Revista Conexos

Una revista de arte y literatura, sin fronteras generacionales ni geográficas

La buena pipa

DANIEL FERNÁNDEZ

Obra en un acto y cuatro escenas

Escena: Una sala o saleta de una casa modesta en Miami, 2017 a 2020. Las paredes están rodeadas de libreros con libros, adornos exóticos, como traídos de viajes o recuerdos, antigüedades. A la izquierda un loveseat, al centro y a la derecha una o dos butacas, algunas sillas por la habitación, una mesita en el centro que tiene revistas, un cenicero, libros, puede haber una taza de café o té. Por todas partes se ve un gran reguero de libros, papeles, plumas. A la derecha un biombo o tabique oculta una cocina y un refrigerador. Al fondo hay dos puertas, la de la derecha da a la calle la del centro, al dormitorio.

Personajes:

Daniel: De unos 70 años en la primera escena, 73 en la última, bien conservado. Es profesor de literatura de una universidad miamense, escritor y periodista freelance. Tutor de tesis de…

Carlos: De unos 35 años al principio, escritor novel, estudia en la universidad. Va a ver a Daniel para que lo ayude en su formación de escritor y para que lo tutore en su tesis sobre Virgilio Piñera.

Acción:

Se puede usar una música de apertura. Cuando se hace la luz lentamente sobre el escenario, son las 9 de la mañana, Daniel, vestido cómodamente (shorts o jeans, T-shirt), está sentado en el asiento de la izquierda, tomando café y revisando un manuscrito. Hace anotaciones, subraya. El teléfono (en el dormitorio) sonará varias veces, pero él no se levanta a cogerlo. Después de breve pausa, tocan a la puerta de la calle y él se levanta, la abre y aparece Carlos, agitado y un poco molesto y nervioso.
Escena 1

Carlos: Perdone que llego un poco tarde. Me perdí. Lo he estado llamando, pero no me cogía el teléfono; le mandé dos mensajes de texto para excusarme.

Daniel: (Riendo) Pase, pase, está en su casa. Me sucede a menudo, que la gente me reprocha que no contesto los mensajes de texto y es que no acaban de meterse en la cabeza que no tengo celular.

C: ¿Pero cómo es eso? Ahora no se puede vivir sin celular. ¿Y si es una llamada de emergencia?

D: Mis padres murieron en Cuba hace mucho tiempo y no tengo hijos. Tampoco soy cirujano cardiaco, así que no creo que se me presenten «urgencias». Todo el que llame puede esperar.

C: (Más calmado, pero sigue apenado) Comprendo.

D: Pero siéntese. Usted es Eduardo, ¿no? ¿El que escribió «Por eso me pica aquí, por eso me rasco allá»?

C: (Molesto) No, no, yo vengo por el tutorial. Yo soy Carlos, y creo que de la Universidad le mandaron mi cuento «La balsa de la nostalgia».

D: (Algo decepcionado. Se sienta) Ah, pensaba que era usted Eduardo.

C: ¿Pero la universidad no le dijo? ¿No lo llamaron?

D: (Busca en la mesa entre papeles) Sí, sí, me llamaron, y me mandaron su trabajo. Lo estuve leyendo…

C: ¿Y qué le parece?

D: Es muy temprano para ponernos a trabajar. ¿Quiere un té?

C: Prefiero un café.

D: Bueno si logra usted desenroscar la cafetera, con mucho gusto. (Muestra las manos). Sabe, ya no tengo la misma fuerza en la muñeca. (Se levanta y va hacia el biombo) Esta (muestra la muñeca derecha) se me luxó tirándome de una tirolesa en Guatemala. Ni lo que yo mismo cierro me es fácil después abrirlo. (Burlón. Entra detrás del biombo o tabique y vuelve a salir con una cafetera) Parece una metáfora, pero es la realidad cotidiana. (Le entrega la cafetera). Aquí tiene.

C: (Con algo de esfuerzo desenrosca la cafetera). ¡Ya está!

D: Gracias. (Vuelve detrás del biombo, se siente ruido de platos, cucharas, como la preparación del café).

C: Espero no haberlo defraudado.

D: (Detrás del biombo) ¿Por qué?

C: Porque no soy Eduardo, el de «Por eso me pica aquí»…

D: Bueno, le confieso que me atraía más el conocer a Eduardo. A pesar del título de guaracha, el trabajo es más serio.

C: (Inquieto) ¿Pero no le parece serio el mío? ¿No cree que vale la pena?

D: Claro que sí. Pero tanto el título como el tema me parecen trillados. Prácticamente todos los escritores cubanos del exilio han tratado el tema de la nostalgia, del regreso a la patria perdida. Desde Magaly Alabau hasta Néstor Díaz de Villegas. Le confieso que no me gusta la nostalgia.

C: Pero el argumento, la realización… ¿No le parecieron originales?

D: La originalidad está muy sobrevalorada, ni Shakespeare ni Mozart eran originales, y cada uno en lo suyo son insuperables. Tampoco lo era Cervantes, para no salirnos de nuestro idioma. A estas alturas, ya nadie es original. Pero los jóvenes están condenados a descubrir el agua tibia.

C: (Amoscado) Pero que yo sepa a nadie se le ha ocurrido escribir un cuento que se desarrolle en el restaurante Versailles. (Nervioso, se pone de pie. Distraídamente y curioso, comienza a arreglar un poco el desorden de revistas y papeles que hay sobre las sillas, etc)

D: Eso no tiene mucha importancia. ¿No ha leído usted Mesas separadas, de Terence Rattingham, o al menos vio la película? ¿No ha leído tampoco Ship of Fools, de Katherine Ann Porter? También El collar, de Somerset Maugham tiene que ver con las conversaciones en las mesas del comedor de un crucero. La primera que le mencioné es en el comedor de una casa de huéspedes. Y son las primeras que me vienen a la mente, también Rabelais escribió un Diálogo de los borrachos en su Gargantúa, y hasta una radionovela de mi infancia: En casa de Tía Cachita, de Caridad Bravo Adams, creo, se desarrollaba básicamente entre las conversaciones de los comensales de esa casa de huéspedes. Usted es muy joven, claro, y no debe conocer el programa de la TV cubana de los 60 que se llamaba La mesa está servida, donde actuaba mi amiga Elvira Cervera…

C: Dios mío, cuántas referencias. Su memoria es prodigiosa.

D: (Entra con el café expreso que pone frente a la butaca de Carlos, y una taza grande de café con leche que pone en la mesita frente al loveseat) Enfermiza, me decía un amigo. Aunque para serle sincero, ya me empieza a fallar.

C: Pues ya quisiera yo esos «fallos» de memoria que tiene usted.

D: Pero siéntese. Tómese con calma su café. (Se da cuenta de los arreglos que ha hecho Carlos). ¿Pero qué ha estado haciendo? ¡Me ha cambiado mis papeles de lugar!

C: Perdone, es que me he enterado de que el secretario que tenía lo ha dejado, porque se le presentó un trabajo en San Francisco, y como todo estaba tan regado…

D: No estaba tan regado. Y sí, mi secretario me ha dejado, pero no por un mejor trabajo, sino porque ya no me soportaba más. Yo puedo ser muy desagradable ¿sabe? No ha leído lo que escribieron de mí Reinaldo Arenas, Carlos Victoria, Roberto Madrigal y Manuel Ballagas? Sin contar las cartas que me han mandado por email.

C: Claro que lo he leído, pero no lo he tomado en serio. Ninguno, salvo Reinaldo, lo identifica plenamente. Además, usted mismo se ha reído del asunto en sus monólogos.

D: ¿No le parece que soy pedante?

C: Toda persona culta da esa impresión al que lo trata por primera vez. Yo lo he leído y creo que usted es auténtico.

D: No necesita adularme; me encargaré de su tutorial, no se preocupe. Me pagan por eso.

C: No es eso, es que quisiera pedirle algo más…

D: ¿Algo más? No presto dinero, y mucho menos a alumnos, creo que es hasta ilegal.

C: (Risueño) No es eso, es que me gustaría ser su secretario.

D: ¿Es usted masoquista?

C: (Jovial) Claro que no.

D: ¿Qué tiene de claro? La mayoría de la gente es masoquista. Siempre se enamoran de lo imposible, siguen a líderes falsos y a religiones que los humillan y solo le prometen candelas infernales y castigos. Si se convierte en mi secretario tendría que seguir mis órdenes al pie de la letra, y le aclaro que soy muy quisquilloso, intolerante, exigente, olvidadizo y hasta insolente muy a menudo… Tiránico de vez en cuando.

C: (Lo tira a broma) No le creo, ya lo habrían denunciado…

D: (En broma) Algunos lo intentaron, pero desaparecieron misteriosamente. (Se echa a reír).

C: Al menos tenemos el mismo sentido del humor.

D: Parece que sí. ¿Qué signo es usted?

C: Capricornio.

D: Es mi ascendente, aunque soy sagitario. ¿Es usted gay?

C: No.

D: Bueno, usted ya sabe que yo sí lo soy. ¿Cree que eso pueda ser un problema?

C: Para nada. No se preocupe.

D: No me preocupo. (En broma) El que se tiene que preocupar es usted (Se echa a reír. Busca entre los papeles). Y ahora, a trabajar. Veamos ese cuento suyo de la nostalgia. ¿Le parece bien la imagen de la balsa? ¿Vino usted en balsa?

C: No, vine por España.

D: En la literatura todo cuenta, ya que todo sale de su cabeza, más o menos atormentada. La balsa evoca fragilidad, tránsito, y aunque quizá la de Tom Sawyer tiene connotaciones alegres, la balsa, en el caso cubano, se acerca más a la del célebre cuadro de Géricault, Los náufragos de la Medusa, evoca naufragio, muerte, desesperación, suicidio, El que lee su título no se espera que el cuento se vaya a desarrollar en la atmosfera frívola de un restaurante en medio de croquetas, mojitos y medianoches.

C: ¿Me sugiere usted otro título?

D: No le sugiero nada. Pero quiero que esté consciente de lo que va a recibir el lector con cada palabra que usted escoja. Flaubert decía que no había sinónimos, que cada palabra es única; y yo me atrevería a decir más, que cada palabra puede tener un valor diferente para cada escritor y para cada lector.

C: Entiendo.

D: Luego ese empezar… No me convence. Usted pone al personaje en shock porque se enfrenta de pronto a tanta comida, a tanta gente común y corriente en la actividad más elemental de todas, comer, sin tapujos, sin la atmosfera cargada de los paladares o restaurantes habaneros que ha conocido antes. La abundancia lo aturde, la paz y la normalidad reinante lo ponen al borde de las lágrimas. ¿A usted le parece que esa especie de epifanía es creíble? ¿El lector se va a tragar esa «experiencia mística» frente al sándwich cubano?

C: ¡Pero si a mí me pasó!

D: El que le haya pasado no lo hace necesariamente creíble. Una cosa es la realidad de la vida y otra la realidad literaria. En la vida de todo el mundo hay sucesos inexplicables, misteriosos, místicos tal vez, que si uno los pone en un cuento o novela nadie lo va a creer. A una amiga mía se le quedó el teléfono celular sobre el maletero del carro, no lo podía encontrar por ninguna parte y manejó desde Coconut Grove hasta las profundidades de Kendall, de madrugada, pisando el acelerador, por el expressway, con curvas atrevidas. Y al otro día, cuando se levantó y recordó donde lo había dejado, lo encontró sobre el maletero, como si alguien lo hubiera pegado con Gorilla.

C: Entonces cree que debo quitar eso.

D: No necesariamente. Pero esos sentimientos iniciales enturbian lo que pasará a ser el centro y tema del cuento, los recuerdos del personaje sobre el hambre que pasó en Cuba y el hambre que pasan aún los seres queridos que dejó atrás. El momento que más me gustó es el de las lágrimas que caen sobre el caldo gallego. Me dio risa y tristeza a la vez, una mezcla muy cubana.

C: Entonces el cuento es bueno.

D: Digamos que me gustó. Hasta un punto. No me atrevo a establecer reglas estéticas ni normativas de nada. Todo cambia con los tiempos. En el siglo pasado se reverenció mucho la obra de autores que ahora se ven como abstrusos y pretensiosos, y la de otros que ahora se ven simplemente como las descargas babosas de borrachos, drogadictos y maricones, si me permite la palabra.

C: Es cierto. Se ve que usted está al día en las nuevas visiones y revaloraciones.

D: Nuevas no quiere decir siempre mejores. Pero es lo normal, el tiempo lo cambia todo. Además si los críticos y los académicos no cambian sus patrones y premisas se mueren de hambre, ¿no? Pero pasemos a su tesis. ¿Sigue pensando hacerla sobre Virgilio Piñera?

C: Sí.

D: ¿Sobre toda su obra o solo el teatro?

C: Principalmente el teatro, pero por supuesto, con referencia a su poesía, sus novelas y sus cuentos. En cada género dejó obras maestras.

D: Era muy prolífico. Leo al fin. Escriben demasiado. Genial, inabarcable y por eso yo le sugeriría que se ciñera más al teatro. De lo contrario tendrá que leer mucho. Se ha escrito bastante sobre él. Aunque fue perseguido y silenciado, y hasta estuvo preso durante la operación Cero 3 P: Cero putas, cero pájaros y cero proxenetas, que lo tuvo que sacar de la cárcel el mismísimo Nicolás Guillén. Ahora, en Cuba lo tienen como una gloria nacional, que lo es. Pero usted seguro sabe todo eso.

C: He leído mucho, y sé todo eso, pero estoy dispuesto a leer mucho más. Es un escritor que me fascina. Me siento muy cerca de él. ¿Es cierto que usted lo conoció?

D: ¡Claro que sí! ¿Pero es que alguien lo duda? Me ayudó mucho con mis primeros poemas. Aquellos que fueron a parar a la Seguridad del Estado. Los que se aprendió de memoria Delfín Prats. Virgilio y yo vimos juntos obras de teatro y películas en la cinemateca, y en una ocasión me leyó el borrador de En la caverna platónica.

C: Sí, recuerdo esa anécdota que usted narra en su novela.

D; Conocí a muchos escritores de la época. A José Brene, a Humberto Arenal, a Abelardo Estorino, a Pepe Rodríguez Feo, Antón Arrufat, Miguel Barnet, Pepe Triana y otros más. Mercedes Antón fue mi maestra de crítica literaria. Una de mis iniciadoras. Tengo mucho de ella. Era una mujer brillante, uno de los tantos talentos que la revolución destruyó.

C: Una pena.

D: Una pena no, un horror. Lo que se ha hecho con Cuba es un crimen de orden antropológico, un genocidio, porque incluso los que viven allá están como muertos en vida. Tengo muchos amigos que van a ver a su familia y me cuentan… Pero dejemos ese tema. Sigamos con su cuento. ¿Le parece bien la narración en tercera persona? ¿No cree que si estuviera escrito en primera persona sería más íntimo, más doloroso, más eficaz?

C; ¿Usted cree?

D: Yo no creo nada, solo le pregunto. Quiero que me explique su elección.

C: Creo que en tercera persona es más objetivo, más sobrio y se evita el sentimentalismo.

D: No necesariamente. Pero es una opinión respetable. Y el final. ¿Le parece bien dejar al personaje así, colgado de las lágrimas sobre el potaje, que además no es el final de una cena, sino el principio? ¿No le parece débil ese final con el personaje como víctima derrotada y sin futuro?

C: La victoria del personaje de comer al fin como dios manda se ve frustrada por los recuerdos, es cierto. El placer de comer se nubla con la nostalgia del país, los amigos y la familia que dejó detrás. Esa es mi intención en el cuento. ¿Acaso no estamos todos los cubanos exiliados frustrados por la nostalgia por la tragedia que nos ha tocado vivir, a medio camino entre la tiranía y la abundancia?

D: ¿Pero no sería mejor darle al personaje una esperanza, una opción activa; que decida hacer algo por la libertad de su país, o al menos, la de su familia?

C: Bueno, digo que el personaje se siente culpable por no haber hecho nada y escapar él solo…

D: (Interrumpiendo) Pero el sentimiento de culpa no basta. ¿No cree? Tendría que tomar una determinación más concreta. Planear cómo sacar a su familia de Cuba, o al menos proponérselo. Ocuparse en alguna actividad política, de denuncia al menos de los crímenes de la tiranía.

C: (Frustrado) Entonces el cuento no sirve.

D: No he dicho eso. Solo le llamo la atención acerca de que es más de lo mismo. Su balsa de la nostalgia va a la deriva, no llega a puerto seguro, son lágrimas que naufragan en el caldo gallego. No está mal escrito, pero a mí no me gusta del todo. Pero ese es mi gusto que yo tengo derecho a ejercer, de igual manera que usted tiene derecho a escribir lo que le parezca.  Dejemos esto aquí. Piense en lo que le he dicho y en dos días tráigamelo de nuevo. ¡Cuidado con los gerundios mal puestos, que se le fueron dos o tres!

C: (Poniéndose de pie) Gracias. Muchas gracias. (Titubea) ¿Y en cuanto al trabajo de secretario?

D: Llene su solicitud en el departamento de personal de la universidad. Diga a Miss Lavendale que tiene mi aprobación, pero le repito que soy insoportable.

C: Gracias, muchas gracias. Ya verá que no se va a arrepentir.

(Carlos va a hacia la puerta, Daniel lo sigue, abre la puerta y se dan las manos en señal de despedida)

D: Ya veremos. Cuando vengas el martes puedes empezar a tutearme. «Este puede ser el inicio de una gran amistad» (dice, citando la famosa frase del filme Casablanca).

C: (Riendo, porque ha entendido el chiste). Seguro, hasta el martes (Sale y se va)

D: (Cierra la puerta y se dice sonriente) Vamos a ver qué va a pasar.
(Las luces bajan lentamente)

Escena 2

(7 meses más tarde. 6 p.m.)

(Las luces suben lentamente. Los personajes están sentados en torno a la mesita de centro donde hay tazas de café y galleticas, vasos con jugo o refrescos. Se están riendo de un chiste anterior al comienzo de la escena).

C: ¿Y él no se ha enterado de que le dicen así?

D: No lo creo. La gente se cuida mucho de sus furias. Está peleado con medio Miami. Parece que es su manera de sentirse superior… dejar de tratar a la gente, como la Susanita de Mafalda, a la que le gustaba dar fiestas para «no» invitar a algunos que le caían mal.

C: ¿Pero en tu caso no sería por envidia?

D: No sé, él es un gran escritor, pero la gente siempre encuentra motivos para envidiarlo a uno, aunque uno no tenga fama ni fortuna. Recuerdo que en Cuba, una loca mulatica a la que le decían La Troya, una vez me dio un hard time diciéndome que yo era un farsante, que era mentira eso de que yo trabajaba en los muelles de día y estudiaba en la universidad de noche. Que yo me pasaba la vida «hablando de cosas que no eran faBtibles», que yo decía muchas «inverosimilidades». Por esas dos palabrejas la descarga no se me ha olvidado. Estaban conmigo la Quijotesca y la Katherine White, dos famosas travestis de los 70 en la Vana y muertas de la risa, le decían, «Niña que sí, que es verdad que trabaja en los muelles» Y a mí me decían «Enséñale los carnés». Pero yo disfruté el enredo. La loca estaba fuera de sí, y es que posiblemente me envidiaba mi fama como Truca Pérez o como Estrella la Productora. Tú sabes, cuando aquello yo organizaba shows de travestis en la playa de Boca Ciega. Está en una de mis novelas.

C: Sí, recuerdo. Acuérdate de que he leído hasta tus borradores. ¿Y nunca se enteró La Troya de la verdad?

D: Pues, sí, un día me vio en el Amadeo Roldán, después de un ballet, y vino a pedirme perdón. Que ese día él estaba borracho, etc. Es una de las pocas personas que me ha pedido perdón después de un insulto. La gente prefiere dejarte de tratar a reconocer que se han equivocado y pedirte perdón. A veces vuelven como si no hubiera pasado nada a hacerse los que se le olvidó que te mentaron la madre y te tiraron el teléfono por una tontería, una broma. Esperan que uno ponga la otra mejilla, aunque ellos no hayan pedido perdón.

C: ¿Y has perdonado?

D: A veces sí, pero ya no. La vida es muy corta para insistir con amistades que no valen la pena.

C: Pero a Yoan lo perdonaste.

D: Bueno en realidad fue él el que me perdonó a mí, pues aparentemente él estaba herido por algo que yo le había dicho, y se fue adolorido por mis palabras, sin decirme nada. Nunca me insultó, ni me mentó la madre ni nada. Es un caso muy distinto. Uno me insultó y me tiró el teléfono, me mandó emails ofensivos, poco le faltó para acusarme de agente de Castro. El otro, en cambio, me llamó cuando estaba en la cárcel.

C: ¡Pero estuvo en la cárcel! ¿Qué había hecho?

D: Nada, un asunto de mistaken identity, supongo que gane la demanda que le puso a los ineptos de la policía que se lo llevaron preso y no le tomaron las huellas digitales. Una semana preso por alguien que no era él. Esa es la policía que nos gastamos en este Miami, que te tratan como a un perro si te llevas un stop, pero que no son capaces de resolver los miles de casos criminales que se quedan fríos para siempre.

C: ¡Qué barbaridad! No sabía que aquí también se cometieran esas injusticias.

D: Sobre todo contra los gays y las minorías. Pero a Yoan esos días preso, aunque terribles, le vinieron bien. La cárcel, sobre todo si es injusta, cambia a la gente.

C: ¿Fue muy dura tu cárcel en Cuba?

D: ¿Pero qué es esto? ¿Un interrogatorio o una entrevista para alguna revista?

C: (Riendo) No me des ideas; pero la verdad que ya tú estás como para que Lilo Villaplana te haga un documental de Leyendas del Exilio.

D; (Se ríe) Cuando te dicen leyenda es la forma fina de decirte viejo cañengo. (Suena el teléfono en el dormitorio. Ellos siguen conversando como si nada. Al cuarto timbrazo para)

C: (Riendo) No, es que he estado repasando tu novela donde reproduces tu juventud y la verdad que me fascina todo eso de las cárceles. Es verdad que templaste en la farola del Morro.

D: Claro que sí… Había dos torreros, Chávez y Ascuín. Ellos almorzaban en el comedor de los reclutas, que aunque yo estaba preso, me habían dado de nuevo el uniforme verde olivo porque me habían puesto a trabajar en la Fiscalía de la DAAFAR que funcionaba allí. Pasaba a máquina los juicios, que a veces eran más de 30 en un día. Pobres muchachos escapados del servicio militar obligatorio. Se habla mucho de la UMAP, pero el servicio militar obligatorio era casi tan horroroso como las UMAP. Ascuín era un estirado que no hablaba con nadie; pero Chávez hizo amistad conmigo, porque me vio con un libro de Conrad que él había leído. Nostromo, creo. Leía mucho, me regaló Benito Sereno, y con el tiempo me llevó a ver La Vana desde la farola del Morro. Inolvidable.

C: ¿Y no sería que quería estar contigo?

D: No lo creo.

C: Pero el detalle de regalarte Benito Sereno. Melville era bisexual o quizá gay tapiñado.

D: Sí, él se había dado cuenta de que yo lo era, pero él estaba casado y con hijos, a pesar de que había recorrido media isla de faro en faro. Creo que esto lo puse en mi novela. Una noche me dijo que podía llevar a Rodolfo, mi amante del Orden Interior, para que viera la ciudad desde allá arriba, y lo hicimos, pero a la bajada, yo aproveché y le caí a besos a Rodolfo y terminamos singando en medio de la farola. Luego al salir cerramos la puerta sin hacer ruido, para que Chávez no se diera cuenta del tiempo que nos habíamos demorado en bajar; aunque posiblemente él nos había invitado con toda intención para que nos mateáramos en la larga escalera, creo que son 150 y pico de escalones.

C: Te digo que tienes que escribir tus memorias. ¡Has vivido tantas cosas increíbles!

D: No me apetecen unas memorias exhaustivas, no he llevado diarios, salvo de mis sueños, y siempre por corto tiempo. La memoria es muy creativa y posiblemente las cosas no ocurrieron como las recuerdo. La gente podría ponerse brava si se reconoce en algún personaje. Por eso prefiero las novelas, que siempre van con la advertencia de que es ficción. El que se reconozca, ese es su problema. Y es lo mismo que te aconsejo a ti.

C: ¿Que no escriba mis memorias?

D: Exactamente. En cuentos y novelas aprovéchate de todo, hasta de tu familia. Todo lo puedes y debes volver arte, reflexión, denuncia. A veces de manera brutal y despiadada. El sentimentalismo no sirve en la vida ni en la literatura.

C: Bueno, pero si voy a hablar de las relaciones con mi novia, tendría que ser más tierno ¿no?

D: Eso depende. ¿No se fajan ustedes?

C: Claro que sí. Ella es muy celosa.

D: Todas la mujeres lo son.

C: Pero a veces son tonterías, y por más que le explique que era solo una amiga o una compañera de la universidad…

D: Así pasa. No ha nacido el hombre que logre convencer a una mujer de que está equivocada. Te aconsejo entonces que no escribas nada de ella, y mucho menos si piensas casarte.

C: No estoy muy seguro de eso todavía, aunque la quiero mucho y nos llevamos bien en casi todo. Especialmente en el sexo.

D: Eso es importante, pero no todo es sexo en la vida. Mejor te ejercitas reflejando situaciones de tus amistades y cuando más, de tu familia, pero siempre disimulando el personaje.

C: Eso es delicado ¿Y si alguien se resiente?

D: Es un riesgo que hay que correr. ¿Pero crees que yo por temor a que Delfín Prats se pusiera bravo conmigo iba a dejar de incluir la escena de él declamando mis poemas de memoria mientras caminábamos por el malecón?

C: Claro que no, pero si yo pusiera algo de mis profesores comunistas de la universidad de aquí creo que me pondrían un sue, porque aunque son izquierdosos, lo niegan. Se llaman liberales.

D: En el fondo los izquierdosos no son más que envidiosos, por eso la revolución logró enseguida un gran ejército de chivatos y degenerados de respuesta rápida. Nada les gusta más a los mediocres que joder a los que sobresalen por algo. Coco Salas me denunció por envidia. La miseria vuelve a la gente miserable.

C: Entonces, ¿no hay salida? ¿Es que no encontraremos nunca una solución para esa envidia y esa maldad humanas?

D: Quizá con un milagro. Pero ni tampoco, ¿no viste como a Cristo, que andaba curando enfermos, la gente le cayó a pedradas y no pararon hasta crucificarlo? La gente dice horrores de este país, pero es el más generoso y hospitalario de todos. La gente es malagradecida.

C: (Tirando a broma) Estás hoy muy pesimista.

D: Viejo es lo que estoy. Viejo y cansado. Estoy cansado de más de lo mismo. Es como el cuento de la buena pipa. Siempre se repite lo mismo. Mi abuela me sacaba de quicio con aquello. «Yo lo que te digo es si quieres que te cuente el cuento de la buena pipa». ¡Cómo se burlaban los mayores de los niños que fuimos! Eran todos unos abusadores que nos educaron a base de «soplamocos», chancletazos y cintazos. Pero está bueno ya de hablar de mí. Después no vas a querer leer mis memorias, si es que algún día las escribo. Cuéntame, ¿al fin te van a publicar tus poemas en Conexos?

C: Creo que sí. Pero estoy pensando mandarlos también a Ekatombe y a Rácata.

D: No es mala la idea, pero lo mejor sería que trabajaras seriamente en una colección propia. Haz un libro, con tu nombre, tus poemas. Yo no soy muy ducho en eso, no me gusta mucho la poesía. Me quedé en Cernuda. Esas descargas posmodernas me dejan frío… Sin contar que hay cada poemas y cada poeta…

C: (Tímidamente) Y de los míos… ¿qué podrías decirme?

D: Te diré lo mismo que me dijo Virgilio de mis primeros poemas, «Están bien construidos». Muy generoso, no quiso hacerme leña. Pero te repito que no soy crítico de poesía. Yo soy muy prosaico. Háblame de tu libro de cuentos. Ahí sí podría decirte algo.

C: Ya está casi terminado. Quiero tener trece antes de mandarlo a algún concurso o a una editorial. Los cuentos no tienen mucha salida. Prefieren las novelas, pero de todas maneras, no me atrevo con una novela todavía.

D: ¿Seguiste en la onda de cuentos que se desarrollen entre las dos orillas?

C: Si. Posiblemente ese sea el título de la colección: Entre dos orillas. Refleja a esos miles que no se sienten bien de un lado ni del otro. El desarraigo total que es el patrimonio del artista, de las personas con sensibilidad.

D: Me gustó mucho el que me leíste del anciano, que vino joven por el Mariel y regresa al fin de varias décadas con la ilusión de reencontrarse con un antiguo amante y se entera, por boca de su viuda, de que lo mataron en Angola. Es bueno repasar esos episodios tenebrosos que ya nadie quiere recordar, ni aquí ni allá.

C: Ese se basa en la experiencia de un profesor de la universidad. Ya ves que hace tiempo que hago lo que me aconsejaste ahora de escuchar y aprovecharme de todo. Después de ese, escribí otro que es un reencuentro en Berlín de dos compañeros de escuela. Estudiaron el alemán juntos, pero él fue a parar a la cárcel por conspirar y se fue a Estados Unidos cuando indultaron a algunos presos políticos en el 79, para congraciarse con Carter. A ella, la caída del muro de Berlín la sorprendió trabajando como intérprete de la embajada cubana y decidió quedarse. Ahora es profesora de español en la universidad, y le sirve de guía a su antiguo compañero de clase por los dos berlines de antes. Por ejemplo, le muestra el lugar donde se separaban las familias de uno y otro lado, separadas por el muro, una correspondencia con las familias cubanas divididas.

D: Magnífica idea. Además, te puedes regodear con las bellezas de Berlín. Me encantan sobre todo sus canales… Tiene más que Venecia.

C: Pero también tiene sus tristezas. El personaje visita el monumento al holocausto, que es como un laberinto y allí tiene pensamientos muy profundos.

D; Bueno, espero que no sean demasiado profundos ni densos, la clave de los cuentos es la brevedad y el impacto.

C: Seguro. Pero allí piensa que lo de los cubanos también ha sido un holocausto. Lo bueno del cuento, creo yo, es lo que no se dice. Estos dos compañeros de la universidad estaban en bandos opuestos, uno preso, la otra traductora en una embajada cubana, el tiempo los vuelve a unir y no se dicen nunca nada de lo que no deben hablar para no herirse. Al final, en el aeropuerto, cuando se despiden, a los dos se les aguan los ojos. El muro también ha caído para ellos.

D: ¿Y el cuento número 13?

C: No lo he terminado todavía. Se trata de una loca  setentona, que vive en La Habana, a la que se le han ido muriendo todos los amigos, tanto allá como aquí. Le llega la noticia de que el último que le quedaba en Miami, donde murieron muchos de su generación a consecuencia del SIDA, acaba de morir de un infarto a los 80 años. Ese muerto reciente le había dejado a guardar una maleta con fotos, recuerdos, poemas inéditos, cuadernos de apuntes, diarios, libros, con la esperanza de que algún día regresaría a recogerla o bien que él se la llevaría a Estados Unidos, pero a pesar de que han pasado casi 40 años, ni el de Miami se atrevió a regresar ni el de La Habana tuvo el dinero y los medios para irse a Miami. Se habían mantenido en contacto por carta, teléfono y más recientemente, por Facebook. El amante cincuentón del de 80 años es el que le comunica la muerte de su amigo, y le explica que irá a La Habana a recoger la famosa maleta, y por eso la loca la saca del closet donde se ha llenado de humedad y cucarachas todo ese tiempo, y al repasar las fotos y recuerdos va tejiendo historias como una Sheherazade, pero historias de dos o tres renglones, siempre tristes y tremendas, resumen de los últimos 40 años del castrismo.

D: Magnifica idea para terminar la colección. Tienes que mandarla a un concurso. Seguro te la premian.

C: Gracias. No sabes cuánto valoro tus consejos. Tú siempre me embullas, me das ánimo.

D: Es que lo mereces. Es muy importante que el artista y el escritor encuentren apoyo a tiempo, de lo contrario, muchos talentos se pierden. No es fácil. (Pausa). Me alegra que estés tan creativo, pero ahora déjame, que soy yo el que quiero ponerme a escribir.

C: ¿Cómo va la novela?

D: Viento en popa, pero todavía le falta y quiero terminarla a tiempo para la Feria del Libro de este año. Rodolfo me lo ha prometido. Veremos.

C: (Se levanta. Recoge papeles, libros, los mete en una carpeta. Va hacia la puerta) ¿A qué hora debo venir mañana?

D: Tengo consulta en León a las 9, pero supongo que a las 10 ya estaré de vuelta. (Pausa) Aunque pensándolo bien… (Toma unas llaves de encima de la mesa y se las entrega a Carlos. Carlos mira las llaves, está conmovido por la prueba de confianza). Creo que ya es hora de que tengas llave de la casa. Ven cuando te dé la gana. (Se miran sin decir una palabra mientras bajan las luces)

Escena 3

(8 meses más tarde que la anterior. 6 p.m.)

(Cuando se encienden las luces lentamente, Carlos está en camiseta o sin camisa, sacudiendo los libros con un plumero, organizando libros y revistas. Revisando papeles, cartas, etc. Puede canturrear algo o tener música puesta en el tocadiscos o la radio que se encuentra en el dormitorio. Un par de minutos después se siente la llave en la cerradura y entra Daniel, vestido llamativamente, arrastra una maleta de mano con rueditas)

C: (Sorprendido) ¡Ya llegaste! No te esperaba tan temprano.

D: Es que se puso el tiempo de lluvia, además no quería caer en la tentación de ponerme a comprar libros. Ya los pisos se están hundiendo de tanto libro.

C: ¿Qué tal te fue? ¿Vendiste muchos?

D: No muchos, pero todos los que llevé. Debí haber llevado más.

C: Así pasa, uno se pasa o se queda corto.

D: Es que como la Feria se queda con la mitad de las ventas… Vaya, estaba tratando de ganar un poco más en otras presentaciones que pienso hacer. Aunque con Amazon tampoco se gana mucho. En fin, que salvo que uno se haga famoso, seguimos trabajando para los libreros, como me decía Lydia Cabrera.

C: ¿Pero también la conociste?

D; (Este parlamento lo dice caminando hacia un butacón, se sienta, etc. Podría quitarse una chaqueta) Claro, si hasta la entrevisté y le hice fotos. Hablamos dos veces, la primera vez cuando fui con Liliane Hasson que la sacó en el libro que escribió sobre el exilio cubano, y luego cuando fui a hacerle las fotos a ella y a su canastillero, porque ella era santera de verdad, no de antropología. Su Elegguá lo había hecho ella misma. Ella pensó que era una nueva entrevista y yo no la saqué del error. Me dijo que en Cuba nunca había habido ese racismo del que se habla, porque muchos blanquitos habían mamado de la teta de una negra y esa era como una segunda madre. También la marquesa de Preux, al borde los 100 años, me dijo aquí en Miami que los problemas raciales en su ingenio de Bejucal se resolvían porque se apareaba desde niños a un blanquito con un negrito para que fueran amigos siempre. El marqués estaba rayado en palo.

C: ¿Pero cómo? ¿En el palo aceptaban blancos?

D: Claro que sí. Creo que lo que no aceptaban era a los maricones. «Palo no quiere ardordi», me decía la Cafotana en la cárcel. Tú sabes, la que me enseñó a leer la baraja.

C: ¿Y qué es eso de ardordi?

D: Creo que quiere decir marica en yoruba, en lucumí o en argot de la Vana Vieja. Pero déjame acabarte el cuento. Me contaba el hijo del marqués, Wilfredo, que en el velorio de su padre, ya aquí en Miami, una de las primas marquesas o condesas, se desmayó cuando en plena funeraria Caballero entró una tropa de negros vestidos de blanco a tocarle el tambor al muerto.

C: ¡Qué de cosas has vivido o te han contado! No sé por qué no pones todo eso en una novela. Mira que te insisto. Llegará el momento en que se te empiecen a olvidar.

D: Quizá algún día lo haga; pero no creo que sean cosas tan sobresalientes. Todos los cubanos tenemos algo que contar.

C: Pues cuéntame de la presentación ¿Te hicieron preguntas capciosas?

D: No, pero una asistente, se paró y comentó que ella me conocía, que sabía quién yo era por las novelas de Reinaldo Arenas. Me persigue el nombrete. La gente estuvo muy bien, y yo tenía ganas de joder y lo tiré todo a relajo, lo que provocó muchas risas y despertó gran interés por leer la novela. Me divertí mucho, que es lo importante. Fueron la gente del seminario de lectura, Iván y Yadil, y Vicky…

C: ¿Fue el gordo?

D: ¡No, por supuesto que no! Pero sí vi a su esposa, medio escondida por el fondo. ¿Sabes que me da pena esa gente? Están peleados con medio Miami.

C: Es que tienen muy mal carácter. Para pelearse contigo hay que tener ganas, porque tú lo tiras todo a broma.

D: El gordo es ese tipo de gente de la que habla Somerset Maugham que tienen tanto miedo que su única manera de enfrentarse a la vida es mirando despectivamente a todo el mundo. Si los actores supieran lo que él piensa de ellos, nunca pondrían sus obras. En realidad me alegro de que no haya ido. Lo quise como a un hermano a pesar de todo, pero ahora prefiero ni hablar de él.

C: Perdona que yo tampoco fui, pero preferí venir aquí y arreglarte un poco la casa y prepararte algo de comer: porque imagino que habrás venido con hambre. Te hice una ensalada de gallina estilo venezolana, como la que a ti te gusta, con petit pois y espárragos, y sólo pechuga. También te traje té de chai que se te estaba acabando.

D: No tengo hambre ahora, pero te lo agradezco. Lo que sí no te agradezco es que te hayas puesto a organizarme la sala. Ese no es tu trabajo, sino el de Jacinto. El me ayuda con la limpieza. Si te pones a cambiarme las cosas de lugar, después no encuentro nada.

C: (Algo amoscado) Perdona, pero es que como ya no estoy saliendo con Luisita, tengo mucho tiempo entre las manos, y me dio por venir por aquí.

D: ¿Se pelearon al fin ustedes? ¡Qué pena!

C: Ya no podía más con sus celos. Se celaba hasta de ti. Es que como ella no lee casi, no entiende que uno puede pasarse todo un día hablando de literatura sin agotarse.

D: Los seres humanos se dividen en los que leen y los que no leen. No lee; ¿y cómo es que se empataron ustedes?

C: Ella estudiaba derecho en la universidad y desde que nos vimos hubo un chispazo físico; pero con sus celos, me fue apagando la pasión y hasta las ganas de verla. Todo era un conteo y control de lo que yo hacía, y consideraba que todo mi tiempo libre tenía que estar con ella.

D; Bueno, eso era señal de que te quería.

C; No soporto esos amores egoístas. Me llamó el otro día para reconciliarnos, pero yo ya sentía que no había nada entre nosotros. Tanto estira y encoje rompió el elástico. Nos habíamos peleado otras veces, pero ahora siento como que ya esa etapa de mi vida acabó.

D: Espero que te hayas aprendido la lección. La próxima mujer con la que vayas a tener una relación, no la elijas por el físico, trata de que por lo menos lea y le interese el mundo de la literatura, que es tu mundo.

C: Eso haré. Me dolió mucho la separación, pero ya me voy adaptando. Un amor no debe ser una lucha y una discusión constante…

D: Estas claro. Así que para evitar discusiones futuras entre nosotros, no te pongas a arreglarme los papeles cuando no estoy en casa.

C: OK. (Vacilante) Perdona, pero también te contesté un par de llamadas importantes.

D: (Algo molesto) Debiste dejar que saliera la grabación y que dejaran mensaje.

C: Lo hice, pero es que escuché que eran llamadas importantes.

D: ¿Qué tenían de importantes?

C: Llamaron del Herald que quieren venir a hacerte un vídeo sobre la música clásica en Miami. Me dieron un teléfono para que los llames. Y llamó tu sobrina, que está en casa de Patricia y que te llama luego para invitarte a comer a algún lado con su  novio. Te trajeron un regalo de Tel Aviv.

D: Ya ves que no eran tan importantes, ya volverían a llamar…

C: Ah, también llamó Rabasa: que cuándo puede venir a llevarse unos ejemplares de la novela para ponerlos en Amazon. Pero con él no hablé, simplemente escuché el mensaje que te estaba dejando.

D: Gracias, pero ya te he dicho que no hace falta que te ocupes de mis llamadas. Me he ocupado yo de eso  hasta ahora.

C: Pero es parte de mi trabajo como secretario.

D: Sí, pero si te digo que no contestes, pues no contestes.

C: Está bien. No vamos a discutir por eso. Menos trabajo para mí.

D: No te pongas bravo. Pero lo que de veras me hace falta es lo que me roba tanto tiempo, por ejemplo que me recojas y entregues los libros a la biblioteca, que revises mis manuscritos… A propósito, ¿ya revisaste el capítulo que te dejé de Las epístolas sexuales?

C: (Toma unas páginas impresas de encima de la mesita de centro). Claro que sí. Fue lo primero que hice. Aquí está. Está caliente lo que escribiste, el episodio del fisting con el negro… Pero se te fueron muchos acentos sin poner.

D: No los pongo adrede, después al revisar los coloco con calma. Es que como escribo con rapidez cada vez que marco una vocal con un acento me salen unas cajitas que si no ando rápido me cambian la tipografía o la justificación de la página o los márgenes. Un calvario. Dice Anna que tengo un malware, yo creo que lo que tengo es un bilongo.

C: (Riendo) Es que tienes que actualizar el programa.

D: No estoy dispuesto a actualizar y a cambiar mi forma de escribir cada vez que a un programador millennial se le ocurra cambiar las especificaciones del programa de Word. Ya he aprendido a poner acentos y a hacer la eñe como cuatro veces y no me da la gana. Después al revisar, hago todo eso, pero ahora te tengo a ti para ponerme los acentos. Y no sabes cuánto te lo agradezco.

C: Olvidando los acentos; te está quedando muy buena. Me encantó también la parte del palo en los matorrales mientras se alejan los tanques de la movilización militar. De cine.

D: Muy rica, sí; pero dudo que a nadie se le ocurra llevar tanto sexo gay a la pantalla. Es casi porno.

C; Yo le quitaría el casi (Se ríe).

D: (Riendo también) Quizá en vez de escribir unas memorias sabrosas lo que tendría que escribir son unas memorias pornográficas.

C: Memorias lechosas. (Se ríe) Sería un éxito total. Te darían el premio Princesa de Asturias.

D: No jodas, a lo mejor el de La sonrisa vertical, pero ese ya no lo dan. En España ha decaído tanto la literatura que ya ni pornografía tienen.

C: Si te premian, a lo mejor hasta el Gordo te vuelve a tratar.

D: ¡Qué va! ¡Ese no vuelve a tratarme ni aunque me den el Nobel!

C: (Riendo) ¡Qué destino el tuyo!

D: Y a propósito de destino, ya hiciste los cambios que te sugerí en tu tesis. Ya va siendo hora de que la entregues. Te has demorado mucho. De tu doctorado depende tu destino.

C: Hice algunos, pero no estoy del todo convencido de que lo de la fealdad de Virgilio sea tan importante.

D: Sí lo era. Para un homosexual su apariencia es decisiva, mira a Oscar Wilde, como tenía la cara de caballo se ponía tremendos lazos, se rizaba el pelo, usaba chalecos rojos, ropas llamativas. ¿No incluiste la descripción de Martí sobre Wilde, como te dije?

C: No quise complicar las cosas. A lo mejor a los del tribunal universitario les parece un poco trivial esto de la presencia física. Es un tanto especulativo.

D: Querido, todas la teorías, las ponencias, los ensayos son especulativos y hasta delirantes. Gracias a lo que Martí escribió de los mayores maricones de su época, Wilde y Whitman, sabemos que no era homofóbico, como la inmensa mayoría de los intelectuales de su siglo y hasta de después. Además, Virgilio se esmeraba en vestirse como quiera, en pasar inadvertido.

C: Te entiendo, pero de todas maneras…

D: Es que debes balancear un poco tu criterio. Tu trabajo sigue siendo un poco marxista.

C: (Se ríe) ¡No me jodas! ¡¿Marxista?!

D: Es inevitable. Las ideas se afianzan en las épocas y todos somos víctimas de ellas. Incluso la gente menos marxista de este mundo tiene en su discurso expresiones como «clase media», moral burguesa, proletariado, medio social, y otras idioteces.

C: Pero no me vas a negar que el medio, la posición social no influyen en la obra de un autor.

D: Claro que sí, pero influye también si es feo. Si Virgilio hubiera sido bonito y lo hubieran perseguido amores y singantes, a lo mejor ni habría escrito nada. De igual manera que si no hubiera vivido en el comunismo no habría escrito sus últimas obras de absurdo y desesperación.

C: ¿Que habría hecho entonces?

D: No sé, quizá su nombre lo predestinaba desde la cuna a ser poeta de un infierno. O quizá no habría escrito nada, se lo habrían singado por los matorrales en un país de música y ron y habría sido uno de los tantos maricones satisfechos que dio Cuba. Una especie de Julián del Casal con talento para la burla o un Ernesto Lecuona de la poesía.

C: (Se ríe) Si pongo eso, seguro que me rechazan mi tesis, y de doctorado nada.

D: O a lo mejor te elevan a los altares de la Academia. Ya va siendo hora de sacar el marxismo de las aulas. Todo no se puede explicar a través del dinero que tenía la familia o de la educación que recibió el autor, etc. Ese determinismo económico social es un lastre. Hay nobles que son unos cafres, y gente muy humilde que ostenta gran sabiduría y talento. Mira, creo más fácilmente en el karma, la reencarnación, la astrología y hasta en las palmas de la mano que en eso de que las clases obreras y demás, sobre todo, a la hora de analizar a un artista. Cuántos pintores y escritores geniales no crecieron y hasta vivieron en la miseria. ¿No sabes que Jack London y Panait Istrati fueron estibadores como yo? También el filosofo griego Ammonio Saccas era estibador.

C: No, no lo sabía, la verdad. Yo tampoco apoyo ese determinismo económico social de los marxistas; aunque no creo que sea cosa de ponerse a analizar si el tipo era feo o no.

D: En el caso de un maricón, sí. (Ambos ríen) Oye sabes que con esta discusión me ha entrado el hambre. ¿Hiciste bastante ensalada como para los dos?

C: Y hasta para los tres, si se presentara Virgilio. (Se levanta y va a buscar la ensalada a la cocina. La pone en la mesita de centro. Vuelve a la cocina, sigue buscando platos, vasos etc. mientras conversa).  ¿De veras insistes en que le dedique unos párrafos a la fealdad de Virgilio?

D: No te obligo, pero yo lo haría. Mira, Somerset Maugham, era también feo. En sus últimos años era más bien una caguama, para colmo era gago, y por eso se propuso hacerse rico con su literatura, porque sabía que si no le pagaba a un tipo, iba a morir virgen y casi mártir. Si no hubiera sido feo y gago, a lo mejor hubiera sido abogado o político importante, como su hermano.

C: Creo que en parte tienes razón, antes los análisis literarios eran más subjetivos, por ejemplo se le daba mucha importancia al pie equino de Byron, a la ceguera de Milton, a que Cervantes era manco…

D: Y así debe ser. Es una idiotez más de esta época el juzgar a la gente por la familia en que nació o la posición social en la que se crió. Vemos constantemente hermanos que en nada se parecen, sin contar que de padres a hijos no se hereda el talento, por más que lo quieran apoyar con la genética.

C: (Se sienta al fin, después de poner todo en la mesita del centro). Sírvete y dime sin pena qué te parece.

D: (Se sirve ensalada en un plato, la prueba). ¡Divina!

C: ¿De veras te gusta?

D: Claro que sí. Está exquisita. Si Virgilio hubiera tenido una ensalada así para comer, posiblemente nunca habría escrito La caja de zapatos vacía.

(Empiezan a bajar las luces lentamente mientras va terminando el dialogo entre ellos).

C: ¿Por qué? No le veo la conexión.

D: Hijo, ¿no te acuerdas?; porque el personaje se pasa todo el tiempo diciendo: «Esto es tremenda mierda».

C: (Riendo) Verdad que sí. Es que en Cuba en esos años no había quién pudiera hacer una ensalada de gallina como esta. ¡Pobre Virgilio!

D: ¡Pobre Cuba!

Escena 4

(Un año después de la anterior. 10 pm)

Al igual que al inicio Daniel está con una bata de casa registrando unos papeles, una revista y tomando café de una taza grande. Carlos abre la puerta con su llave, pero se encuentra que está puesta la cadenita que impide la entrada. Llama.

C: ¡Daniel!

Dl: (Se levanta con desgano, va hacia la puerta. contempla a Carlos a través de la hendija abierta). ¿Qué quieres?

C: No ves que la cadenita está puesta. No puedo entrar. ¿Estás bien?

D: Sí, estoy muy bien. (Con sorna) Todo lo bien que se puede estar.

C: ¿Me vas a dejar entrar o no?

D: (Lo piensa. Suspira). Sí, te voy a dejar entrar (Quita la cadenilla y abre la puerta).

C: (Entra. Lleva una mochila a la espalda y un cartucho en la mano que contiene un litro de yogur líquido). Tú nunca pones la cadena.

D: (Irónico). Es que hay que protegerse de los ladrones.

C: Pensaba que te había pasado algo. Como no fuiste al lanzamiento…

D: Bueno, yo nunca te di seguridad. Te dije que «a lo mejor…».

C: Como pensaba que podías estar enfermo te traje un yogur…

D: (Con doble sentido). La verdad es que me siento muy mal…

C: (Poniendo la mochila sobre una silla o en el suelo) Me lo imaginaba. ¿Quieres un vaso de yogur?

D: ¿De qué sabor es?

C: De mango.

D: Deberías saber que mi favorito es el de guanábana.

C: Verdad, no me fijé.

D: No importa, ponlo en el refrigerador. Se lo tomará Pedrito.

C: ¿Quién es Pedrito?

D: El nuevo enfermero que viene a darme terapia.

C: (Yendo a guardar el yogur en el refrigerador) ¿Pero no se llamaba Jacinto?

D: Eso fue hace meses. Ese se retiró y se repatrió a Cuba. Este es uno de los médicos que habían mandado a México y logró escapar y cruzar la frontera. Mientras no revalide en inglés tiene que trabajar de enfermero. Es muy bueno con la terapia, aunque no me ayuda en la limpieza como Jacinto, que lo hacía por amor, no porque fuera su deber. A él le gusta el yogur de mango. Bueno, le gustan todos, el pobre, como en Cuba casi nunca lo pudo tomar.

C: ¿Quieres que te traiga otra cosa? Winn Dixie está abierto todavía.

D: Déjalo así. (Con sorna) De todas maneras, tengo el estómago revuelto. Tengo ganas de vomitar.

C: (Se pone a arreglar un poco los papeles y revistas por todas partes. Nervioso, capta la indirecta) Perdona que me he pasado tanto tiempo sin visitarte. Es que desde que me dieron el doctorado he estado muy ocupado. La novela…

D: Sí claro, la novela… Deja eso. (Autoritario) No me cambies nada de lugar.

C: Es que aquí veo que tienes correo de hace semanas. Periódicos atrasados…

D: No toques nada. Cuando tú organizas (con doble intención), se me pierden muchas cosas.

C: Solo quería ayudarte…

D: No me ayudes. Todavía no estoy tan viejo que no pueda organizar mi sala, cuando me da la gana.

C: (Coge una revista de la tonga de papeles). En esta revista me publicaron unos poemas. ¿Los leíste?

D: No. (Altivo) La vida es muy corta para leer las revistas literarias de Miami, y mucho menos poemas. Hace poco salieron como cuatro antologías, de poesía cubana solamente. Una ciudad tan llena de poetas era para que fuera más agradable. (Burlón, como si fuera un comercial). Visite Miami ciudad de playas y poetas.

C: Eran buenas antologías. Deberías leerlas.

D: No tengo tiempo (recalcando) ni paciencia para la poesía. Ahora tengo todo el tiempo del mundo, pues trabajo en la casa, pero a la vez, siento que el tiempo es cada vez menos para perderlo en leer tonterías, nostalgias maleconeras, églogas pinareñas o sonetos en busca de la papaya perdida… Pero dejemos eso. Te ves muy elegante. ¿Fue así que fuiste al lanzamiento esta tarde?

C: Sí, quería lucir muy profesional.

D: ¿Y qué tal te fue? ¿Vendiste mucho?

C: No mucho, pero a la gente le gustó lo que leí. Se rieron mucho.

D: ¡Sí, el humor nos salvará dicen los expertos! Pero no sé si se refieren al humor final que les sale a los cadáveres, el icor. A mí me encantaba hacer mis monólogos, actuar mis lecturas. Me encantaban las risas del público.

C: Sí, yo sé.

D: Sobre todo, las risas sabias, esas que indican que entendieron el doble sentido, la picardía, la mala leche.

C: Después de la lectura, se me acercó una periodista, ya mayor, del Herald, que me dijo que quería entrevistarme; pero cuando logramos un aparte, solo se puso a hablar de ella y de las novelas que había querido escribir y por poco escribe y que alguien famoso de sus tiempos le dijo que tenía que escribir…

D: (Riendo) Sé a quién te refieres. Trabajé con ella muchos años. Es muy culta y divertida, pero solo sabe hablar de ella. Es lo que Somerset Maugham calificaba del «anecdotage«, esa edad en la que todo el mundo se cree que su vida, por larga, ha sido interesante. Y no es lo mismo un antique que un vejestorio. Aunque debo reconocer que yo también hablo mucha mierda.

C: (Se ríe. Empieza a relajarse la atmosfera entre ambos) ¿Quieres que haga café?

D: Sí, por favor. El que me estaba tomando debe estar ya tieso.

(Carlos va a la cocina, y después de una breve pausa Daniel sigue hablando, pausadamente, para dar tiempo a que Carlos haga el café).

D: Sabes, he estado muy solo en estos días. A veces pienso que debí haber tenido hijos. Estuve a punto, con Clara… La vejez solitaria es muy dura, aunque tengo amigos y amigas cuyos hijos no se ocupan mucho de ellos. A veces los hijos son «trabajos de amor perdidos»… (bit) Tampoco encontré nunca un hombre con el que me sintiera verdaderamente inclinado a compartir la vida… (A Carlos que se acerca con el café). ¿Tú crees que yo habría sido un buen padre?

C: Seguro que sí. (Poniendo una taza delante de Daniel y sentándose en una de las butacas). Cuidado no te quemes, es instantáneo y no le puse leche. No tenías en el refrigerador.

D: (Sin prestar atención a lo que dijo Carlos, sigue en su línea) Quizá sí. Quizá yo habría sido un buen padre, y eso me habría ayudado a ser mejor escritor, mejor persona. Me he pasado demasiado tiempo ayudando a los hijos de otros, ayudándolos a desarrollar sus talentos, elogiándolos en mis críticas. Cada vez que yo empezaba un curso, miraba a los nuevos alumnos y trataba de encontrar en sus rostros aburridos, interesados o perplejos la señal del talento, el signo que me indicara que quizá, al cabo de unos años ese alumno me llenaría de orgullo y satisfacción. Pero lamentablemente, la mayoría ni siquiera llegó a publicar nada. Se perdieron en medio de la lucha por el sustento. Y aquellos que sí publicaron no pasaron de una medianía digna o de la fama provinciana de Miami. Como la de esas antologías que me recomiendas que lea. Quizá, con hijos, yo habría sido mejor maestro, más inspirador, mejor transmisor de la grandeza y la miseria que significa escribir…

C: Tú eres un gran maestro.

D: ¿De veras? A todos ellos, curso tras curso, aunque fueran a veces mayores que yo, los veía siempre un poco como mis hijos. A algunos llegué a quererlos como si fueran hijos realmente. No sólo les aconsejaba sobre cómo escribir, sino cómo vivir (Pausa). Pero a ninguno quise tanto como a ti. Quizá porque ya estoy más viejo.

C: (Conmovido) Daniel…

D: (Recuperando la dureza). Leí tu libro.

C: Sí, me lo imaginaba (se pone algo nervioso).

D: No pude llegar hasta el final. La vista se me cansa enseguida. El ejemplar que me mandaste está lleno de erratas y errores…

C: Lo sé. Es un ejemplar sin corregir, de prueba. Hoy te traje uno ya impreso. Te lo dediqué. (Saca un libro de la mochila y lo pone en la mesita. Daniel no presta atención alguna al libro).

D: Hay tantas redundancias. ¿Por qué no me lo diste a revisar?

C: (Apenado) Daniel…

D: Como de costumbre he hecho correcciones, notas al margen. Aunque son inútiles, no pude evitarlo. Si me lo hubieras enseñado, te habría advertido de que cometías un grave error.

C: Es que me daba pena molestarte…

D: Si me hubieras pedido consejo, y fíjate que no digo si me hubieras pedido permiso… Te habría dicho que dejaras tranquilos a Reinaldo Arenas, a Virgilio Piñera, a Vicente Revuelta, a René Ariza. Tú no los conociste, además, muchos, más capacitados que tú, que sí los conocieron, ya han escrito de ellos, les han revivido en novelas y obras de teatro y es inevitable el comparar lo que escribiste con lo que escribieron ellos. Y tú no estás capacitado, creo que nunca lo estarás. Si me hubieras preguntado, te lo habría dicho. Pero no, preferiste robarme mi vida y mis recuerdos para ponerlos en tu novelita. Por eso me evitaste durante tantos meses.

C: No es cierto. Es que no coincidíamos en las presentaciones.

D: Pero cuando coincidíamos bajabas la vista. No me mirabas a los ojos. Al final, te ibas huyendo. Pensé que yo lucía horrible, como después de la operación de la próstata había bajado tantas libras…

C: ¡No, no era eso!

D: Te desapareciste después que te dieron el doctorado. Me hacías falta, ¿sabes? Tuve días muy negros antes y después de la operación con la sonda puesta casi dos meses. Pero no, tú estabas armando el muñeco con los trozos de mi vida robados.

C: No es eso. Es que necesitaba volver a mi espacio. Poner distancia entre nosotros dos.

D: Y lo lograste, querido. (Con sorna) A la perfección. No te conozco.

C: Es que tú no entiendes la influencia que ejercías sobre mí. Apenas yo entraba a esta casa me sentía invadido por tu personalidad. Tú no sabes cuánto pesa tu influencia sobre los hombros de quienes nos atrevemos a tratarte de cerca.

D: Todas las confidencias que te hice… Todo lo que te conté de mi vida, mis amigos, mis amores. ¡Qué imbécil fui!

C: No digas eso.

D: Yo compartía contigo mis recuerdos y tú me convertías en tu libro en ese maricón viejo y ridículo…

C: Ridículo no…

D: Y tú lo que hacías era tomar apuntes para tu libro.

C: No es cierto. Yo estaba fascinado con tus cuentos, tus historias. Atesoro en mi memoria aquellas tardes en que me hablabas de tu juventud…

D: Solo te interesaba como material para tu libro.

C: No es cierto. ¿Pero qué habría pasado si te hubiera consultado? Seguro no me habrías permitido escribir la novela. (bit) Te tenía miedo.

D: No jodas. ¿Cómo no tuviste miedo de sacarme todos los trapitos sucios, de poner mi vida en vidriera para que todo el mundo se enterara de mis frustraciones, mis tristezas?

C: ¿Pero qué he hecho yo que no hayan hecho todos los escritores antes que yo? Tú habrías hecho lo mismo. Cuando uno descubre una historia…

D: No querido, yo no habría hecho lo mismo. Acaso te he puesto yo en alguna de mis obras recientes. Es que tú no tienes escrúpulos.

C: Sí los tengo.

D: No los tienes. Agarraste mi vida y te fuiste a contarla a los cuatro vientos.

C: Eso fue lo que me enseñaste. ¿No me dijiste que el escritor tenía que ser despiadado? Si algo te llama la atención apodérate de eso. Incorpóralo a tu poema, a tu novela. ¿No me dijiste que ni con la familia debía uno tener sentimientos, que el sentimentalismo destruía la literatura?

D: Sí, pero es que todo tiene un límite. Y tú te pasaste de la raya, querido.

C: ¿Por qué? ¿Porque ahora eres tú el material literario?

D: Quizá, pero ahora se trata de un amigo escritor, tu maestro, no de un desconocido que te hace un cuento en un bar o en una cama después de echar un palo. No es una escena que viste en la calle y la enriqueces y conviertes en un cuento. ¡Nosotros éramos amigos!

C: ¿Por qué hablas en pasado?

D: En el siglo XIX los escritores se inventaban las historias, ¿sabes? ¿No tienes imaginación?

C: No me vengas con eso, que en tus obras usas a todo el mundo, amigos, amantes, familiares. Te apoderas de todo y de todos para hacer literatura.

D: Si, he usado amigos y familiares en mis obras, pero son gente que no escribe, cuyas historias nadie contaría si no las contara yo. Yo he sido la voz de sus silencios.

C: Entonces tú eras su Dios, ¿no? A todos los escritores nos gusta crear personajes y ponerlos a hablar. Nos gusta creernos Dios. Eso fue lo que me enseñaste.

D: No es lo mismo. Yo tenía los recursos para servirles de intérprete a esos personajes, para hacerlos trascender…

C: Daniel…

D: Usa tu propia vida para escribir. Y si no es lo suficientemente bonita, no te enganches de la mía para hacer tu historia. Al final has hecho tú como tantos antes que tú. Es el cuento de la buena pipa que se me repite. Ahora tú me has traicionado, pero no como Reinaldo, sino como Coco Salas. Me has entregado a la hoguera.

C: Es que no me puedo creer que pienses eso de mí. Que toda mi devoción era solamente para que me contaras tus cosas. Yo no quería hacerte daño. Yo no soy un informante…

D: Creo que te mientes a ti mismo.

C: ¿Cómo?

D: Al contar mi vida me suplantas, me aniquilas. Me plagias la vida que es peor que plagiarme mis textos. Querías destruirme. ¡Envidioso!

C: No, quería honrarte

D: ¿Honrarme a mí? ¿Es que esa novela donde te burlas de mí la consideras un premio?

C: Era mi manera de agradecerte todo lo que me has enseñado.

D: Pues no quiero tu premio. ¿Cómo te cae?

C: Realmente no puedo entender por qué te sientes tan ofendido.

D: Me has robado mi vida, mis recuerdos, y sin los recuerdos uno no es nada.

C: Es que ya no son tus recuerdos. Dejaron de serlo cuando los compartiste conmigo. Ya no te pertenecen porque también son míos, me enseñaron muchas cosas y a contarlos como míos, a mi manera. Mi libro es ficción no es la realidad. Ese personaje no eres tú.

D: Ese maricón viejo recordando a Virgilio, a las personalidades que lo orientaron en su juventud, sus amantes…

C: Ese personaje tiene tanto de ti como de mí. Era una manera de expresar mi admiración por ti, mi maestro; mi admiración por tus maestros.

D: Pues si eso es lo que querías expresar, lamento decirte que has fracasado rotundamente. Yo no veo nada de eso.

C: Porque no quieres verlo El personaje no es ridículo, todo lo contrario, está lleno de vida, de proyectos, y los recuerdos le inspiran, no le pesan. A veces tiene una mirada irónica sobre su pasado. Esos grandes maestros que tuvo en su juventud, como tú mismo me dijiste, lo definieron y aún lo guían en su vejez.

D: O sea, un personaje acartonado, acabado. Es lo que te decía. Me has puesto una nostalgia que no me toca. Es insultante.

C: (Angustiado) Lo siento.

D: Ahora me vas a venir con la onda de la nostalgia como sustituto del patriotismo. Una especie de Alka Seltzer para la indigestión de exilio.

C: No, pero quería agradecer a mi manera lo que tu generación ha hecho en el exilio por conservar el recuerdo de Cuba, de nuestra cultura.

D: ¿Y quién te ha dicho que yo necesito que alguien escriba de mi vida por mí? Pero tienes razón al reconocer que si no fuera por nuestra generación ustedes no tendrían la libertad que ahora tienen para escribir, aunque en Cuba sigue la gente hasta sin libertad para comer. Nosotros fuimos los que rompimos el tabú de muchas cosas. Hicimos la revolución del sexo y de la música, y hasta en algunos países logramos cambios sociales o políticos. Es culpa nuestra. Tanta libertad logramos que las nuevas generaciones están desbordantes de arrogancia. Y cuanto más jóvenes más arrogantes.

C: Por favor, no me vengas ahora con esa descarga generacional. Yo no soy tan joven.

D: No te bastó con robarte las historias de mis amores, sino que te apoderaste de todos mis recuerdos, de la Vana de los 60 y 70, del Miami de los 80.

C: No te entiendo. ¿En qué sentido he robado nada?

D: Eres peor que Reinaldo, Manolito, Carlos y Roberto juntos, que simplemente usaron en sus  personajes, el nombrete por el que se  me conocía en La Vana de mi juventud. Te apoderaste de mis recuerdos del servicio militar obligatorio, de mi prisión en el Morro, y la del Combinado del Este. La escena del palo que eché en la farola del Morro. A ver, ¿dime si eso no es un robo? ¿Acaso has estado preso algunas, vez? Tú eres straight, no sabes lo que es tener la pinga del hombre que amas en la boca.

C: ¿Entonces solo puedo escribir sobre lo que he vivido? ¿Si soy straight no puedo escribir una novela gay o con personaje gay?

D: Lo que quiero decir es que es falso. A lo que escribiste le falta autenticidad, sinceridad, es fake news.

C: Pero te contradices. ¿No es eso lo que me enseñaste? ¿Es que acaso ahora hay que ser realista a ultranza? ¿Realista socialista? No eres justo conmigo.

D: Qué sabes tú lo que es justo. ¿Acaso es justo lo que me has puesto a pensar, decir y hacer en esa novela?

C: No eres tú, es el personaje.

D: No te hagas el bobo, que yo no me chupo el dedo. La realidad y la ficción se mezclan siempre. Todo el mundo va a asociar a ese personaje conmigo. Tiene mucho de mí, como el que inventó Reinaldo. Su burla sobre mí le ha dado la vuelta al mundo. Me perseguirá como la guarachita del volumen persiguió a Carlota Montero. Otra vez el cuento de la buena pipa.

C: Daniel…

D: Todo el mundo sabe que yo fui tu tutor, que te estaba apoyando en todo. Algunos decían hasta que templábamos.

C: ¿Y qué importa si piensan que eres tú? ¿Qué importa si dicen que templábamos?

D: Es que se trata de mi vida. ¿Quién te has creído que eres para coger mi vida y convertirla en una novelita de pacotilla?

C: (Agobiado) ¿Cómo puedes llamarla pacotilla? ¿Tú no te das cuenta… de que está escrita por amor?

D: (Burlándose) Por amor al dinero será. La gente comentará en los grupitos literarios: “¿Leíste la escena del negro representante demócrata que conoció en Books and Books?». Esas escenas de sexo son lo peor del libro, querido. En especial la de la farola del morro. Te lo advertí, no estás preparado para escribir escenas de sexo, y menos de sexo gay.

C: ¿Es que tendría que acostarme con un hombre para saber hacerlo?

D: Posiblemente.

C: Estás loco.

D: ¿Y de dónde sacaste que los escalones de la farola sonaban, que se filtraba un haz de luz por las ventanillas de la torre cada vez que daba la vuelta el faro? Parece cine malo, y lo peor de todo, querido, es que no solo no fue así, es que no llegamos a templar. Mi amado estaba tan nervioso por que nos fueran a sorprender que no se le paró. No pasó nada.

C: No importa, mi libro es ficción.

D: Tu libro es una mierda. (Lo coge de la mesita y lo tira al piso. Se pone de pie) Si yo fuera tú, compraba todos los ejemplares y hacía una gran hoguera en el patio. O mejor los dejaba tapizando la tierra para que la lluvia poco a poco los volviera a la pulpa original y sirvieran de abono. La única utilidad y belleza que les veo.

C: ¡Qué cruel eres conmigo! Yo me sentiría muy honrado si algún futuro discípulo mío escribiera una novela sobre mi vida.

D: Este libro no te beneficiará en nada, querido.

C: Muchos no están de acuerdo contigo.

D: Destrúyelo, olvídalo… (Sentido) Olvídame.

C: (Muy dolido, algo desesperado) Es que no puedo entender que estés haciéndome esto. Con lo sensible que sabes que soy. Acabo de publicar mi primera novela…

D: Te digo todo esto, porque creo que estás a tiempo de rectificar, de hacer lo que honradamente deberías hacer. De lo contrario, yo removeré cielo y tierra para impedir que ese libro se conozca. No sabes de lo que soy capaz de hacer, todavía tengo contactos, relaciones. En las editoriales, las universidades, las librerías…

C: Estás loco.

D: Ya hablé con mi abogado.

C: (Asustado) ¡Pero si no he hecho nada ilegal. No creo que tengas base legal para demandarme.

D: No tendré base legal, pero tengo base moral.

C:(Pausa. Carlos refleja como que se ha dado cuenta de algo y reacciona. Poco a poco se irá tornando un poco colérico) Sabes lo que pasa, que el que está envidioso eres tú.

D: (Se ríe) ¿Envidioso de qué?

C: De mi triunfo. De que mi novela se comente en los periódicos y en los blogs.

D; Buena mierda. Cuando yo saqué «mi» Sakuntala, vino la televisión al lanzamiento, y hasta el director del Herald, y según me dijo la directora del Centro Español, donde se lanzó, vendí más que Vargas Llosa.

C: Pero ya nadie se acuerda de eso.

D: Ya nadie se acuerda de nada. A menos en esta ciudad, donde todo el mundo está pendiente de sus teléfonos celulares. A tu generación y a los más jóvenes les importa un pito la historia ni el pasado.

C: Pero a mí sí me interesa. Yo no soy así. Por eso quise conocerte, ser tu secretario, que me hablaras de esos grandes talentos cubanos que ya se van olvidando.

D: Pues si me hubieras llegado a conocer, sabrías que la envidia no me toca, porque siempre he sabido que el tiempo se lo lleva todo y que la fama y la gloria se hacen polvo. A veces queda una estatua o un párrafo en un libro de historia, pero nada garantiza lo que va a quedar con el paso de los siglos. Hasta las estatuas se hacen polvo, o viene una revolución y funde los bronces de un pasado ilustre, como hicieron en Cuba con las estatuas en la Avenida de los Presidentes. También las bibliotecas se queman, se hunden en los terremotos, se apolillan los libros y se deshacen, todo se hace polvo… Deberías saber que no me interesa esa gloria.

C: (Pausa tensa. Más calmado) Aunque quizá la envidia que sientes es que yo soy joven, que empiezo, tengo la vida por delante y ya tú vas dejando el escenario, quizá lo que resientes es mi ímpetu, mi energía. Tienes que reconocer que el tiempo te pesa, que ya estás viejo…

D: (Burlón) La juventud está sobrevalorada. Y en cuanto a vejez, estoy mejor que nunca. Pregúntale a Pedrito qué es lo que hacemos en la cama con el yogur de mango. Si algún día llego a ponerme viejo, lo aceptaré como he aceptado los achaques y falencias del cuerpo; pero creo que no, que mientras me quede un poco de esperanza en la humanidad no estaré viejo.

C: (Pausa. transición. Compungido. Confundido) Perdóname. (Se pone de pie. Le pone las manos en los hombros a Daniel y lo mira a los ojos) Quise hacerte un regalo y te he ofendido. En realidad todo este tiempo me he sentido fascinado con tu personalidad, hasta algo confuso… Nunca me han gustado los hombres, pero tú me has quitado el sueño… Pensaba por las noches en los cuentos que me hacías de tus amantes, los encuentros sexuales en la playa, en la cárcel, en París, en el campo de Marte… (Está tembloroso, nervioso, no sabe exactamente lo que va a decir) Yo creo que escribí esa novela porque… porque quería decirte algo que no me atrevía a decirte a la cara.

D: ¿Y qué es lo que tenías que decirme, si se puede saber?

C: Que no sé cómo explicarlo; pero siento algo muy profundo por ti. (bit) Quizá estoy enamorado de ti.

D: (Se sienta un tanto impresionado, pero retoma su actitud displicente). ¿Tú estás hablando en serio?

C: Claro que sí.

D: Nada tiene de claro. No hay nada más turbio que el amor. Pero ven acá, ¿tú no eres heterosexual?

C: Si, coño, pero contigo no sé qué me pasa, que me siento nervioso, que pienso en ti por las noches, que cuando pasa el tiempo necesito verte o por lo menos hablarte por teléfono, pero como no lo contestas… Por eso me pasé tantos días sin venir…

D: (Irónico) Bueno, estabas escribiendo tu novelita.

C: En parte sí, pero no era eso solo. Es que me sentía muy inseguro. No sabía qué me estaba pasando. De momento te quería mucho, pero de momento te odiaba y no quería volver a verte.

D: Típico.

C: ¿Típico de qué?

D: De la gente que no sabe lo que quiere, de la gente que no sabe quién es. Eso de que el odio es cariño está bueno para un bolero, pero no en la vida real.

C: (Más decidido, enérgico) Pero yo sí sé lo que quiero. Te quiero a ti. Quiero vivir contigo, estar contigo, conversar contigo, no en mi cabeza como me pasa a menudo, sino en la realidad, contigo delante. No todo es sexo en la vida.

D: (Burlón). En eso te doy la razón, no todo es el sexo; también está el dinero, el poder, la fama…

C: No te burles.

D: No me burlo, sino que trato de hacerte ver la realidad. Tú tienes como 30 años menos que yo, ¿no te parece que es demasiado? ¿No te parece que ya yo no estoy para esos trotes? Tú no me has visto encuero. Soy un desastre. (Se ríe).

C: No me importa. Yo te quiero así. No todo es el cuerpo en las relaciones.

D: Pero entre gays sí. La vista hace fe. (Burlón) ¿O sea que estás dispuesto a servirme de bastón y a cambiarme los pañales cuando llegue el momento?

C: Te pedí que no te burlaras.

D: No, si te estoy hablando en serio. Todavía no tengo incontinencia, ni diabetes, ni artritis, pero tarde o temprano…

C: Ya veremos. Pero ahora todavía tenemos muchos años por delante para divertirnos, ir a la playa, al teatro, para conocernos mejor…

D: ¡Mejor! ¿Pero no te han bastado todos estos meses para conocer todos mis defectos?

C: No, te quiero para siempre, para toda la vida. La vida entera no me alcanza para conocerte mejor.

D: No sabes en lo que te metes. Soy un capricho que se te ha metido en la cabeza, pronto te aburrirás de mí y te irás en busca de carne fresca…

C: Ya he tenido bastante carne fresca en mi vida, ahora quiero algo de sustancia, de permanencia, de…

D: (Lo corta riendo) De hipertelia de la inmortalidad, como le decía Lezama a la mariconería.

C: De hipertelia o de hiperestesia, algo que no pueden darme por ahí. Lo he comprobado.

D: Mira, no te voy a mentir. Me halaga ver tu devoción, tu pasión, aunque sea imaginaria, pero creo que te equivocas. Los americanos llaman infatuation, infatuación a ese espejismo que sienten a veces los más jóvenes por alguien que suele ser mayor, como el maestro por ejemplo. Hay muchos casos que hasta salen en los periódicos. Es como una atracción instintiva, sin reflexión, sin verdadero peso.

C: Yo no soy un niño…

D: Pero yo sí soy un viejo. Es mucha la diferencia de edad y de muchas cosas. Mejor seamos amigos.

C: (Sonríe, malicioso) Pero amigos con beneficios…

D: Nada de eso, ya yo estoy retirado y la cama me gusta para dormir y ver televisión.

C: Estoy seguro de que te podría convencer para que volvieras a usarla con otros fines.

D: Tú lo has dicho, fines. Sería el final de nuestra amistad y de todo, si nos complicamos con el sexo. Mejor lo dejamos de este tamaño.

C: ¿Entonces me rechazas?

D: Todo lo contrario. Te acepto, y te agradezco tu devoción; pero solo como amigos. No tratemos de tapar el sol con un dedo…

C: ¿Y si te pido que nos acostemos aunque sea una sola vez?

S: (Sonriente) ¡Qué manera de insistir!

C: Anda, di que sí, que no te vas a arrepentir.

D: El que te vas a arrepentir eres tú…  (Bit) Sabes que no he sido sincero contigo, hace tiempo que me sospechaba esto y por eso te hice toda la escena del disgusto por tu novela. Quería ver si te decidías a sacar todo lo que tenías por dentro. En realidad no estoy tan molesto. Yo te veía venir. Desde aquel día de la ensalada de gallina… y luego tu huida me demostró mis sospechas. No eres el primero que cree estar enamorado de mí, pero coge miedo. Tampoco eres el primero que le coge miedo a su verdad, a la verdad…

C: ¿Entonces, no estás bravo conmigo?

D: Para nada. Aunque tu novela no me gustó mucho, para serte sincero. Pero ahora podrás escribir otra novela. Una mucho mejor que quizá escribiremos los dos. (Se acerca a Carlos, se miran, se abrazan pero amistosamente).

(Las luces empiezan a bajar lentamente. Ya casi en la oscuridad, Daniel rompe el abrazo y dice) Anda, ve a buscar el pomo de yogur (Ambos se ríen).

Apagón

Daniel Fernández
(foto cortesía del autor)

Daniel Fernández Daniel Fernández estudió Licenciatura en Literatura Hispanoamericana y Cubana en la Universidad de La Habana, y trabaja actualmente como crítico de música clásica y reportero de El Nuevo Herald, en Miami. Perteneciente a la llamada Generación de El Mariel, el autor escribió una novela en Cuba La vida secreta de Truca Pérez, por la que fue sancionado a cuatro años de privación de libertad. Fue indultado en 1979, año en que llegó a Estados Unidos. Ha publicado Sakuntala la Mala ontra La Tétrica Mofeta (Editorial Silueta, 2009), Novelas Sencillas (Editorial Silueta, 2010) y El libro rojo de Sakuntala la Mala (Editorial Silueta, 2018). Autor de varias obras dramáticas, además de poemas y cuentos dados a conocer en distintas publicaciones y escenarios.

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Esta entrada fue publicada el 14/06/2020 por en Teatro.
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