Revista Conexos

Una revista de arte y literatura, sin fronteras generacionales ni geográficas

The Variety of Pussy

DIANA CASTAÑOS

 

Estábamos en la fiesta y se acercó a nosotros una chica. Tenía una blusa corta y las tetas aun no se le habían aplatanado contra los pechos, así que debía ser joven.
Karla evitó hablarle. Incluso mirarla. Clavó la vista en su bebida como si fuera la cosa más interesante del mundo. Pero no lo era. Ni siquiera la chica delante de nosotros lo era. Solo otra manera de pasar el tiempo y evitar suicidarnos; eso era. Otra manera de hacer la vida más llevadera en las mañanas en las que despierto con vómito y sangre mezclados en la bañadera y no estoy seguro ni de quién es el vómito, ni de quién la sangre.
-¿De dónde eres?
Se tomó su tiempo para responderme. Tenía un diente que sobresalía sobre los demás. Descansó la lengua detrás de él un rato antes de decir que ya no sabía de dónde era porque el lugar donde había nacido solo tenía unos árboles y apartamentos aislados ahora, lo cual quería decir, según ella, que el lugar donde ella había nacido no existía ya.
Ese tipo de frase, en boca de cualquiera, es un pedido de atención. En boca de ella, con sus pezones punzantes, casi amenazando con tragarse mi garganta, era una puerta más estrecha, bastante explícita. Sé leer muy bien a las mujeres con baja autoestima.
 
Karla retomó el tema que estábamos hablando cuando Lilith se marchó.
-Necesito encontrar un piso para mí y mis hijos.
-¿Qué tiene de malo el tuyo?
-El chino al que se lo alquilo lo quiere de vuelta. Tengo que irme.
-Muy bien. Te buscaremos uno.
Frunció el ceño.
-Ya he estado buscando. Nadie quiere a una mujer con tres hijos y dos perros.
-Quizás si no tuvieras esos perros…
-¿Por qué no pruebo a botar mis hijos también?
No respondí. El más pequeño de sus hijos suele entrar en el cuarto cuando Karla y yo estamos dándonos el uno al otro. Dándonos lo que imaginas. El otro día tuve que explicarle que aunque su madre gritara, yo no le estaba haciendo daño. Me dijo «lo sé», pero no parecía muy convencido. Estar con su madre sería mucho más fácil sin ellos tres. Pero, por otra parte, sin ellos tres nunca hubiera logrado estar con una mujer como Karla.
-Si hubiera alguien es este pueblo que abriera las puertas de su vida a mis hijos y a mí -dejó caer Karla.
Por alguien se refería a mí. Y por «las puertas» quería decir una llave de mi casa.
Pero yo no puedo dejarla entrar. Mi casa es de las pocas cosas no autodestructivas de mi vida. Casi todo el dinero que gano editando la revista y vendiendo mis historias en columnas proscritas se ha ido en mi casa. No voy a dejar que su mugre y la mugre de su descendencia la violen ahora. Así que me hice el desentendido de hacia donde apuntaba el asunto.
-Hablé con mi vecino. Creo que tiene un cuarto vacío.
-Tú tienes como cinco. Vacíos.
No era verdad. Tengo vacío solo uno. Los otros están llenos de mierdas de mi padre. Él era del tipo que acumula cosas. Hay un nombre para eso, pero nunca lo recuerdo.
 
-Ey, Ronald. Me hace falta que le alquiles un cuarto de tu casa a mi novia.
-¿Con la que andas ahora? No. La he visto. Está loca.
-Las escritoras están todas locas. Pero ella es buena gente. Y está buena.
-Y tiene cuatro hijos.
-Tiene tres.
-En todo caso, tú eres el cuarto. ¿Por qué no le alquilas tú un espacio de tu casa?
-Las mujeres no duermen en mi casa. Las mujeres entran, hacen lo suyo y se van. Cagan un poco, dejan alguna que otra mierda olvidada por ahí, como medias pantys o una secadora de pelo y luego se vuelven a ir.
Hicimos un poco más de forcejeo emocional a ver quién recogía a Karla y a sus hijos. Finalmente la promesa de dinero venció y él accedió a que Karla se quedara con él si ella accedía a pagarle por adelantado.
Karla se alegró cuando le di la noticia de que la renta era segura. Y se alegró cuando le dije dónde.
-Voy a estar cerca de ti para lo bueno y para lo malo -dijo.
Y así estuvimos par de semanas. Lo bueno resultó lo accesible que se volvió tener sexo. Era apenas asomarme en la ventana con mi erección matutina. Karla encontraba eso irresistible. Venía, me chupaba un rato y después la usaba para su propia conveniencia, hasta que terminábamos los dos satisfechos. Par de veces el más pequeño de sus críos se asomó en la ventana y nos vio. Pero eso a Karla la tenía sin cuidado. Lo que en verdad le molestaba eran las llamadas de mujeres en mi contestadora. Eran mujeres que se presentaban como admiradoras, mujeres que nunca había conocido, que habían conseguido mi número en alguna presentación de libro mío o algo así.
-Si te conocieran no estarían contigo más de dos días -decía.
Y tenía razón. Solo muy pocas logran cruzar la barrera del tercer día, que incluye una tercera vez seguida de verme borracho o en resaca.
Yo andaba bastante sorprendido de que Karla no se hubiera ido corriendo todavía. Ella y su prole empezaban a sorprenderme. La hija mayor comenzaba a despuntar en la adolescencia. Y vaya Dios a saber por qué me permitía que le mirara los pechos mientras me rozaba un poco. Familia loca.
 
Ya me estaba vistiendo para ir a la editorial. Tenía que negociar mi contrato con el nuevo editor y estaba molesto con eso. Ya es bastante difícil tratar con un adolescente arrogante (el nuevo editor tiene 22 años) para encima tratar de convencer al adolescente de que me merezco cobrar más que él.
Ronald se apareció en mi puerta. Dijo que Karla se había ido y que había dejado sus cosas allí.
-Entonces es que no se fue -le dije y quise cerrar la puerta. Pero no me dejó.
-Sí se fue. Mira esto.
Me dio un mensaje escrito en los márgenes de la etiqueta de una botella de cerveza.
Era de Karla. Decía: «Eres un hijo de puta igual que tu padre. Ahora te puedes ahogar solo en tu mierda si quieres. Mastúrbate pensando en mi culo. Eso, si no tienes cerca el culo de una de tus putas».
Ronald quería ponerse a hablar del asunto. Mencionó algo sobre comer hongos para entender el significado de la vida. Comentó algo sobre tratar de entender por qué yo me buscaba mujeres tan expresivas. Yo le cerré la puerta en la cara. No recuerdo si después o antes de decirle que la vida no tenía el más mínimo sentido, dijeran lo que dijeran los hongos.
Y por supuesto, busqué el teléfono de Lilith. Estaba donde mismo lo había dejado, en el cajón con mi colección de fotos de axilas y tetas.
-Oigo -respondió una voz de mujer. Probablemente Lilith.
-Ey, Lilith…
 

Diana Castaños
(foto: cortesía de la autora)


 

Diana Castaños (La Habana, 1986). Periodista, escritora y crítica de cine. Premio de Periodismo (2008), Premio de Investigación Literaria Florentino Morales (2013), Premio Memoria (2016), Premio Calendario (2016), Premio Pinos Nuevos (2016). Tiene publicados No hay tiempo para festejos (Narrativa, Abril, 2017), Josefina (Narrativa, Gente Nueva, 2017), Cuerpo de mujer, blancas colinas (Poesía, Samarcanda, 2018) y Yo sé por que bala la oveja mansa (Narrativa, Bokeh, 2019). Está a punto de publicar Lo blanco más allá de la luz (Hypermedia), Como si el mundo natural anduviera de cabeza (Periodismo narrativo, Bokeh), Cuando no huyen los lirios (Narrativa, La Luz) y A los pies del espantájaros (Narrativa, Abril).
La columna De Cuba su gente (en cubasi.cu) es su diario personal. Es cinta negra en jujutsu. Desde diciembre de 2018 vive en un país distinto cada mes. Escribe entre ocho y diez horas diarias y fuma cannabis para escribir sus textos eróticos, pero solo en países donde es absolutamente legal hacerlo.

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Un comentario el “The Variety of Pussy

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Esta entrada fue publicada el 29/08/2019 por en Narrativa.
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