1
Noche en Managua, tras la muerte de los gallos
Esta noche tiene la garganta enrojecida.
Ha gritado y está enferma.
Duerme al fondo de un cuarto blanco e iluminado sobre el piso.
Es un gran cerdo rosado
Contra la esquina, se lamenta.
Perdió la lucidez y tiene todas las uñas rotas.
Está mareada
Está borracha.
Esta noche no tiene una cama donde orinar sus miedos.
Por eso se arrastra sobre los techos enmohecidos.
Se alimenta del musgo y del vapor que dejan los niños,
al dormir, en las ventanas.
Se han muerto los gallos que ponen fin a su delirio.
Solo los grillos crepitan en el jardín eterno de las horas.
Está sola con su boca ratonera
Está tensa
Está brava y es caliente.
Nosotros dormimos en la mancha gris
que es su garganta.
Nos creemos soñadores.
Aún no hemos probado el filo.
Ni siquiera intuimos sus navajas.
2
nota escrita después de una “noche atropellada y dudosamente lúcida”
soy testigo nada más de tus narices rotas.
del temblor que no te deja articular palabra
sin un accidental tartamudeo.
llevas una cantina siempre bajo el brazo
y un rencor que te provoca escapar de las rutinas
como el niño que se sabe vagabundo
en su primer día de clases.
tu mirada está extraviada en un semáforo de media noche:
una señal amarilla e intermitente
una centinela esquiva dando vueltas, solitaria
tu cuerpo es un reproche.
tus huesos son un ramillete que se agita.
siento cómo tus manos de alfiler van marcando los espacios
por donde pasará la costura-cicatriz
que unirá para siempre nuestras vidas.
sos un fantasma al final del pasillo
más obscuro de mi casa.
sos un fantasma que picotea con su luz
a las seis de la mañana.
sos un fantasma hecho de lámina.
y te desangras
te desangras.
3
el lugar más íntimo para provocar incendios
la cocina. el infierno.
un lugar de cuchillos y de sangre.
es ahí donde arde el aceite
donde mi madre heredó su cicatriz más profunda.
dicen que es el lugar de la abundancia
del dulce y tibio olor a leche
del tomate fresco,
luciendo su más firme color rojo.
recuerdo las cebollas
crispándose en la cuna,
ajos como pequeñas larvas
agitándose en el fuego.
mamá con un delantal que le cubría el pecho
la sangre de la carne cruda
las verduras y los trastos bajo la misma regadera
las especies calentándose en el mismo olor a grasa
el lugar más íntimo para provocar incendios
mamá huele a aceite
tiene quemaduras en los ojos
sus pequeñas manos son muy torpes
el agua hierve
la carne se ablanda
cáscaras y huesos en una bolsa plástica
en la cocina: restos y paredes salpicadas
en la mesa: manteles y cucharas limpias.
una abeja arde en la cocina
atrapada en un vaso boca abajo
se va poniendo sucia.
4
La casa en el kilómetro 14 y medio
Era una casa soberbia y silvestre.
Se mantenía caliente por dentro
como una taza honda, redonda y cerrada,
repleta de agua hervida.
Estaba rodeada de árboles de mango
y de pequeños murciélagos que se mantenían, glotones,
cerca de los árboles.
Había perras, siempre había perras.
Entrando y saliendo de las casas,
con las tetas viejas y húmedas,
con el sexo rojo atrayendo a los machos en cada luna.
Parían crías que luego se devoraban,
escondidas en la parte trasera de la casa,
donde crecía el pasto de forma salvaje,
donde un nido rabioso de órganos abandonados se entumecía.
Había un gato, aburrido y sucio,
que volvía siempre con la trompa habitada de algún roedor sanguinolento.
Lo recibían en casa con mimos y él nos dejaba
sus presas-ofrendas debajo de la mesa.
Siempre, a la hora del almuerzo.
Por las noches entraba viento,
un viento fresco que despeinaba las ramas hogareñas de los murciélagos,
solo entonces era la casa fresca.
Al sentir el viento salíamos de nuestras camas sudorosas
y subíamos descalzas a las hamacas
y nos mecíamos con un viento que soplaba, excitado, cada vez más fuerte.
Las perras lloraban.
Debajo de las mesas del patio, cogían y se mojaban,
se mordisqueaban unas a otras,
montaban la tierra y el pasto
rompían las macetas con la fuerza de su celo.
La luna era gorda y amarilla.
Estaba manchada.
Nos alumbraba como una luciérnaga esférica.
Mientras tanto, los zancudos untaban su baba en nuestras piernas y nos hinchaban
las pantorrillas. Su baba nos hervía por dentro.
Alborotadas, nuestra sangre
atraía a los pequeños murciélagos.
Era una casa soberbia y silvestre.
Y nosotras, no menos soberbias, no menos silvestres.
5
El reino de las moscas
He aquí la era de las guerras perpetuas
y de soldados olvidados en la liquidez transparente de la sangre.
Nacemos cada año más torpes.
El miedo extiende sus patas de cuervo sobre las arterias del corazón
y nos hace parpadear
entre la luz y sus promesas.
He aquí la era de los árboles invernales
muriendo a las orillas de esta nieve
marítima e infinitamente blanca.
¿Cómo fue que llegamos hasta aquí, con tanta melancolía a cuestas?
Melancolía que no conoce lo que fue,
que se revuelca sobre las migajas de pasadas hambres;
congoja de labios secos,
de caras hinchadas, enrojecidas por un llanto que no conoce la humedad.
He aquí la era de los árboles secos,
de los bosques como erizos gigantes
cubiertos de blancas espinas.
Cada año extraviamos una razón más
para vivir tranquilamente.
Nos entregamos a la manía feroz de perseguir al otro, a lo otro.
Veo la neblina. Nada en ella es estrictamente necesario, pero lo es.
De alguna manera.
He aquí la era en que las palabras son almas despiadadas y cínicas.
Al frente van las bocas como lobas hambrientas y las lenguas,
una y otra vez,
arremeten con su espuma de olas contra la pila de dientes, contra su placidez horizontal.
He aquí la era de los aviones
y de los cuerpos suicidas estallando contra los ojos incrédulos de la rutina;
de soldados cuya sangre no conoceremos jamás.
porque su angustia nos llega
como una herida fina, sin color, sin olor-nula y abstracta.
Las ballenas encuentran la muerte voluntaria fuera del vientre líquido de su madre
y, mientras tanto, las moscas reinan con sus cabezas calvas.
Sobre nosotros, entre nosotros, desde nosotros: sus ojos se multiplican.
***
Gema Santamaría (Managua, Nicaragua). Vivió por varios años en Ciudad de México y desde 2008 vive en Nueva York, ciudad en la que realiza estudios de doctorado en Sociología e Historia en la New School for Social Research. Gema es Licenciada en Relaciones Internacionales por el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM); Maestra en Género y Política Social por la London School of Economics (2008, graduada con “distinction”) y Maestra en Sociología por la New School for Social Research (2010, graduada con honores). Ha publicado tres poemarios: «Piel de Poesía» (Managua-México, 400 Elefantes-Opción, 2002), “Antídoto para una mujer trágica” (México, Mezcalero Brothers, 2007) y «Transversa» (México, Proyecto Literal, 2009). Su trabajo ha aparecido también en diversas antologías, entre las que destacan “Mujeres de Sol y Luna/Poetas Nicaragüenses” (Managua, 2007) y “Al Filo del Gozo: Antología de Poesía Erótica” (Guadalajara, Editorial Viento al Hombro, 2008). Su poesía ha sido publicada y traducida al inglés tanto en la antología “El Tejedor en Nueva York” (España-Nueva York, Lupi Editores, 2011) como en la compilación de poesía latinoamericana “Hallucinated Horse” (Londres, 2012). Forma parte del Consejo Internacional de la Gaceta Literal de México y es integrante de la Asociación Nicaragüense de Escritoras (ANIDE).
Son como veo una fotografia estos poemas. El uno y sobre todo el tres, son para mi gusto un regalo visual. Gracias Gema y Conexos!
Siempre admirando tu poesía, deliciosamente ácida y cruelmente dulce en «El lugar mas íntimo para provocar incendios», la frescura como describes la casa de la abuela «Casa en el km 14 y medio» rodeada de árboles de mango, las hamacas en el corredor, todo lo describes como si lo estuvieras apenas viviendolo.
Te felicito de corazón, gracias a Conexos por dejarnos apreciar esta poesia y felicidades también al fotografo Kloppe por esa foto tan bien lograda.
Gilda de San Juan