La voz de mi madre
Me dormí en aquel sillón de mi terraza. La pecera de mi hijo, sonaba como un tren. ¡Qué larga noche! ¡Cuántas sombras esperando su llegada!
Mi madre desde lejos me observaba.
Su lejana voz pude escuchar, ahí está tu amor, ya pronto viene.
Mis pequeños gigantes
Los dos eran hermosos y eran míos. Uno suave y agraciado. La otra viva, de belleza estilizada. Jugaban con carritos que él no tuvo. Jugaban con sus ojos amorosos. Se abrazan en las fotos y en la vida.
Mi padre
La noche era buena, y él nació. Divertido, sencillo, sin dobleces. Mi madre en mis delirios me avisó.
Él vino sonriendo, feliz por lo vivido… tocó mi puerta y ese día partió.
Los finaditos
Amigos he tenido. Los buenos se han quedado.
Los otros han caído. Qué triste funeral de finaditos. Las flores ya los cubren y al punto se marchitan.
Las espinas crecen, los cercan, los enredan. La niebla se los traga.
La verdad
Qué triste la verdad cuando no brilla. Camina por las sombras, la entorpecen. Los magos del barranco la persiguen, pero ella se escabulle, se disfraza.
La luz y la sombra
El viejo y fuerte Laurel del patio de tu casa, de mi casa, la impulsa, la rodea, sus hojas y la brisa la protegen, la luz se aprovecha y la cobija.
La máscara
La máscara dorada, la máscara del viejo, la máscara del joven en cabal sorna, todas se derriten. Muchos corren con maletas repletas de mediocres pergaminos, Villanos, se aproximan a su hoguera. ¡Arden! cenizas sin diamantes y sin sangre se dispersan, caen, no encuentran rumbo.
Kassandra
Ama y predice. Tras su abrazo la estatua del miedo se sacude. Lanza rayos de palabras escupidas. Nadie cree lo que la bella dice. Huye entre nubes que funestas se deforman, el amor del cielo es perturbado. Sólo el don en la serpiente es recordado. Su vida arriesga, mientras profética y hermosa, se oculta por Ayax perseguida.
Mi gaviota
Vuela, vuela alto, apenas caza. Se debate el interés de su agonía. ¿Qué la trae y qué la lleva? Nadie puede encontrar su atisbo. Separada de cordial bandada. La gaviota es peregrina.
Elogio a “la modestia”
Todos gritan, regocijan sus talentos. Ellos miran con el gesto leve. Con alardes y atributos callejeros, los amigos vuelcan. Beben en cantinas. Y en ardides de modestia, de guiños ensalzados, celebran la fiesta y el olvido.
La vergüenza
Llegó y se fue. Luego regresó, ladina. Su rostro de alazán, relincha. La vieja furcia se desboca, no encuentra el heno, no hay más propinas; y en un desesperado intento, sólo salpica con chinela frágil, maloliente y disipada. En el viejo ejercicio envilecido, su rostro languidece. El tiempo y la ignorancia la han barrido. Y aquel muro del olvido, día tras día se empobrece. Tuerce el dogal. Lo quiebra.
Los jueces
Como jueces de moral ajena, persiguen tus pecados. Narices puntiagudas los delatan. Lloran por lo no vivido. Penan en su eterna mancha. No dudan. Todo lo saben. Son sencillamente perfectos.
La Ignorancia
Extraviado, dogmático, ignorante, caminaba por la senda del desprecio. La pícara osamenta creía que burlaba la materia. Cuanto más creyó saber, más oscuro en perspectiva se quedaba. Que tristeza causa a quien le observa. Caronte diligente le esperaba, su vela marcha hacia la parca infame.
La invitación
La sala era parte de la isla con brisa, plantas y quizás algo de salitre… bancos muy rígidos los acompañan. La visita no llega, no es sorpresa. El honor y la mentira se entrecruzan. No hay más preguntas. Las excusas de esos días conducen al silencio. La sala se quedó vacía.
La pérdida
El dolor me transforma, ¿a dónde me lleva? La soberbia resintió el afecto. La pérdida de lo que nunca tuve palmoteó la mentira de su abrazo.
En Coyoacán (Peregrina)
Eras mi paz, mi certidumbre. En un tiempo de sombras y esperpento tu brazo protegía a nuestra hija. Tocaba tu mejilla con mis labios. Paseábamos por el viejo zócalo. Aves pequeñas con mensajes amorosos nos rodearon, mientras actores, paliacates y artesanos ondeaban tras los aires del Parnaso. Recuerdo a la señora de las cartas, sentada allí, frente a la iglesia. El amor es no rendirse, sonrió y nos dijo.
El personaje oscuro (Peregrina)
Allí va mi personaje oscuro. Un vampiro, en mi noche desolada de artimañas y mentiras por venganza hurta mi espacio, se retuerce, me invade el alma. Me muestra mil guerras y penumbras. Su capa es de lujos y apariencias. Su sonrisa es odio, todo un rey de la magia negra. Me deja el aliento desbocado. Es hábil, pero no infalible. La luz lo acosa, ese es su karma.
“El masevero”
Severo con el arte ajeno, va de ronda en ronda, con traje de lobo o de cordero. Corbata árida y estricto saber, predica el altanero. Qué implacable su pluma ¡qué temor causa!… al menos eso cree. Mientras él pobre masevero, busca el “respeto”, que por don propio no alcanza. El arte lo saluda y él no lo ve.
La noche del Nirvana
La pasión y el vino nos rodean, un rico manjar y una llovizna planean nuestro abrazo. Es la noche más larga, es la más breve. Es también la más soñada. Es perfecta, es alocada, es Pasadena en nuestro amable cuarto. Un beso rojo arrebatado. Mi pie indiscreto, y el tuyo más osado, descorren la cortina denodados. Nuestra noche es infinita, desatada… Es el soplo suave de una vela.
Mi vieja dama
Mi ciudad, mi vieja dama. Me viene en ruinas, se va en nostalgias. Es bella y arrogante. Mi casa de alquiler está habitada. Mi viejo patio con su parra seca. La loma de San Julio desgarrada. Los rastros del tranvía ya roñosos, desangran mi ciudad en su agonía. El bello álamo en la esquina, me protege. Sus hojas bailan. Mi casa en el Vedado. La parroquia de Línea y la casona. ¡Cuánta reliquia en mis recuerdos! Esa es mi Habana, mi vieja dama.
Habanera
Nunca te vi. Jamás pude soñarte. Viajaba por la vida atribulada, sin tiempos, sin cadenas, con nostalgias. Muy joven, muy arrogante, muy extraviada.
New York
La ciudad infinita es alocada, vibrante, sucia, opulenta, y deseada. “New York, New York…” Es el Soho, Manhattan y un café, es el teatro… la noche y su helada. ¡Es la gloria! La vida y la muerte, sin fronteras. Es el recuerdo, el polvo, el viento y la esperanza.
La capital del fraude
¿Qué es el robo de un banco en comparación con fundar uno?
La ópera de los tres centavos
Bertolt Brecht
La ciudad sobre el pantano crece. Moscas, banqueros, mosquitos y lagartos invaden vecindarios desahuciados. La gente va y viene, a no sé dónde. Un homeless por la calle pasa. El juez golpea, se sorprende, mientras diez políticos corruptos cobran por su aliento, castigan a la gente. Beben un Château d’Yquem de 1787, ¿castillo d’Yquem? ¿Será de quién? ¡Celebran 500 mil millones en fraude! Ofrecen casas a 100 dólares el título. Dos perros callejeros los observan. No hay más que hacer. Los pobres canes con la cola entre sus patas, se marchan a su oscuro vecindario.
La vergüenza
Llegó y se fue. Luego regresó, ladina. Su rostro de alazán, relincha. La vieja furcia se desboca, no encuentra el heno, no hay más propinas; y en un desesperado intento, sólo salpica con chinela frágil, maloliente y disipada. En el viejo ejercicio envilecido, su rostro languidece. El tiempo y la ignorancia la han barrido. Y aquel muro del olvido, día tras día se empobrece. Tuerce el dogal. Lo quiebra.
Virgilio Sibilino
Virgilio sibilino profético y amado
rodea a Clitemnestra con furias
o benévolas venganzas.
Electra que repudia
y Orestes que pregunta
¿es éste o es el otro?
Agamenón Garrigó recorre las botellas
las vierte en su garganta
le grita, la avasalla.
Egisto luz y sombra
planea su escapada
planea su estocada
es sexo y es venganza
es alma ya pasada.
La sangre derramada
corre lenta y denodada
la fruta pronunciada
rodea la casona y busca la mirada
y busca la caricia de un hombre que la aclama
la fruta lujuriosa recorre
su garganta
se pudre y la desangra.
La bella Electra, la bella Clitemnestra
¡Qué tarde tan osada!
¡Qué muerte se presenta!
¡Qué hijo la desprecia, qué adiós!
¡Qué sangre la reclama!
Virgilio en su delirio
olvida la mirada y pierde
a Clitemnestra, la escupe
y la remata.
La fruta envenenada es mueca
y es revancha es madre y es
la furcia, es pobre y renegada
es vieja historia, es destino
es una mala pasada.