Revista Conexos

Una revista de arte y literatura, sin fronteras generacionales ni geográficas

Papote Omoni

EDUARDO MESA

 

Foto: Ernesto G.

Era sábado, pero aun así me levanté temprano y después del café me fui a ver las palomas. El último cuartón del palomar terminaba en el muro y daba al Callejón. No había un alma en la calle, solté las mensajeras -era un bando de machos empedrados y negros-  y me quedé mirándolas hasta que las perdí de vista por el Hospital Hermanos Ameijeiras.

Entré otra vez al palomar y me entretuve revisando los nidos, había huevos negros porque hubo un día entre semana que tronó mucho. Estaba entretenido en estos menesteres cuando escuché los gritos de una mujer.  El Callejón ya no estaba tranquilo, en medio de un charco de sangre estaba el palestino marido de Janet, un tipo que había sido fiana y  se ganaba la vida mecaniqueando grabadoras.

Al poco rato llegaron las patrullas, la ambulancia.  La sangre seguía el itinerario que deja el agua por el borde del contén hasta la alcantarilla. Daniel el gordo me dijo más tarde que le habían metido uno solo y que soltó más sangre que un puerco. En el  Callejón era fácil morirse; el Tony cayó redondo jugando dominó por una cosa que, según dicen, le dieron a beber; Chocolote por un tiro en la espalda y  de una puñalada, el palestino bacán de Janet.

Nunca fui asiduo al Callejón, no me gustan los lugares donde es fácil morirse, el Tony era mi socio y se murió jovencito. A Chocolate lo iban a matar cualquier día porque jugaba y no pagaba, pero el último muerto era distinto. El oriental era un tipo tranquilo, un luchador, vino para La Habana de policía porque era la única forma de salir de aquel campo, estuvo un tiempo en la patrulla hasta que se instaló con  Janet y pidió la baja. Hasta ese instante todo lo había hecho bien, todo hasta el viernes antes, en que cruzó la vista con Papote entrando al Callejón.

Cruzarse con Papote Omoni era una desgracia,  más que un delincuente era un asesino, el Luca Brasi de nadie suelto en La Habana. El Pipo y Mamita, sus hermanos, estudiaron conmigo y eran nobles, pero Papote era distinto desde chamaco. El  mayor de los Mata me llamó preocupado una tarde porque yo le había cogido un palomo a Papote. “Suéltaselo  porque te vas a salar por un palomo”. Se lo solté enseguida y no hubo lío, pero por menos que eso Papote mataba.

A un noviecito que tenía Mamita le metió un navajazo en el cuello. Llegó a la casa y preguntó: “Oye, ¿este qué hace aquí?” “Está conmigo Papote” le respondió Mamita haciéndose la graciosa;  entonces, sin mediar más palabra se pegó al bárbaro y le metió  un tajazo en el cuello. El tipo se salvó porque la navaja no agarró la arteria pero estaba en candela cuando se lo llevaron. Mamita le hizo la cruz para siempre a Papote, que tuvo que esconderse, pero volvía al barrio de vez en cuando.

Papote andaba solo y mataba solo, pero los muertos que iba dejando a su paso se sabían porque todo se sabe. Tenía mujeres en el Barrio de Colón, en el Cotorro, en Mantilla y sabe Dios en cuantos lugares más. Una vez me lo encontré en los Sitios y me dijo que le tirara un salve en la bicicleta, lo llevé hasta los Precios Fijos y sentí la muerte en mi espalda hasta que se bajó. “Dile al Pipo que me viste”, fue la despedida.  “No hay lío Papote,  yo se lo digo” y salí echando sin mirar a atrás. No sé por dónde cogió después ni me importa.

Un día nos enteramos que  Papote estaba preso pendiente de juicio, había matado a un tipo gerente de un CUPET por una cadena y lo trabaron de casualidad. En el barrio mucha gente respiró tranquila cuando se enteró.  Papote llegaba a casa de los Mata como una sombra y había que dejarlo jugar, los Mata no dejaban de mirar el reloj y el personal estaba nervioso hasta que Papote se iba, a los Mata los respetaba un poco pero en otros lugares le quitaba el dinero a la gente y formaba lío.

Janet fue al juicio como testigo para contar la muerte de su marido.  Papote  mató al oriental porque no le gustó su mirada. El Pipo también estuvo en el juicio, escuchó la sentencia de su hermano con la tranquilidad propia del que sabe lo que va a suceder.  “Sé que tarde o temprano lo van a matar”, me confesó un día,  “es mi hermano, pero es un asesino”.

A Papote lo condenaron a muerte, no dijeron la fecha pero le iban a dar “palito” en breve. Pasados unos meses, Pipo subió a comprarme unos pichones y hablaba de  Papote como si estuviera vivo. Debía estar muerto ya pero ni Pipo, ni Mamita lo reconocían, entonces surgió el comentario de que le habían conmutado la pena de muerte, que la condena de treinta años se la iban a bajar a diez, que si le echaban diez le daban pase…

No creo que esté vivo pero hay gente en el barrio que lo cree, incluso algunos afirman que lo han visto. Vivo o muerto no tenemos deuda,  le solté el dichoso palomo que le cogí y después de eso le di el salve en la bicicleta y no pasó nada, aunque siempre le pido a los santos no tener que encontrarme con él.  El palestino marido de Janet tampoco tenía deuda  y recibió una puñalá por gusto; con Papote al final no hay nada escrito y puede desgraciarte una mirada.

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2 comentarios el “Papote Omoni

  1. Lorenzo
    22/07/2012

    Formidable prosa y mejor imaginacion. Cuando termine de leer mire hacia atras por lo del «Papote».

Los comentarios están cerrados.

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Esta entrada fue publicada el 15/07/2012 por en Crónica.
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