Revista Conexos

Una revista de arte y literatura, sin fronteras generacionales ni geográficas

Frente al Golden Gate y otros textos

SUSANA DELLA LATTA

 

Lunes 5 de Julio

Salí del retrete. No hay nada más repetitivo que la historia humana.

       

Bla bla bla

Para mejorar el habla, la terapista ordenó al paciente repetir cien veces la palabra paralelepípedo. Una vez concluido el ejercicio, el enfermo empezó a reír a carcajadas.

Para abandonar la risa, hubo que cambiar de terapista.

       

After life experience

¡Es un milagro!… dijo la enfermera al verle un leve pestañeo.

Siguiendo la decisión familiar por mayoría de votos y escasos minutos antes de desconectarla del respirador artificial, la paciente regresaba a la vida como el ave Fénix.

No fue para reinventarse y congregar multitudes interesadas en su testimonio de “la vida después de la muerte”.

Ella quiso saber quiénes habían votado a favor y en contra.

Dos cosas pudieron confirmarse: 

El más allá no provee videncia absoluta y la curiosidad de una mujer es capaz de atravesar las 11 dimensiones.

       

ELENA

Nadie podía olvidar que a Elena se le cayeron los párpados cuando tenía 40 años.

Para mantenerlos abiertos usaba dos cintas adhesivas que colgaban de sus cejas.

El mismo inconveniente aquejó a Aristóteles Onassis, pero él se valió de otros métodos.

De la unión de Elena con Herminio nació un hijo varón, Atilio. Mismo nombre que su abuelo, ex sacerdote de una iglesia en Génova.

Elena fue tan temerosa a nuevos partos que prefirió quedarse solamente con Atilio, descargando en él su sofocante tibieza maternal.

Atilio no cesaba de llorar. Cuando era un bebé lloraba de noche; cuando era un niño lloraba por las golpeaduras de otros niños; de adolescente lloraba ante el espejo por  verse crecer desmesurado; y lloraba adulto cuando el patrón no le daba el salario del mes.

Elena escondía sus centavos en lugares secretos de la casa para completar ahorros del primogénito con la esperanza de que acabe el llanto.

Ella era iletrada, pero sacaba sus cuentas impecablemente. En la cocina se podían encontrar largas sumas colgadas en tiras de papel.

Un día sus párpados decidieron no hacer más esfuerzos por abrirse. Fue cuando Atilio se casó con una española nacida en Zaragoza.

Filia da puta, dijo, y besó aquel gastado mapa genovés con la aflicción de un personaje de Puccini.

Fue después de aquel evento cuando debió cambiar las cintas por otras más resistentes e incoloras para que los vecinos no la observaran con morbosidad.

Su vida se convirtió en una pesadilla. Nada sería como antes. Prefería los tiempos del llanto y pataleo.

Un día sumida en tal desencanto, caminó 10 cuadras al sol para cobrar su jubilación. No quiso gastar dinero en el transporte y llegó al edificio agotada. Las cintas empezaron a despegarse por el sudor aquella tarde de primavera en Buenos Aires.

La encontraron sus vecinos sentadita en un banco. Estaba dura ya y apretaba una larga tira de papel con 28 cifras antecedidas por el signo de pesos… 

       

FRENTE AL GOLDEN GATE

Ciega-sorda-muda, se preguntaba a diario, ¿para qué seguir viviendo? Para qué seguir viviendo, se preguntaba a diario ella, ciega-sorda-muda.

Quienes la apreciaban, compadecidos por su infortunio, se encomendaron a la creación de un plan para salvarle.

Pero ella no los oía.

Un lunes,  terremoto de 7 grados movió los cimientos de las casas. El firmamento permaneció translucido  mientras la tierra se dividía en pedazos.

Seres humanos corrían hacia los laterales de la ciudad. Sólo quienes  reconocieron a tiempo el olor del barro seco, divisaron la inquietud de las bestias, o sorprendieron bandadas de pájaros desaparecer entre chillidos, pudieron salvarse.

Su ceguera le impidió ver las migraciones, y, sin oído para el crujir de los vidrios, no pudo gritar.

Las calles se llenaron de personas aterradas. El polvo quedó suspendido entre el aire y los bronquios; edificios se adherían a automóviles y las viviendas perdían su privacidad.

En cambio,  en el instante en que la carne de otros se comprimía bajo los  pilares de cemento, ciega-sorda-muda solo comía almendras.

La bahía de San Francisco, el Golden Gate, la Marina… frente a un  ojo muerto.

Por fin la estremeció una vibración bajo los pies.  Tocó sus pechos, frotó sus pezones, relacionó temblores reconocidos en su diminuto cuerpo ante otros apetitos y, por un momento de efímero placer, ciega-sorda-muda puso en consideración la posibilidad de permanecer con vida.

   
Susana Della Latta
(foto: cortesía de Editorial Silueta)

Susana Della Latta (Buenos Aires, 1955) cursó la Escuela de Bellas Artes en Argentina especializándose en pintura e Historia del Arte. Desde 1986, radica en los Estados Unidos donde continúa desarrollando su disciplina artística como muralista. Paralelamente a su formación plástica, participa en diferentes talleres literarios y escribe su primer libro de poesía Sin Alquimia (2006-2007, aún inédito). Pero es en la narrativa donde encuentra un lenguaje que le permite reflejar su percepción casi abstracta de la realidad. Así completa el libro de relatos Ojo de pez (Editorial Silueta, 2010). Actualmente trabaja en un segundo libro de cuentos, y su primera novela En aguas dulces.

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Esta entrada fue publicada el 14/06/2020 por en Narrativa.
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