por Lilliam Moro
Queen Street West, tu segundo poemario, me parece un salto cualitativo con respecto al primero, Elsewhere, que fue tu estreno poético. En la mayoría de los poemas de tu reciente libro ya se nos muestra una voz propia, mayor seguridad, mejor dominio de la palabra e inclinación a la exactitud; y creo que a partir de ahora continuarás moviéndote en esa línea: adjetivos, los justos; sustantivos, los precisos.
LM: Me gustaría que fueras tú el que valorara este salto que has dado en el oficio poético.
SdlR: Primeramente muchas gracias por la oportunidad y la confianza depositada en mí.
Con respecto a la pregunta, pues me halaga mucho la observación, sobre todo viniendo de usted.
Yo también siento que Queen Street West es superior a Elsewhere. La única razón que encuentro es que yo he madurado en el plano personal.
Mi primer libro recoge una serie de textos que van desde mis 22 o 23 años de edad hasta mis 28, escritos entre Miami y Toronto. Es decir, desde 2001 hasta el 2007.
En cambio Q. S. W. fue escrito entre el 2012 y el 2013. Esa distancia entre un libro y otro se nota. No es lo mismo escribir a los 20s, mientras vas como un saltimbanqui de ciudad en ciudad, que a los 30s, sentado en un café de una urbe a la que te has adaptado.
También influye, por supuesto, el efecto de más lecturas y el oficio de ofrecerle mayor libertad al instinto poético.
LM: Hay múltiples poéticas, muchísimas maneras de mostrar o exteriorizar el mundo interior. Está, por ejemplo, la poesía que se logra manifestar a partir de los pequeños cubículos donde se mueve la existencia, los espacios interiores, o familiares; también la del descubrimiento de la magia de los pequeños detalles, y sobre todo la que intenta poner orden en la memoria. Pero yo me atrevo a decir que tu poética es la de los espacios abiertos. Viene a mi memoria ese verso que logra estremecernos porque intenta apresar el misterio de una ubicuidad personal pero más allá del tiempo y del espacio conocidos, quizás en otra dimensión presentida: “En otro lugar no nos encontraremos”. ¿Es un sitio que parte de alguna reminiscencia pasada o es un lugar desconocido pero que se presiente, un futuro virtual al que se sabe que no se accederá?
SdlR: Esta es una pregunta muy compleja, pero intentaré responderla en pocas palabras. No puedo dejar de relacionar mi poética con ese “más allá del tiempo y del espacio conocidos” porque creo que la existencia es mucho, mucho más amplia que este hoy y este aquí, de lo pasado y lo futuro. No digo que crea en el “más allá” de las religiones. Hablo del limitado conocimiento que los humanos tenemos de la verdad, si es que hay alguna solamente; y si existe, pues debe poseer una estrecha relación con el Todo: pasado, futuro, aquí y acullá; incluso con dimensiones de difícil acceso.
Me inquieta la idea de que nuestros sentidos nos quieran condenar a un solo color, el humano; pero el instinto me dice que fuera de esa prisión la multiplicidad de colores es inagotable. El arte, sobre todo la música (ahí tienes a Bach, que captaba lo que está “más allá”) y la poesía (que es música de significados y del discurso interior), es la pequeña ventana por donde entra la luz del conocimiento “más allá” de lo estrictamente empírico.
Creo que el cerebro humano porta la “memoria” de toda la evolución del universo; conocimientos muy profundos sólo revelados a través de mucha meditación, decantación y, sobre todo, imaginación y curiosidad, que son los potros irreverentes que saltan sobre la talanquera y huyen libres a la llanura: el espacio abierto del que hablas.
Recientemente ha circulado una noticia muy interesante sobre unas supuestas ondas gravitacionales que Einstein había predicho. ¿Cómo este gran hombre llegó a eso? Ni idea, pero sólo sé que él le otorgaba una gran importancia a la imaginación, no tanto así a la “razón.”
También creo que la naturaleza de la poesía posee la facultad de transportarnos a remotos sitios de la mente y del universo. Antiguamente ciencia, filosofía, mitología, profecía, un largo etc. y poesía eran un mismo organismo vivo usado para penetrar en lo más humano. Ese origen, ya casi olvidado, a mí todavía me seduce.
Cuando en el poema “Elsewhere”, del primer libro, decía que: “En otro lugar nos encontraremos”, mis búsquedas de aquello años estaban dirigidas hacia un lugar donde lo ideal existía como arquetipo platónico y lejano. Pero cuando en el poema “Nowhere”, de Q.S.W., digo: “En otro lugar no nos encontremos”, intento hacer un giro copernicano para demostrarme que lo ideal no está en otra parte, sino en mí mismo.
LM: Un verso final puede casi salvar un poema a medio lograr, o puede frustrar el conjunto anterior antes de llegar a él. Pero lo que me gusta de tus poemas es que me parecen circulares, quiero decir, que logran ese verso final posible donde se cierra el aliento que parte de la primera línea. Por ejemplo, en el poema “Ecos de la primavera”, el verso final es la primavera acecha. ¿El vivir en un país de intensos y prolongados inviernos hace que te emocione especialmente la llegada de estaciones benignas?
SdlR: Definitivamente. Canadá ha sido para mí como el verdadero descubrimiento de las estaciones del año, uno de los fenómenos más deslumbrantes de la Naturaleza. Esto me hace pensar en que vivo en el “Mejor de los mundos posibles”. Y creo que mi espíritu es especialmente sensible a la luz de esos cambios paulatinos del planeta. Por ejemplo, uno de los efectos que más me impresionan es la luz de los días previos a la primavera. Todavía hay mucho frío y nieve, pero la claridad adopta un matiz cálido, alegre, renovador, que me estimula inefablemente.
…la primavera acecha es la dulce constatación de que la primavera me salvará, momentáneamente, de ese inframundo que es el invierno. Un día te levantas y ves que el denso gris del cielo fue reemplazado por el leve brillo de un renaciente sol que calienta los muros y fachadas de la ciudad. Entonces sonríes con cierta complicidad, sintiendo cómo los ojos se inundan de alegría; y esa fiesta sensorial pasa a la sangre, y de la sangre, a la imaginación; y es el espíritu luego el primero en quitarse los abrigos.
Pero no sólo disfruto la “llegada de las estaciones benignas”; también, el intenso colorido del otoño, la suave caída de la nieve y hasta las estalactitas de hielo que cuelgan de los techos durante el invierno. Las miro y las miro como un niño se deslumbra ante el paso de un avión. Pero claro, todo en exceso hace daño… y para eso está la primavera, acechándonos con sus ofrendas…
LM: A la pregunta anterior pudiera parecer que espero una respuesta afirmativa como lugar común, pero te la he formulado porque estos poemas parecen todo lo contrario a eso: es la poesía del hielo y la nevada, la luz del invierno, no la del sol, pero igualmente cegadora. Esa luz la comparo con la lucidez que emana del interior del ser y no de la expansividad meridional. Háblame de tu relación con el invierno, sobre todo teniendo en cuenta que has nacido en el trópico.
SdlR: Mi relación con el invierno es una relación de exilio. Entre los tópicos recurrentes en mi mente está el exilio cubano del siglo XIX. Yo siento la presencia de esos hombres como puedo sentir la de mis contemporáneos, salvando las diferencias evidentes. Muchos de aquellos hombres encontraron una “patria” en Nueva York, donde las inclemencias del tiempo los golpeaban y les recordaban continuamente el cálido aliento de las palmas. Heredia, como todos sabemos, estuvo muy cerca de Toronto, en el Niágara, y se fue a México porque, entre otras cosas, el frío lo estaba matando. Sus cartas desde Nueva York, sobre este tema, son desgarradoras. Martí, según investigaciones de Carlos Ripoll, sufría incluso de terribles depresiones (así las llamaríamos hoy) durante los inviernos. En Generales y Doctores hay pasajes neoyorquinos que hielan el alma. Zenea tiene poemas que reflejan exquisitamente el golpe del invierno, en un cubano.
Y así hay muchos testimonios de cubanos exiliados de aquella época que sufrieron no sólo el destierro, sino también largos meses entre la nieve y el hielo. Como yo no veo grandes diferencias entre el despotismo que reinaba en la Isla en el siglo XIX con la dictadura que hoy padecemos, donde se repiten muchos de los males político y sociales, pues me siento una especie de heredero de aquellos cubanos. Incluso cuando visito Nueva York soy de los que buscan huellas, direcciones, y me detengo frente a un viejo edificio (incluso rascacielos modernos que han reemplazado a los antiguos), y me digo: “Ah, aquí vivió Cirilo Villaverde”, por ejemplo.
El invierno es ese lazo que me une a ellos, es mi propio exilio. Cuando yo digo nieve, hielo, frío, invierno, escarcha, etc., debe traducirse: exilio, lejanía, Cuba.
LM: Pudiera renombrarte como “el poeta que surgió del frío”, pero no porque tu poesía sea gélida, sino porque te has descubierto como poeta en Canadá. ¿Habías incursionado en la poesía antes de llegar a ese país?
SdlR: No creo que “surgió”. Más bien diría que se replanteó en el frío. Ya yo escribía desde la adolescencia, como casi todo el que siente ese llamado, sólo que eran poemas escritos en papelitos, en la última página de un libro, y hasta en las paredes de las Unidades Militares donde pasé el Servicio Militar Obligatorio. Eran poemas atiborrados de romanticismo, de una pasión sólo posible durante esos años cuando la sangre hierve. Fue mi salida de Cuba, con 22 años, lo que me permitió planteamientos más amplios. Ya no eran las pasiones amorosas mis preocupaciones; ahora eran la infancia, la incertidumbre, los posibles futuros, la existencia, la muerte… Nueve horas de vuelo de La Habana a Madrid revolucionaron mi mente para siempre. Elsewhere nace de esa revolución.
Toronto, en cambio, me produjo no una revolución, sino una evolución; es decir, una transformación lenta, mucho más lenta, donde no “surgía”, sino que me “replanteaba”, ahora influenciado por la fuerza de la Naturaleza y el multiculturalismo. En una isla todo es más pequeño y por lo tanto eres subjetivamente más grande (se refleja en el carácter); en un país como Canadá todo es tan inmenso que te ves reducido a una insignificante hormiga, y esa vulnerabilidad crea delicados mecanismos de sobrevivencia. Aquí un lago puede ser más grande que La Habana, y un bosque de pinos, más extenso que Cuba. Tu puesto en el mundo cambia, las dimensiones varían. Esto obliga a replantearse el orden de los valores.
Queen Street West es la concientización de que me he modificado, de que también pertenezco a esta ciudad, a su dinámica, y a su lago congelado, por el que puedes caminar.
LM: El último poema de este libro, “Renacimiento”, tiene una fuerza expansiva, telúrica, histórica; muestra la necesidad del advenimiento de un orden que ponga las cosas en su sitio, algo así como la justicia que emana de una armonía superior, que clama por ella con urgencia. Es un poema tocado por ese hálito metafísico que recorre algunas de tus composiciones. Hay en él un aliento épico que contrasta, por ejemplo, con el que hace referencia a Emily Dickinson, “Inebriate of air”, más intimista aunque sea una narración de hechos que ocurren al aire libre. ¿Por qué has colocado “Renacimiento” al final del libro?
SdlR: Lo coloqué al final por su valor esperanzador, a pesar de lo “telúrico”, como mencionas.
“Renacimiento” está después de “Ecos de la primavera” porque “Renacimiento” es esa “primavera que acecha”. El orden del libro va desde un poema caliente, como “Polifemo”: “como piedras gigantes envueltas en fuego”, que es el verano, pasando por “Precauciones”, que es una tormenta de verano; luego otros como “Inebriate of air”, que es otoñal, como lo es también “El puente” y “Diario de invierno”. Llega entonces el invierno con “Queen Street West”, “Bajo cero”, “Mandala de hilos”, “Tormenta de nieve”; y por último la primavera con “Hoja desde el otoño”, “Ecos de la primavera” y “Renacimiento”, que es la primavera misma, resurgiendo desde lo más recóndito de la creación, por necesidad propia.
Intenté darle al libro una trayectoria de verano a primavera, dejando ésta para el final como símbolo de aliento, de esperanza, aunque no pierda lo telúrico que lo reengancha con el principio, con la intensidad de “Polifemo”, como una serpiente que muerde su cola.
LM: Además del poema “Ciudad, isla amurallada”, ¿dónde queda Cuba?
SdlR: Creo que lo hecho por un cubano en el extranjero siempre tiene una profunda relación con Cuba porque se hace desde la perspectiva de un cubano. Yo soy un cubano que escribe en Canadá, por cuestiones circunstanciales, y que se impresiona ante la nieve, el hielo, el lago, la arquitectura victoriana y moderna, los tranvías y la armonía de la multiculturalidad bajo el equilibrio anglosajón. Esa impresión, ese asombro, es cubano.
Cuba está en todas partes, aunque aparentemente no se perciba…
LM: ¿Tus poetas preferidos?
SdlR: Las preferencias varían, pero siempre hay poetas que van quedando, esos que verdaderamente te abren unas puertas sin retorno. Y entre ellos hay un poeta que revolucionó mi modo de ver la poesía con un libro muy particular: The Black Riders and Other Lines de Stephen Crane, publicado en 1895. La ironía, la crudeza y la fuerza de esos textos me develaron un universo nuevo de expresión. Emily Dickinson es otra que no sólo me hizo replantearme la poesía, sino también el modo de ver la existencia. Walt Whitman, que enseña a vivir y a morir en paz. Rumi, con quien naces múltiples veces y cada palabra es un íntimo más allá que se convierte en un más acá. Los poetas de la dinastía Tang enseñan a dibujar la realidad con breves pinceladas, pero certeras. Rilke, que es de una profundidad psicológica donde sientes que estás penetrando en una mente única. Octavio Paz, que logra sumergirnos en lo más profundo a través del castellano.
Se impone que mencione a algunos cubanos. Del siglo XIX debo decir que a priori todos me gustan porque mi aproximación a ellos es como la del historiador que descubre libros muy antiguos: todos tienen valor porque todos revelan algo que necesito… Sólo puedo decir que en la cima de esa pirámide pondría a Martí, cuya poesía me estremece de pies a cabeza por su universalidad. Del siglo XX siempre me ha gustado Villena, del que percibes una fugacidad constante; Dulce María Loynaz, cuyo nombre me detiene como música (pero con Dulce tengo casi una relación de amor). Eugenio Florit, lenguaje preciso e inteligente. Eliseo Diego, rey Midas que convertía en poesía lo que tocaba. Lezama, fuente inagotable de imágenes. Virgilio, látigo imaginativo. García Vega, que tornaba en poesía la más compleja arquitectura. De la generación posterior (los vivos): Delfín Prat, quien tiene la magia del hipnotizador; Isel Rivero, profética; Lilliam Moro, instinto humano de vibraciones trascendentales (tal parece que no debería incluirte entre mis favoritos porque eres quien me está haciendo la entrevista, pero sólo estoy apelando a la honestidad. Tu Obra poética casi completa iluminó una de mis habitaciones oscuras sobre la poesía. Uní tus consejos verbales con la lectura de tus textos y, de repente, lo borroso se despejó. Y por último Reinaldo García Ramos, quien también me iluminó múltiples habitaciones poéticas.
LM: ¿Un verso ajeno que recuerdes con frecuencia?
SdlR: “Ah, que tú escapes en el instante en el que ya habías alcanzado tu definición mejor”. No conozco mejor inicio de poema que este.
Y finalmente te reitero mi agradecimiento. Ha sido un placer este contacto espiritual contigo.
Lilliam Moro
(Foto de Julia Peña)
Lilliam Moro (La Habana, 1946) salió de Cuba en 1970 y vivió en España durante más de cuatro décadas. Ha publicado en Madrid los poemarios: La cara de la guerra (1972), Poemas del 42 (1989) y Cuaderno de La Habana (2005), y en Miami Obra poética casi completa (2013). En la boca del lobo fue Premio de Novela en Madrid en 2004. Actualmente reside en Miami.
Sergio de los Reyes
(Foto cortesía del autor)
Sergio de los Reyes (La Habana, 1978). Estudiaba Ciencias de la Información cuando salió de Cuba en 2001 rumbo a España. Vivió en Madrid y Miami. Desde 2005 radica en Toronto, Canadá, donde tomó cursos de Bibliotecología. Ha publicado los poemarios Elsewhere (Editorial Silueta, 2013) y Queen Street West (Editorial Silueta, 2015).