A Fernando y a mí aquel día nos tocó la guardia. Todo empezó desde que unos tipos encapuchados saltaron el muro y se llevaron unos tanques de petróleo destinados a la siembra. Caía la tarde, nos acomodamos debajo del almendro cerca de la guardarraya. Recordando las palabras del jefe de la unidad: “Señores, ojo, que los carnavales ya están arriba de uno y si nos hacemos los bobos nos levantan el campamento”. A Fernando le dio por contar la gente que iba y volvía del pueblo como si fueran ovejas: “Uno, dos, tres, cuatro…”, y de momento venía un señor negro flaco.
“¿Qué pasa con él?”, pregunté a Fernando. “Míralo, compadre, hay algo en ese hombre”. “Bueno, ¿y qué podemos hacer?” Mientras aclarábamos las dudas, se acercó a nosotros pidiéndonos un poco de agua. Me puse a la defensiva porque eso era un viejo truco de estafadores, para conocer y llegar a un fin. Le brindé un pomo que llevaba en la mochila, se lo bebió de golpe. Pidió más. Fernando le extendió el suyo. También se lo tomó.
Aproveché lo poco que quedaba en la tinaja de reserva a unos metros, llené un recipiente y lo compartí. Bebía desesperadamente, mojándose su camisa. Le pregunté: “¿Usted se siente bien?, mire que nuestro cuerpo necesita líquido pero no hay que exagerar”. Muy serio, habló: “¿Tú nunca has visto a un hombre con sed?” Me parecía extraño. Yo pensaba: “¿Por qué a esta hora? ¿Qué querrá?”
Le dije a Fernando: “Compadre, con la sequía que hay y este tipo tomando tanta agua”. El jefe pasaba cerca. Lo llamamos, explicándole, pues no sabíamos qué hacer con Walter, así se llamaba. Él, acercándose, le exigió: “¿De dónde es usted? ¿Qué siente al tomar toda esa agua?” Walter respondió: “He visitado muchos lugares, buscando, imagínese, me desespero, casi nadie entiende. ¿Sabe qué puedo hacer?” “Sí, esperar”. “¿Usted cree?”
El jefe nos llevó aparte: “No ven que está loco. No sabemos cuál es su objetivo, ni qué pata lo puso aquí. Quiero tranquilidad por los carnavales, no quiero más robos, necesito que todo continúe bien, ese extraño es un problema, llévenselo lejos”. Dejé a Fernando solo en la guardia. Salí con Walter a ver qué se me ocurría. Llegamos hasta el puente, donde se encontraba el salto, sus torrentes fluían contra las piedras, provocando una melodía suave. Algunos coterráneos se bañaban a la intemperie.
Walter seguía con su maldita sed, le aconsejé que bajara. Estuvo en la caída de agua por más de diez minutos. Fui a buscarlo, teníamos que irnos para cualquier parte. Ya caminando, le dije que había visto un documental relacionado con la idea de que las próximas guerras en el mundo serían por agua.
Me contó que vivía en una calle llamada Concordia; que era estibador en el puerto, que su esposa siempre se había quejado de él dedicaba todo el tiempo al trabajo, hasta que se fue de la casa con el hijo de ambos sin decir adónde.
Aquella historia me impresionó. Walter tenía lágrimas en sus ojos. Solo alcancé a decirle: “Es bueno conversar con alguien sincero cualquier día del año”. Para entonces ya había anochecido y vimos en el cielo fuegos artificiales con frases pintadas. Walter perdía su mirada hacia este acontecimiento. Comenzaban los carnavales. Le propuse dar una vuelta por las fiestas. Sorprendido, respondió: “¿Me llevarías?” “Sí, pero no puedes levantar sospechas”.
Un poco más adelante, vimos máquinas que daban vuelta, caballos alquilados, pasamos por la presentación de un libro titulado Toda la sed no viene de la tierra. Walter cambiaba su semblante. Las gitanas traducían a varias lenguas sus cartas. Magos convertían papeles en billetes.
Pasamos varias horas riéndonos, hasta la madrugada, cuando decidimos regresar. En el camino, le pregunté: “Dime, ¿y tu sed cómo va? Viviste unas horas diferentes”. Me respondió: “Estas horas han salvado deudas, gracias a ti y a las fiestas pude comprender”. “¿Qué, compadre?” “Que soy un hombre con sed”.
Miguel Ángel Ortega Rodríguez (Alquízar, 1988) Licenciado en Estudios Socioculturales en 2013. Primer Premio de Poesía en el Concurso de Talleres Literarios de Güira de Melena en 2012. Graduado del Centro de Formación Literaria “Onelio Jorge Cardoso” en 2016. Entre sus inéditos se encuentra el volumen de cuentos “Dos días después”.
Gracias Rodolfo, abrazos