LA NOCHE nos bautiza
con su aliento de ruinas.
Habrá que detenernos
ante la inmensa piedra
de montaña:
una grieta
pulsa nuestros nombres.
UNA LECHUZA
se desliza por la boca del viento.
Su sombra
traza un círculo inmortal
en la herida del árbol.
En donde página
tras página
se incendiaban las palabras,
un aleteo oscuro
anuncia
lo que no puede nombrarse.
EN ALGÚN lugar
el asesino se resguarda
y aprieta el puñal.
Su piel se descompone
en un aleteo
de pájaros nocturnos.
Un cuerpo sin vida
es la cicatriz de una calle,
la oscura libertad de la noche.
CONTRA la ventana
un pájaro
se da un golpe certero.
Bebe la sed de su alarido.
Aquieta sus alas.
Yo me aferro a su recuerdo
mientras olvido
la transparencia del agua,
como una cicatriz
que da vueltas por el mundo.
LA NOCHE
ha llegado, por fin,
a su estado más sólido.
Intentamos descifrar
una palabra
y sin embargo,
todo lo ha ofrendado
la herrumbre
de las cosas.
La escritura pende
del hilo de sangre de la tierra:
sílaba de viento,
luz aniquilada.
Ahora,
ya nada puede condenarnos.
HAY SOLES QUE CAEN
Un ángel juguetea en el ramaje del árbol.
Es tan grande el abismo,
y tan silencioso el techo del mundo,
que nos abraza la pesadumbre,
y bebemos aguardiente,
y lloramos,
porque no entendemos
cómo Dios juega con sus dedos de piedra
entre las hojas del álamo.
VELO DE NOCHE
Vivir la lentitud
de la hormiga,
confuso
en una ola de arena.
Entre el amor y mi sangre
hay un silencio de pájaros,
velos
como mareas de hielo
bordados
con filamentos de sal.
Alguien ha escrito mi nombre
en
una
roca
incendiada
con el carbón que tiñe
lentamente
la noche.
MEMORIAL DEL ÁRBOL
Nos susurra el viento su nostalgia de nieves
y el copetón tañe su silabario de alas.
Qué silencio es mi corteza,
y mis raíces
tejiendo la sangre de un sueño.
Hay en las rocas una sed de tormenta.
De mis brazos cayó la hoja
con la que un hombre descalzo
cubrió su sombra.
Se ha roto las muñecas golpeando mi silencio.
Mi inconmovible reposo le ha dejado
una herida imposible abierta al crepúsculo.
Ráfagas de orquídeas a las orillas del lago
expanden la soledad del abejorro.
Dos niños olfatean una bolsa de huesos.
Un bramido,
es una piedra que expira en el agua.
Estos poemas pertenecen al libro Memorial del árbol.
Henry Alexander Gómez nació en Bogotá en 1982. Estudió Licenciatura en Ciencias Sociales en la Universidad Distrital Francisco José de Caldas. Gestor cultural, es fundador y director del Festival de Poesía y Narrativa Ojo en la tinta. Accésits del Concurso Nacional de Poesía “Si los leones pudieran hablar” (2008), Casa de Poesía Silva. Sus poemas han sido publicados en diferentes revistas como Golpe de dados, Revista Casa Silva, Letralia de Venezuela, La Otra y Círculo de poesía de México y en los libros Piedras en el trópico (2011) y Raíces del viento (2011). Actualmente se desempeña como promotor de lectura y escritura en la Red Capital de Bibliotecas Públicas de Bogotá–BibloRed y hace parte del colectivo literario y del comité editorial de la Revista Latinoamericana de Poesía La Raíz Invertida. Su libro, Memorial del árbol, fue premiado en el IV Concurso Nacional de Poesía Obra Inédita.