Revista Conexos

Una revista de arte y literatura, sin fronteras generacionales ni geográficas

Temo por Lenin

MARÍA ELENA HERNÁNDEZ CABALLERO

 

Éste es para Sara, mi vecina, que está sorprendida con mi visita y quiere un cuento de invierno. Sólo que no hay nieve, le advierto. Ni la habrá. No en este cuento donde día y noche paleo nieve. No de la ya conocida. Sino otra. Estéril y seca.
  –Lenin, hijo de tu madre.
  El hombre lo agarra con fuerza de la oreja. Lenin tiene siete años y la mandíbula caída. Me mira y mira la nieve. El agua que sudo.
  Estás mojada, dice con orgullo. Te mojas sólo para mí. Para no secar sobre lo seco.
  Lo sueltan y Lenin ríe. Corre. Me abraza.
  –Otra vez negra.
  Se queja el hombre.
  Hace un gesto de desprecio. Me recuerda que ya va para el año. Pregunta por qué, con tantas nevadas, no puedo entregarle de la buena. Está agotado. Mi inutilidad parece irreversible y no da para más.
  Suelto momentáneamente la pala. Tomo el rostro de Lenin: le falta otro diente. Todo mi ser interroga. Él comprende. Se lo llevó el ratón mamá, se justifica, a pesar de tenerlo atado con un cordel.
  –¿No es cierto?
  Pregunta buscando en vano la complicidad del hombre que adrede lo ignora. Y que da vuelta en redondo como si estuviera acorralado. Salta, fiera herida, sobre mi trabajo de varios días, esparciendo el montículo de tierra apilada.
  Lenin insiste:
  –¿Es cierto que algún día saldrá blanca?
  –A tu madre le sale negra.
  Solo porque nació el día que el otro se llama así. Por esta cómoda manía de respetar santorales. Por excentricismo. Y por adulación. Y yo cedí. Con mi propensión a decir a todo que sí, pujé y grité como quería él cuando el reloj marcaba las 23 y 50. Reuní y utilicé todas mis fuerzas para que su pequeña cabeza asomara en ese minuto y no en otro. De haber intuido a dónde conduciría mi ingenuidad, hubiera aguantado quince minutos más. Quince minutos más y ahora Lenin sería libre.
  –Sigue sin aparecer el diente –dice Lenin.
  Debe estar pudriéndose debajo del colchón, comenta con sorna el hombre, o escondido en alguno de los frascos de tu madre. Y agrega pasándose la lengua por los labios: Con la sequía que hay. Luego, se desliza a lo largo de la silla plegable. Se acomoda y nos observa. Masculla todavía otras incomprensibles palabras.
  Aprovecho que está prácticamente horizontal y comento, mientras empujo la pala con todo el cuerpo hasta hundirla en la tierra, feliz de arrasar con todo como un carnicero:
  –Deberíamos terminar con esto.
  –¿Con qué?
  Comida por el cáncer que de seguro tengo insisto:
  –Sabes de lo que hablo.
  –No lo sé.
  Y yo batiendo la pala salvaje vuelvo al ataque:
  –Debemos ir al registro civil.
  –¿Qué cambiará con eso? –pregunta divertido.
  –Quiero saber si es posible.
  –Otra vez con lo mismo.
  –Él no puede seguir así.
  Lenin está alerta. Sabe que hablamos de él. Intuye lo que viene y corre adentro. Tardará lo que se espera que tarde. Sobre todo, ahora que está enamorado. Se pone flaco en silencio por su prima Milady. Desoye mis advertencias. Sabe que me opongo a esta conjunción onomástica inaceptable. A la futura atrocidad genética. Cualquier excusa le sirve para esconderse y pensar en ella. Y claro está, tocarse hasta quedar ojeroso.
  De tanto forzarla, la esquina derecha de la pala es ya una espada afilada. Rabiosa, muerde la tierra hasta hacerla sangrar. Tal vez esta voracidad es sólo el comienzo, pienso. Tal vez del negro salga rojo. Y del rojo, purificándolo, blanco.
  Cualquier día voy a salir en su busca y obligarla a terminar con esto. Egocéntrica y perversa, Milady hace ostentación de la extraña herencia que le ha tocado y juega con ella. Tensa la cuerda que ha dividido a la familia. Con solo doce años camina provocativa, usa tacos altos y lo seduce.
  Pero esta vez otra cosa habrá encontrado Lenin debajo de la cama. Aparece antes de tiempo esbozando una sonrisa por detrás del hombre.
  Lenin proclama a los cuatro vientos que acaba de encontrarse con Lenin. Descubrió muchos. Doblados y arrumbados en una caja. Nunca lo hubiera imaginado, grita, hay de todos los colores y tamaños.
  –Pero a ninguno le falta un diente –agrega decepcionado.
  Estiro las piernas y juego nerviosamente con la esquina de la pala que promete. Entonces, descubre el hilo de sangre en la tierra y pregunta:
  –¿Y luego será blanca, mamá?
  Todavía recostado, mimetizado con la silla, el hombre se inspecciona las uñas.
  –Tal vez –comenta saliendo del anonimato–, si sale blanca y húmeda, podamos ir al registro civil.
  El corazón me da un vuelco. ¿Para qué continuar paleando? No sacaré esa clase de nieve en este cuento donde la tierra sangra. Ni en otro donde continúe negra y seca.
  –A Lenin le pusieron una soga en el cuello, mamá –grita, sorpresivamente, Lenin.
  Me alcanza la revista vieja. Los ojos vacíos de la estatua me miran con pánico. Me lleno de ese desasosiego. Hacia esa muchedumbre, también, de rencor. Está a punto de ser derribada.
  El hombre no soporta más. Salta de la silla. Agarra al muchacho por un brazo. Crispa los dedos y hace con ellos un nudo. Abre la boca, hambriento. Se desliza dentro de su oreja. Y se la come. Lenta, prolijamente.
  –Acabemos con esto –gruñe después.
  Y se lo lleva.
 

María Elena Hernández Caballero
(Foto cortesía de la autora)


 

María Elena Hernández Caballero (La Habana, 1967). Ha publicado El oscuro navegante (Ed. Matanzas, Cuba, 1987); Donde se dice que el mundo es una esfera que Dios hace bailar sobre un pingüino ebrio, con el que obtuvo el Premio David de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba en 1989; Elogio de la sal (Ed. Cuarto Propio, Chile, 1996); Electroshock-palabras (Ed. La Bohemia, Argentina, 2001); La rama se parte (Ed. Torremozas, Madrid, 2013) y la novela Libro de la derrota (Azud Ed., Argentina, 2010). Poemas suyos aparecen incluidos en antologías sobre poesía cubana actual, como Retrato de Grupo (Letras Cubanas, Cuba); Un grupo avanza silencioso (UNAM, México); Álbum de 26 Poetisas Cubanas del siglo XX (Letras Cubanas); El pasado del cielo (Bogotá, Colombia); Catedral Sumergida (Letras Cubanas); Otra Cuba Secreta (E. Verbum, Madrid, España); entre otras. Colabora asiduamente con diarios y revistas literarias latinoamericanas, españolas y de Estados Unidos. Fue cofundadora de la Editorial Las Dos Fridas.

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Esta entrada fue publicada el 15/10/2017 por en Narrativa.
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