Revista Conexos

Una revista de arte y literatura, sin fronteras generacionales ni geográficas

Un cuento como ese

JOSÉ M. FERNÁNDEZ PEQUEÑO

 

Durante muchos años ha querido escribir ese cuento. Empezaría con la llegada de un mosquito, un ejemplar grande, flaco y ágil, que aparece danzando alrededor del personaje. A este último se le encuentra sentado en un sofá color mamey, donde permanece inmutable al asedio del animal. Por nada del mundo renunciaría a esa quietud plomiza, su única protección, y por otra parte sabe que cualquier acción suya será inútil porque ningún humano posee la capacidad de anticipación ni la rapidez de manos necesarias para matar en el aire a un mosquito como el del cuento, que se prodiga en ondulaciones: grandes escaladas, rapidísimas caídas e inopinados cambios de dirección; que se empina hasta acercarse a la lámpara del techo, y entonces baja en picada hacia el piso, lo roza casi, y se proyecta a toda velocidad sobre el personaje, de un salto pasa por encima de él, y se pierde tras el respaldo del sofá.
  Para curarse en salud, el autor del cuento precisaría decir lo antes posible que el personaje es un experto en mosquitos, desde niño los ha perseguido y solo necesita observar la apariencia de cualquiera de ellos para predecir con rotunda precisión cómo se comportaría este en una situación dada. Por ejemplo, ahora mismo está convencido de que el insecto reaparecerá, y hasta podría anticipar los cortos botes con que, en efecto, el animalito sale por debajo del sofá, se dirige hacia la esquina donde reina el televisor chino y demora girando a su alrededor como si dudara sobre la pertinencia de sangrar al aparato.
  —Nena, dile a ese vejigo de mierda que deje tranquilos a los mosquitos. Mira cómo tiene las paredes de la casa, hechas un asco.
  Y, por supuesto, también sabe el personaje que el idilio del mosquito en torno al televisor no es sino una maniobra de distracción, así que no se asombra lo más mínimo cuando lo ve regresar planeando sobre la mesita de centro y las flores de plástico, subir luego hacia el techo, simular que duda si posarse o no por allá arriba (lo que abriría un paréntesis de ocho o quizás diez segundos en el devenir del cuento), enrumbar hacia la pared que el personaje tiene de frente y detenerse por fin sobre el marco de la foto de bodas, exactamente en su ángulo superior izquierdo, cuya irregularidad haría muy difícil matarlo en el caso de que alguien tuviera esa intención.
  —¿Y a qué aspiras tú, a enterrarte toda la vida en Maffo? Deberías estar agradecido de que Roberto te pida acompañarlo en su promoción y te ofrezca el mismo cargo, pero atendiendo a toda la provincia. Santiago es Santiago, mijito, una ciudad importante, y allí los niños tendrán otras posibilidades. Hasta te ofrecen casa en Vista Alegre, ¿qué más podríamos pedir?
  La casa es esta misma que flechó a Natalia desde la primera visita (¡qué pisos, qué patio, y hasta dos baños intercalados hay!), donde se dice que alguna vez estuvo un Consulado sueco, pero que el personaje siempre ha sentido triste, ajena, inquietante con sus gruesas paredes de cuartel y los tantos recovecos adonde malamente llega la luz y se agazapan los mosquitos. También las voces, aunque a estas solo logró escucharlas ayer, cuando comenzaron a repetir sus dichos para echarle en cara lo mal que él las había entendido la primera vez. Y quizás sería apropiado que el autor aprovechara esta pausa reflexiva para describir al personaje, que magnificara algún rasgo físico a través del cual fuera posible sugerir aspectos relevantes de su personalidad, o que al menos se detuviera a fabular esa molesta sensación de tener las manos recrecidas y palpitantes, como si no formaran parte de su desplomado cuerpo. Pero ya no hay tiempo. Quizás para olvidar la casa, las voces o sus propias manos, el personaje regresa la atención al mosquito posado sobre el marco de la foto donde Roberto sonríe en funciones de padrino enguayaberado, de pie entre él y Natalia.
  Sin resultado favorable, solo para comprobar que, como las voces, esa sonrisa presume de una crueldad que él tampoco supo ver a tiempo. Qué clase de verraco… está a punto de pensar el personaje, cuando el mosquito echa a volar de nuevo, no con los amplios giros del principio, sino bajando cerca de la pared, en caídas cortas y refrenadas, lo que pone al personaje ante el riesgo de descubrir nuevas notas de burla en las restantes fotos familiares, cuya distribución en descenso sobre la pared él conoce de memoria, por supuesto, y sabe que en el límite inferior cierra con la imagen de Roberto hablando frente a un micrófono, mientras lo señala y el negro Tanganika, eufórico, levanta el brazo derecho del personaje, para regocijo de otras diez o doce figuras sobre la tarima, hombres y mujeres borrosos que siguen aplaudiendo en la foto.
  —Es una lástima que no puedas ir conmigo, pero tienes razón, uno de los dos debe estar en la reunión del censo. ¿Por qué no convences a Natalia de que me acompañe? El cronograma de la presa no para de enmarañarse y ya no sé quién está metiendo más mentiras, si los del gobierno local o los incompetentes de aquí. Sería una gran cosa tener conmigo a alguien de confianza durante el recorrido. Habla con ella y dime si está de acuerdo, para entonces llamar a su trabajo y explicarles la importancia política de la tarea… No creo que se vayan a negar.
Este sería, quizás, el momento más difícil para el autor del cuento, sobre todo porque parlamentos así de frontales se escuchan todo el tiempo en la vida real, pero suelen sonar inauténticos cuando se trata de la ficción. Algo de esa inarmonía parece sentir también el personaje, que se está preguntando por qué en un momento como este no le tocó otro mosquito, uno de esos pequeños y negrísimos como puntos de rencor, que detestan los merodeos y van rectos a su objetivo. A la cara, sinceramente. Aquí y ahora, él habría agradecido una honestidad asesina como esa, es más, habría permitido que un vampiro así de desfachatado se prendiera de su piel hasta caer ahíto de sangre. De su sangre.
  Pero es el mosquito que es y, le guste más o le guste menos, el personaje no puede dejar de seguirlo por mucho tiempo sin poner en riesgo su ensimismamiento, sobre todo ahora que el animal se ha separado de la pared y viene hacia él a ras de piso, con lo cual debe dar un salto para evitar el papel tirado sobre las losas cuyo diseño alternando pétalos blancos y negros lo hacen resaltar aún más. La penumbra y el estado del papel, violentamente arrugado, impiden distinguir una sola de las palabras que alguien recortó en los periódicos, asunto irrelevante porque el personaje puede recitar el mensaje de memoria y porque además el mosquito se ha metido debajo de la mesa, y esto sí le plantea un verdadero problema. En caso de que el animal se posara allí debajo, el hombre difícilmente encontraría ánimo para levantarse del sofá e ir a espantarlo.
  Por fortuna, el mosquito continúa su vuelo, aunque cambiando de rumbo, y emerge por el lado izquierdo de la mesa. De vuelta a los sorprendentes cambios de dirección, sobrevuela el cuerpo tendido sobre una pequeña alfombra que se despliega a los pies del sillón reclinable, también color mamey. Son tan amplias las combas del mosquito, que en su punto más alto alcanzan el metro y medio, mientras que en sus descensos tocan el cuerpo desnudo y parecerían indicar al autor que es un buen momento para el final del cuento.
  El personaje, por su parte, observa sin inquietud las evoluciones del zancudo sobre el cuerpo de Natalia. Es un especialista y sabe que los mosquitos no pican a los muertos.
 

Este cuento forma parte del libro inédito “Dicho con otras palabras”.

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José Fernández Pequeño
(foto: Ena La Pitu)


 

José M. Fernández Pequeño: Escritor cubano nacionalizado dominicano. En 2013 se mudó a Miami y, desde entonces, ha escrito seis libros. Los ya publicados El arma secreta (cuentos, 2014), Memorias del equilibrio (cuentos, 2016), Bredo, el pez, novela para niños, 2017), y Sutiles (cuentos, 2018); además de dos más terminados en 2020 y a ritmo de pandemia: «Tantas razones para odiar a Emilia» (novela) y «Dicho con otras palabras» (cuentos). A este último libro pertenece el cuento que aquí se publica.

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Esta entrada fue publicada el 07/02/2021 por en Narrativa.
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