Manolo habló con el Teniente para salvar la vida de Fermín, un jovencito del 26 de Julio que pretendía a una sobrina suya. El Teniente lo escuchó en silencio como era su costumbre, no le prometió nada pero Manolo sabía que el Teniente se ocuparía, eran hombres de antes y los hombres de antes podían llegar a un acuerdo sin palabras.
A Fermín lo estaban torturando cuando el Teniente bajó a los fosos del coronel Esteban Ventura: “lo voy a soltar por ti Valdesito, porque a este lo agarré poniendo un petardo, dile a la familia que se lo lleve, porque si lo vuelvo a encontrar por ahí se la arranco”. Soltaron a Fermín que nunca supo a ciencia cierta la razón de su suerte. El Teniente, fiel a su costumbre de obrar en silencio, no le dijo a Manolo que era él quien había salvado la vida de aquel hombre.
Manolo y el Teniente ya eran mayores aquel enero del 59, a los pocos meses del advenimiento del nuevo régimen solicitaron la jubilación en sus respectivos trabajos. Ahora se veían con frecuencia en las mañanas cuando salían a buscar los mandados. No hablaban de política en la calle, habían vivido lo suficiente para saber que las cosas habían cambiado, que era mejor pasar inadvertidos y no abusar de las palabras.
Una mañana, se presentó Fermín en el apartamento de Manolo, andaba por el barrio y aprovechó para hacer la visita, lucía el uniforme verde olivo y una agenda de cuero. Se despedía de Manolo y su esposa en la puerta del edificio cuando apareció el Teniente, que bajaba de su apartamento a buscar los mandados. El Teniente no reconoció, en aquel oficial, al muchacho que gritaba de dolor y de miedo en los“fosos”, pero Fermín al verlo, palideció.
––A ese hombre yo lo vi hablando con Ventura en los fosos –susurró Fermín-, ahora mismo lo voy a denunciar.
––Usted no va denunciar a nadie.
––¡Manolo que ese hombre es un esbirro!
––¡Ese hombre es padre de familia y no le ha hecho daño a nadie! Entonces agarró a Fermín por el brazo y lo llevó adentro:
––Mira muchacho, cuando caíste preso hice muchas gestiones para sacarte…
––Yo sé que usted habló con varias personas para sacarme de allí y se lo agradezco. Mis padres me lo dijeron antes de embarcarme hacia México, por eso vine a dejarle mi tarjeta…
––Pues págame ese favor con otro, no denuncies a ese hombre que es amigo de esta familia desde hace muchos años y te puedo asegurar que no ha hecho daño a nadie.
Fermín cumplió con Manolo y pagó el favor debido. El Teniente nunca supo lo cerca que estuvo de ser denunciado por el mismo hombre a quien había salvado de una muerte segura. Manolo, como era de esperar, no le contó al Teniente sobre lo sucedido con Fermín.
Los dos murieron mucho tiempo después de aquel evento, vivieron hasta el final de sus vidas relativamente tranquilos. Durante esos años continuaron encontrándose en las mañanas al buscar los mandados y en los ochenta, cuando no se respiraba aquella atmósfera de terror sofocante porque el miedo ya era rutina, ellos siguieron fieles a la costumbre de hablar sólo lo necesario mientras recorrían las tiendas del barrio. Eran hombres de antes, podían entenderse sin abusar de las palabras.
Asi fueron muchas tohallas que se tiraron por esos caballeros de antaño puedo afirmarlo pues a mi padre lo fue a ver en la madrugada un amigo, que era comandante y le pidio que me sacara inmediatamente de Cuba, a primera hora estaba en un vuelo hacia Miami, nunca supe el nombre de ese «esbirro» al que le debo la vida.
Le agradezco su comentario.
Saludos
Eduardo Mesa