Así hablamos
Es un día normal de clases en una de las tantas escuelas preuniversitarias de La Habana. Solo que en una de las aulas el profesor no llega a tiempo y como es natural los muchachos y muchachas (como se acostumbra a decir ahora) se sientan en grupos para «matar el tiempo», o mejor dicho, en espera del «profe» de Español y Literatura. Así Yunia se propone «hacer el día», es decir divertirse a costa de su nuevo compañero y vecino, pues los dos viven en el mismo edificio de la calle Monte.
—Oigan pa’ca –comienza diciendo la muchacha para llamar la atención–. Ayer mi abuela pasó tremenda pena, si hasta le subió la presión.
—Eh. ¿Y eso por qué? –se interesa su amigo Yandy, que aunque vive en el Vedado estudia en ese Pre pues sus padres son profesores de allí.
—Ustedes saben, Juan Miguel, es decir Juany desde ahora, es de Guantánamo y hace poco se mudó para el apartamento de arriba del mío.
—Oye, eso no tiene nada que ver –se defiende Juany–. Además, la pena la pasó mi mamá por culpa de ustedes.
—De eso nada. Todos los vecinos oyeron a tu mamá decir que se le había caído una «cuchara» en mi patio.
—No chica. Ella dijo bien clarito una «cu ta ra».
—Bueno, bueno –media Yandy– ¿y qué pasó con eso?
—Nada, niño. Que mi abuela buscaba la maldita cuchara y no aparecía, aunque la mamá de Juany le decía que la tenía delante de sus ojos. Hasta que por fin le señaló una chancleta y le dijo «Señora, esa es mi cutara».
—Claro –dice Yandy sabelotodo como siempre y alza las manos para calmar los comentarios de los demás muchachos–. Lo que pasa es que en parte del oriente del país se le dice cutara a las chancletas y pantuflas, como decimos nosotros aquí en la Habana.
—Ya ves. Quien pasó pena fuimos nosotros.
—No, no deben apenarse por eso –sigue filosofando Yandy–. Cada región tiene sus formas de hablar, lo que tienes que aprender y adaptarte a nuestro vocabulario.
—Es verdad –interviene otro muchacho–. Fíjate, mi prima Daly es tremenda luchadora. Y tu, ¿qué dirías de ella?
—Bueno –Juany está un poco dudoso pero se decide a hablar–. Bueno, no sé porque mis abuelos también lucharon contra los que querían quitarle las tierras.
—Ya ves –le corta Yandy aguantando la risa–, aquí «luchador» o «luchadora» se dice de personas que hacen cualquier cosa para ganar dinero.
—Sí –interviene Yunia–. Un luchador para buscarse un dinerito lo mismo te vende carne de gato diciendo que es conejo, que se casa con un extranjero.
—Vaya, yo creía que el compromiso con los extranjeros era porque se querían de verdad y por eso se iban con ellos.
—Mira, Juany, esa es otra palabra «compromiso» no debes usarla mucho.
—¿Por qué? Esa no es una mala palabra.
—¡Ay chico! –dice Yunia riendo–. Tú no sabes nada. Aquí se dice así cuando dos del mismo sexo están juntos.
—¿Cómo? Dos hombres.
—Sí, déjame explicarte. Dos hombres o dos mujeres. Y se dice el compromiso de «fulano o fulana» con «mengano o mengana», y ya no hay que decir nada más sobre ellos.
—Oigan, cállense –dice alguien desde la puerta del aula–. ¡Ya viene el profe!
Y así es, llega el profesor, pone los libros sobre la mesa y saluda amablemente. Después escribe la fecha en el pizarrón y se vuelve hacia los alumnos diciendo:
—Hoy hablaremos de una de las grandes figuras de la literatura contemporánea de España. Este gran escritor incursionó en el teatro, la poesía y otros géneros literarios. Su vida estuvo marcada por ser un notable luchador y estar comprometido con destacados revolucionarios de su época. ¿Saben ustedes el nombre de este intelectual español?
—Profe –dice Juany poniéndose de pie–. El nombre no lo sé, pero le aseguro que fue tremendo ma…
—¡Cállate, Juany! –grita el aula a coro.
El regalo
Aunque ya era tarde el salón principal estaba colmado de gentes. Tal vez por eso Ramiro decidió salir y caminar hasta el parque que se encontraba frente al edificio para sentarse en un banco solitario. Le hubiera gustado acercarse a su hijo antes de salir, era su cumpleaños y deseaba besarlo una vez más, pero prefirió no hacerlo y así evitar un nuevo ataque de furia de Juliana. Hacía ya tres años que se habían separado y desde entonces mantenían una secreta lucha por quitarse uno a otro el amor del Nene, de esa manera llamaban a su único hijo, y la mejor forma que encontraron para lograr sus propósitos fue dándole todos los gustos al pequeño.
En la oscuridad del parque Ramiro recordó todo lo acontecido ese día. Era sábado, por eso el niño estaría en la casa y temprano en la mañana llegó sin anuncio previo, como hacia siempre. Fue el Nene quien le abrió la puerta y de un salto subió a los brazos del padre.
—Papi, ¿qué me trajiste? –preguntó sin preámbulos.
—Una cosa que te gustará. Pero primero un beso para mi Nene.
—Si, si. ¿Pero donde está tu regalo?
Juliana salió del cuarto en ese momento y en tono irónico dijo
—Registra los bolsillos de tu padre. Seguro ahí lo tiene.
—Pues no. Esta en el garaje del edificio. Así que ahora mismo nos vamos para allá.
—No, no. El niño tiene que desayunar –trató de persuadir ella viendo que había fallado su ironía.
—Después, mami, y ven tu también a ver el regalo –dijo el Nene y salió rápido escaleras abajo.
En el garaje, junto al auto de Ramiro estaba una bicicleta con un gran lazo rojo en el manubrio.
—¿Una bicicleta? –preguntó dudoso el Nene parándose en la puerta del garaje.
—Sí, una bicicleta, pero no igual a la que tú tienes. Mírala, mírala bien –le dijo Ramiro poniendo su mano sobre hombro del niño.
—Es una bicicleta eléctrica –murmuró Juliana con voz entrecortada.
—Sí. Y de las mejores, Nene. Cuando aprendas a manejarla puedes ir donde quieras, con cuidado, eso si.
—¡Pero tú estás loco! El Nene es un niño –gritó Juliana con furia.
—Es un niño, pero ya tiene diez años ya puede manejar bien esa bicicleta.
Sin hacer caso de la mujer, ayudó al niño a subir a su regalo y señalando el tablero de mandos le indicó:
—Mira, aquí enciendes la batería y por aquí pones la velocidad. Ves.
—¡No! ¡No, no, no! –repetía Juliana dándose pequeños golpes en la frente con las puños cerrados y de súbito descargó sus manos sobre la espalda de Ramiro, que alzándose rabioso la sujetó por los brazos y la llevó al fondo del garaje mientras le gritaba fuera de si.
—¡Loca! ¡Tú eres una loca! ¡Una estúpida loca.
El chirriar de los frenos de un vehículo ahogó las últimas palabras de Ramiro y un estremecedor golpe seco le llevó a volver a la realidad.
Extraterrestre
Un extraterrestre llega a la Tierra, y desciende de su nave invisible en medio de un parque donde entrenan perros de la policía. Como es natural en ellos, sin darse cuenta va adoptando la forma de los terrícolas.
—Oiga, yo no soy de aquí –le dice, con un poco de miedo a una anciana que está sentada en uno de los bancos del parque–. Y quiero conocer a los hombres.
—Ah, muy bien mi’jito. ¿Qué quieres saber?
—Bueno. No sé. Dígame cómo son, cuáles son sus preferencias y sus virtudes.
—Los hombres –repite la anciana pensativa– Pues son esos altos y fuertes que están entrenando a sus perros.
—Perros. ¿Los perros son los que están atados con cadenas?
—Sí mi’jito. Sí. Y los perros son los mejores amigos del hombre.
—¡¿Sus mejores amigos?!
—Ay. Pero yo no te he visto nunca por aquí. ¿Eres un vecino nuevo? Qué bien, tú y yo también seremos buenos amigos.
—¡No, que va! A mi nadie me pone una cadena. ¡Mejor me voy echando pa’otra galaxia!
Rafaela Vergara Ayala
(Foto de Rodolfo Martínez Sotomayor)
Rafaela Vergara Ayala (La Habana, Cuba). Licenciada en Educación, guionista de radio y narradora. Ha publicado en narrativa Médium y otras historias (Editorial Silueta, 2011). Actualmente trabaja en el libro de relatos El tesoro del pirata.
Me satisface mucho poder leer esto cuentos cortos de mi profe de secundaria,me alegra mucho poder contactar con ella por medio de la narración.¡
Felicidades Rafaela !