Isidoro se despertó con la premonición de que, a partir de ese día, su vida cambiaría para siempre. Vaya, que estaba convencido de que le había llegado un golpe de suerte.
“Estoy hasta la coronilla de hacer lo mismo todos los días”, se dijo mientras pensaba en el supermercado donde trabajaba llenando bolsas, colocando mercancía en los estantes y barriendo el piso antes de regresar de noche a la casa, muerto del cansancio.
“Al carajo las bolsitas”, dijo en voz alta mientras se levantaba de la cama y se dirigía al baño del apartamento que tenía alquilado en la Pequeña Habana. Para ser exactos, a una cuadra del Parque del Dominó, donde a esa hora un grupo de hombres de la tercera edad, mucho menos ocupados que Isidoro, se disponían a jugar el primer partido de la mañana.
Después de lavarse la cara con agua fría, fue hasta la cocina y llenó la cafetera para colar el primer café del día, mientras pensaba en cómo podría arreglárselas para vivir sin volver a poner los pies en el supermercado donde había trabajado por los últimos siete años. Por supuesto, sin dejar de pagar la renta y sin morirse de hambre.
“Isidoro, tú has nacido para algo grande, no para estar llenando los carritos con bolsas de viandas”, dijo, pero esta vez en un tono más bajo. Porque tampoco tenía por qué enterar a los vecinos de lo que estaba planeando.
La decisión que acababa de tomar no fue un impulso irreflexivo y momentáneo, sino un plan que venía madurando en su cabeza por las últimas dos o tres semanas. Y no tenía la menor duda de que había llegado el momento de ponerlo en práctica.
Se dio una ducha fría que acabó de despertarlo del todo y se vistió con la mejor combinación de ropa que tenía en el closet: un pantalón de hilo blanco, una camisa de cuadritos azules y unos mocasines beige. Después se sentó en el sofá y cogió una revista que tenía en la mesa de centro, la abrió por una página que tenía marcada con un bill de la electricidad y observó con detenimiento la foto de una mujer de cabello rizado y ojos muy maquillados, que era evidente había realzado con pestañas postizas. El titular del artículo se extendía a lo ancho de dos páginas consecutivas, y decía con letras mayúsculas: “Lisandra está embarazada. ¿Quién será el padre de su bebé?”
Una hora más tarde, Isidoro estaba sentado en la cabina de una de las estaciones de radio más escuchadas de la ciudad, esperando su turno para ser entrevistado. El locutor, que en ese momento conversaba con otro invitado, el director de una obra teatral titulada Josefina vino en bote de vela porque La Habana está en candela, se esmeraba en elogiar la puesta en escena que obviamente no había visto porque todavía no se había estrenado. Pero eso no era un impedimento para que él la calificara de “espectacular”, haciendo énfasis en la pronunciación de la ere final.
Cuando el director de teatro salió de la cabina, el locutor anunció un reggaetón que de inmediato comenzó a escucharse por la radio, y le dijo a Isidoro que él sería el próximo entrevistado.
“Continuamos con nuestro programa, queridos oyentes. Como todos ustedes saben, la noticia del momento es el embarazo de nuestra querida actriz y cantante Lisandra, que acaba de revelar en exclusiva la revista Primicias con las estrellas. Y a esta hora todo el continente se hace la misma pregunta: ¿quién es el padre del bebé que espera la protagonista de la telenovela Amor desgraciado? ¡Pues aquí tenemos la respuesta! Sí, señoras y señores, en unos segundos vamos a conversar con el misterioso padre del bebé de Lisandra… lo tenemos aquí en el estudio… sin más preámbulo, les presentamos a… ¡Isidoro Troncoso!”
A Isidoro le sudaban las manos del nerviosismo, pero estaba dispuesto a todo con tal de no tener que regresar al pequeño supermercado de la calle Flagler, a malgastar el resto de su juventud empujando carritos de comida mientras otro se llenaba los bolsillos. De eso nada. A partir de ahora, el que iba a embolsillarse todas las ganancias sería él, el mismísimo Isidoro Troncoso, alias el Titi.
“Señor Troncoso…”
“Puede llamarme Titi, con toda confianza”.
“¿A qué se dedica usted?”
“Bueno, yo soy músico, toco percusión y además tengo escritos varios temas de salsa”.
“¡Ah!, ¡qué bien! Pero cuéntenos, ¿cómo fue que conoció a Lisandra, la reina de las telenovelas?”
“Eso es una historia muy larga, pero me la reservo, porque como dicen por ahí, los caballeros no tienen memoria”.
“Eh, ¡ejem! Pero tengo entendido que ustedes tuvieron un romance, y que usted es el padre del hijo que ella está esperando, ¿no es así?”
“Así mismo es. Y estoy seguro de que va a ser varón, porque en mi familia todos los primogénitos son machos, ¿usted sabe? Pero bueno, yo vine aquí porque quiero enviarle un mensaje a Lisandra”.
“Pues no faltaba más. Adelante, señor Tron.. Tito, quiero decir. Los micrófonos de El reggaetón de la mañana están a su disposición, dígale lo que quiera a nuestra querida Lisandra, que seguramente ella estará escuchando”.
“Bueno, mamita, yo lo que quiero decirte es que te olvides de lo que pasó, la verdad es que me cogiste de sorpresa cuando me dijiste que estabas embarazada, pero yo soy el padre de ese niño y yo quiero que me des una oportunidad para criarlo juntos y que tenga mi mismo apellido, Troncoso. Aquí, donde tantas y tantas personas me están escuchando, te pido que te cases conmigo y te prometo que vamos a ser felices para toda la vida”.
Ni en sus sueños más ambiciosos hubiera imaginado Isidoro la reacción que iban a provocar sus palabras. Apenas había terminado de hablar, cuando la pizarra telefónica de la cabina de radio se iluminó más que el árbol de Navidad del Rockefeller Center, que Isidoro había visto en el noticiero de Univisión solamente, porque nunca había estado en Nueva York. Todo el mundo quería hablar con el hombre que había conquistado el corazón de Lisandra, la Angela María de Amor desgraciado, y aunque algunos fans se atrevieron a echarle en cara el abandono en el que dejó sumida a la reina de las telenovelas, la mayoría de ellos se sintieron conmovidos con su arrepentimiento y lo animaron para que siguiera insistiendo hasta conseguir el perdón de su amada.
Tal como lo había presentido al despertar esa mañana, a partir de entonces la vida de Isidoro dio un giro de 180 grados. Le llovían las ofertas de revistas y programas de televisión que querían entrevistarlo, y hasta lo invitaron a copresentar un show de farándula al mediodía que era el favorito de las amas de casa en todo el país.
Pronto le ofrecieron participar en un reality show que se llamaría Rompecorazones, y en el que participarían las parejas de las principales estrellas del momento. Llegó el día en que Isidoro pudo darse el lujo de dejar el apartamento de la Pequeña Habana y rentó uno más amplio en el Doral, donde también residían la mayoría de los que participarían con él en el reality show. Sólo había un problema: la producción del programa aún no había logrado localizar a Lisandra para pedirle su versión de la historia, pero Isidoro presentía que estaban a punto de hacerlo, y en el momento que sucediera se descubriría que lo que tantas veces le había contado a los medios era pura mentira.
Faltaban sólo tres días para empezar las grabaciones del show cuando Isidoro, al salir de su casa, se tropezó con la mismísima Lisandra que lo estaba esperando junto a la puerta del elevador. Isidoro Troncoso, alias el Titi, estuvo a punto de salir corriendo, de echar un patín, vaya, de decir paticas pa’ qué te quiero, y perderse del barrio hasta que Lisandra se cansara y se fuera, pero de pronto recordó que él era hombre a todo y que sólo los cristales se rajan, que los hombres mueren de pie, y la enfrentó con la mejor de sus sonrisas, la misma que hacía que todas las mujeres se derritieran por él allá en la Calzada de Luyanó, donde vivía antes de venir pa’ la Yuma. Y para su sorpresa, ella no le devolvió la sonrisa, pero tampoco le tiró un gaznatón, sino que le dijo muy seria, casi sin despegar los labios, y mirándole fijo a los ojos.
“Aquí no, vamos a hablar en tu casa para que nadie nos vea”.
Lisandra le habló al duro y sin guante: él se había hecho famoso a costa suya, y ahora ella lo necesitaba.
“Yo nunca he estado embarazada”, le dijo. “Todo fue una estrategia publicitaria para aumentar el rating de la telenovela”.
Pero eso sí: ahora él tendría que desenredar la madeja que ambos habían formado, y si no, ella hablaría y le quitaría la careta ante las cámaras de televisión. Por un momento Isidoro se imaginó volviendo al apartamento de la Pequeña Habana y llenando bolsas de viandas en el supermercado de Flagler, y por supuesto, no tuvo ningún reparo en aceptar la propuesta de Lisandra.
A la semana siguiente la revista Primicias con las estrellas sacó un número especial con Lisandra y él en la portada, y debajo de la foto, un titular que decía: “Isidoro rompe el silencio”.
En la entrevista, Isidoro Troncoso, alias el Titi, contaba lo triste que se sentía al saber que su amada Lisandra acababa de perder el hijo que esperaba debido a un aborto natural, y además comunicaba que habían decidido romper su compromiso de mutuo acuerdo, pero que seguían conservando su amistad. De más está decir que los ejemplares de la revista se agotaron en un abrir y cerrar de ojos, en todos los estanquillos de Miami, y que el reality show de Isidoro no sólo fue un exitazo, sino también el principio de una carrera triunfal en la televisión hispana de los Estados Unidos.
Elvira de las Casas
Miami, marzo de 2012
Elvira de las Casas presentará su novela Doce mensajes a Hércules, publicada por Editorial Silueta, el 24 de agosto del 2012 en la tertulia La Otra Esquina de las Palabras, en Café Demetrio.
Que bueno Elvira publique….
Su verbo claro y sincero suena tan bien como siempre en este relato de Isidoro, obviamente un personaje de la farandula Miamense……
Ivan Canas