en el puente
Oh, diosa de las aguas, Oshún amarilla, alivia de una vez este gran dolor, este peso que llevo dentro sin saber de quién es. Pon tu miel en esta herida invisible. Llévame contigo. Cura a esa mujer que amo y cúrame a mí de mi impiedad. No permitas, diosa mía que el agua se lleve los restos de lo mejor que he sido. Libera a Clara de tanto desamparo, libera a Astara del padecimiento atroz… dame luz para encontrar ese camino avezado y oscuro…
Sofía está apoyada en la baranda del puente de Tirry. Tiene los ojos cerrados y aprieta los puños. Son casi las diez de la noche y a esta hora son pocos los transeúntes que cruzan estas calles, estos puentes que caprichosamente dividen a la ciudad de las matanzas. Mucho ha discutido Sofía con su amiga Teresa el origen de este nombre para una bahía y por extensión a lo que ahora llamamos ciudad. Teresa afirma que un grupo de aborígenes de la zona, que entonces se llamaba Yucayo, comandados por su cacique Guayucayex, ofrecieron a un grupo de colonizadores hispanos que había naufragado en el área, transportarlos en sus canoas hasta su próximo punto de desembarque. Al parecer, según Teresa y otras fuentes, los españoles aceptaron el trato; pero una vez en medio de la bahía, los indígenas volcaron las pequeñas embarcaciones con el fin de darles matanza.
Sofía nunca ha estado convencida de que esta y no otra sea la respuesta a tanta maldad encerrada en un solo nombre; pero hoy, ahora, acodada en este puente que ha cruzado innumerables veces, no podría resultar más adecuado. La matanza estaba aconteciendo dentro de ella. Cada uno de sus órganos se estaba desprendiendo de a poco. Tenía la esperanza de que allí, pidiendo a Oshún sobre ese río, al menos la diosa pudiera recoger las vísceras desprendidas y llevarlas con ella a algún lugar secreto en las riberas. Hacer de sus vísceras una piedra hermosa o una planta eterna… algo mejor que ese revoltijo de carne y sangre que ella sentía desprenderse mientras imploraba por el bien de los demás.
1994
Con Armando caminamos a lo largo de la acera del malecón. Acabamos de matricular en nuestras respectivas facultades en la Universidad de La Habana y estamos tan asustados como felices. Nos vamos de casa, nos escapamos, parece que gritáramos en silencio mientras nos apretamos muy fuerte las manos y los barcos del puerto resuenan sin parar una inquieta sirena que no nos deja escucharnos.
Armando es un niño dulce y atrapado entre un complejo de Edipo galopante y un profundo resentimiento hacia su padre. La manera en que me había besado meses atrás, denotaba más a una criatura pequeña en busca de los pechos de su madre que la del Don Juan arrebatado que todos le creían. Armando sabe besar y acaricia dulcemente mis manos y mi espalda cuando nos ponemos a soñar con el futuro. Hablamos de una casa luminosa y muchos niños. Hablamos del éxito, los libros que vamos a escribir, los viajes imposibles en esta isla llena de cercas invisibles. Yo, que no puedo esperar, que padezco la impaciencia de las hormigas, siempre deseando llegar al final del camino, tanteo la idea de un matrimonio precoz, como nosotros mismos… y a él le gusta. Piensa en cuántas malas caras van a poner sus padres y yo le quito el susto diciendo que a Electra, mi madre, no le importa nada de lo que yo haga. Que puedo lo mismo saltar en paracaídas que hacerme monja, lo suyo es tener material para sufrir, pero sin que le importe nada en realidad.
Armando ríe muy alto y yo lo miro con una ternura que me quema… pienso en lo hermoso que sería amarlo así, como en este instante, para siempre y sé que no hay futuro para nosotros. Sé que esas planillas que acabamos de firmar en las Escuelas de Filosofía y Arte, nos van a separar definitivamente y no me duele demasiado, de alguna manera sé que ese es el curso natural de los eventos y debo seguirlo.
Cuando hemos llegado hasta la Terminal marítima y vamos a tomar la lancha de Casablanca, la que nos acerca al tren que nos llevará a Matanzas después de contemplar por unos diez minutos las mugrientas aguas del puerto donde cuentan que la Virgen de Regla hace sus apariciones, Armando me detiene. Dice: todavía tenemos algo de tiempo, por qué no nos tomamos un helado de vainilla. Y lo dice con tal necesidad de mí, de mi asentimiento, que no puedo negar.
Y allí nos vamos a una larga cola que se detiene cada cinco minutos porque el helado debe congelarse otra vez dentro de la máquina y es así que ha pasado media hora cuando ya andamos lamiendo el agua con sabor a algo que recuerda a la vainilla y le pido a Armando que nos apuremos para tomar la próxima lancha y nos acercamos al puerto y nos detienen las multitudes de hombres y mujeres corriendo en la misma dirección, empujándonos, diciendo: se la han llevado, se la han llevado y no entendemos de qué hablan. Corran, corran, que igual se llevan esta próxima y seguimos sin entender nada… es entonces que Armando tira el barquillo a la calle y me aprieta fuerte contra él… que se están llevando las lanchas de Regla y Casablanca a Estados Unidos, mi amor… que se las llevan…
Detenemos los ojos entre el Morro y La Punta y un mar que se extiende de azul a negro, que atraviesa el malecón y se ve continuado en miles de personas nos salpica… es el agosto de 1994 y nos abrazamos con fuerza para no hundirnos…
el regreso del abuelo Agamenón
El abuelo se había ido a Miami en 1988. La madre de Sofía hizo uno de sus dramas habituales. Lloró por meses y contó a todos los que estuvieron al alcance de su lengua los detalles de la despedida. La manera en que el abuelo caminó con las manos sobre los hombros de ella y los de Sofía por la calle, el beso con que se despidió, las palmaditas en los hombros de cada una y las palabras de aliento: nos vemos pronto, es que aquí ya no se puede…
La madre de Sofía dijo a todos que si el abuelo moría, ya ella no lloraría tanto como lo había hecho con su partida, que el inmenso hueco de su perdida era irreparable, que el amor de un padre cuando está lejos ya no se siente igual, que irse a Miami era lo mismo que un silencio total, que un vacío con el rostro de un muro, que una nada sin respuesta de cartas o llamadas imposibles, que ella quisiera haberse ido también en la sombra de esa despedida, diluirse como si hubiera tomado una sustancia mágica y no ser ya más… porque sin su padre, nada en ella era posible.
La madre de Sofía, Electra, olvidó contar a todos, con su lengua enorme, que el abuelo la abandonó cuando tenía siete años y que pasó más de dos sin ni siquiera pasar a saludarla… que cuando la propia Electra quedo embarazada de ese hombre casado quien demoró solo tres meses en darles la espalda a ella y a Sofía gestándose en el vientre, el abuelo Agamenón, en venganza, pasó otros dos años desaparecido del ámbito familiar… la chiquilla recién nacida, le recordaba demasiado sus propios errores con Electra… pero ni hablar, la madre no dijo a nadie estas cosas… se dedicó a hacer el cuento detallado de la despedida a todas y cada una de las vecinas, amigas, escuchas impertérritos en la cola de la bodega, bodegueros, carniceros, tenderos y panaderos que el destino puso al alcance de su inagotable salivación salpicada de palabras.
Agamenón pasó seis años esta vez sin dar más que escuetas noticias. Estoy bien. Ahí van 50 dólares. Traten de no gastarlos en dos años enteros. La vida aquí es muy dura. Los viejos deberían morirse antes que depender de nadie. A mí no me falta nada. Y mejor morir lleno que morir de hambre. Con este rosario de frases, decoraba todos y cada uno de los pedazos de papel que llegaban en sobre sellado, provenientes del N.W. Miami, Fla. hasta la puerta de Electra y Sofía, con una periodicidad anual o semestral en el mejor de los casos.
Pero en el verano de 1994, mientras las bahías de Matanzas, La Habana, Cienfuegos y Santiago se llenaban de barcas improvisadas con los techos de zinc, arrebatados a las casas y las gomas de repuesto de rastras y camiones, el abuelo decidió que era un buen momento para volver. Se apareció en la puerta de Electra y Sofía, con dos maletas llenas de ropa usada y otra bolsa pequeña en la mano en la que guardaba las joyas de la calle 8 y su derecho de repartirlas solo a los elegidos. Sofía contempló cada una de las escenas con desigual quietud.
Electra gritó tanto al verlo que los vecinos pensaban que finalmente había enloquecido del todo y ya no se podría prolongar más el momento de llamar para que vinieran a buscarla con la consabida camisa de fuerza y los ambulancieros prestos a recibir patadas y piñazos de la delirante… Sofía salió a la puerta de la casa en la que se conglomeraban ya más de quince personas y dijo con apatía: es que ha venido el abuelo de Miami. La multitud se quedó por un par de minutos congelada en sus puestos iniciales, con una mueca en el rostro que contenía al interrogante fruncido de cejas y la boca abierta, no se atrevieron a moverse… ya se sabía que Sofía no era una persona de fiar, siempre con sus libros bajo el brazo y su aire de superioridad, tan poco interesada en los problemas de la pobre Electra; pero como los gritos de espanto iniciales fueron sustituidos por otros de no lo puedo creer, por fin te voy a ver antes de morirme y gracias Dios mío por darme este último regalo, terminaron disipándose y metiéndose en sus casas, preguntándose, cada uno por su lado y entre sí, si Agamenón les había traído algo del norte…
Mabel Cuesta: Ensayista, profesora, poeta y narradora. Es Graduada de Licenciatura en Letras Hispánicas por la Universidad de La Habana, Cuba en 1999 y Doctora en Filosofía (Lengua y Literatura Hispánicas) por la Universidad de la Ciudad de Nueva York en 2011. Ha publicado los libros de cuentos: Confesiones on line (Aldabón, 2003); Cuaderno de la fiancèe (Ediciones Vigía, 2005) e Inscrita bajo sospecha (Betania, 2010). Cuentos suyos aparecen en las antologías: Las musas inquietantes (Ediciones Unión, 2003); La hora 0 (Ediciones Matanzas, 2005); Havana Noir (Akashic Books, 2007); Two Shores: Voices in Lesbian Narratives (Grup Elles, 2008), Dos Orillas: Voces en la narrativa lésbica (Grup Elles, 2008) y Nosotras dos (Ediciones Unión, 2011). Así mismo sus trabajos de crítica literaria y ensayística, pueden leerse en publicaciones especializadas de Cuba, Estados Unidos, México, Honduras, Canadá, Brasil y España. Se desempeña como profesora de Lengua y Literatura Hispanoamericana en University of Houston (Houston, Texas). En la actualidad trabaja en su novela inédita Un nido de paja.