Revista Conexos

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Los espectros de Gato Barbieri o de Dioses y Astronautas

DIEGO RODRíGUEZ-ARCHE

 

«Tocar para mí es una urgencia, una lucha…
pero algún día, voy a matar al tigre”.

Gato Barbieri

 

“Lara, ra, ra… lara, la, la… lara, la, la, Ehh… la, lara, la, la, Ohh… lara, la, la…” Bajo, percusión cubana, campanillas en el background, después Santana… Luego la entrada majestuosa del saxo vigoroso; macho… al decir de mi amigo el también saxofonista Nicolás Reinoso. Gods & Astronauts (Errare Humanum Est) del álbum Euphoria (1979), es una pieza toda armonía en la que se junta de forma natural toda la materia musical recogida en años de búsqueda incesante en la que la máxima que acompaña al título de esta pieza “errare humanum est” llena de muescas la caña en la boquilla de su tenor y también su alma y su voluntad de encontrar su lugar en las estrellas y tocar Gato.
  Sin dudas, el título de esta pieza es una alusión directa a la teoría del creacionismo alienígena que defiende la intervención de una o varias civilizaciones extraterrestres en el desarrollo evolutivo humano, basándose en la aparente convergencia de determinados arquetipos en las diferentes mitologías del mundo para elaborar toda una teoría sobre la intervención de razas extraterrestres en la historia de la humanidad. Esta teoría de los “antiguos astronautas” hace referencia a “dioses que interactúan con los seres humanos primitivos”. Pero entonces nos encontramos que el título de la pieza tiene una segunda parte encerrada entre paréntesis: errare humanum est. ¿Qué quiso decir Gato al colocar la frase en latín en el título de una de las piezas de Euphoria, en mi opinión uno de sus discos más importantes? ¿Estaría haciendo una referencia directa a la frase de Séneca, el joven “errare humanum est, sed perseverare diabolicum” (errar es humano, pero persistir es diabólico)? Quizás habría que buscar la respuesta en toda su trayectoria musical y humana, aunque creo que el sensible ser humano detrás de la maravilla musical que fue capaz de expresar nos estaba diciendo en aquel momento tan importante de su vida en que grabó Euphoria, que como todos los seres humanos equivocarse era intrínseco a su naturaleza y que él reconocía sus errores y que de ellos había aprendido.
  Fenix, (1971) es uno de los álbumes en el que Gato logra capturar con más fuerza su sonido único e inconfundible, el que navegaba en unión de los espectros de otros grandes saxofonistas en el mítico velero Vliegende Hollander (El Holandés Errante). Sin ser músico ni musicólogo, me atrevería a decir que Fenix representa un momento de giro conceptual en su música e ideológico en cuanto a su forma de ver a la sociedad, aunque sigo convencido de que la afirmación del maestro Federico Smith, de que “un Do mayor, significa ideológicamente un Do mayor” es la mejor definición para representar lo ideológico en la música per se.
  Es, diría, la consecuencia lógica posterior a esa lucha interior que lo llevó a transitar a través del jazz para encontrar sus propias raíces rítmicas y melódicas que se suman en este disco en lo que todo parece confluir en forma de armonía perfecta y en el que también se siente su capacidad de unir en un propósito a músicos como el bajista Ron Carter, el baterista Lenny White, el pianista Lonnie Liston Smith y ese genio de la percusión brasileña Naná Vasconcelos, quien se le adelantó y murió unos pocos días antes que él, como si quisiera prepararle un gran Jam Session de bienvenida. También se percibe en un himeneo perfecto la presencia de su experiencia en el grupo de Pharoah Sanders con el que liberó su acumulación de sonidos latinos y africanos. Gato, como la mítica Ave Fenix, renacía de sus cenizas con este extraordinario álbum. Una prueba irrebatible de lo que representa este disco lo encontramos en una de sus piezas más antológicas, la versión Gato de ese clásico del Tango que lleva por título El día que me quieras.
  Pero antes de renacer como el Ave Fenix, Leandro Barbieri debía recorrer un camino lleno de desniveles, de baches y de obstáculos, de todo lo que acumula ese sendero polvoriento y antiguo ya recorrido por muchos artistas en búsqueda de su propio yo individual. Cuando tenía solo 12 años y estudiaba clarinete en Buenos Aires el jazz tocó a su puerta en el mismo instante en que escuchó un disco en el que Charlie Parker tocaba “Now’s The Time”, aprendió entonces a tocar el saxofón alto como “Bird”. Después de ver a John Coltrane en un concierto del quinteto de Miles Davis decidió que el tenor era su instrumento y se convirtió en uno de los músicos de jazz más importantes de la Argentina. Es en esa época allá por los años 50 en que se gana el apodo de Gato, por la forma en que corría con su saxofón de un club nocturno de Buenos Aires a otro para llegar a tiempo a su próximo trabajo.
  A principio de los 60 se va a Roma en busca de nuevos horizontes o de su clave propia. En una de sus estancias en París conoce a Don Cherry con el que viaja a Nueva York para acompañarlo en dos de las más famosas e importantes Blue Note Sessions del trompetista.
  En el París de 1968, Gato se encuentra con el cineasta brasileño Glauber Rocha. Gato era un admirador de sus películas y estaba fascinado especialmente con Antonio Das Mortes. Es Glauber quien le convence de que debe alejarse de la frialdad de la vanguardia jazzística de la época cuyo exponente más notable fue el llamado Free Jazz en el que incursionó tocando también con la pianista y compositora Carla Bley y otros importantes músicos de esta tendencia que retaba todas las convenciones armónicas y rítmicas de la música y que se había además radicalizado políticamente hacia la reivindicación de los derechos civiles de los negros norteamericanos, causa que no sentía como suya. Es en medio de esa crisis y la influencia del cineasta brasileño, que Gato Barbieri llega a la conclusión de que debía revisar su estilo, porque según él mismo estaba ignorando sus raíces por completo, por lo que se lanzó a la búsqueda de otra forma para su música. Después de trabajar con Charlie Haden en la Liberation Music Orchestra, grabó con la casa disquera Flying Dutchman “The Third World” (1969), disco que sin dudas marca el comienzo, la cimentación de su estilo musical en el que surgen las sonoridades de sus raíces latinoamericanas en su trayecto hacia un estilo único, propio e inconfundible, de sonoridades como rugidos, que unas veces es llanto y otras alaridos de tristeza o alegría, de una belleza tan conmovedora que muchas veces sin que nos demos cuenta, los ojos se nos llenan de lágrimas y se nos forma un nudo en el pecho que no sabemos explicar, como si el alma también navegara en aquel legendario barco fantasma y quisiera salírsenos para enviar su mensaje a quién sabe quién y a cuántos siglos de distancia en el pasado.
  Descubrí a Gato Barbieri por casualidad. Allá por el año 1970, en medio del furor de aquella locura que se desató después del fracaso de aquel disparate llamado la zafra de los 10 millones. Lo descubrí en una Habana que salía de la más absoluta ley seca, en la que no había bares, ni cantinas, ni comercios en los que se pudiera comprar una botella de ron, como no fuera en las vigiladas tiendas de los hoteles para extranjeros. Aquella Habana en la que nos reuníamos los amigos a tomarnos lo que apareciera, desde el aguardiente casero al que llamábamos “Warfarina” hasta una botella de whisky Johnny Walker, mientras oíamos jazz con viejos discos de antes de la ofensiva revolucionaria que comenzó en el año 1967 y que se prolongó hasta julio de 1970 cuando Fidel Castro anunció en la Plaza de la Revolución que los famosos 10 Millones Van ya no iban a ninguna parte. Fue en una de esas reuniones de amigos en la que escuché a Gato Barbieri por primera vez, y por primera vez escuché también aquel sonido desgarrador de su saxofón en Antonio Das Mortes del álbum The Third World. Para un jazzista diletante como yo, admirador de Coltrane, Charlie Parker, Miles Davis, Thelonious Monk, Chick Corea, Jaco Pastorious, Charlie Mingus, Ron Carter y otros grandes, fue sorprendente escuchar esa música desconocida hasta entonces para mí. Cuando comienza el primer track del disco, Canción del Llamero, vocalizado por Gato, miré incrédulo a mi amigo Mayito Barba como preguntándole ¿qué carajo es esto? Antonio Das Mortes comienza de forma inusual con un solo del baterista Beaver Harris y la percusión de Richard Landrum, y gradualmente se incorporan el resto de los instrumentos, piano, trombone… hasta la entrada del saxofón de Gato. Si en Canción del Llamero se podía apreciar toda la resignación del indio llamero cantado por Gato, en Antonio Das Mortes resuena el grito de rebeldía de todo un continente representado en este caso por el Cangaço con una fuerza tan tremenda que por momentos me parecía que Lampião saldría de las bocinas perseguido por Antonio Das Mortes, Matador de Cangaceiros. El resto del disco fue toda una revelación con su versión de las Bachianas, que, de escucharlas, estoy seguro habrían hecho las delicias del mismísimo Heitor Villa-Lobos. Mi primer encuentro con Gato fue de un impacto tal que todavía hoy lo considero como una de las experiencias que marcarían mi forma de aproximarme a la creación artística a partir de ese momento.
  Es por esta misma época en la década de los 70, exactamente en 1972, que le llega la fama internacional en toda su magnitud cuando escribe y toca la música para la película de Bernardo Bertolucci Last Tango in Paris (El último tango en París) con la que ganó un Grammy a la mejor composición instrumental. “Fue como un matrimonio entre la película y la música”, dijo Gato en una entrevista con la AP en 1997. “Bernardo me dijo: ‘No quiero que la música suene mucho a Hollywood ni muy europea, que es más intelectual, quiero algo en el medio’”. Lo cierto es que todavía hoy se habla de aquella legendaria película que mostraba imágenes sexualmente explícitas, por lo que fue injustamente acusada de ser un filme pornográfico. Y su banda sonora, según muchos entendidos, marca los inicios de una tendencia musical que con el tiempo se haría con su propia personalidad y que a partir de su álbum Caliente! de 1976 del que forma parte Europa (Earth’s Cry, Heaven’s Smile) de Carlos Santana, tuvo una influencia determinante en ese movimiento musical al que hoy llamamos Smooth Jazz. En una ocasión, Gato trataba de explicar el origen de su música, su mezcla de estilos e influencias y dijo que era como mirar a las muchas estrellas que brillaban en el cielo: “Mi música es lo mismo… Yo toco Gato”.
  El año pasado recibió un Grammy Latino a toda su carrera. En la fundamentación, la Academia expresa entre sus razones para la adjudicación que durante su larga carrera había cubierto “virtualmente todo el paisaje del jazz”, y que en el transcurso de la misma creó un “estilo musical rebelde, pero extremadamente accesible, con la combinación del jazz contemporáneo con los géneros latinoamericanos y la incorporación de elementos del pop instrumental”, sin dudas la Academia quería decir, quizás sin proponérselo, que nos encontrábamos ante un artista inconforme en extremo; en una búsqueda permanente de su expresión musical propia, en la que disfrutara de la música que creara cada vez que se llevara a la boca la boquilla de su saxofón y soplara, y sus dedos recorrieran todo su curvilíneo cuerpo acariciando las llaves para extraer del instrumento esos como quejidos de placer una veces y de dolor otras.
  The Shadow of the Cat (2002) dedicado a su madre a la que llamaban China y que siempre lo apoyó en sus sueños musicales, puede considerarse como el último disco grabado por Gato, su número 50, en el que tocó o fue su artista principal. Lo importante en este disco, además de la música, es que suena tan bien ya estando cercano a los 70. Sus solos son cálidos y vigorosos a pesar de los problemas de salud y emocionales que le acosaron durante la década del 90. Gato regresa y entra con todo el vigor de su estilo en el siglo XXI. Algunos tracks son piezas ya grabadas anteriormente pero entre las nuevas incorporaciones se hace notar la que da título al disco: The shadow of the cat en la que lo acompaña en la trompeta el legendario Herb Alpert, sin dudas un regalo musical de gran valor. La dedicatoria que hace a su madre es una muestra de que seguía siendo ese espíritu libre lleno de dulzura que siempre lo caracterizó.

«A una pequeña chispa sigue una gran llama. Dante La Divina Comedia – Paraíso.

Querida Mamá:
Siento tu luz que me abraza cuando toco mi música. (…) Si no hubiese sido por ti y la chispa que encendiste en mí, no sería quien soy hoy. No habría la sombra del Gato.”

Si por casualidad a quienes lean esto les sucede como a mí, que se encuentran con el velero fantasma navegando entre la bruma, seguramente escucharán el sonido inconfundible de un saxofón tenor del que salen esas largas notas altas y de repente bajas, desgarradoras en ocasiones y llenas de alegría en otras, de ese jazz barroco con el que Gato nos envía su mensaje desde ese lugar en el que habitan Dioses y Astronautas entre los que hoy está él en su búsqueda infinita del sonido con el que nos decía que algún día lograría matar al Tigre.
  Sí, allá está él, en las estrellas, con su inseparable Fedora, todo vestido de negro, tocando Gato para toda la eternidad.

 

En Miami, 18 de abril de 2016

 

Diego Rodriguez-Arche (Foto cortesía del autor)

Diego Rodriguez-Arche
(Foto cortesía del autor)

Diego Rodriguez-Arche (Cienfuegos 1945). Director de Cine y Periodista. Ha realizado varios documentales como Palo Mayor y Líbano: La guerra interminable y obras de ficción como Doble crimen a bordo, Esta larga tarea de aprender a morir y La Crin de Venus. En 1990 se fue a Italia donde realizó el documental Jugoslavia Addio. Desde 1992 vive en los Estados Unidos donde ha trabajado como traductor.

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Esta entrada fue publicada el 22/04/2016 por en Crítica.
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