REINALDO GARCÍA RAMOS
TUMBA MEJOR DE LAS ALAS DEL PRÍNCIPE
...los restos del avión que tripulaba Antoine de Saint-Exupéry se han hallado por fin en el fondo del mar... (nota de prensa, abril de 2004) [1]
Justamente en el agua,
descolgado con ira de las estrellas enemigas
y de la historia que se borra ante la solidez del mar,
habías vivido posiblemente demasiado;
el largo espacio de tu mejor exploración y de tu astucia
(siempre respuestas reveladoras a la mano)
había quedado atrás, y bien que lo sabías.
II
Viaje aprendido en las praderas del deber,
sin detenerte ni esperar,
con gran habilidad hasta trazar un círculo borroso,
todavía inocente bajo la noche que se abre;
en tu equipaje se quedaron los choques del obús
contra los rostros juveniles
que se apresuraban a sangrar,
la decisión inmensa del océano
y la perfecta voluntad que no lograron conquistar
los militares en su gloria.
III
Distancia de la imaginación
en su batalla contra el muro del aire
(es decir, contra el miedo);
sospechas de que aún existía otro trayecto reversible,
otra salida que de repente estallaría
como una grave floración alimentada
por los buenos oficios y los inventos del correo
ante las blancas hélices del tiempo.
IV
Pero no estaba muerto, sin embargo; estaba
en el lugar en que se había supuesto que estuviese
Allí se divertía tu príncipe pequeño,
tu fastuoso servidor siempre de gala;
dibujaba en el fondo del mundo
sus corderos delicados y suaves,
inevitablemente devorados
por boas muy amigables en la sombra.
Monarca de tu salvaje libertad,
dominador de las maniobras de la duda,
señor de diminutos asteroides
que nunca se aprendieron la cifra del adulto,
había venido a verte diluir la muralla final.
V
Predijo que la liberación no sacaría
a Francia de su infelicidad, de su desdicha
Justamente en el agua,
en el artefacto que no pedía nombres ni palabras,
ni teorías sagradas
sobre la sagacidad de las medusas;
cubierto ya con el silencio comprendido
de las victorias sepultadas en la piedra,
montado en el metal resplandeciente
con que se arma y se desarma muy despacio
la novela mejor, la más abrupta y ciega;
alegre de descartar otra quietud
(tal vez un desenlace)
de aspecto tan racional y fulgurante.
VI
En nombre de la bondad mayor
a la que vuelve siempre su escritura
Hemos encontrado la torpe explicación,
la otra forma fugaz del cerrado misterio;
no los fragmentos de piel abandonada,
no el rumor de los pasos en el atardecer,
ni las membranas de la voz y sus rugidos olvidados;
hemos encontrado
estos pedazos del hierro corroído;
los vamos a ordenar en las vitrinas del fervor,
en estudiada y limpia servidumbre,
con letreros precisos.
VII
El lenguaje nos sigue dando confusiones;
más que nunca, nos arrojamos a girar
sin ninguna prudencia, sin siquiera saber
lo que estamos buscando
Justamente en el agua,
se siguen escuchando los silbidos;
las pacientes ballenas en su paz del abismo
describen la mejor forma de tu muerte;
las viejas cartas del amor y del odio
ya no es necesario que se entreguen.
VIII
De esta manera no lo vas a sentir;
te crees aún que sigues vivo; piensas
que te vas quedando muy dormido
y que te pones a soñar
Justamente en el agua,
lo que encontramos es tu juego sorprendido,
tu irónica respuesta de navegante solitario,
tu más habilidosa risa de aviador.
En la profundidad sigues salvado.
[1] Los versos en letra cursiva aluden al texto de un artículo de Stacy Schiff, biógrafo de Saint-Exupéry, publicado en The New York Times el 11 de abril de 2004.