Her beauty and accomplishments only invited jealousy,
Her death was hastened by baseless slander.
–Tao Sueh-Chin, siglo 18
—¿Geishas?
—Es una manera elegante de describir la situación.
Jim B. se enamoró locamente de una de ellas. Un amor no correspondido. Cuenta que por unos cuantos meses se metió en una depresión de manicomio. Se dedicó a beber y a sentirse como una víctima. Pasó días tirado en su cama escuchando la radio, porque no tenía ánimos de ver ni la tv, dejándose envolver en la voz melodiosa del locutor y en el silencio pesado de la noche.
—Esto es chisme, puro cotilleo.
Matiné de sábados y domingos en aquel o cualquier espacio que sirva de espacio para el baile es siempre una experiencia deslumbrante. La amalgama de razas que se mueven de dos en dos, al ritmo sincopado de cuatros, sietes o dieciséis o en tiempos suaves o acelerados, es algo para ver y contar:
—Jim B. conoció a Kikuto en un nightclub. Ella, como tantas otras, llegó a la ciudad con el propósito de estudiar inglés.
—Me parece normal llegarse hasta acá…
—No te das cuenta de que los estudios de idioma son la excusa clásica para entrar al país. En realidad, se trata de una red de confort women. Imágenes del Japón moderno.
—¡No te lo puedo creer! ¿Qué sucede con las mujeres de aquí?
—Nada que ver. La agenda nuestra es más directa, más agresiva. Esas mujeres llegan adiestradas por maestras sabias en la insinuación, el camuflaje, la reserva y el secreto. No hay que olvidar que están educadas en el arte de hacer sentir bien a la pareja. Son seductoras y sensuales y capaces de celebrar una noche erótica con un nice caballero que tenga mucho, mucho cash. Comienzan sirviéndoles los tragos y los aperitivos, les encienden los cigarros, ellos se relajan y se sienten sexualmente estimulados porque una mujer joven y atractiva está atendiendo sus caprichos. Es un Nirvana.
Se escucha una conversación en una de las mesas de un nighclub privado:
—Why so many men want to dance with you?
—I think I am an excellent dancer…
—…is something else…the way you throw your body into your partner.
—Can we ask for another bottle of Dom Perignon Gold?
—Let me make you an offer. Let’s go to my apartment. I assure you we will have a good time.
And in vain her faithful Prince mourns.
–Tao Sueh-Chin, siglo 18
Una vez por semana tomaban el ascensor juntas o separadas, cinco minutos antes o cinco minutos después, pero más o menos a la misma hora, coincidiendo en el café de la esquina. El primer tema por comentar era siempre el intenso ejercicio del baile o la complejidad o sencillez de los pasos aprendidos. De ahí se pasaba al estudio de los parejos, cuántos se habían hecho la cirugía plástica, cuántos casados, cuántos divorciados, cuántos matrimonios rotos, para finalizar con el comentario en torno a los músicos más guapos y los bailarines más ágiles.
—Lo que me cuentas pertenece a un guion de cine.
—Estás equivocada. La película se está filmando,
efectivamente, pero con nosotras adentro. Somos parte
del repertorio.
Entre sorbos de café y bocanadas de sandwiches, quedaron suspendidas en el horizonte de las paredes blancas de aquel café, cubiertas de anaqueles y neveras con Aguas Perrier, Aguas Fiji, Aguas Saratoga Springs, Aguas Pellegrino y green teas, antioxidants teas, well-being teas, sleeping teas junto a cajitas de galletitas Olde English. Hoy hacía un intenso frío. Los pocos transeúntes se movían con paso rápido y por los vidrios del café se podía ver a unos trabajadores picoteando la piedra de la acera de enfrente. Con un gran martillo de acero o con un picador eléctrico desmoronaban el concreto. Un hombre blanco, corto de estatura, con un jacket marrón acaba de cruzar el café.
—Es Jim B.
—¡Qué coincidencia!
La conversación se intensificó ahora y nuevamente en torno a los parejos. Comentaban sobre los que tenían miradas de drogado, los de dedos velludos, los pavoneados, los tipos cirróticos, los de mal aliento, los dandys y bon vivants, los de caras de falsarios y los que poseían una sonrisa clínica como cortados con una navaja. Todos buscando Lolitas en medio de la pista. El conversatorio giraba ahora en torno al cuerpo y el ritmo, el tacto y el olor, cómo balancearse sin dar un paso en falso y cómo dejar caer la cabeza y el cuello junto a la del parejo en un eje triangular sin que éste se sienta perturbado. Todo en un movimiento circular hacia el fondo y hacia adelante para transformarse en puente de lo desconocido y dibujar la figura de un círculo o una espiral. No es un espacio cuadrado como insisten estos maestritos de acá. Hay que enfrentarse, como un felino poderoso, con la punta de sus dedos, al movimiento redondo, consonante y acentuado de este baile. Tu cuerpo, aunque cubierto de telas y accesorios, ahora se presenta desnudo. Bailar, dijo Sábato, es un rito casi religioso y cada paso responde a un propósito. A través de este ritmo inesperado, accidentado, imprevisto, impetuoso y sorpresivo se le sacuden los fantasmas a la gente produciendo nuevos encuentros y desencuentros. Es la incipiente y vertiginosa pasión humana que no cesa. Es el preludio a la seducción, pero es la seducción, el allure y la atracción con luz taimada de fondo. La Dickinson escribió: I reckon – when I count at all/ First – Poets. No, no la poesía, pero es como si lo fuera. Los bailarines construyen metáforas en el aire, alusiones que los compositores capturan en el oxígeno. Los bailaores, tangueros, swingers, balboas, salseros, afro-cubans, merengueros, hip-hop, rappers, raggaes, soka, reggatones y jazz dancers componen una gran espiral y esa espiral es lo que instiga, convierte, calma y latiga la ciudad. Se bailan historias, mi historia principalmente, porque todos pensamos que la historia personal es la más definitoria. El desajuste, el rencor, la angustia, la soledad, la tristeza, la frustración, el descontento, la rabia: todo se baila, porque el baile conlleva un gran compromiso de tan solo dos o tres minutos, un compromiso que de forma invariable altera la rotación de la tierra de una manera profana.
—y…¿por qué no? Me parece el lugar perfecto para encontrar ese tipo de hombres.
Oh, please, forgive me all these tears…
–Junichiro Tanizaki
En un apartamento cualquiera, ya casi anochece y se puede notar la brillante luz de las velas perfumadas, el ramo de flores en la mesa y el incienso quemado flotando en el aire, además se pueden escuchar algunos ruidos en la cocina. El dueño prepara la cena. Han tocado la puerta. Es Kikuto que llega abrigada de un coat hasta los tobillos en piel blanca y unos stilettos del mismo color. Ahora, sin apuro o empujones se despoja del abrigo y aparece su cuerpo desnudo. El olor del romero y el deseo, las flores y la pasión, el incienso y el apetito ya se han instalado majestuosos y prominentes en aquel lugar.
—Lo único que se me ocurre preguntar es por qué Kikuto le entra a la carne vieja.
—Cuando yo tenía esa edad, disfruté muchísimo con unos cuantos viejos.
—Y, ¿ahora, no te sientes hambrienta?
—Ahora también, pero de carne joven.
Kikuto con su rica cabellera larga y su pequeña figura romántica, prepara un baño de sales. El pelo reluciente, saludable y brillante es lo que más fascina al dueño de casa, mucho más que su cuerpecito incipiente. Su pelo ahora cae en los pezones de éste provocándole cosquillitas. Kikuto ha prometido llamar a una compañera para que en la próxima cita se efectúe una reunión más amplia. A decir verdad…:
—It’s me. I need another girl for next week: same day, same time and place.
Kikuto con su piel blanquísima y luminosa y ya sin decir palabra fue abrazada, como se abraza a una diosa en algún ritual antiguo. Nada se daba precipitadamente aquella noche, todo movimiento era medido y armonizado y él se sentía absolutamente domesticado y a disposición de aquel ser divino. Su cuerpo se sentía particularmente ligero y ágil a pesar del tiempo y Kikuto alzaba los brazos ofreciendo su pecho tibio, liso, como un rozagante niño a punto de acurrucarse ante su padre. Un pensamiento fugaz lo trajo a la realidad.
—When did you arrive to this city?
—Six months ago.
—What do you do there?
—I worked in clubs as a waitress.
—Does a waitress earn much?
—Yes. In one night I could do one or two thousands…
—What kind of clubs?
—The usuals.
—Where are they located?
—You are asking too many questions, but I will respond, because you are sweet. I worked in a trendy club in Kabukicho, a city district. A lot of men and women of all ages come to have drinks, and casual sex.
—How did you ended in that sort of business?
— I had a little debt with them.
—What kind of debt?
—Some invoices…
—You were a consumer!!!
—You can call it that way.
El hombre interrumpió la conversación y de un impulso agarró uno de los pequeños senos de aquella mujer para soltarlo en el acto. Un montón de recortes del Village Voice anunciando escorts services se encuentran apilados en una mesita de noche junto a una botella abierta de whisky. Tomó un vaso chato y ancho, lo llenó de licor y se lo tragó de un buche. Cariñosa y servil, con aires de yo no fui, Kikuto pasó sus manos suavemente por el cuello y los hombros, las orejas y la boca de aquel señor. Daba masajes al cuello, bajando a la espalda en movimientos mínimos y lentos, casi imperceptibles, para de ahí arrastrar sus dos montañas a las nalgas todavía musculosas y aún redondas de éste. El hombre tuerce su cuerpo bruscamente y Kikuto queda de frente al miembro ya engordado. El hombre se lo mete en la boca y Kikuto lo va mordiendo suavemente, sin hacerle daño, más bien como si estuviera saboreando y tragando un puré de albaricoques. De esta manera el hombre se adormece a la misma vez que arde de entusiasmo, lo que le produce unos intensos escalofríos en la espalda. El hombre pide más y más y Kikuto le complace tomándole las bolas con ambas manitas mientras desciende una de las manos hasta llegar al culo para introducirle dos dedos suavemente y después de unos segundos largos sacarlos y empujarle un largo collar de cuentas. Una-a-una. El hombre ya no puede con tanto éxtasis quedando amarrado a Kikuto con la misma fórmula que una hechicera amarra a su víctima. El miembro se le expande aún más y en un arrebato este hombre de un tirón eleva a Kikuto por los aires hasta ponerla de frente a él. Ahora abre la vulvita pequeñita y discreta. Kikuto con la boca hinchada y salivosa y ya muy excitada insiste en seguir amándole el miembro, pero el hombre no se lo permite, abriéndola en dos mitades y metiendo su centro. El hombre ya apacible descansa al lado de Kikuto mientras le ofrece todo tipo de recompensas:
—I want you to live with me.
—Thank you, but no.
—Fine. Do you want a separate apartment? I can provide for that. Do you want me to bail you out of your debt?
—You are very kind.
—Do you understand that i love you.
Kikuto sonríe y ahora se pasea desnuda por la casa, el hombre busca con la vista aquel cuerpo, mientras extiende una mano hacia sus pantalones tirados en algún punto. Sale finalmente de la cama y saca un monte de dinero de uno de los bolsillos para depositarlos en las manos, ya lavadas y perfumadas de Kikuto. La siempre atenta, cariñosa y amable Kikuto le prepara y sirve frutas en una bandeja. De inmediato le sirve más whisky, yéndose de la mano a la cama como dos tortolitos. ¿Y la cena? Se han olvidado de aquellas ollas tapadas y olorosas a romero y del horno fustigando el gas que transforma la masa en pan. Kikuto acurrucándose a su lado como una gatiña maltratada ha quedado dormida. Han pasado más de dos horas y Kikuto, despierta ya, comienza a impacientarse. A pesar del momento de descanso estaba exhausta, pero ante todo aburrida. Es hora de marcharse. El hombre se irrita, se impacienta, intenta seducirla, pero ella: cabeza, neurona y memoria ya están fuera de aquel lugar. Él insiste, pero Kikuto ya se va acomodando en el abrigo blanco que la cubre de la gélida temperatura en la calle y los stilettos decorados con rhinestones de colores traslúcidos. Controlables agujas fálicas abiertas a otros juegos, a otras seducciones. Abre la puerta de salida y ya no se le vio más.
—¿Qué me dices?, ¿Desapareció?
—Pudo haber regresado a Tokío.
El hombre llama una y otra vez al club. Tiene que que ser ella, insistía. Pagaré lo que sea. Puede venir acompañada, informó en muchas ocasiones, pero a quien quiero es a Kikuto, terminaba enfatizando.
—Jim B., igual a ese hombre se desesperó, sentía que la perdía, que no tenía control alguno sobre ella. Para colmo también había desaparecido de los salones de baile. En una ocasión le pareció haberla visto de espalda, montándose en un tren. Era una chica asiática con rasgos similares a Kikuto, en unos jeans con cintura baja, casi rozando la partitura del fondillo y un pañuelo de seda amarrado al cuello y a la espalda y ambos senitos al aire. No iba sola.
Una noche se produjo la tan ansiada llamada:
—It’s me, Kikuto. I have a problem.
—What kind of problem?
—I have something in there?
—Where?
—Downthere.
—Did you go to the doctor?
—Yes. The guy that I was with took me to a public clinic. Everyone treat you very nice in that place.
—A public clinic? Is he insane? I will pay for you to go to a private doctor.
—Thank you, thank you, thank you.
—I always will be here for you.
La dificultad que tienen ciertos hombres maduros es que asumen el papel de papás y el incesto provoca una extraordinaria pasión. Una niña a quien cuidar y proteger de otras manos varoniles, una niña a la que puede templar, moldear y dejarla madurar al ritmo que a él le dé la gana. A esta niña se le lleva a las tiendas y se le deja escoger ropa y joyas al gusto, para luego llevársela a la cama y quitarle todo ese ropaje. Se le enseña a la niña ahora los secretos típicos del amor y los más profundos, se le deja retozar entonces con el cuerpo ya maduro, escamoso y arrugado y con el látigo puntiagudo el cual procede a abrir todos los túneles delicados que ésta posee.
—Ciertamente tiene su encanto, digo yo, ese tipo de vida. Solo hay que preocuparse por mantenerse bonita, en buena forma y estar indudablemente disponible.
—No olvidemos que se trata de una transacción comercial.
—Es fácil olvidarse.
Son las tres de la mañana y Kikuto camina sola a través de las calles húmedas y diminutas y las sombras que la poca luz de los faroles eléctricos reflejan. En un segundo piso, un hombre sentado en la ventana de su cuarto, miraba nada en específico y todo en absoluto. Las pisadas de Kikuto son lo suficientemente poderosas como para que éste se interese en esa figura de huesos pequeños, delgada, con un abrigo Alberta Ferreti de piel de zorra blanca y unos stilettos de cinco pulgadas de largo, decorados con cristales de la India que pasó frente a él y se fue alejando en el horizonte. El pelo reluciente, lacio y fino parecía que podía derretirse entre sus manos.
De: La mujer, el pan y el pordiosero.
Lourdes Vázquez (P.R.): Una de las escritoras más destacadas de la diáspora de Puerto Rico. Poeta y narradora. Entre sus premios se incluyen el Juan Rulfo de Cuentos (Francia), la Mención de Honor/Honorable Mention/2014 Paz Prize for Poetry (USA) por Un enigma esas muñecas (Madrid: Torremozas, 2015), Mención de Honor Premio Nacional Luis Lloréns Torres, Casa de los Poetas, 2014 (P.R.) Su libro Bestiary: Selected Poems 1986-1997 fue finalista del Foreword Reviews Book of the Year Award (USA). Una selección de su poesía ha sido publicada en italiano: Appunti dalla Terra Frammentata (Edibom, Edizione Letterarie, 2012); así como la memoria The Tango Files (Edizione Arcoiris, 2016).
Otros títulos son su novela Sin ti no soy yo: segunda edición (2012) traducida al inglés con el título, Not Myself Without You por Bilingual Review Press (Arizona State University, 2012) y que forma parte del listado ‘Top Ten “New” Latino Authors to Watch’‘; así como The New Essential Guide to Spanish Reading. En 2013 se publica una selección de sus cuentos: Adagio con fugas y ciertos afectos (Madrid: Verbum). Ha trabajado con una variedad de artistas destacándose los libros: Salmos del cuerpo ardiente con la reconocida grabadora Consuelo Gotay y Cibeles que sueña con la artista Yarisa Colón. Ha sido miembro de varios jurados entre los cuales se destacan el BorderSenses Literary Prize in Fiction (Texas) y el New York Foundation for the Arts, Urban Artist Initiative Award.