Revista Conexos

Una revista de arte y literatura, sin fronteras generacionales ni geográficas

Textos de Idalia Morejón Arnaíz

IDALIA MOREJÓN ARNAÍZ

 

Fragmentos tomados de su libro Cuaderno de vías paralelas (fragmentos)

 
Viene Poquita Cosa de hacer su entrada Chez Chuqui con una
pizza hirviente que todos dejan enfriar. Primero hay que fumar ceremoniosamente de un narguile, luego esperar a que irrumpa el hambre, para enseguida lanzarse sin protocolo sobre las cuñas de pizza recubiertas de un queso que a la hora de comerlo ya parece de plástico. La masa, extremadamente gruesa, igualmente resecada. Poquita Cosa ni siquiera come pizza, pero sabe que la comida es su único recurso para ingresar al club de las diversas especies migratorias que hoy ocupan, tanto como ella, la nueva localidad. Corre el vino, sube el humo, rueda la noche subsidiada. Sobre músicos y poetas indocumentados, más dos o tres locales despistadas, planean dos migratorias avecillas, inquebrantables: El Chuqui y la Chuqui, los inquilinos del pequeño apartamento-atelier-galería en cuyo camerino-cocina se juntan todas las noches los amigos que Poquita Cosa se esfuerza por conquistar poniendo ella la pizza.

Visita a los Chuqui los fines de semana -por la mañana, por la tardecita, entre semana, por las noches, cuando tiene un día libre. Prefiere las visitas en horario de invierno: la noche rinde más. Con la frecuencia de los encuentros, la intimidad con el pasado también va en aumento: se reinventa protagonista, descuida sus planes de inserción en la nueva localidad, mientras los Chuqui se inmiscuyen etnográficamente, sin el menor resquemor. Contienen su coleante extranjeridad con barricadas de memoria: recuperan las danzas folclóricas, los platos típicos, los grandes hits. Y es así que se dirigen hacia la vanguardia: pagando peaje al gran dragón de la otredad.
 
 
 
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Todas las semanas sirven Chez Chuqui enormes bandejas de world
music, mantras, salsas, jazz. Para recibir a los invitados cambian las obras expuestas en todas las paredes. Los vernissages semanales se han convertido en muestra permanente de los cuadros siniestros, llenos de humor, y por todo ello geniales, del Chuqui. Por allí circula Poquita Cosa, entrechocándose, alelada, regalando al anfitrión reflexiones estéticas positivas, solicitando aclaraciones técnicas, indagando en los conceptos, apenas asintiendo cómplice cuando el Chuqui hace referencia a una bibliografía artística que ella reconoce como anticuada. Ya en la fase introspectiva de la reunión fortalece los lazos comunitarios entrando en consenso con el resto de los visitantes, acerca de la genialidad del Chuqui. Así es que el bar permanece abierto.
 
 
 
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Para no faltar a la hospitalidad y construirse un estatus de artistas
trasnacionales los Chuqui ofrecen cultura, pero la comida y la marihuana van por cuenta de los clientes allegados, la jauría de refugiados del arte en la que todos se consienten la decadencia ética, amparados en el curriculum nacional, el curriculum de las escuelas de arte, de los festivales de cine, de las becas y las escuelas al campo, de los grupitos en la playa. Relatar las hazañas realizadas en la antigua localidad ha resultado ser en las reuniones un asunto importante; hay mucho que contar, mucho que comparar, especialmente para no coincidir. Para Poquita Cosa todos acaban de nacer del polvo estelar, y da gracias al cielo por haber convertido en realidad una de sus grandes fantasías: entrar con pizza al mundo del arte.
 
 
 
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En vano saldría Poquita Cosa de su planeta transparente y
silencioso, si no fuera para frecuentar a la población flotante del Chez Chuqui, donde ningún certificado de prestigio resulta más eficaz que el de haber viajado “al exterior”. Maniobran lejos de la antigua localidad para salvar la distancia que los separaba de lo desconocido; aun sin comprender continúan produciendo valor a partir del cálculo de viajes realizados en los viejos tiempos de la vieja localidad. Nadie sabe bien de qué se habla cuando repiten “el extranjero”, y de golpe el mundo se disuelve entre los acentos y las voces de: una consulesa holandesa, algunos habaneros moscovitas, un babalao angolano, un músico cuya madre se casó con el hijo de un artista de Fluxus, un par de antiguos marineros, más dos o tres traficantes de tabaco, casi siempre en paradero desconocido.
Al regresar de su visita al Chez Chuqui, Poquita Cosa engrosa su diario:
     Cuando subo las escaleras del atelier-dormitorio
          sudo ergo huelo
        a Juntos-pero-no revueltos:
         mi colonia del verano.
 
 

Idalia Morejón Arnaíz
(foto: cortesía de la autora)


 

Idalia Morejón Arnaíz (La Habana, 1965) reside en Brasil, donde es profesora de literatura hispanoamericana de la Universidad de Sao Paulo y dirige el sello editorial Malha Fina Cartonera. Es autora de Cartas a un cazador de pájaros (La Habana, 2000), Una artista del hombre (Barcelona, 2012), La reina blindada (Tenerife, 2014) y Cuaderno de vías paralelas (Recife, 2015).

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Esta entrada fue publicada el 16/03/2019 por en Prosa poética.
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