Amanecer en Santa Clara
Sobre el aparente sosiego del amanecer,
deseoso de encontrar un asidero.
Saludo, con las manos extendidas, todo cuanto la luz desfigura
como residuos de la realidad
que llega a nosotros contaminada por la luz artificial
de las farolas que se apagan,
todas de golpe, como un milagro.
A esa hora no hay nada que hacer salvo aceptar
la belleza que luego pierde sentido, tras la brevedad
de esos instantes con que volvemos a observar
los sitios sobre los que edificamos todo
cuanto llamamos acontecimiento.
Una vez estuve en Baracoa, la ciudad primada de Cuba
y vi las estrellas varadas en un cielo profundo e infinito
que pretendía comportarse como cualquier otro.
Una vez las tuve al alcance de mis manos y sentí pavor.
Ahora observo el amanecer, turbado ante su apariencia
y de igual manera me sobrecojo.
Roída madera de la puerta de casa
por la que penetran los amigos
siguiendo el trazo dejado por la lluvia.
Enfrentando los aires de cuaresma,
el sofocante calor del verano.
A qué no está dispuesto un amigo, dice Sergito
como si hablase con él.
Acostumbro a no maldecir ningún día
aún los ásperos como las paredes que me resguardan.
Hundiría las manos en el pecho
en que se refleja mi respiración
cansada del día difícil
y que me faltó la calma para aceptar
la sombra de la mano que no se tendió para mí.
Deseos de estrecharla con ellos
que desconocen cuánto silencio puede retener mi casa
cuando no están,
cuánto puedo necesitar que la noche me devuelva
a esos otros amigos, que se marcharon
solo para enviarme una foto sobre la nieve
caída desde una profundidad desconocida.
También podara el fondo de los cielos que nada reflejan.
Con gesto lento remuevo el café
sobre la azúcar parda, mientras la noche penetra
sigilosa a través de la roída madera.
Lily lo vierte en tazas que acogen el oscuro líquido
como si fuese puro y tostado por el calor de mis manos.
Le pido a Dios cumpla
con todo lo que ellos merecen
y voy con mi humeante taza al fondo de la casa,
esperanzado de escuchar su respuesta.
Alumbro el patio en la madrugada
para ver los ojos de los animales que llegan a comer
de mis residuos.
Sus entrenados dientes hacen traquear los huesos
con un sonido que asocio al hambre
de estos animales que no gimen, ni ladran,
no pelean entre ellos.
Se alimentan en silencio sobre la sombra de la escasa luz,
como lo hicimos en aquellos años
en que llegué a tener la suficiente experiencia
para llegar al tuétano
de los huesos que mi hija le había despojado la carne.
También sobre la sombra, bajo el vaivén de una lámpara de keroseno,
en silencio, como esos animales que ahora contemplo.
Hago figuras con la penumbra que se estacionan
en lo más alto del techo;
objetos y animales turbados por el vaho caliente
que esparce el vano viento que penetra por los resquicios
luego de mover ligeramente las hojas de los árboles
que han crecido a la altura de las ventanas.
Refrescan con su aliento los pasillos que huelen a lejía,
y por el que reparten, a cada convaleciente, el pan sin levadura
junto al jarro de leche entrecortada y humeante,
antes de que simulen entregarse al descanso o se despidan
para siempre de sus camas de hierro,
capa de pintura sobre la otra, varias veces
los verdes en diferentes tonalidades.
Se anclan en la penumbra más alta las complejas máquinas
que no sabría echar a andar.
Un globo aerostático se oculta en un cielo tempestuoso
que intenta resguardarse en la coposa fronda de los árboles.
Un enjambre de peces voladores anda por las grutas soterradas
de la oscuridad del techo.
Luego pongo atención
a lo que estará queriéndole responder al sueño
mi esposa que jadea, pausadamente,
con igual ritmo acompasado de sus palabras.
Son pocos los sonidos que la noche deja traspasar,
a través de las raídas ventanas del hospital.
Pocas las estrellas que desde un ángulo propicio puedo observar.
La noche, que llega desde un vacío cuyos límites solo sospecho,
deja caer alguna tenue luz sobre su cuerpo.
Le acaricio la frente. Es hermoso estar al lado suyo
aún cuando está dormida
y no pueda decirle que las figuras que he formado en la penumbra
también le pertenecen, incluso esos aparatos inservibles
que esta larga noche no me ha alcanzado para ponerlos en marcha.
En las mañanas coloco una ofrenda en la puerta de casa,
la disperso como si fuese una fragancia,
cubriendo las grietas
como si fuese posible sellarlas para siempre.
Sé que mis intenciones son inocentes,
como mis palabras.
La puerta permanece abierta,
pero no todos pueden penetrar,
ni tiene sentido hacerlo.
Como tampoco permanecer bajo un extraviado cielo,
nube negra en que se ladean las estrellas
que como grilletes inmovilizan la noche, oscura resina
que nada aporta a mi escaso sentido de orientación.
Debo inhalar el aire intoxicado,
el aire que respira el animal que ahora me observa
sin deseo alguno de atacarme.
El brillo de sus ojos
me recuerda el resplandeciente filo del hacha
que depositaron en mi cuello. Era un sueño y lo sabía.
No sé cómo pude saber que todo el sufrimiento
sería pasajero, una simulación
de un dolor que no me pertenecía.
Por simular, como es costumbre,
o aportar dramatismo a ese instante,
mi angustia fue tan cierta que llegué a sentir el silencio
de mi corazón.
En la intimidad que crea el vacío de la noche
tuve la certeza de no ser yo quien respiraba, sino la muerte
sobre mi cuerpo
inmovilizado por tan profundo dolor que tuve miedo
de no poder contar nunca ese sueño.
La obsesión de asir mis manos sobre un día cualquiera del infinito,
ha tenido un alto costo.
Y ahora solo me es posible hacerlo desde la sombra
que me oculta, a pesar de permanecer de pie.
Tengo miedo que flaqueen mis pies, entonces no podría ver
lo que ahora observo
pese a la oscuridad que traza el horizonte.
A veces temo reconocer que he pasado demasiado tiempo
en los límites,
por lo que mi memoria, poco a poco se ha ido vaciando.
Por aquí mismo apareció la noche
en que contemplaste un ave que no me atreví a mirar
por temor a comprender el significado de su oscura sombra
sobre la débil luminosidad de la noche.
Partió a espaldas mías
mientras escuchaba el sonido con que la oscuridad se hace presente
deslizándose sobre la bella lejanía de un cielo
que ya había recorrido el ave.
En su vientre percibí una luz,
volar como si fueses otra ave,
amoldada sobre su pequeño corazón, los ojos fijos
y una sonrisa impostada
como si viajara en un ataúd.
En sus crispadas manos las lilas secas
aún perfumaban los aires fríos que sostienen la noche
queriéndoselas arrebatar.
Pero en mi mirada se perdió todo
y ahora solo me es posible testificar el paso de la noche.
3 de septiembre del 2012
Bajo la luz tenue de un escenario, dos hombres se desnudan,
y una mujer muestra sus espléndidos senos
que sostienen unas uva moradas,
que muy pocos en el público han podido saborear.
Un soplido devuelven: ah, ah, ah.
Algunos se inquietan,
simulan observar la desnudez con naturalidad.
No son cuerpos perfectos, cuerpos para admirar
y eso de algún modo es osado.
Al centro del escenario, uno de ellos asegura estar perdido.
La mujer, inclinada por el peso
de las uvas moradas, asegura quererse perder.
El otro, finalmente se pone de espaldas,
sin pudor de sus nalgas flácidas,
a las que el público puso atención
como si estuvieran destinadas a pronunciar el siguiente parlamento.
Finalmente alguien aplaude, seguramente el director de la puesta
y todos, con mayor o menor destreza lo imitamos.
La vanguardia, la vanguardia, dice alguien
admirado de haber contemplado tres cuerpos desnudos.
He padecido de alucinaciones, del peso de una piedra
colgada al cuello,
los ojos fijos al otro lado de las paredes
levantadas con arena reseca
extraída de un mar que nadie ha navegado.
Escurridizo, husmeando lo que no me correspondía saber
sobre ciertos hechos que la memoria regresiva oculta del olvido.
Los ojos que se mantuvieron fijos, dislocados
como esas miradas que no son posibles de interpretar
pero se tiene la certeza de que lo han captado todo,
incluso lo que desconocemos.
Hay mil pájaros vivos sobre el filo del horizonte,
cuerpos deformes, como el de toda ave dispuesta a devorar
a cualquier otra que se interponga en su ascenso.
Sus graznidos pueden aterrorizar, el trazo de sus vuelos inquietar.
Pero nadie se atrevería a espantarlas de ese cielo estático,
de una belleza apocada
en la que descansa la sombra de los ramajes más espigados
que se apropian de toda la luz
bajo la que permanezco en silencio, con el cuerpo atado
por mis propias manos entumecidas por la fatiga de cavar la tierra.
He visto el último gesto de una hoja,
caer desde lo más alto del árbol que ha crecido
en la distancia olvidada entre mi casa
y la de mi anterior vida.
Pero no estoy dispuesto a regresar.
ARÍSTIDES VEGA CHAPU
Sus textos han aparecido en más de treinta antologías de Cuba y el extranjero como los Estados Unidos, Canadá, Costa Rica, Puerto Rico, Rusia, Venezuela, Panamá, España, Brasil, México y Suecia. En 1993 obtuvo el Premio Pinos Nuevos. En el año 1992 creó el Proyecto Ateneo, en la ciudad de Matanzas, el cual, luego, se nacionalizara en cada provincia del país. En 1997 obtuvo el Premio de Poesía 13 de Marzo y el Premio Literario Abel Santamaría de la Universidad de la Habana y la Universidad Central de Las Villas, respectivamente. Ha obtenido el Premio Fundación de la ciudad de Santa Clara, en los géneros de poesía y literatura juvenil, en el 2001. En el año 2002 obtuvo el Premio Internacional de Poesía Nicolás Guillén. En el 2004 obtuvo el Premio de la Crítica Ser en el tiempo, conferido por la Filial Provincial de la UNEAC en Villa Clara por su poemario Días a la deriva, reconocimiento que ganó en el 2008 con su poemario Que el gesto de tus manos no alcance. En el año 2009 obtuvo el Premio Memorias del Centro Pablo, con el libro de testimonio No hay que llorar. Participó en el proyecto La Estrella de Cuba, celebrando el bicentenario de Heredia, con este recorrió el país con poetas y trovadores. Ha participado en lecturas de poesía, Ferias Internacionales del libro y otros eventos culturales en Argentina, Nicaragua, Costa Rica, Venezuela y Panamá. Desde 1999 sostiene un espacio radial en la emisora CMHW en que semanalmente promociona nuevos títulos literarios con la participación de sus autores. Sostiene un Taller de creación Literaria desde hace ocho años.