Revista Conexos

Una revista de arte y literatura, sin fronteras generacionales ni geográficas

Dos pájaros de un tiro

JUAN CUETO-ROIG

El teatro era pequeño, de poco menos de cien lunetas. «Una sala teatral íntima y confortable», como se anunciaba en la página de espectáculos de los periódicos. Y debido a sus reducidas dimensiones, casi siempre estaba llena.

 Eran las 8:25 de la noche y la función debería haber comenzado a las 8:00. El público, habituado a los imprevisibles horarios de Miami, no daba aún señales de impaciencia.

 De repente, un hombre entró corriendo a la platea y saltó con brusquedad al proscenio. Él mismo abrió el telón. Y aunque el escenario permanecía a oscuras, podía verse que se trataba de un individuo de unos cincuenta años, de aspecto sucio, mal vestido, con una capa raída y un sombrero de fieltro.

 —Si alguien no ha desactivado su teléfono móvil, hágalo ahora mismo, ordenó el estrafalario personaje, en un tono que muchos calificaron de extrema rudeza.

 Después, en tono más conciliatorio, dijo.

—Si bien es cierto que el teatro ha sido siempre mi vocación, debo aclararles que yo no soy un actor profesional, aunque siempre quise serlo. Tomé clases de arte dramático en Cuba, en la prestigiosa academia de Teatro Estudio de los hermanos Revuelta. Mi sueño era ser galán de telenovelas. Pero el miedo escénico truncó mi carrera. Y pensar que tenía todas las condiciones para triunfar; porque aquí donde ustedes me ven yo era un muchacho precioso, y con una melenita de poeta romántico que llamaba la atención. Una vez, en medio de la clase, la profesora de dicción, que era a su vez una famosa actriz, me miró fijamente y me dijo: Un día haré Cándida y tú serás Eugenio… Esa misma noche, ilusionado, me aprendí todos los parlamentos de la obra… todavía me acuerdo.

 Y con voz engolada comenzó a declamar:

Ella me ofreció todo lo que me atreví a pedirle: su chal, sus alas, las estrellas que coronan su cabeza, los lirios de sus manos, la media luna bajo sus pies…

 Después, en rápida transición, prosiguió.

 —¡Qué Eugenio ni qué ocho cuartos! Ni a extra de películas llegué. Y qué desperdicio de juventud y belleza, porque yo quisiera que me hubieran visto: cara, perfil, ojos, boca, nariz… y otros atributos que volvían locas a las mujeres… y a los hombres, para qué decir una cosa por otra. Pero la timidez impidió que realizara mi sueño. Y cuando con el tiempo perdí la vergüenza y me convertí en un hombre sin miedo a nada, era ya demasiado tarde. Ya no era joven, y nunca me ha gustado ser segundón de nadie, ni estaba dispuesto a ser padre ni tío de protagonistas. Ni a aguantarle poses ni majaderías a ningún galán. ¡Galanuras a mí!, que tenía mejor figura que todos los actores que salían retratados cada semana en la sección «La farándula pasa» de la revista Bohemia. Y que pude ser «La revelación juvenil del año» o «Mr. Televisión». Porque créanme, yo era el joven más bello de La Habana, como me llamó una vez un productor medio maricón él que trató de ayudarme; y ¿qué pasó?… que en el primer ensayo no pude articular palabra.

 El hombre hizo una breve pausa para enseguida, en voz un poco más amable y jocosa, continuar su relato.

 —Aunque donde hubo fuego, cenizas quedan. Porque no me negarán que todavía tengo lo que se llama presencia escénica, ¿no les parece?

 Y mientras daba unos pasos exagerando un andar elegante y desenvuelto, añadió:

 —Miren qué manera de dominar el escenario.

           Después, de nuevo frente al público, continuó.

 —Pero no, ya no; si cuando era joven y tenía todo a mi favor no pude, para qué voy a empezar ahora que los años y la mala vida me han maltratado tanto. Sólo que me enteré de este festival de monólogos y me dije, aunque sea una sola vez… aunque sea la última vez en mi vida, quiero pararme en un escenario… porque frustrado y todo, yo siempre he llevado dentro al actor, y pensé que ésta podría ser mi gran noche… y de paso, matar dos pájaros de un tiro.

 Hizo una pausa, encendió un cigarrillo y…

 —Y me imagino que ustedes se preguntarán el porqué de estas revelaciones. No, a lo mejor no se preguntan nada, y quizás hasta les interese mi historia… Porque improvisación y todo, esto también es actuar. Y aunque ustedes vinieron con la intención de ver una obra teatral hecha y derecha, por muy monólogo que fuera, y no a escuchar las confesiones de un fracasado, creo que la vida puede ser a veces más interesante que la ficción, así que quiero pensar que no se están aburriendo.

 Hizo una pausa y, como buscando algo, examinó cada pieza de la utilería.

 —Por suerte, el monólogo que se iba a representar aquí esta noche requería un vaso de agua. Lástima que no requiriera algo más que agua… Pero yo cargo siempre mis provisiones.

 Se dirige a una mesita al fondo del escenario, sobre la cual hay una jarra y un vaso. Se sirve agua en el vaso y la bebe con lentitud. Después, saca una pequeña botella del bolsillo y se la empina, mientras  pasea su mirada sobre el público.

 —Qué bien, veo que hay dos periodistas en la sala. Así que seré la noticia teatral de la semana. Pero sin fotos.

 Y en tono firme, y mirando fijamente al público agregó:

 —Que a nadie se le ocurra tomarme una foto.

 Se sentó en una silla, apagó el cigarrillo, y continuó.

 —¿Quieren saber el resto?

 —Pues después de ese fracaso como aspirante a actor, siguieron otros. Un matrimonio que duró tres meses. Comprendí que no tenía la disciplina ni la fidelidad que requiere una relación formal. Después el exilio, al cual no me he podido adaptar. Creo que nunca debí salir de Cuba. A los dos años de llegar a Miami me volví a casar con una mujer que me doblaba la edad y que me mantuvo por un tiempo, hasta que se cansó de mi inutilidad, como solía decirme. Y la verdad es que tenía razón. Ningún trabajo me gustaba. Yo no nací para recibir órdenes. Hasta mis padres me viraron la espalda. Y un buen día me vi en la calle. Después, la bebida, las drogas, la cárcel. Y aquí me tienen. Como ven, una historia como la de tantos que deambulan por esta ciudad, sin familia, sin techo, y cuyas únicas pertenencias son las ilusiones perdidas.

 El hombre dio un paso atrás, hizo una gran reverencia y, en voz grave y solemne, concluyó:

 —Eso es todo.

Mientras el público aplaudía, él iba cerrando el telón. Sólo dejó abierto el espacio que ocupaba su cuerpo.

Cuando los espectadores comenzaban a levantarse de sus asientos, les hizo una señal con la mano para que se detuvieran.

—Gracias por los aplausos… pero no sólo de aplausos vive el hombre, y mucho menos alguien como yo.

Puso el sombrero en el piso al borde del escenario y sacó una pistola.

—Ahora depositen todo el dinero, los relojes y las prendas en ese sombrero, y después salgan despacio y en silencio. Y de nuevo, muchas gracias… sobre todo por los aplausos.

  La noticia apareció en la primera página de todos periódicos de la ciudad.

 Un actor murió el sábado pasado en el escenario del teatro donde acababa de actuar, a consecuencia del tiro que le disparó un hombre desde la platea. La policía calificó la muerte como un lamentable accidente. Dadas las peculiares circunstancias del caso, las autoridades no han formulado cargos contra el que le disparó. Los que presenciaron los hechos culpan al autor de la obra por la muerte del actor, el cual desempeñaba el papel de un indigente, que al final del monólogo amenaza a los espectadores con un revólver para robarles. No haber advertido al público que se trataba de una farsa, fue la causa de que la representación tuviera tan trágico desenlace.

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4 comentarios el “Dos pájaros de un tiro

  1. Ivan Canas
    16/07/2012

    Muy bueno, Juan…..Felicidades……!

    Ivan Canas

  2. Elvira de las Casas
    16/07/2012

    Sorprendente final, con un toque de humor negro, me encantó.

  3. sindo Pacheco
    23/07/2012

    Excelente relato, fluye como un manantial, con un final exquisito y sorprendente. Felicidades.

  4. CARLOS M. PULODO
    31/07/2012

    nUAY AGRADABLE Y FRESCO RELATO, SE SALE DE LO CORRIENTE YES COMO UN VVASO DE AGUA EN EL DESIERTO. FELICIDADES

    CARLOS PULIDO

Los comentarios están cerrados.

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Esta entrada fue publicada el 16/07/2012 por en Narrativa.
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