Revista Conexos

Una revista de arte y literatura, sin fronteras generacionales ni geográficas

La voz amada

DANIEL FERNÁNDEZ

 

Para Osmán Avilés

 
Inspirada en ‘La voz humana’, de Jean Cocteau.
 

Escena: Una sala o saleta de una casa modesta en Miami, 2018. El mobiliario puede reducirse a lo que aparece en el centro de la escena, una silla elegante o butaca, una mesita con gavetas y encima un vaso y una botella de whisky (o cualquier otra bebida alcohólica). Junto al vaso hay un teléfono celular o inalámbrico. También hay un cuadrito con una foto de OTRO.
 
Personajes: En escena, un hombre elegantemente vestido: EL, de unos 70 años, bien conservado. Es escritor, periodista y crítico musical. Del otro lado del teléfono hay otro hombre: OTRO, unos 30 años más joven. Es también escritor. Ambos han vivido juntos por un tiempo.
 
Nota: El texto que dice el personaje que no aparece en escena, no se escucha, está escrito sólo como referencia y timing para el actor que hará el monólogo. También para dar la posibilidad de representar la obra con los dos personajes en escena, aunque eso implicaría numerosos cambios. Entonces en lugar del teléfono sonaría el timbre de la puerta y entraría el personaje que en la versión monólogo no se ve. Habría que hacer ajustes al texto y a la acción, si la obra se presenta así. Esa versión no es la que prefiero, lógicamente, me parece que resta impacto, pues ya no sería una soledad, sino dos soledades, pero la dejo como posibilidad. También podría representarse con la voz del teléfono en off, pero igualmente se perdería la estructura clásica de monólogo
 
 
Acción:

Se puede usar una música de apertura. Cuando se hace la luz lentamente sobre el escenario EL se pasea, impaciente, por la escena con un trago en la mano. Bebe ocasionalmente. Está algo nervioso y disgustado. Suena el teléfono:
 
EL: ¡Al fin! ¿Pero por dónde andas? Se hace tarde. Ya me tenías preocupado, pensaba que te había pasado algo.
OTRO: Siempre pensando lo malo.
E: Lo malo no. No pensaba que te hubiera ocurrido un accidente, pero sí alguna dificultad, un embotellamiento del tránsito.
O: Bueno, eso sí es cierto. Es que no voy a poder acompañarte esta noche a la ópera.
E: Pero ¿cómo? (Angustiado y molesto, pero trata de contenerse). Mira que te lo dije con tiempo. ¡Con lo cara que son las entradas de la ópera y que se vayan a perder!
O: Bueno, todavía estás a tiempo de llamar a alguien… Además, en última instancia puedes ir solo… No tienen que perderse las dos entradas.
E: Es que ya es muy tarde para avisar a nadie. ¡Mira que te lo dije! Además, no puedo ir solo, he estado bebiendo y no me atrevo a manejar así.
O: ¿Otra vez se te va la mano con la bebida?
E: Sabes que no bebo en exceso, pero si estoy a dieta, no fumo, ni tengo sexo «con nadie» (irónico), algún placer tenía que tener.
O: Recuerda lo que te pasó…
E: (Interrumpiendo). Eso fue un accidente… No es tan fácil suicidarse, y menos con CBD, tendría que tomarme varios pomos posiblemente. Es que a veces el dolor de la ciática es insoportable… Ya verás cuando te lleguen esos dolores que no son cosa de juego… Había tomado muchos calmantes y se me complicó con el alcohol. No me lo eches más en cara, no fue un intento de suicidio ni nada por el estilo… ¿Y por qué no puedes venir? Sabes la ilusión que tenía de que viéramos juntos La Boheme, especialmente por la escena del «Addio senza rancor».
O: Yo también quería verla contigo, pero no puede ser. De pronto me ha caído una tos imposible. No voy a ir así, a molestar a todo el mundo.
E: ¡Por una tos! Eso no es nada. Yo tengo caramelos mentolados y un jarabe para la tos buenísimos. Ven para acá…
O: (Interrumpe) No puede ser, no insistas, sabes cuánto me molesta esa actitud dominante tuya.
E: ¿Dominante yo? ¿Así que invitarte a la ópera es una actitud dominante? (Suspira. Se sienta. Bebe). Mira que les digo a todos los de tu generación que la vida no repite las oportunidades. Todavía me arrepiento de los conciertos que me perdí en Cuba… de Bola de Nieve, de Josephine Baker… óperas que venían de Polonia, ballets que venían de Rusia… Cuando pase el tiempo te arrepentirás de tantas óperas y conciertos a los que te he invitado y no has querido ir…
O: No he podido ir…
E: Cuando uno quiere, puede. Es cosa de hacer un esfuerzo… A veces pienso que me dejas colgando en estas invitaciones porque no quieres que la gente nos vea juntos otra vez…
O: No es eso.
E: Pienso incluso que aceptaste esta invitación porque me has cogido lástima por lo del accidente… Te juro que no fue que yo quisiera suicidarme. Se me fue la mano con los calmantes… Yo no soy así (Bebe).
O: Dejemos eso. Si voy contigo es porque quiero, y no me importa lo que diga la gente.
E: Es que te fuiste tan de repente, casi sin explicaciones. Pensé que había otro, pero todos nuestros amigos me dicen que no, que no hay nadie. Ellos tampoco entienden que después de tanto tiempo juntos, te hayas ido así…
O: Todo lo que empieza se termina…
E: Sí, todo tiene su final, pero también tiene su porqué. ¡Nos llevábamos tan bien! Apenas una semana antes de tu partida, me llevaste a la playa, y fue idea tuya… Hacíamos planes para viajar, arreglar la casa, comprar una cocina nueva…
O: Es que me daba pena… No sabía cómo decírtelo.
E: (Angustiado, pero puede dar risa su reacción) ¿Qué te daba pena decirme qué? ¡Que hay otro! ¡Lo sabía!
O: (Divertido) No hay otro, pero quiero que lo haya. Ya me cansé de tu tonito de superioridad, tu control, tu posesividad…
E: ¿Qué superioridad? Pero si yo vivía para complacerte, para ayudarte. Dime, ¿no te gustaba lo que cocinaba? Me decías que mi chicken korma era lo mejor de este mundo. ¿No te gustaban nuestras salidas, nuestras tardes de lluvia, la remodelación del jardín, los días en que íbamos a comprar plantas a viveros lejanos?… (Triste) Es que no puedo creer que todo eso fuera fingido. Yo te veía tan feliz. Cuando terminábamos de trabajar en el jardín. Después de bañarnos, cuando esperábamos la comida de los chinos, a veces me decías: «¡Qué paz se respira aquí!» ¿Qué más querías de mí?… Si no me atreví a proponerte matrimonio, es porque estoy muy consciente de mi edad. Mi cuerpo ya no es lo que era; me siento joven, pero estoy blanco en canas, aunque me las tiña, y con una barriga enorme; y tú, aunque no te queda un pelo en esa cabeza, tienes 30 años menos que yo… Por eso mantuve todo en una atmósfera como de padre e hijo, sin complicarnos con las debilidades de la carne… Mi cariño por ti era otra cosa…
O: No te engañes a ti mismo.
E: No, no me engaño a mí mismo, siempre he sido hasta cruel a la hora de analizar la vida y mi vida. Pero sí esperaba de ti algo de afecto, una compañía… Incluso, cuando en un día lejano te fueras con un amante o porque ibas en busca de un futuro mejor…
O: Y eso hice, me fui a buscar un futuro mejor.
E: Bueno, será un futuro distinto, pero no mejor. Sé bien que no estás mejor en ese lugar que lo que estabas conmigo.
O: Estar lejos de ti ya me hace sentirme mejor.
E: (Se pone de pie molesto. Camina por la sala, empieza a quitarse la chaqueta que lleva puesta) ¡Qué crueldad! ¿Cómo puedes decirme que estar lejos de mí ya es un futuro mejor? ¡Mientes! No puedes sentirte mejor en otra parte. Aquí tenías seguridad, afecto y nada de celos, ni escenas. Hasta dormías fuera de casa cuando te daba la gana. ¿A qué le tenías miedo? ¿A que dentro de unos años yo me volviera un viejo decrépito, y no quisiste verte atendiendo a una ruina humana?
O: No, no fue eso.
E: ¿Entonces qué fue? (Se quita la chaqueta y la pone sobre la butaca. Transición brusca, se le ha ocurrido esta idea de pronto) No me vas a decir que te estabas enamorando de este viejo barrigón…
O: A lo mejor sí…
E: No te burles. No te creo. (Pausa, se sirve un trago en silencio. Bebe).
O: ¿Estás ahí?
E: Sí, estoy aquí… (Miente) Me estaba quitando la chaqueta.
O: ¿Qué chaqueta?
E: (Mintiendo, la chaqueta es de otro color) La que tú me regalaste, la roja. Ideal para la ópera… Todavía estás a tiempo de llegar para ver La Boheme
O: Ya te dije que no puede ser…
E: (Decepcionado) No puede ser la ópera, ni nada… (Bebe. Se mueve por la escena, se apoya en la butaca, se le va notando el efecto de la bebida, etc.) Es tan fácil destruir. La bella vida que habíamos construido juntos durante meses tú la destruiste en unos días, casi sin hablarme, sin explicarme… No entiendo cómo desperdicias una oportunidad… Suerte que en situaciones como esta de algo sirve la edad, la experiencia, pues ya uno ha pasado por tanto, que nada ni nadie te puede verdaderamente destruir… Si tú supieras, cuántos amigos y hasta amantes perdí yo por el SIDA o ahogados en el mar al querer escapar en una balsa… fusilados… Aunque…
O: ¿Aunque qué?
E: (Se sienta en la butaca, baja la vista, habla lentamente) He llorado mucho. (Muy dolido, puede llorar o casi). Yo pensaba que serías como el hermano que nunca tuve, o hasta como un hijo… Me lo dijiste una vez. Que no te acostarías conmigo, porque sería como acostarte con tu padre, que tiene mi edad. Y eso quise ser…
O: Yo también he llorado. Me costó mucho trabajo irme.
E: ¿Tú también has llorado? Y si te costó tanto trabajo irte, entonces, ¿por qué coño te fuiste?
O: Es que lo que teníamos se iba volviendo algo confuso.
E: ¡Pero qué importa si era confuso! La vida es confusa. No está sujeta a diccionarios, archivos ni almanaques. ¿Acaso no hay hijos y padres que se enamoran uno del otro? Hermanos, primos, parientes… Seguro conoces la tragedia de Edipo Rey con su madre. No debería ser, pero ha pasado. (Burlón, tratando de aflojar la tensión). El colmo es que ha habido hasta suegras enamoradas de sus yernos. Claro, no has leído Fedra… (Serio otra vez) Pues si nos complicábamos en algo confuso, ¿qué podía haber de terrible en eso? ¿A quién podría importarle? ¿La vida está llena de cosas que no deberían ser, pero lo son… Es que tienes miedo a la vida. Eso era lo principal que quería enseñarte, que con miedo no se puede vivir. Que uno puede perder, pero hay que jugar. Aunque siempre se pierda, hay que jugársela. Sin esperanza, pero sin miedo.
O: ¿Ves? Es esa actitud tuya de superioridad y seguridad lo que me hizo irme de tu casa. Esa actitud de que te lo sabes todo.
E: (Impaciente, se pone de pie, camina por la escena) No es superioridad, es madurez. Quizá algún día tú también lo logres, pero debes ser más consistente en tus decisiones. Como esto de decirme que sí a una ópera y luego dejarme frustrado… Igual que en el proyecto de vivir juntos… ¿Sabes que ya he hecho los arreglos que habíamos planificado? Las goteras, los aleros, los pisos… Tu baño está recién pintado…
O: Lo sé. Ya me lo habías dicho.
E: (Mirando alrededor) Hay tantas cosas que podríamos hacer en esta casa… juntos…
O: Esa es tu casa, ya yo me fui, para siempre. Aunque sigamos siendo amigos.
E: Era también tu casa… Y para siempre es una expresión muy fuerte… (Se sienta de nuevo) Mira, quizá ya sea tarde para ir a la ópera, pero no es tarde para que vengas de visita. Veremos La Boheme en alguno de los videos que tengo, nos tomamos unas cervezas, o un vinito, y conversamos hasta que te quedes dormido… (Tierno), como antes…
O: Me tientas, pero no puede ser…
E: (Alterado, pero no bravo) ¿Pero por qué no puede ser, coño? Si ni te voy a tocar… ¿No sabes que tu olor, que se queda en la casa por días, cuando vienes a trabajar en el jardín, es lo que me consuela en los momentos de mayor soledad?
O: ¡Ves! Tienes que admitirlo. Estas enamorado de mí y es de eso de lo que me quise alejar, porque yo no puedo corresponderte. No quiero herirte. Nunca quieras tener un amor imposible.
E: (Algo angustiado) No, no es amor… O sí lo es, pero ese amor que siento por ti es otra cosa. No tiene que ver con el restregarse de dos soledades en la oscuridad o la calistenia lujuriosa de dos cuerpos a la luz del día. Es un amor otro, de viejo. Un cariño ya macerado por el tiempo, que no va buscando placeres efímeros, sino un sentimiento distinto…
O: Fantasías. Deliras. Eres un maestro con las palabras, pero sabes bien…
E: (Angustiado, al borde de la cólera) No sé nada. En el amor nunca se sabe nada. Siempre el amor es distinto. Se usa la misma palabra, pero con cada persona se siente distinto. ¿No fuiste tú el que dijiste en uno de tus poemas que «El corazón no duerme, permanece fijo a una esperanza…»?
O: No me saques fuera de contexto…
E: Es que el tiempo pasa; pero no siempre el amor llega… El corazón sigue a la espera… Hemos tenido amantes… Tanto tú como yo sabemos mucho de las candelas del sexo, los revolcones primaverales… Y yo pasé ya hasta de los revolcones otoñales, y estoy en los del invierno crudo de la vejez profunda… y sin embargo… ¿Cuándo el corazón encontró su verdadero reposo? ¿Cuántas veces no dijimos: «este es», y no fue nada? (Bebe).
O: Bueno, pero tuvimos el romance…
E: ¡Bah! Romances pasajeros, sorbitos de miel entre las grandes tazas de acíbar… Breves descansos en una enorme soledad.
O: No seas ridículo…
E: Será ridículo, pero a estas alturas poco me importa hacer el ridículo. ¿Acaso a mis 70 años no me subí a un escenario vestido de mujer por primera vez? ¿Es que acaso toda esta conversación no parece de telenovela mala? … Toda esta verborrea no es nada más que para decirte que te quiero (se derrumba), que no hay día que no piense en ti… ¿Sabes una cosa?
O: Dime
E: Cuando te decía, al principio de tu estancia en casa, que me masturbaba pensando en ti. Y luego lo tiraba a broma… (Se pone la mano en el sexo, recuerda…) No era broma. Era verdad. Cuando trabajábamos en el patio, cuidaba que mis miradas no me delataran el deseo, y tú con aquellas camisetas apretadas y los shorcitos ajustados…
O: (Se ríe).
E: No te rías. La vejez no es cosa de risa. Estoy viejo, pero todavía se me para. El que no se me para es el corazón! El corazón late y late hasta el final.
O: No deberías de torturarte con esos recuerdos.
E: (Soñador y triste) Es que esos son los únicos recuerdos que tengo tuyos… (Coge el marco, le habla a la foto).
O: Deberías pensar en el futuro…
E: (Angustiado. Bebe) ¿Pero qué futuro?
O: Todavía puedes vivir muchos años.
E: Sí, puedo vivir muchos años aún. (Casi llorando) ¿Pero no te das cuenta de que yo no tengo futuro sin ti?
O: No digas eso. Sigues escribiendo en el periódico, viajas todos los años, haces teatro, una de tus novelas va a salir en inglés.
E: (Indignado, pone la foto en la mesita, se levanta, camina agitadamente por la escena) ¡A la mierda todo eso! Sabes que no me importa nada la fama, ni la brilladera, ni los viajes a los que me manda el periódico, ni mis libros, ni los aplausos en el teatro. No recuerdas aquella tarde… aunque tienes tan mala memoria… en que te dije: «¿Quieres escuchar mi aria favorita para soprano?», y te puse a María Callas, en Youtube, como Elisabetta en Don Carlo. Cuando se le aparece el espíritu del emperador, el hombre que tuvo el imperio donde nunca se ponía el sol; y toda la gloria, la riqueza y el poder lo dejó para irse a un monasterio. Elisabetta, que ha perdido lo único que tenía, el amor de su enamorado le dice: «Tú que la vanidad conociste del mundo, y que ahora en la tumba tienes el reposo profundo» (Aquí se podría usar un fragmento de esa grabación como fondo, bajito, bajar las luces para dar la tónica del recuerdo, etc. El está muy conmovido, puede llorar) Todo es vanidad. Todo se lo lleva el tiempo. Todo lo hubiera cambiado por un beso de amor… (Se contiene para no llorar. Se sienta, se quita los zapatos. Rellena el vaso, etc).
O: Cálmate no sigas bebiendo… Te pones demasiado dramático. No vayas a tomar calmantes ahora.
E: (Irónico, se quita las medias) No te preocupes. No estoy bebiendo tanto, y no voy a tomar calmantes. Hoy no me duele la ciática, me duele el alma. (Algo colérico, vengativo) Y no me jodas más con eso. El que sí intentó suicidarse una vez fuiste tú. Los suicidas son siempre gente muy egoísta. ¿No pensaste en tu madre y tu familia a la hora de hacerlo? De igual manera que no pensaste en el sufrimiento que me ibas a dar con tu partida. (Se desploma otra vez, tira las medias al piso).
O: (Bien molesto) ¡Estás borracho!
E: (Algo colérico) ¡No estoy borracho nada! ¿Es que hay que estar borracho para decir la verdad? Nunca he estado más claro en mi vida. En realidad… eres un mierda con miedo a la vida. Todos esos hombres que reflejas en tus poemas te amaron, pero tú, de una forma u otra se las dejaste en la mano… Se quedaron apenas en poemas… (Riendo, bebe, le empieza a hacer efecto la bebida) ¡Qué imbécil fui, Dios mío! ¿Cómo habiendo leído esos poemas no me di cuenta de la trampa en que caía?
O: No fue así. Yo también los quise… a mi manera.
E: (Burlón, agresivo) ¡Los quisiste a tu manera! ¡Buena mierda! A juzgar por lo que me hiciste a mí… Habría que conocer su versión de la historia, y no tus bellos poemas. Suenan bien, pero a veces suenan a hueco, a palabras bien pensadas pero no realmente sentidas. Es como si los sentimientos que expresas fueran parte de un sueño, de una leyenda antigua, algo distante y bonito, pero que no pasó en realidad. Hay uno… hasta de un fauno… Les falta vida y eso es lo que te falta a ti… Los cojones para vivir de veras…
O: (Bien molesto) Cojones tuve para dejarte.
E: (Se pone de pie, colérico, se puede tambalear un poco, se apoya en la butaca). Los cojones no te hacían falta para dejarme, sino para atreverte a quedarte a mi lado. Mira, hay solo dos sentimientos fuertes en el mundo, todos los demás se derivan de ellos. El corazón humano tiene dos latidos: el amor o el miedo. Vivimos por lo que queremos y como queremos, o vivimos por lo que nos impone la sociedad, el gobierno, la necesidad o la tradición; y seguimos el rebaño por el miedo al qué dirán, a pasar hambre, a caer presos, a sufrir… Y así mucha gente le teme al amor, porque lo pueden herir, porque pueden sufrir… Y por eso se la dejaste en la mano a tanta gente que te ha querido, por eso te fuiste de esta casa, porque tenías miedo a sufrir si te enamorabas de mí. ¡Qué triste! (Se tambalea un poco, se apoya en la butaca).
O: No es así, no fue por eso…
E: (Camina por la escena. Se nota algo ebrio). No. No me expliques nada, ya es tarde para cualquier explicación, y claro que no vas a aceptar lo que te digo. Quizá algún día lo veas igual que yo, quizá… madures… Aunque ya ves, la edad no siempre quiere decir madurez. Yo me he comportado contigo como un joven adolescente… Como un joven… comemierda. El cuerpo se arruga, pero el corazón no envejece… (Pausa). En eso tienes razón. (Se sienta de nuevo. Bebe).
O: ¿Has terminado?
E: (Suspira profundamente) Sí, he terminado. Es más, hemos terminado. No te invitaré otra vez a la ópera ni a nada. Ni vendrás más a ayudarme en el patio. Por un tiempo… ni me llames. Trataré de evitar los lugares que frecuentas, (despectivo) todas esas presentaciones de libros y lecturas de poesía. Pero es mejor que no nos veamos por algunos meses… por un tiempo… quizá, por toda la vida.
O: No te pongas melodramático.
E: Es mejor así. Al menos para mí. (Burlón) «Ojos que no ven, corazón que no siente» (Brinda al aire y bebe).
O: ¿Ahora prefieres no sentir nada?
E: Sí, prefiero no sentir nada, sacarme «la espina de la pasión» con anestesia general. Juegas conmigo como el gato con el ratón. Siempre supiste que te quería, que podía llegar a quererte mucho, enamorarme de ti como un perro, como debe ser; pero preferiste la manipulación, el jueguito macabro con los sentimientos. Pero cuando viste que el jueguito lo podías perder… Te fuiste huyendo. No de mí, de ti mismo. Siempre se huye de uno mismo, y por eso, donde quiera que vayas, tendrás los mismos problemas. No has leído La fenomenología del espíritu
O: No la he leído.
E: No, no era una pregunta. Sé que no la has leído, si no lees nada. Las citas que pusiste en tu último libro te las di yo. Te las quieres dar de culto, pero es otra pose tuya. Otra máscara para ocultar tu verdadero rostro, tu retrato de Dorian Gray. En ese libro, Hegel habla de los esquemas del espíritu, algo así como signos astrológicos, pero con sabor metafísico alemán, y esos esquemas no se pueden cambiar, solo enriquecer. Cada quien lleva su fardo a cuestas. Llámalo karma o lo que sea… Es posible, pero a estas alturas poco me importa Hegel, creo que la gente en el fondo es buena, que puede cambiar, que puede amar…
O: (Burlón) ¿Así que ahora soy malo? ¿Entonces por qué me quieres?
E: («Descargoso», se nota que está bebido) No, no eres malo. Simplemente débil, que quizá sea peor; porque el amor es para los fuertes. La gente débil es arrastrada a grandes catástrofes. Cuando muchos débiles quieren ampararse a la fuerza de un líder o de un loco, surgen las revoluciones y las guerras, y los fanatismos religiosos. A nivel de individuo, esas son las vidas fracasadas, los miles, millones, que terminan poblando los bares del mundo y hasta las aceras de las calles marginales de grandes ciudades, arrinconados para dormir su soledad, su inadaptación al mundo…
O: ¿Ese es el futuro que me ves?
E: No, no, a ti no te tocará esa miseria. Sabes cómo arreglártelas para que alguien te saque del apuro, para que alguien te ayude a subir, a lograr lo que quieres. Tu miseria no es material, es del espíritu. Quizá llegues a ser rico y famoso, pero no me cambio por ti. Para mí fuiste, a pesar de todo, la posibilidad de una flor tardía para el invierno, mientras que para ti yo fui una pequeña maniobra, una buena carta para jugar, alguien que podía abrirte puertas…
O: En un principio sí, pero luego fue otra cosa…
E: Sí, tienes razón. Luego cambiaste, quizá porque empecé a ejercer una buena influencia sobre ti. Pero desconfiabas de mí como desconfías de todo el mundo. Las personas desconfiadas son así, porque saben que en ellas no se puede confiar. Pero dejémoslo aquí. No es mi intención ofenderte, sino que abras los ojos y que trates de enriquecer tu soledad y te labres un alma más fuerte, (emocionado) con una fuerza que te pueda llevar a crecer, a librarte de tus demonios… Así quizá en el futuro encontrarás una compañía que te pueda dar toda la felicidad que se puede tener en este mundo… Ahora sí he terminado. ¿Tienes algo que decir?
O: Tremenda tirada. Una pena que esto no haya quedado grabado, podías haber escrito una obra de teatro.
E: Sí, pero lamentablemente esto no ha quedado grabado, ni es una obra de teatro. Nadie me va a aplaudir cuando yo cuelgue el teléfono.
O: (Se ríe) Tienes cada cosa… Mañana, cuando no estés borracho, te llamaré y verás las cosas de otra manera…
E: (Bien molesto). Ya te dije que no estoy borracho, sino clarísimo, lúcido (Bebe), translúcido. Y no, no me llames mañana, ni nunca, no voy a contestar el teléfono… Adiós. (Cuelga).
EL saca de una de las gavetas de la mesita un frasquito con tapa de gotero. Se sirve unas 15 gotas en un trago de whisky. Suena el teléfono, instintivamente va a contestarlo, pero después de comprobar que es OTRO, tiene una breve duda, y decide no hacerlo. Se lleva el vaso hacia los labios, pero se queda a mitad de camino. Cesa el teléfono. EL vuelve a poner el vaso en la mesa y ahora vacía todo el contenido del pomito y se va tomando el trago con calma, con la mirada en el vacío por encima del público. Poco a poco se derrumba y llora. Vuelve a sonar el teléfono mientras se apagan las luces MUY lentamente.
 
 
Notas: En el estreno de este monólogo para el Festival del Monólogo de Havanafama, Miami 2019, se usó la canción En un rincón del alma, de Alberto Cortez, en la versión de Chavela Vargas para abrir y cerrar la puesta. También en la función del 23 de febrero, se usaron los primeros 47 segundos de la mencionada aria de Maria Callas, tomada de un recital de ella subido a Youtube.
En cuanto a los personajes de EL y OTRO, aunque guardan mucha similitud conmigo y con Osmán Avilés a quien va dedicado el monólogo, no se corresponden exactamente con nosotros ni con la relación que tuvimos durante los 13 meses que vivimos juntos. La conversación que se presenta es totalmente imaginaria y para empezar, Osmán y yo sí fuimos a ver La Boheme. También es bueno aclarar que yo no bebo y que conservo una buena amistad con Osmán.
 

Daniel Fernández
(foto: cortesía del autor)


 

Daniel Fernandez estudió Licenciatura en Literatura Hispanoamericana y Cubana en la Universidad de La Habana, y trabaja actualmente como crítico de música clásica y columnista de el Nuevo Herald, en Miami. Perteneciente a la llamada Generación de El Mariel, el autor escribió una novela en Cuba La vida secreta de Truca Pérez, por la que fue sancionado a cuatro años de privación de libertad. Fue indultado en 1979, año en que llegó a Estados Unidos. Ha escrito novelas históricas de próxima aparición y obras dramáticas, además de poemas y cuentos dados a conocer en distintas publicaciones y escenarios. Ha publicado Sakuntala la Mala contra la Tétrica Mofeta (Editorial Silueta, 2009) y Novelas sencillas (Editorial Silueta, 2010).

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Esta entrada fue publicada el 16/03/2019 por en Teatro.
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