Revista Conexos

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«Gladios» y otros textos

ANDRÉS MIR

gladios

¿Por qué me sigues, Eppia, a mí, a un condenado
al filo de la espada sobre la arena del circo, por qué
dejas el jardín interior de tu mansión senatorial,
tu estatus de noble matrona, las esclavas
sirviéndote el más fino vino y manjares,
las tibias termas donde abandonas al agua tu carnes
todavía firmes, bendecidas
con los más caros ungüentos y los aceites más aromáticos?

Sergiolus me llaman cuando salgo al centro de mi muerte,
con mis cicatrices, el peso de mis barbas, esta nariz quebrada
a porrazos de incontables combates, viejo oso
que apenas tiene unos denarios entre sus ropas,
y se gana la gloria o la perdición derramando
sangre de infelices como yo sobre la arena.

¿Qué te puedo dar sino zozobra, el prófugo placer
de un cuerpo marcado de tantas vueltas de sol,
el acero testigo de dolor ajeno fundido a mi mano
que algún día izó velas y cruzó mares, esclavo del jolgorio
sediento de sangre en medio de la miseria que trae
eso que conocemos como civilización.

Parece, bellísima matrona, que ciertamente es del hierro
de lo que se enamoran. Y yo, tan fuerte, tan campeón
bajo el seco mediodía de la blanca ciudad, no tengo ya fuerzas
para resistirme a tus encantos, y en mis brazos mortales
te llevo surcando la mar a Alejandría, mientras miras
diluirse las amadas fachadas de Roma en la distancia.

espera

Se me ha posado la espera en el costado
y hurga el hígado con voracidad de mito,
a mí, que no le traje el fuego a nadie, que solo
me empeño en ser el hombre abierto a un destino
tan inesperado como una tormenta estival
en medio de mi otoño a media asta: la espera
tiene la empecinada costumbre de apretar
las clavijas de esta guitarra siempre dispuesta
a canciones nuevas, y los agudos
se adueñan vertiginosos de la melodía otrora mansa.
son las horas su mejor herramienta, ellas
martillan mi paciencia con redoblante pasión
y no me dan sosiego, lo que antes era calma
ahora es mirar las ventanas con sed de golondrinas
que no acaban de hacer primavera,
y las puertas con vehemencia de prófugo.
Yo sé que llegará el día
de tomarte en mis brazos y creerme lo imposible
hecho caricias y jadeo, sé que incluso pasará
mientras dejo el cuerpo desordenado por el piso
como prenda sacada al apuro
antes de que mi alma se lance a hacer el amor
contigo, frenética, antes
de que esta herida que soy se conciba eterna,
mucho antes del manantial que no dejaré de ser
mientras exista. Es lo que tengo
en tanto el metrónomo de mi pulso marca el compás
de ver una telaraña de calles entre nosotros,
y desesperar mientras vislumbro al final del túnel
ese momento tan anhelado y que sueño llegará.

Pero hasta entonces
esta cabrona espera viene puntual a cada segundo mío,
torturadora sin piedad, sin ojos y sin viento,
con su pico de diamante, y hace de mí
un Prometeo sin otro mérito
que amarte.

salvaje

En la fría noche me acoge la negrura del bosque,
mis pasos, cautelosos, reconocen el territorio ajeno
y me traen ese olor a loba en celo que eriza mi lomo.
Son demasiados los inviernos: lejos de mi anterior manada
entrar en este coto de caza donde no soy bienvenido,
solo es cuestión de supervivencia. O me impongo,
o a dentelladas primero me quiebran los huesos
de las patas, luego el lomo, y al final me rodean
para ver quién será el primero en lanzarse a mi garganta.
Pero estoy contra el viento, benévola bruma,
y ellos no me han notado aún mientras siento
con claridad dónde está cada uno en qué momento.
Y entonces la veo: la hembra dominante observa,
orejas en vilo, en mi dirección, y su dulce aroma
de loba receptiva dilata mis pupilas.

Con su favor, la manada es mía, ella es la reina
de este coto de caza, la señora que marca las rutas,
la fuente prodigiosa de cachorros escalando la montaña.
Pero ella tiene sus propias leyes, ancestral tiranía
que chupó con encías desdentadas de su madre,
y las aplica con fiera rectitud: ay del pobre
que intente ignorar se voluntad, conocerá seguro
la severidad de sus colmillos.

Es todo o nada: la vida o la muerte, la manada
o el exilio, esconderme en la maleza o junto a ella
romper la madrugada con nuestro aullido conjunto.

Y entonces me decido, solo un paso hacia la corriente
y su nariz y sus ojos amarillos me hallan
y mientras sostenemos nuestro primer duelo de miradas
me sobrepongo y avanzo lentamente colina arriba.
A su encuentro. 

Andres-mir

Andrés Mir (foto: cortesía del autor)


 
 

Andrés Mir (Fernando de Jesús Salcines Sin, Moscú, 1966).- Poeta y periodista. Autor de los poemarios De la nostalgia y la torpeza (Editorial Abril, 1993), Los de antes me servían bien (Editorial Letras Cubanas, 2000) y Sobre la naturaleza de los mortales (2004). Entre 1996 y 2010 trabajó en las revistas culturales cubanas Revolución y Cultura y El Caimán Barbudo como realizador, diseñador y director artístico. Fundó y dirigió la revista electrónica cultural Esquife durante 10 años, publicación dedicada a promover y pensar el arte emergente en Cuba. Actualmente reside en Rusia. Corresponsal de la agencia EFE en Moscú.

Un comentario el “«Gladios» y otros textos

  1. Maria Cristina Fernandez.
    19/09/2023
    Avatar de Maria Cristina Fernandez.

    He disfrutado mucho estos poemas. No son poemas de circunstancias, sino que miran de frente a lo eterno, con todo el peso de quien está maduro de vida y palabras. Felicidades por tan hermosos textos.

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Esta entrada fue publicada el 17/09/2023 por en Poesía.