Cuando caminas deprisa recuerdas esas marchas, esas botas tan distantes a tus gustos. Esperabas con impaciencia un fin de semana para estrenar tus tacones, una rubia alta resultaba exótica en esa parte del mundo, dedicabas entonces tiempo a tu pelo.
Te gustaba ese apodo de Romina, una cantante italiana con cabellos hasta la cintura; al llegar a este momento en tu memoria miraste tu trasero en esa puerta con espejos, en realidad nunca fue tan protuberante para el gusto del trópico, pero tu rostro te salvaba, esos ojos que Jorge mencionaba como color del tiempo; ¿qué será de Jorge? te preguntas. En ese lugar de donde vienes no hay un destino predecible, la vida transcurre con demasiados cambios, la tuya es la mejor muestra, hoy por poco dices spasiva en vez de thank you. Hay palabras ambiguas que se pierden, que acompañan a otras que tienen la utilidad vital de la comprensión.
»Este estúpido gordo ha golpeado con el fork lift los estantes de la línea A». Ya no puedes precisar si son intencionales esas faltas. Tratas de corregir sus errores y a la vez aminorar esa aversión que provocas en todos los que no perdonan estar bajo tus órdenes siendo tú una mujer.
Recuerdas de nuevo a Jorge, fue con él la única vez que lamentaste esos prontos, él los llamaba exabruptos emocionales con sus pretensiones de intelectual muy por encima de las cosas. A veces te gustaría verlo, no es la intención de acostarte con él la que te lleva a ese deseo, sino sólo el recuerdo, la necesidad de reconstruir el tiempo, de ver que no eres la misma que ha cambiado, sino que todos formamos parte de un diseño inadecuado, o tal vez de un vestuario para otro clima y no éste… le llamas la atención a ese gordo que te molesta tanto. Esa adicción a la disciplina no la aprendiste con Jorge. Él era todo lo contrario, ese culto por la anarquía fue una de las causas por las que comenzó a decepcionarte, ese afán por romper las reglas que para ti resultaban severas, sin embargo, su voz no alcanzaba nunca ese volumen inapropiado tan común en el país donde naciste.
Tal vez sea por él que tu voz ahora es más pausada, más de acuerdo a tus gustos. Sólo cuando no puedes controlar tu ira vuelves a eso que él llamaba la raíz. A veces las palabras de Jorge te resultaban demasiado huecas, pero el tiempo les puso mayor sentido que a tus dogmas, esos que te hicieron alejarte de él, como no soportar que dejara los estudios, y el rechazo que le hacía a su uniforme militar con el que tanto te gustaba verlo, como tampoco soportaste sus burlas a ese cuadro de Fidel que ocupaba un amplio espacio de tu sala el día en que visitó tu casa. Te pidió un papel y dijo que escribiría un poema, pero sólo fueron ironías donde repetía una y otra vez aquello de cabeza hueca y barba de mal gusto. Hubieses preferido que en realidad hubiese escrito uno de esos versos. Un poema de Neruda que te costaba trabajo memorizar aún cuando te gustaban.
»…A ese gordo hijo de puta no le bastó con romper los anaqueles de la Línea A», ahora se reúne con ese vago de Tomasito, con esas conversaciones en tiempo de trabajo que tanto te molestan. Sabes que eres uno de sus temas preferidos, pero sabes además que no podrán vencerte, que conocen muy poco de tu voluntad y ésta es tal vez la causa de sus atrevimientos. Después de llamarles la atención y romper esa reunión clandestina en un lugar apartado del almacén, vuelves a ese sitio donde la computadora espera por lo que has ideado en un momento. Mientras te repites que no podrán contigo, tecleas sin apenas pensar en las palabras. Un memorándum servirá a todos de advertencia. Llega a tu mente sin saber el motivo, como suele ocurrir con los recuerdos, esas mismas manos desarmando un AK-47 sobre una mesa y con los ojos vendados, colocando municiones en esa arma soviética que debías conocer de memoria, con esa voluntad que siempre te acompaña para tus fines. Pretendiendo brillar en todo propósito.
Jorge solía reírse de ese afán, decía que nada tenía que ver con tus gustos por las modas occidentales, y con esa afición por clasificarlo todo, te llamaba entonces “burguesita de izquierda”, eso era la gente como tú, decía él, hija de padres con viajes a Rusia y otras prebendas que te hacían diferente. Realmente no llegó a molestarte tanto ese apodo hasta el día en que descubriste que te engañaba con Patricia, y a ella la llamaba “burguesita de derecha”, hija de unos gusanos que habían dejado Cuba cuando aquello de las embajadas en el 80, quedando con su abuela en esa mansión de Miramar donde cada semana se daba una fiesta con ese rock que Jorge adoraba.
Por aquel tiempo comenzó todo a cambiar dentro de ti, fue entonces cuando decidiste hacer una de esas locuras por la que hoy sonríes.
Tu escuela de “Camilitos” desfilaría ese día en la tarde, y sabías que Jorge no asistía a marchas. Caminaste hasta su casa conociendo la ausencia de sus padres, cuando escuchaste el Bolero de Ravel a través de las grandes ventanas entreabiertas, entonces él abre la puerta y estás tú, pero pareces otra, la música llena los rincones de la sala. El Bolero de Ravel te lleva a danzar con sinuosos gestos, donde te descubres como una mujer desconocida, con inquietantes movimientos que roban el espacio, que dulcifican la atmósfera con el deseo de la fuga, elevas tu pierna que acompaña al balanceo de tus hombros, una ranura deja entrever un muslo, entonces, tal vez por primera vez, descubre él que además de quererte, también eres hermosa.
Lleva tus manos hasta su pecho, ese que siempre decías deseabas con más vellos; palpas esa erección que has provocado, y comprimes ese miembro entre tus manos, como quien busca despertar el deseo aún más, entonces retiras el rostro cuando él intenta atraerte, y te escapas a toda prisa sin decir apenas palabras.
Alguien entra en tu oficina interrumpiendo tu labor junto al teclado. Sales de esa página que prefieres nadie descubra hasta que no hayas concluido, el visitante inesperado resulta útil para tus planes, hablas entonces de pequeños problemas en el almacén, estantes golpeados y pérdida de tiempo… hablas acentuando las culpas hacia ese gordo que sabes enemigo y al que mencionas en el momento apropiado.
Descubres en los ojos del visitante una mirada que no habías visto antes, una forma despiadada en las palabras cuando se trata de los otros y no de ti, una sensación de comenzar a necesitar de esa presencia. Una forma de mirar en la despedida te da la certeza de que no estás sola. Otra vez voltea la cabeza cuando camina de regreso a su lugar, mientras escondes los ojos como temiendo ser descubierta ante esa extraña sensación. Él concluyó diciéndote que hicieras ese memorándum, sin saber que ya lo tenías listo.
Ahora esperas el tiempo para la decisión final. Fuiste también entrenada para la paciencia. La utopía es un camino que se agota en las palabras, y es sólo útil para crear esa capacidad ilimitada de la espera. Miras a través de esa ventana con cristales que dejan ver la presencia de un pedazo de lago que vuelve a trasladarte a los recuerdos. Puedes ver otra vez ese muro golpeado por el mar y el tiempo. Los arrecifes deben haber cambiado desde que recogías caracoles que luego lanzabas hacia Jorge como un juego de desafío. Vas a marcar el tiempo en la memoria, como si fuera una especie de fotografía. Colocas tu cuerpo bordeando los arrecifes, incitándote a formar parte de ese mar, y después, tocando mientras ríes su sexo con tus manos, enorgulleciéndote siempre de esa dureza provocada por ti.
Lanzas tu trusa lejos, mientras dejas al descubierto tus enormes pezones puntiagudos, respiras profundo, a la vez que te acercas. Tu pelo ha perdido los rizos, y cae sobre tus pechos que se mecen apetecibles.
Una llamada interrumpe a tu memoria, ahora debes subir a las oficinas, y sientes renacer la inquietud que te han provocado esos ojos. Subes la escalera lentamente como aquel día de la despedida, este mármol por el que asciendes no está diseñado como esa escalerilla del avión que te separaba de Jorge, pero aún así, sueles evocarlo. Mientras subes, sintetizas ese recuerdo cuando marchaste a esos dos años de servicio social que nunca culminaste. Nicaragua era un país desconocido, distinto, muy ajeno a tus costumbres para permanecer por mucho tiempo, porque ya entonces en él comprendiste que no habría regreso. Entonces comenzó esa saga a través de la frontera que te trajo a este sitio donde estás hoy.
Atraviesas este pasillo entre cuadros que te resultan enajenantes, una ventana de cristal deja que se precipite la luz sobre tu rostro, estás a varios pasos de su oficina, y esa inquietud en el estómago comienza a despertar. Ahora escuchas una voz conocida, pero piensas que es imposible que sea él. Apresuras los pasos con esa curiosidad femenina que supera al miedo, ya está ante tus ojos quien te ha perturbado en la mañana, y mirándote, mientras deja caer su cuerpo sobre el respaldar, con un gesto de reposo, señala al cercano visitante diciendo que será en varios días el relevo de ese gordo que te molesta tanto, y que casualmente dice conocerte. Tornas en mueca una nerviosa sonrisa, a la vez que escuchas esa irónica oración junto a las breves palabras indescifrables para otros, pero no para ti: ¿Cómo te ha ido burguesita de izquierda? Sientes entonces que se ha unido esa grieta abierta en el tiempo y valoras las razones que te han traído a este día.
Este cuento pertenece al libro Claustrofobia y otros encierros (Ediciones Universal, 2005).
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Rodolfo Martínez Sotomayor
(Foto de Eva M. Vergara)
RODOLFO MARTÍNEZ SOTOMAYOR (La Habana, 1966). Ha publicado los libros Contrastes (La Torre de Papel, Miami, 1996), Claustrofobia y otros encierros (Ediciones Universal, Miami, 2005I), la compilación de textos Palabras por un joven suicida: homenaje al escritor Juan Francisco Pulido (Editorial Silueta, Miami, 2006) y Tres dramaturgos, tres generaciones (Editorial Silueta, Miami, 2012). Cuentos suyos han sido incluidos en recopilaciones y antologías como Nuevos narradores cubanos (Siruela, Madrid, 2001), traducido al francés por Edition Metalie, al alemán por Verlag, y al finés por la editorial Like, Cuentos desde Miami (Editorial Poliedro, Barcelona, 2004), La isla errante (Editorial Orizons, París, 2011), Cuentistas del PEN (Alejandría, Miami, 2011), Reinaldo Arenas, aunque anochezca (Ediciones Universal, Miami, 2001). Su cuento Encuentro fue traducido al húngaro por la revista Magyar. Algunos de sus poemas aparecen en las recopilaciones Poetas del PEN, (Ediciones Universal, Miami, 2007), La tertulia (Iduna, Miami, 2008), y La ciudad de la unidad posible (Editorial Ultramar, Miami, 2009), traducida al inglés por la misma editorial. Ha publicado críticas de cine, de literatura, de teatro, artículos de opinión en revistas y periódicos como: Carteles, Diario Las Américas, Encuentro, El Nuevo Herald, y El Universal. Fundador y Presidente de la Editorial Silueta; codirector de la Revista Conexos.
Me gustó mucho. Es como un Anecdotario de tantas historias vividas, parecidas, reconocibles.