; justamente allí, en la avenida del Vicio, donde podremos toparnos con la “Cremosa”, o “Ruperta la Caimana”, “y otras locas furibundas” y muy “populares”; la avenida del Vicio, a la cual “Ni los policías se atrevían a asomarse” (…)”de miedo a que una turba de maricones hambrientos de hombres les cayera detrás para mamárselas”. Posteriormente aparecerán la inefable, optimista Garcilasa y Jota Uve, gran estratega en cuanto a burlar la represión más elemental.
Hipérboles aparte, una de las virtudes de Fugas es justamente introducirnos en este submundo (¿es un submundo?) que hasta ahora, que yo sepa, no ha sido tratado en nuestra literatura con tales alcances.
El personaje principal de este segmento resulta la Sombra, amante y quejumbroso en ocasiones, transgresor en otras, que nos seguirá acompañando con su “estar” más bien ubicuo siempre que al narrador le sea necesario.
Esta novela expresa una fuerte dosis anticastrista, o antirrevolucionaria, o como quiera llamársele que, en ocasiones, a mi modo de ver hace que la trama cancanee debido a la agresividad del narrador contra el orden establecido y su capitán: “Mancha de Plátano”, que ya sabrá el lector de quién se trata.
Por otra parte, no creo que, que en este caso el autor, posea la memoria milimétrica de la que hace gala el narrador. Es decir, Navarrete debió de comprobar infinidad de datos para darnos, por medio de sus personajes, anécdotas, dichos, sucesos, localismos, costumbres, aun genealogías, que van prácticamente desde los inicios de la República de Cuba hasta los finales del siglo pasado.
Fugas, en segunda instancia, resulta una gama de hechos históricos y políticos, culturales y sociales de la isla de Cuba, tomados y expuestos con suma precisión, pero a la vez, y esto es lo válido, con aportes personales del narrador (¿o del autor?). Y donde no se haya ausente el ensayo, en ocasiones sobre piezas literarias u obras pictóricas, en lo cual, la mayoría de las veces el autor acierta, pero en otras se extiende demasiado, en mi opinión, y así sale de su destacable lenguaje creativo hacia la información casi en crudo; una apuesta de Navarrete que debe ser mejor estudiada, como igual lo es la técnica de fragmentación utilizada, algo muy de moda en la novelística de hoy, pero que en Fugas alcanza otro aire, toda vez que cuando esto sucede, los fragmentos —retrospectivas circulares en ocasiones—, con buen tino nos llevan y traen a tramas pasadas, presentes en el tiempo y el espacio, y con algún viso del argumento venidero.
Quiero retomar, por lo que me impactó, uno de los ejemplos de buena prosa que nos encontramos a lo largo de Fugas: ese inmejorable que va de la página 31 a la 55 (precisamente donde se hace sobresaliente el personaje Sombra) y que se desarrolla, como decía antes, en la Universidad de la Habana y su periferia. “En esas andábamos. Andábamos no, pues en realidad andar significa avanzar y nosotros estábamos estancados desde hacía rato. Varados en la isla, como un barco irrecuperable…” (Pág. 41), reiteración que con otros enfoques se advierte en una y otra página de esta novela. Pero lo más intenso de este fragmento sucede cuando la pareja (“Una boca podría mentir besando, pero al tacto las manos no pueden disimular nunca la pasión”), como le es habitual, entra en la noche a tener sexo en un ascensor que, aunque funciona, por razones de muy buena explicación casi nadie utiliza…, y el desenlace que se les viene encima esa noche.
Una hipotética llave, que no aparece, la llave de la fuga definitiva, recorre las páginas de Fugas, lo cual, por lo menos a mí, me sirve de recordatorio del “de qué se trata, no lo olvides”.
Pero la fuga real, su narración, en realidad comienza en la página 176, ”cuando Leocadia me acompañó días después a lo de Guillermina”, una santera del barrio habanero la Timba. Ya el despegue para el cierre de la obra, donde conoceremos de la facundia del mulato Kindelán, un acompañante del viaje en un carro de alquiler, mostrador de la otra mejilla cuando resulta el ofendido, en uno de los movimientos de más humor de la novela, cuando la madre del protagonista se hace presente como nunca antes en la acción.
Las páginas finales, como debe ser, van in crescendo en medio de la angustia, la excitación en general, y sobre todo el suspenso, ¿se podrá, no se podrá, inmersos en tanto trámite, algún funcionario despistado, y en fin, de signos, más bien venidos de la subjetividad de Orlandito que parecen indicar que no?
Fugas, por sus aportes a ciertas derivaciones novedosas de la actualidad cubana, tabú en muchos casos, así como por la revalorización de no pocos elementos de nuestra historia patria, y claro, por sus indiscutibles elementos estéticos, es novela que se suma con buen grado a ese universo narrativo que novelistas y cuentistas cubanos de la diáspora van armando, en medio de no pocas dificultades, tanto para las generaciones presentes como futuras de sus compatriotas, quienes solo podrán hallar la verdad de esa época, lo cual parece una paradoja, en la ficción literaria. En obras como Fugas.
Félix Luis Viera Pérez (19 de agosto de 1945, actual Provincia de Villa Clara, Cuba) es un cuentista, novelista y poeta de origen cubano; actualmente nacionalizado Mexicano. Tiene seis cuadernos de poesía publicados. En narrativa, ha publicado las novelas: Con tu vestido blanco (1987), Serás comunista, pero te quiero (1995), Inglaterra Hernández (1997), Un ciervo herido (2003), y El corazón del Rey (2010); y tres libros de cuentos. Ha merecido los premios David de Poesía (1976) por Una melodía sin ton ni son bajo la lluvia; Premio de la Crítica (1983) con En el nombre del hijo y Con tu vestido blanco (1988); Premio Nacional de Novela de la UNEAC (1987) por Con tu vestido blanco.
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