IV. Marcos y Nubia
Unos meses atrás…
Las paredes, de un claro gris, sostenían una reproducción impresa sobre papel de la noche estrellada de Van Gogh; en el extremo inferior derecho, una rúbrica le daba más validez. Debajo, un librero con un orden esmerado, libros en español, francés e inglés llenaban los estantes. Por el balcón entraba una intensa luz, una puerta de cristal permanecía cerrada, pero dejaba ver un lago rodeado de una verde espesura, la constante calma de las aguas lo hacían reflejar un cielo azul con nubes muy blancas, que se iban transformando poco a poco frente a los ojos de Marcos.
Llevaba cerca de una hora sentado en el sofá observando el paisaje más allá del balcón. Bajó la mirada y pudo ver a una iguana que daba pasos lentos sobre una rama, inclinada contra las rejas de metal. La suave melodía de esa pieza de Mahler iba llenando el espacio, adueñándose de ese orden tan preciso de las cosas en toda la habitación. Un gato dormía plácidamente sobre la alfombra. Hoy hacía cinco años que había enfermado su madre.
Marcos tenía el presentimiento de que pasaría algo trascendente. Los años vividos le habían enseñado que no son los hechos los que se repiten sino la intensidad de los acontecimientos, una especie de numerología siniestra que provocaba una catástrofe por esa fecha. Unos golpes en la puerta interrumpieron su pensamiento. Marcos miró a través del orificio de cristal. Una figura deformada por el espejo cóncavo estaba allí esperando, una joven de cabellos muy oscuros y sueltos se movía de un lugar a otro, después se detenía junto a la puerta y volvía a tocar imprudentemente. Llevaba una mochila en sus hombros llena de símbolos de rock, sus uñas pintadas de negro y los hombros desnudos, como ostentando el tatuaje de un ángel con variados colores.
Marcos no pareció asombrarse por el aspecto de aquella joven y, abrió la puerta:
–Buenos días, Nubia, eres tan puntual como esperaba –la expresión de unos ojos negros que emitían cierta luz y una sonrisa nerviosa, fue la respuesta.
–Buenas, yo vengo de parte de Julia para lo del cuidado de su madre.
–Suenas muy formal, y esa manera de tratarme de “usted”, me pone de cien años.
Ahora se escuchó una risa sonora, estridente.
–Es que en realidad usted es muy serio, todo un escritor serio.
–No creas, no se puede creer todo lo que parece. Tú debes saberlo mejor que yo, por oficio. ¿No eres actriz? –Marcos dijo esto bajando el volumen de la música, se acercó hasta el viejo tocadiscos, colocó un long play y empezó a limpiar su portada del polvo.
–Bueno, si usted lo dice.
Él se dio cuenta que sería muy difícil lograr sacarle las palabras, tendría entonces que recurrir a otra estratagema, una melodía en francés comenzaba a escucharse y la joven hizo una exclamación:
–Wow! Me encanta esa canción, no entiendo ni papa, pero me gusta, me emociona.
–No tienes que entender las cosas para que te gusten, sólo basta con que te hagan sentir, no todo lo que nos agrada tenemos que comprenderlo. Este es un poema de Prevert convertido en canción. Existe una versión americana muy bella de Andy Williams, en realidad existen muchas versiones.
Ella miraba el librero, después hizo un recorrido por las paredes y los cuadros, se detuvo en los discos.
–¿Usted sabe francés? –le preguntó–. Tiene montones de libros en francés, me pareció que uno de ellos tiene su nombre.
–Es una pésima traducción de una novela, tal vez por eso fue elegida como la mejor del año por la crítica, de estar bien traducida a nadie le hubiese importado. No entender las cosas les da la oportunidad a ciertos críticos de hacer su propia interpretación, su obra, de esta manera se convierten en creadores. Ese placer del inconsciente, hace que las premien y así se premian ellos mismos. ¿Qué? ¿Te encontraste con un viejo haciendo trabalenguas? ¿No era lo que esperabas, verdad?
–¡No, no!, digo, sí, sí, usted es muy inteligente y yo demasiado torpe, de verdad que me gusta escucharlo, pero me da pena no entenderlo.
Un sonido como de lamento llegó hasta la sala, una voz de anciana parecía llamarlo por su nombre. La cara de Marcos tomó una expresión consternada y dijo mientras avanzaba hacia el cuarto:
–Es mi madre, ya se ha despertado, yo la traigo hasta la sala y después te presento. No será bueno que te vea de pronto. ¿Me esperas, por favor?
La cara de Nubia adquirió cierta mezcla de ternura y asombro. Hizo un gesto afirmativo y lo acentuó con las palabras:
–Yo espero, señor, no le dé pena.
Marcos se internó en el cuarto y Nubia se acercó al estante de los viejos discos y comenzó a curiosear por los títulos, de súbito se alegró al encontrar algo que le gustaba y con el puño cerrado, de su mano derecha acentuó:
–Yes!
Marcos, acompañado de su madre, ya se divisaba en la puerta del cuarto, él la sostenía por un brazo, mientras que ella avanzaba lentamente, apoyada en un bastón.
Nubia se asustó y dejó caer el disco. Hizo un esfuerzo por recogerlo y ese brusco movimiento provocó que lanzara más discos al suelo.
–No te preocupes –le dijo Marcos, mientras acomodaba a su madre sobre el sofá–, si quieres coloca el que te gustó, a mi madre también le gusta.
–Mira, madre, ella es Nubia, te va a cuidar mientras yo no esté, se va a ocupar de lo que necesites, yo sé que es buena para ti.
–¿Y sabe hacer dulce de leche? –preguntó la anciana.
–Los hace deliciosos, mami.
Nubia hizo un gesto de negación con el dedo índice y la cabeza. Estaba consciente de que la mamá de Marcos no la observaba. Una sonrisa cómplice se vio en su rostro, mientras que la madre se colocaba los espejuelos y le dirigía a él su mirada.
Marcos señaló el disco que Nubia sostenía aún y dijo:
–Ponlo, te dije que a mi madre le gusta y yo sé que a ti también.
Nubia, sin decir palabra, colocó aquel viejo long play. Los acordes de violines al unísono inundaban el lugar.
–Me encanta esa habanera, esta es por la orquesta de Gonzalo Roig, no sabía que existía esa grabación, usted tiene unos discos fabulosos. ¿Cómo sabía que me gustaría?
–Sí, ya sé que con ese estalaje puedes confundir, pero a mí no. Te conozco, por cierto, ese tatuaje falso luce terrible. A mí también me gusta el rock, pero esta música es otra cosa, es como si te trasladara a ese sitio donde naciste y apenas conoces.
–Yo en realidad la conocí aquí, pero, ¿cómo sabía que me gusta? ¿Es usted brujo?
Nubia se toca el antebrazo izquierdo con su mano derecha, como quien se protegiera de una mirada, mientras pregunta sin abandonar su asombro:
–¿Cómo sabe que mi tatuaje es falso? Julia no me dijo que me iba a emplear un hechicero.
–Te he visto en varias obras, en una de ellas ponían esa música. Eres muy joven para lograr ese gesto de éxtasis con tanta perfección. Ni con un intensivo de un año con el método de Stanislavski se logra tan bien si no te gusta. En esa misma obra tenías el brazo desnudo sin tatuaje. Algo así no se hace tan rápido. Es obvio que es falso. Eso se nota, al menos cuando eres observador y esa capacidad de mirón es tu herramienta más útil.
Nubia sonrió nerviosa. Una tonada de Mozart adaptada al tono de su móvil salió de la mochila. Nubia pidió disculpas y se acercó al balcón para contestar. Marcos, sin dejar de observarla, tomó la mano de su madre y la besó, mientras le decía que todo estaría bien.
Cuando Nubia entró en su auto, se detuvo a contemplar los árboles que rodeaban aquel estacionamiento. Encendió el motor y bajó las ventanillas, un aire fresco, más que en su piel, parecía penetrar en su ánimo. Colocó un disco de María Callas que sacó de la guantera.
Cerró los ojos y se inclinó sobre el asiento. Se detuvo un minuto bajo un estado de contemplación con el cuerpo inmóvil, mientras la melodía del final de Norma, le transmitía una energía vital. Salió por esa senda donde los banyans parecían saludarla con sus ramas. Mientras atravesaba aquella vía que la alejaba de la casa de Marcos, pensó que había tenido un buen inicio en la mañana. El tal Marcos le resultó alguien agradable, ya tenía asegurado un trabajito part-time y allí mismo le llegaba la llamada de alguien con la voz dulce que ayer la había entrevistado para hacer demostraciones y hoy le recordaba su promesa de puntualidad. Nubia le dijo salir del hospital por una tía enferma, que estaría en minutos en el lugar. Tuvo que inventarle una mentira, creyó que no era conveniente decirle de otro trabajo, aquí todo el mundo esperaba la dedicación absoluta.
Mañana comenzaría a cuidar a la anciana a partir de la una y en las demos trabajaría hasta las doce.
Nubia se detuvo en un McDonald’s, entró en el baño y se quitó con alcohol el tatuaje falso, después sacó otra ropa de su mochila y en poco tiempo ya tenía un vestuario acorde para su trabajo en la tienda.
Cuando llegó, pudo ver al mismo joven de la voz dulce, su nombre era Jorge, no pensó que estuviera esa tarde en el Winn-Dixie. Él le explicó lo que tendría que hacer, se le notaba inquieto, algo en él le atraía, pero era como si no se detuviera a saber de ella en realidad. Actuaba como alguien que tiene un propósito determinado, que no pone en las cosas o la gente un interés más allá que el de su beneficio.
Cuando Jorge la invitó a salir, ya sabía los temas que abordaría, ella lo complacería, le seguiría el juego mostrándose como un ser superficial, una muchacha bien “plástica”, como le gustaba a ella misma llamar a cierta gente.
Nubia frente a la casa de Marcos se sentía segura. Cuidar a una anciana nunca había sido tan fácil, la madre de Marcos era totalmente independiente, tal parecía que sólo le pagaran por acompañarla. Le sobraba el tiempo en esa casa y ella lo aprovechaba para leer. Se sentía agotada, pero necesitaba tener dinero para dedicarse a lo único que en realidad le fascinaba, el teatro. Cuando Marcos abrió la puerta le puso en sus manos un dulce.
–Dile a mi madre que lo hiciste tú, es arroz con leche.
–Pero yo no lo hice. ¿No se dará cuenta?
–No te preocupes, ella nunca te pedirá que lo hagas, si provocas alegría cuando mientes no es una falta tan grande.
–Usted siempre tiene una respuesta para todo, inteligente además.
–La experiencia no es un signo de inteligencia, es de envejecimiento.
–Ahora es usted el que se pone viejo, después que quería que lo tuteara.
–Contradicciones, casi todos las tenemos. Mírate a ti, hoy no pareces la misma de ayer, el tatuaje desapareció, la rockera ya no existe y en su lugar hay una muchacha con más estilo, con más clase.
–O sea, más finamente me has dicho que ayer era un desastre.
–¡Oh, milagro! Y ahora me tuteas. ¿Viste que no siempre somos la misma persona?
–Bueno, en eso tiene razón, ahora mismo me salió espontáneo el tuteo, no sé por qué, pero lo sentí así.
–Ya veo, eres de impulsos, emotiva. Eso es bueno para una actriz. En realidad, somos tan caóticos como la naturaleza, fuimos creados por el Big Bang, de ese caos nacimos y tratar de establecer un orden, un dogma, ha sido siempre la tragedia del hombre. La mayoría de las tragedias humanas, de las aberraciones, son ese intento. El comunismo, el nazismo; las religiones también lo son. Por eso Norteamérica progresa, porque es lo más acorde con la creación, con ese caos. Ahora sí no me puedes decir que no te aburrí, que no te volví loca con tanta verborrea.
–Para nada, para nada, me gusta escuchar a gente inteligente, aunque yo no lo sea. Algo se me pega. –Marcos dejó escapar una risa breve, Nubia también sonrió.
–La inteligencia es relativa, linda –le dijo–, acumular información y recordarla es más buena memoria que talento. Talento es el tuyo cuando actúas, cuando puedes ser varias personas a la vez, aunque por lo que veo, también eres así en la vida real. Del rock a las habaneras hay un tramo, se necesita casi ser bipolar para que te gusten los dos.
–A usted también le gusta el rock, me lo dijo el primer día que hablamos.
–Talento y memoria, tú si eres inteligente. Por cierto, ¿qué pasó con el tuteo? Parece que ya dejé de inspirarte confianza.
–No es eso, te dije que salía espontáneo, mira, ya me salió otra vez –Marcos volvió a sonreír, Nubia también lo hizo.
El sonido del móvil de Nubia interrumpió la risa de los dos, ella se disculpó y caminó hasta el balcón. Marcos la siguió con la mirada, Nubia regresó a la sala con seriedad en el rostro. Marcos observó que aquellos ojos, que antes emitían cierta luz, ahora reflejaban una opacidad semejante a la tristeza.
–¿Algún problema? –preguntó. Nubia negó con un gesto.
Marcos miró el reloj.
–Si no tienes ninguna novedad, entonces casi te dejo, ya es algo tarde. Mi madre se despertará dentro de una hora. Esas pastillas la mantienen sedada mucho tiempo.
–No te preocupes, todo estará bien.
Esta última frase le gustó escucharla a Marcos, quien respondió con una sonrisa. Cerca de la puerta, volvió los ojos a Nubia:
–¡Ah! Recuerda el arroz con leche, le dices que lo hiciste tú, por favor. –Nubia hizo un saludo militar y, sonriendo, contestó:
–Así será, señor, a la orden.
Nubia se balanceaba en el sillón de Marcos, frente a la puerta de cristal. En sus manos sostenía un libreto. Contemplaba en silencio el lago que, bordeado de pinos y en reposo, lucía como un inmenso espejo que reflejaba el azul del cielo y el blanco de las nubes. Cerraba los ojos y repetía una y otra vez: “Desprovista de mi cara, me pierdo, me abrazo a la oscuridad de la luz”. Abría los ojos y volvía al texto de la pieza, trataba de memorizar cada parlamento y disfrutaba la paz de la tarde. El estreno de esa obra sería en una semana, ya casi estaba lista, pero le gustaba llegar a la perfección, al menos intentarlo.
Cuando se sumergía en ese pensamiento, desaparecía la cotidianidad, quedaba como en un trance del que ya iba saliendo poco a poco.
Ahora se perdía en el horizonte y en un bote que a lo lejos era tripulado por un hombre y una mujer. Los dos sostenían una jarra con una tierra oscura que dejaban caer sobre las aguas. Se persignaron y regresaron al otro extremo del lago, donde se abrazaron. No la inmutó ese ritual extraño, su mente volaba lejos. Volvió a cerrar los ojos, pensó en esa llamada que le preocupaba, hasta Marcos pareció descubrir la inquietud en su cara. El mismo muchacho de la voz dulce y ojos expresivos, la volvía a llamar. Sonaba diferente, ella no entendía esa reacción inesperada. Pensaba que había hecho lo posible para que no supiera que le gustaba, siempre le dio una imagen de mujer superficial, estúpida, a la altura de su intelecto, al menos del que mostraba. Era la única manera de retenerlo, serle útil para su propósito, para su ambición.
Ella fingió ser la amante del jefe, de esa manera él la buscaba para informarse, una especie de Mata Hari doméstica. Ahora le daba pena haberse prestado para eso, manipular y mentir para tenerlo cerca, con el distanciamiento le parecía demasiado ridículo. Un día despertó sintiéndose mal consigo misma, no lo pensó dos veces y renunció a ese trabajo. Lo peor es que al final el jefe también se fresqueó con ella y él ni siquiera supo de su rechazo. Jorge estaba demasiado obsesionado con su objetivo de progresar en esa compañía de mala muerte para darse cuenta que ella se moría por él, claro que eso de morirse era un decir, pensó mientras sonreía, ya casi había logrado olvidarlo y ahora recibía su llamada. No sabía si contarle a su amiga Marisol. Ella era la única confidente en estas cosas y su aliada segura siempre, pero pensó que necesitaba un consejo inteligente y de Marisol no podía llegar.
El timbre del teléfono se escuchó como un eco por toda la habitación, Nubia se levantó del sillón y caminó hasta el auricular inalámbrico en la mesa; era Marcos quien llamaba.
–Hola, Nubia, ¿ya se ha despertado mi madre?
–No, todavía, ¿quieres que la despierte?
–No, parece que esas pastillas son muy fuertes, yo pasaré por la casa y lo haré. No vaya a ser que se asuste. ¿Estás cómoda?
–Sí, sí, gracias. Esto parece un hotel –la risa de Nubia se detuvo al pensar que tal vez era imprudente.
–Me alegra mucho que te sientas cómoda. Si quieres, coloca algunos de esos discos que te gustan.
–Para serle sincera… para serte sincera, me gustaría escuchar una que se llama You Light Up My Life, pero me daba pena hacerlo sola, tal vez cuando usted venga.
–OK, estoy en minutos, nos vemos, Nubia.
–Nos vemos.
Escuchó un maullido cerca de la puerta, la abrió y pudo ver al gato que entró como un bólido en la casa, como si huyera de alguien. Lo llamó con mimos, mientras él se escondía detrás del sofá.
Despegó el respaldar de la pared e intentó alcanzarlo, pero el gato se ocultó bajo el mueble. Nubia se colocó de rodillas e inclinó su cabeza. No pudo percatarse de que la puerta de la casa se abría, que en ese instante entraba Marcos y la primera imagen ante sus ojos era la visión del trasero de Nubia, sus muslos y el inicio de unas nalgas fácilmente visibles por la saya levantada en aquella posición. A Marcos le gustó verla así, sus ojos recorrieron esa imagen. Nubia se volteó al percatarse de su presencia. Él desvió la vista hasta el balcón. El gato corrió hasta sus piernas, mientras Nubia volvía a pegar el sofá a la pared.
–¡Ay, qué pena! –dijo ella–, el gato está tan bonito, pero es muy arisco, yo quería cargarlo, pero no se dejaba coger. Mira con usted qué cariñoso.
Marcos levantó al gato y comenzó a acariciarlo mientras lo sostenía entre sus brazos.
–Los gatos necesitan tiempo, sólo se dejan tocar cuando quieren. Tienen una personalidad muy peculiar. ¿Tú no sabes que ellos consideran a las personas sus mascotas y no al revés?
–La verdad que no sé mucho de gatos, de niña tenía un perrito, mi mamá me lo quitó porque creo que era alérgica. Lo lloré mucho, después tuve una cotorra que se aprendió mi nombre y siempre me estaba llamando, Nubia para aquí y Nubia para allá. Cuando me fui de Cuba me mandaban más fotos de la cotorra que de mi familia. La lloré cuando murió. Creo que fue lo que más extrañé de Cuba.
–Así pasa –dijo Marcos sin dejar de acariciar al gato.
–Se extraña siempre el afecto que dejamos atrás, esa es la más común de las nostalgias de la patria.
–Sí, pero hay gente que no tiene a nadie allá y se muere por Cuba, sobre todo aquí en Miami.
–Bueno, ese es otro tipo de nostalgia –contestó Marcos mientras dejaba al gato sobre el suelo–. Es la nostalgia por lo que se idealiza, por el momento feliz que queda en los recuerdos. Tal vez sólo se es feliz realmente en la memoria. Hay otro amor más fuerte a esa patria y es a la gente desconocida, a una entidad abstracta, es como una religión, un fanatismo, esa es la de los héroes, los mártires. Esa puede llevar hasta la muerte, al sacrificio inútil.
–Entonces, ¿usted cree que el sacrificio de los mártires por la patria es inútil?
Marcos sonrió:
–Yo creo en el sacrificio por las personas cercanas, no por las lejanas desconocidas. La mayoría de los mártires se inmolan por los que no conocen y hacen sufrir a los que conocen, a los seres queridos que más deben cuidar. En esa lista está nuestro héroe más venerado, José Martí, amante de Carmen Mantilla, la esposa de su gran amigo que le dio cobijo en Nueva York; Bolívar con sus treintaiocho amantes; Mariana Grajales, enviando a sus hijos a la guerra, es decir, a la muerte segura. ¡Qué clase de madre! Esa suele ser la realidad de muchos héroes, humanitaristas. No soportan a la gente y aman a la humanidad. La ironía es que, por el contrario, muchos criminales de la historia han sido más amorosos con los cercanos y crueles con los lejanos. Hitler adoraba a Eva Braun, siempre le fue fiel; Pinochet también era un hombre de familia; claro, los dictadores y criminales de izquierda no están en esa categoría. Ellos son una raza aparte que se caracteriza por ser despreciada hasta por los hijos o hermanos, como es el caso de Fidel Castro o Stalin.
–¡Pero usted es implacable!
–Creo en los hechos, linda, la realidad se edulcora según quien la cuente y los humanos somos muy sensibles a escuchar la parte bella de la historia. ¿Sabes quién fue Winston Churchill?
–Ese es el inglés de la Segunda Guerra Mundial, el gordito de la cachimba.
Marcos comenzó a reír, después se puso serio y le dijo:
–Es uno de los políticos más admirados de la historia, el autor de frases como “la cortina de hierro” o “la democracia no es perfecta, pero no hay nada mejor”. Se le considera un gran humanista por sus aportes decisivos para la derrota del nazismo, sin embargo, además de ser un alcohólico empedernido, lo cual no es nada malo en el mundo moderno, ya que esto sobrio es difícil de resistir, se ha descubierto que conocía que los veinte mil muertos de la masacre del bosque de Katyn fue un crimen de los soviéticos y no de los alemanes, pero en ese tiempo se necesitaba a los rusos de aliados y por eso lo calló. ¿No es algo abominable? Bueno, no te voy a seguir torturando, hablemos de otras cosas más interesantes. ¿Por qué no almorzamos?
–Está bien. ¿Y su mamá?
–Yo la despierto ahora y la pongo frente al televisor, será sólo una hora. Iremos a un sitio que imagino te gustará.
Nubia se acercó al balcón y continuó mirando al lago. En minutos regresaba Marcos junto a su madre y la ayudaba a sentarse en el sofá.
–Mira, mami, lo que te trajo Nubia, lo hizo ella misma –anunció Marcos mientras buscaba en la cocina el dulce de leche.
–Muchas gracias, ella es muy linda –dijo la madre y comenzó a comer con prisa.
–Nosotros vamos a salir un momento. Te voy a poner la novela, debe de estar al comenzar.
Marcos encendió el televisor, dejó el control remoto cerca de su madre y abrió la puerta. Hizo una señal cortés a Nubia con su mano derecha, mientras con la izquierda sostenía el yale. Nubia salió agradeciendo el gesto y él siguió detrás.
Atravesaban el sendero entre los árboles. La ventanilla del auto abierta, para complacerla a ella. Un aire fresco les acariciaba el rostro. Marcos le preguntó si no le gustaba esa música. Nubia asintió. La voz de George Harrison repetía suavemente While my guitar gently weeps… Nubia se sentía flotar con el viento y la melodía.
Llegaron a un pequeño restaurante junto a un lago. El camarero los condujo hasta una terraza donde la serenidad del agua y los pinos a los bordes se dejaba ver como un telón de fondo. Nubia dijo que era un bello paisaje.
–A mí me gusta mucho este lugar –agregó él.
–¿Por qué no me ayudas a pedir?
–Te recomiendo una carbonara, que hacen deliciosa, también las margaritas son muy buenas.
–Confío en tu buen gusto –dijo Nubia.
–¿Cómo va el ensayo de la obra?
–Marcha bien hasta ahora. ¿No irás al estreno?
–Ya tengo la invitación.
–Wow! Ni yo tengo, se me había olvidado que usted es alguien importante en este pueblo.
–Digamos que útil, la importancia para la mayoría de la gente es proporcional a la utilidad, me gusta más la importancia que da el afecto, como el amor.
–Claro, ese no tiene precio.
–Ni condiciones, al menos al comienzo, en ese momento cuando según los científicos la hormona llamada oxitocina se produce en abundancia y nubla el razonamiento, la visión real del objeto amado, por eso es irracional, casi perfecto.
–¿Y cuándo se rompe ese encanto?
–Puede durar desde un mes hasta dos años. Si sobrevivimos a ese deslumbramiento, llegamos a esa aceptación que muchos llaman “amor” también. Nunca será igual, por eso Shakespeare se encargó de matar a Romeo y Julieta durante el hechizo, nunca los dejó despertar y así los hizo un símbolo del amor perfecto, un mensaje subliminal que indica la muerte de dos enamorados, como la única posibilidad del amor eterno. No dio tiempo a que Romeo y Julieta se mataran con un rodillo o una sartén. ¿No has escuchado aquello de que “el amor es ciego y sólo el matrimonio puede devolverle la vista”?
Nubia soltó una carcajada:
–Sería bueno eso, buen tema para una obra de teatro. ¿Por qué no la escribe?
–De joven lo hice, cuando fui profesor en Cuba.
–¿Usted era profesor?, sí, se nota. ¿Vino por el Mariel, no? ¿Y le gritaron “escoria” y todo eso que hacían?
–Era lo usual: En ese tiempo había creado una cátedra de Educación Artística en la escuela, además de impartir clases de Literatura. No sólo ganamos concursos provinciales, logré que me aceptaran una puesta en la televisión, en un programa infantil llamado Escenario Escolar. Cuando pasó lo del Mariel tuve que renunciar a Educación. Mis alumnos fueron muy leales, me acompañaron hasta el final, claro, en un acto de repudio donde estaban los que más había ayudado. Era doloroso, esos gritos eran peores que las piedras o los huevos de los desconocidos.
Nubia escuchaba atenta, en ese instante llegó el camarero con los platos y Marcos cambió el tono de su voz.
–Aquí están las margaritas heladas y la carbonara, en realidad lo que pega es un vino tinto, pero estoy seguro que te gustará más así.
–Nubia sonrió mientras llevaba el absorbente a los labios.
–Me gusta esa seguridad que tú tienes de saberlo casi todo.
–Bueno, casi todo no, todo, que es diferente. ¿Te sabes el cuento del hombre que dijo en una asamblea: “¿Autosuficiente yo?, que soy mejor que todos ustedes”?
Nubia volvió a sonreír. Marcos contempló sus labios mojados, después le miró a los ojos como con miedo de revelar su pensamiento. Le gustaba esa boca, se imaginó besándola. El sonido de un timbre lo regresó a la tierra. Era el móvil de Nubia. Ella buscó en su cartera y comprobó el número, hizo un gesto como de resignación y después lo colocó sobre la mesa. Marcos no dejaba de mirarla. El timbre cesó.
Un ruido de motor llegaba ahora del lago. Una mujer sobre unos esquíes y asegurada por una cuerda era halada por una lancha rápida que navegaba a gran velocidad. Las ondas de esa estela de espuma que iba dejando tras de sí, se convertían en olas que besaban la orilla. Marcos y Nubia contemplaban en silencio el paisaje. Otra vez volvió a sonar el timbre del teléfono. Nubia lo miró nuevamente, sin contestar.
Marcos sentenció:
–Tal vez si no llamara tan seguido le respondieras.
–¿Tú crees?
–Es muy perseverante, imagino que hay un muchacho inquieto del otro lado de la línea.
–Sí, muy persistente, diría yo.
–Entre la persistencia y la impertinencia hay un límite muy estrecho, se necesita hacer uso de la prudencia para no pasarlo. Parece que ese muchacho no lo sabe.
Nubia soltó una carcajada.
–Usted es una enciclopedia, tiene una frase para todo.
–Bueno, te prometo que no te torturo más con frases si me tratas de “tú”. ¿Está bien?
–Te dije que no me molesta aprender de alguien que sabe mucho, pero voy a intentar tratarlo de “tú” siempre.
Nubia acercó a su boca la inmensa copa de margarita y tomó otro sorbo, tal pareciera que el licor le sacaba con mayor rapidez las palabras. Miró a Marcos con cierto brillo en los ojos.
–¿Quieres que te cuente de ese muchacho?
–Si lo deseas, imagino que te sientes bien haciéndolo, lo sé, además.
–Se llama Jorge, era mi jefe en la compañía donde trabajaba, yo hacía demostraciones de productos. Él soñaba con ascender y se le ocurrió que yo sedujera al director para sacarle información y él saber su posición en el futuro. No se daba cuenta que era él quien me gustaba y yo aprovechaba su ambición para estar a su lado. Nos veíamos mucho y le contaba todo tipo de mentiras para retenerlo, cuando entraba a conversar a solas con el jefe yo era muy seria, después salía y le contaba que habíamos acabado en su oficina, le inventaba citas inexistentes hasta en hoteles. La ironía es que un día el jefe se propasó de verdad, y decidí irme. Contárselo a Jorge sería estúpido. Después, para mayor ironía, a él lo ascendieron y ahora me llama para que trabaje con él. También me enteré reciente que conocía a Marisol, una de mis mejores amigas, ella le debe haber contado que me gusta, ya que es una gran chismosa. Esa es la historia, como todas las mías, rara y aburrida.
–No, no es aburrida para nada, hasta parece tema de un cuento, ese aspecto psicológico gusta.
–Bueno, ya tienes el reto de escribirlo –dijo Nubia.
Marcos miró el reloj y volvió a contemplar el lago. Nubia tomó el último sorbo de margarita. Unas gaviotas volaban a baja altura sobre el agua, algunas picoteaban la hierba de la orilla. Los ojos de Marcos regresaron hasta el rostro de Nubia.
–Mira, linda, la vida es muy breve y uno no debe escapar de las cosas que le gustan.
–¿Qué me quieres decir? ¿Qué salga corriendo hasta donde está?
–No, no, al menos que le contestes el teléfono, hay un amigo escritor llamado Gustavo, al que le encanta repetir una frase de un antiguo poema egipcio anónimo que dice: “Apresúrate a gozar de la primavera, porque la primavera es efímera”.
–Eso me gusta. ¿Qué pasó con lo de no usar más frases?
–Bueno, hablamos de las mías, esta es de otro, así que no clasifica.
Marcos miró el reloj y llamó a la mesera.
–Le dijimos a mi madre una hora, ya es tarde.
Después de pagar, Marcos le cedió el camino a Nubia.
La mesera se despidió de los dos y agradeció la propina de Marcos.
Ya en el auto, Nubia le dijo que era muy amable y aún estaba mareada con esa margarita. La tarde iba cayendo sobre la ciudad. Desde la ventanilla se vio pasar a una mujer arrastrando un carrito cargado de ropas. Llevaba un paraguas y un sombrero de plumas antiguo, tenía también un velo transparente sobre el rostro.
–En este pueblo cada día hay más mendigos –dijo Nubia.
–Esa no es una desamparada común, tiene una historia romántica, dicen que enloqueció cuando murió su prometido un día antes de la boda. Ella construye su salida de luna de miel, esa que nunca tuvo. De vivir en La Habana de los cincuenta fuera una leyenda, como el Caballero de París, pero le tocó el Miami de los dos mil. Esta ciudad no hace leyenda de perdedores.
Retrato de Nubia (Editorial Silueta, 2017), de Rodolfo Martínez Sotomayor, se presentará en la Feria del Libro de Miami 2017, el sábado, noviembre 18, a las 12:15 p.m., Salón 8525 (Edificio 8, quinto piso); en la sección «Novelar el presente», junto a las escritoras Cristina Zabalaga y Menena Cottin.
Rodolfo Martínez Sotomayor
(Foto: Eva M. Vergara)
Rodolfo Martínez Sotomayor (La Habana, 1966). Ha publicado los libros Contrastes (La Torre de Papel, 1996), Claustrofobia y otros encierros (Ediciones Universal, 2005), la compilación de textos Palabras por un joven suicida: homenaje al escritor Juan Francisco Pulido (Editorial Silueta, 2006) y Tres dramaturgos, tres generaciones (Editorial Silueta, 2012). Cuentos suyos han sido incluidos en recopilaciones y antologías como Nuevos narradores cubanos (Siruela, 2001), traducido al francés por Edition Metalie, al alemán por Verlag, y al finés por la editorial Like, Cuentos desde Miami (Editorial Poliedro, 2004), La isla errante (Editorial Orizons, 2011), Cuentistas del PEN (Alejandría, 2011), Reinaldo Arenas, aunque anochezca (Ediciones Universal, 2001). Su cuento Encuentro fue traducido al húngaro por la revista Magyar. Algunos de sus poemas aparecen en las recopilaciones Poetas del PEN, (Ediciones Universal, 2007), La tertulia (Iduna, 2008), y La ciudad de la unidad posible (Editorial Ultramar, 2009), traducida al inglés por la misma editorial. Ha publicado críticas de cine, de literatura, de teatro, artículos de opinión en revistas y periódicos como: Carteles, Diario Las Américas, Encuentro, El Nuevo Herald, El Universal. Fundador y Presidente de la Editorial Silueta; Director de la revista Conexos.
Nubia me cae bien, pero el tipo me cae gordo. Veremos si cambio de opinión cuando lea la novela completa, que espero sea pronto. Felicidades, amigo Martínez, estamos felices por tu nuevo libro y te deseamos toda la suerte del mundo!!!