Revista Conexos

Una revista de arte y literatura, sin fronteras generacionales ni geográficas

Elefantes amarillos y otros relatos

ERNESTO G.

Elefantes amarillos

Para Ena Columbié

Ella me preguntó si los había visto, si había visto los elefantes amarillos. Yo fijé la vista en los gigantescos robles del otro lado del río, acaricié su rostro, la besé y le dije: “Los he visto, los veo siempre que venimos aquí. Ahora mismo los estoy viendo. Son  hermosos. ” Ella sonrió, cerró los ojos y se quedó dormida. Yo fijé la vista en los árboles una vez más y me quedé observándolos hasta que finalmente desaparecieron.

El olvido, ese raro animal

Como es natural, el olvido es algo posible, por muy lamentable que parezca. El olvido es un alimento muy nutritivo, y es a la vez un animal raro. Tiene alas, pero detesta volar y se pasa el tiempo revolcándose en el lodo. Expele un mal olor y se rumora que ha hecho pacto con Lucifer. Hace unos días vi a uno saltando, como si estuviera de fiesta o quizás bajo la influencia de algún estupefaciente. Gritaba frases ininteligibles, se tambaleaba de un lado a otro, lloraba. Qué imagen más funesta. Lo seguí hasta que se hizo de noche. Desapareció detrás de unos árboles a la salida del pueblo. Me dio miedo seguirlo. Al otro día, cuando me enteré de que el olvido había muerto al caer desde lo alto de un acantilado, me sentí muy culpable. Ahora, el recuerdo de ese olvido no me deja vivir, y es una imagen funesta.

Una señora ha abierto una puerta

Una señora ha abierto una puerta. La puerta es gris y la señora va vestida de negro (ciertos lectores exigen estos detalles). Por las tardes unos niños juegan afuera y la mujer los mira, no entiende su felicidad y su alboroto, no entiende a esos seres inquietos que lo mismo patean un balón que el trasero de un contrincante. Llegada la noche, la mujer entra de nuevo a su casa de paredes blancas (ciertos lectores exigen estos detalles) y se sienta frente al televisor a ver las noticias. Después se toma un té caliente y se come un pastelito de guayaba, su fruta predilecta (a los lectores no le interesan este tipo de detalles pero a mí sí). Cuando se queda finalmente dormida, sueña que es un balón al que no dejan de patear.

Los efectos nocivos del tabaco

Abrió una gaveta. Buscaba cigarros, pero encontró un bolígrafo. Escribió un texto sobre los efectos nocivos del tabaco. Al día siguiente volvió a abrir la misma gaveta en busca del bolígrafo para terminar el texto del día anterior. Pero esta vez encontró los cigarros y se puso a fumar. Así sucedió por mucho tiempo. Abría la gaveta con la esperanza de encontrar el bolígrafo, pero sólo hallaba los cigarros. Nunca dejó de fumar. Nunca terminó el texto. Dicen que murió feliz.

El orden natural

Un día el señor se dio cuenta de que lo que había aprendido en los libros que había leído desde la infancia no le había servido para nada. Decidió entonces enfrascarse en la compleja tarea de desaprenderlo todo. Pero cómo, se preguntaba una y otra vez. ¿Cómo lo borro todo? Pasaron varios días de angustia hasta que finalmente dio con lo que él creía era la solución: releer los libros que había leído, pero variando el orden natural de la lectura. Empezaría por el final y los leería de derecha a izquierda. Así (creía él) sería posible desaprender lo aprendido. Desafortunadamente, logró el efecto contrario: aprendió aún más porque al leer en sentido contrario al natural pudo entender cosas que antes se le habían escapado. Este nuevo conocimiento tampoco le sirvió para nada, pero lo mantuvo entretenido hasta que apareció otra angustia. Pero de ésa no hablaremos aquí.

Después de Henry

Me miras. Sabes que te deseo. Pero no tienes ganas. Acabas de beber un té negro con leche. Te tumbas en la cama. Lees a Henry. Relees más bien. La luz del verano entra por la ventana y calienta tus nalgas. Te sigo observando. Me miras con cara de enojo. Sólo deseo leerlo, me dices. Regresas a la lectura. Yo espero paciente. Terminas el libro. Se te acabó lo que quedaba de Henry. Entonces entro yo y aprovecho ese momento de debilidad. Algo calienta tus nalgas y no es el sol.

El mago arlequín

El mago arlequín archimediócrito tiene un grave problema. Se ha levantado, ha abierto los tres ojos (los magos arlequines tienen tres, no se extrañe) y ha visto el mundo en blanco y negro. El problema no es que no vea los colores (se sabe que los magos arlequines poseen visión monocromática).  El problema es que ha visto al mundo pero el mundo no lo ha visto a él. Se pregunta cómo es posible que no lo noten, él, tan mago, tan arlequín, tan archimediócrito, tan monocromático, tan tres ojos. No, las cosas andan mal.  Debe hacer algo pronto. Entonces decide arrancarse los ojos y ponérselos al mundo. Y se va feliz porque ahora el mundo podrá verlo tal y como es, una grandiosa y magnífica figurilla monocromática.

Mañana de verano

Ella se desnuda. Me mira con deseos. Yo me quedo sentado en el sofá, periódico en mano, leyendo las noticias de un mundo que anda muy mal. Hoy no es un buen día para hacer el amor. Hoy no es un buen día para disfrutar su cuerpo joven, sus senos pequeños, su piel oscura, su sexo que se oculta detrás de una pelambre copiosa (nada mejor que adentrarse en ese monte lentamente, nada mejor que esa búsqueda del cauce, nada mejor que el descubrimiento del agua). La miro con esos ojos que ella sabe leer. Se viste de nuevo y me trae una copa de vino. Se sienta a mi lado. Me mira en silencio. Acaricia mi cabello. Yo la miro por un instante y regreso al periódico. Ella sale al jardín. La observo a través de la ventana. Se echa en la hierba, sus ojos buscando no sé qué en la distancia, sus piernas abiertas a la brisa de la mañana. Lanzo el periódico al suelo. Salgo al jardín. Hacemos el amor furiosamente.

El mercado

Este es el mercado. El sitio de las transacciones. Aquí le vendemos lo que usted quiera comprar. Esta semana los siguientes olores están en oferta: el olor de un sexo virgen, el olor de una mentira, el olor de una camisa de fuerza, el olor de una puta turca en Madrid, el olor de una navaja que nunca ha cortado carne, el olor de una mujer a punto de engañar a su marido, el olor de una sotana, el olor de los silencios acumulados, el olor de un país en crisis, el olor de un dictador antes de ser ejecutado, el olor de las flores del mal, el olor de la derrota, el olor de la victoria, el olor de la desdicha, el olor de una habitación vacía, el olor de una esperanza (es decir, el mal olor).

El hombre y el gato

Después de la gran explosión, él y su gato fueron los únicos sobrevivientes. La comida duró tres semanas. La compartieron como buenos amigos. El hambre. El gato sabía. El hombre siempre se impone. Primero fue la cola. La cortó con cuidado. El gato maulló pero después hizo silencio. El hombre pudo resistir otra semana. Después fueron las patas traseras. Al cabo de nueve días, las delanteras. El gato maullaba. Fueron días y noches de dolor. De pronto el hombre enfermó. Le cayó una fiebre muy alta. A la semana murió. El gato tuvo comida por todo un año.

 

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Ernesto G. La Habana, Cuba, 1967. Poeta, narrador, videasta y blogger. Licenciado en Lengua y Literatura Inglesas por la Universidad de la Habana. Primera mención (Poesía) en el Concurso “13 de Marzo” (1987). Codirector de revista de arte y literatura Conexos y director de iSawFinger Productions. Editor del blog http://losrelatosdemauricesparks.com/. Ha publicado Los relatos de Maurice Sparks (Editorial Silueta, 2011).

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3 comentarios el “Elefantes amarillos y otros relatos

  1. Elvira de las Casas
    01/03/2014

    Todos me gustan, ya quiero leer el libro. Pronto. ¿Cuándo lo tendremos?

  2. Ximena Gomez
    01/03/2014

    Me han gustado mucho, gracias Conexos.

Los comentarios están cerrados.

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Esta entrada fue publicada el 01/03/2014 por en Narrativa.
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