La Habana, septiembre 2 de 1970
Querida Ana:
Mauriac, burgués católico, se ha muerto. Dentro de unos años se morirá Sartre, panfletario y deshumanizado. Algunos años después se morirá Genet, poeta y maricón genial, se morirá Picasso, pintura y negación de la pintura, se morirá la reina de Inglaterra, se morirá tu abuela, se volverán a morir Kafka o Camus, Van Gogh o Nijinsky… Fidel Castro no se morirá jamás. Ni él ni su imagen que, como la de Mao, seguirá atormentando las noches de sus subordinados, que se alzarán sudorosos de las camas y de un salto se pondrán en pie, para gritar: «¡Comandante en jefe, ordene!» y cosas por el estilo. Sus mujeres, medio enloquecidas también por la misma visión, irán corriendo a la cocina a buscar un poco de agua y una pastilla. Para ese entonces ya me habrán secuestrado esta máquina de escribir, ya habrán prohibido la correspondencia con el extranjero, me habrán lanzado de cabeza en un calabozo, me habré podrido entre al moho y las ratas.
Y ya para entonces, desde luego, se habrán escrito otra decena de sesudos ensayos sobre la «crisis de la economía cubana», un centenar de reportajes altamente cotizados sobre las características de la vida en Cuba, y miles y miles de personas habrán leído las informaciones de L’Express y los editoriales de Le Monde sobre la miseria cubana, sobre las «duras» condiciones de la subsistencia en el subdesarrollo, etc. Leerán los cables por la mañana, temprano, al ir a sus respectivas ocupaciones, masticando un croissant o una pastilla de chocolate almendrado, y pensarán con nobleza y buena conciencia en lo complicado que es el mundo, en la pobreza que ellos no sufren, en lo extraño que será la sensación de no poderse mover libremente. Inmediatamente después tomarán un taxi, harán cálculos para las vacaciones de ese año, irán a una agencia de pasajes y comprarán un boleto en un trasatlántico con rumbo a Nueva Zelandia. ¡Ah, qué extraordinario todo, qué conmovedor! Continuarán los periodistas con su redacción impecable; los diplomáticos con su mirada lanzada (en el mejor de los casos) desde detrás de los cristales de su gran automóvil con chofer; los amigos seguirán enviándonos cartas de aliento y de tortura. (…) ¿Qué quiere decir, cómo se traduce todo esto? ¿Qué quieren de mí? ¿A dónde quieren que dirija mi vista, a donde necesitan que yo vaya? ¿Con cuántos días de anticipación habrá que marcar en esa cola…? Y sin embargo, “tenías cosas por decir; sueños, anhelos, viajes, resoluciones angustiosas” (versos de Heberto Padilla); sin embargo, abrir el cubículo gris, donde apenas cabría una mano crispada, del apartado, y extraer una tarjeta tuya, o un sobre con recortes, (…) es algo, repara algo, aguanta de algún modo la pared milenaria y pospone unos días más su desplome ineluctable.
Ineluctable, sí, ineluctable (…). En una carta que en tono un poco desorientado le escribí a nuestra amiga Eleanor hace días (la primera que le escribo en mi vida) le daba una breve descripción de mí mismo, con mis más abultados defectos, y le decía que «no tengo fe en la salvación…» ¿Te das cuenta? No se trata de una constatación teórica, razonada (desde un punto de vista racional más bien cabría tener esperanzas sólo en la salvación); se trata de un anularse frente al espejo, de una incapacidad para verse a uno mismo proyectado en el futuro, una imposibilidad de palpar las propias fuerzas y destrezas dormidas o moribundas.
Cuando pienso de nuevo en la categoría del exilio (y empleo categoría como término filosófico casi), me da terror la soledad, se me remueven todos los complejos, siento un rechazo visceral hacia ese mundo arreglado, satisfecho y supuestamente exigente: ¿me bastarán estos raquíticos brazos, me bastará esta memoria, me bastará esta inteligencia? ¿No despareceré en el primer doblar de la esquina, asediado por los perros o por los policías? ¿No es cierto eso que quieren ustedes demostrarme diabólicamente, con recortes, de que la existencia es prácticamente insoportable en cualquier parte?
Pero entiéndeme: en la primera oportunidad que den, si la funesta «noticia» sobre los viajes no es definitiva, me largaré de este infierno; eso está decidido. Mis dudas no se refieren a la necesidad de rechazar o dejar atrás este caos; mis dudas van hacia el daño que este caos me pueda haber hecho ya y, por lo tanto, hacia el provecho que mis ya reducidas capacidades pudieran sacar del otro caos, ese caos de afuera, multicolor y delicioso, infinitamente humano. Ustedes me hacen bien con sus cartas, me hacen bien con sus postales y sus palabras; me dan una idea de las dimensiones del mundo y una imagen de posibilidades no del todo agotadas, que estarían abiertas (imagino) para mí. Pero también me hacen daño; también me despedazan y me trituran cuando estoy en una guagua llena, en los portales a oscuras, mirando la basura regada en las aceras y los charcos de orine.
Nadie sabe nada: NADIE SABE NADA. ¿Puedes todavía precisar lo que significan esas tres palabras cuando la última de ellas se refiere a tu propia existencia?¿Recuerdas los meses de verano de 1967, la espera, la incertidumbre? Multiplica por mil tus recuerdos, subráyalos, enciérralos en un triple cinturón de tinta roja o verde o negra: tendrás una aproximación de lo que siento. El líder se escabulló torpemente entre repeticiones y elogios a la organización (hablo del discurso en el décimo aniversario de la FMC); nada se ha dicho oficialmente sobre el asunto; pero se sabe que los derechos para las solicitudes de pasaportes deberán ser pagados en dólares de aquí en lo adelante. A eso seguramente se refería el cartel que te copié ya en una carta (…): «las solicitudes de pasaportes recibidas con transferencia [bancaria] antes del 20 de julio del 70 serán tramitadas por correo». (…) El cartel, junto con otros dos que no he podido copiar textualmente, está en los cristales de la puerta de entrada pública del MINREX. Los otros dos carteles dicen algo sobre la entrega de pasaportes: solo se entregarán «mediante la presentación del telegrama de salida», dice uno. El otro agrega algo sobre los poderes (supongo que se refiera a casamientos por poder): algo sobre que éstos, los poderes, deberán ser presentados en debida forma. Te prometo copiar textualmente ambos carteles esta semana y enviarte los textos enseguida; trataré de indagar también si están considerando solicitudes de pasaporte con posterioridad al 20 de julio del 70. (Esta última fecha da que pensar: si a partir del 31 de mayo estuvieran definitivamente cerradas las salidas, no se tomarían en cuenta solicitudes posteriores de pasaporte, ¿no crees?).
(…) ¡Cuánta razón teníamos tú y yo en el 62 al alertar a muchos, y a nosotros mismos, contra ciertos fantasmas poéticos! Pero fuimos torpes con Lezama Lima, que es un genio típicamente cubano, enraizado con dientes y uñas en nuestro desarrollo cultural, el verdadero, el oscuro, el de los subterfugios; no el oficial, el de las cronologías y los cocteles. Me parece que todo aquello merece una buena y nueva reflexión que cale en profundidad y qua se amplíe en humanidad. Paradiso es absolutamente ineludible. Estábamos, tú y yo, quizás, para nuestros 18 o 19 años, demasiado atiborrados de cultura libresca, demasiado intelectualizados; pero la intuición ya nos alumbraba ¡y de qué modo! Estoy de acuerdo contigo en que todo aquello tiene un valor histórico, y me ha vuelto a la mente con particular crudeza en estos últimos días, gracias a la lectura, más o menos entrecortada que he hecho, del último libro de Lezama (La cantidad hechizada), que acaba de salir, y que recoge una veintena de ensayos suyos de diversas épocas que no habían sido recogidos en libro. (…)
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1 José Lezama Lima (1910-1976), escritor cubano, autor de una importante obra poética y narrativa y fundador de varias revistas literarias cubanas, entre ellas Orígenes (1944-1956). El comentario alude a expresiones críticas sobre Lezama y su sistema poético, contenidas en el prólogo de la antología Novísima poesía cubana (Ediciones El Puente, 1962).

Sergio Chávez Bonora – «Nube y carta».
Imagen digital, 2023,
Reinaldo García Ramos nació en Cuba y radica en Estados Unidos desde 1980. Hasta 2001 vivió en Nueva York, donde integró el Consejo de Dirección de la revista Mariel (1983-1985). Recibió en 2006 el Premio Internacional de Poesía Luys Santamarina-Ciudad de Cieza, en Murcia, por su poemario Obra del fugitivo. Tiene además en su haber los poemarios El buen peligro (Madrid, 1987), Caverna fiel (Madrid, 1993), En la llanura (Coral Gables, 2001) y El ánimo animal (Coral Gables, 2008). Su novela Cuerpos al borde de una isla; mi salida de Cuba por Mariel (Editorial Silueta, 2010) ha tenido tres reediciones. Recogió en Rondas y presagios (Miami, 2012) su obra poética publicada hasta ese año. En 2017 vieron la luz dos libros suyos: Una medida inexacta (ensayos y comentarios), en la Editorial Verbum de Madrid, y Espacio circular (Ediciones La Mirada, Nuevo México). El texto que publicamos pertenece al volumen Una amiga en París, de próxima publicación, que contiene una selección de cartas escritas entre 1968 y 1972.