Revista Conexos

Una revista de arte y literatura, sin fronteras generacionales ni geográficas

Descubrimiento

VLADIMIR MONTES VALDÉS

 

Sólo faltaban cinco minutos para que fueran las dos de la tarde. ¡Por fin! Más rápido que un lince se posicionó desde el fondo del patio hasta la mata de mango que quedaba a la izquierda del frente de la casa. Fue un bólido lo que cruzó delante de los ojos de su madre que se encontraba ajetreando en la cocina. Se esmeraba preparando el almuerzo, midiendo milimétricamente los trozos de aquel maltrecho pollo, para que alcanzara un pedazo a seis bocas y su marido (ya ella había separado las alitas habituales, esas que siempre decía que eran la parte del pollo que más le gustaba). Ella se satisfacía saboreando aquellos minúsculos huesos. Se llenaba el estómago viendo cual loba, como comían los suyos aquel escaso menú que se bajaba sólo con agua.
–¡Iván, no te pierdas que ya está el almuerzo!
–¡Esta bien, tú me avisas! –respondió el «bólido», dejando a su sombra dos segundos apenas para que lo alcanzara en su carrera.
El árbol ya tenía sus años y su tronco cilíndrico, con su textura rasposa cual piel de cocodrilo se erguía ante su figura delgada. Comenzó a treparlo. Iván ya sabía dónde colocar sus pies para superar la escalada con movimientos precisos hasta alcanzar la vetusta rama, de la cual tiraría con el brazo izquierdo. Columpiándose alcanzó la copa de aquel árbol, que como estaba fuera de temporada, sólo cumplía la función de abrigar el ala izquierda de la casa con su sombra.
El niño se ajustó entre el descanso de las gruesas ramas para acomodarse lo más que podía en ese espacio. Maniobra que provocó en esta ocasión, que se le saliera del pie la zapatilla de tela mal anudada que ostentaba en la punta un hueco, como resultado del año y medio que ya tenía de uso, y cayera sobre el tejado de la casa. Cuando baje la recojo –pensó. Desde esa altura podía divisar ampliamente el paisaje que le rodeaba. A la derecha el maltrecho parque, enfrente la cafetería El Viñalito, que aunque le habían cambiado el nombre hacía muy poco, la porfía del barrio le continuaba llamando, con apellido y todo, La Bodega de Cheo que era su antiguo dueño; cosa que a Iván le sonaba ajeno. Él no conocía eso de que los negocios tuvieran dueños; aquello era cosa del pasado «capitalista». Todo era de todos, como decía Noelia la maestra de historia, lo teníamos gracias a la Revolución. Lo mismo pasaba con la casa de la izquierda del parque, le seguían llamando La de los doctores Trabanco, quienes habían abandonado el país en los años 60. Por eso al niño le costaba ponerle rostro a esos legendarios vecinos. Él no había nacido aún en aquel entonces. Del otro lado, estaba la de Fela, la vieja maestra con cara de vigilante de cárceles (o al menos así se le antojaba al chico, aquel rostro con cejas arqueadas y boca recta), que tenía un distintivo pino kilométrico en el jardín. Era una bella casa, modelo años 50 que aún guardaba su esplendor en el diseño, pero empezaba a denotar necesidad de mantenimiento y reparación. Un terreno yermo, que se usaba las veces para jugar a la pelota y otras para reuniones de vecinos, la separaba de la casa de Iván; que tenía enfrente al CDR –organización de la revolución para la vigilancia–. Allí vivían Selena y Nacho. En su casa recién reparada por la ECOA 23. En pocos meses la remodelaron, y le adicionaron dos habitaciones. Todo como pago por la participación de Nacho en la zafra.
A continuación estaba otro terreno pero este vallado. Ahí se podían ver plátanos y otras plantas como malangas o yucas, que cosechaba Lázaro, El Asturiano, padre de Nacho. Señor con pinta y actitudes para el campo y labores. Precisamente en ese cercado colgaban dos carteles hechos malamente a mano que decían “Abajo la gusanera” y “Que se vaya la escoria”. Consignas muy de moda en ese convulso año 80. Seguidamente estaban la casa de Marila a la izquierda y de Justo y Digna a la derecha. Y era allí donde los adolescentes ojos concentraban la atención, procurando sobre todo esconderse bien entre el follaje del susodicho árbol. Esto Iván lo sabía. Ni el sofocante calor que abrazaba las curtidas pieles de los negros y amorenaba la de los blancos, ni las picadas, ni el sudor que se le metían en los ojos, ni la camiseta pegada al cuerpo, mojada como por un aguacero, podían impedir que el niño achicara sus ojos para divisar bien la ventana de aquella casa, que por ese mismo calor estaba abierta de par en par.
Iván lo deseaba y agradecía. Todo se demoraba más que lo habitual o al menos eso le empezó a parecer a Iván; quien no acababa de encontrar acomodo para su pie descalzo entre aquellas ramas. La espera se le hacía tensa. El grito de “¡A comer!” se escucharía en cualquier momento rompiendo el aire. Despertando de la siesta habitual al padre de Iván, que como de costumbre esa tarde de sábado, se había acostado después de darse un baño a «jarritos» de agua fría, esperando la hora del almuerzo. Iván, sabía, que en ese despertar de su padre estaba la obligación de sentarse a la mesa con puntualidad militar… si los invocaba el padre con su imponente voz. Sumido en estos pensamientos se percató que comenzaban los movimientos en esa casa, que tenía a la ventana como escenario único, cual televisor ruso; la diferencia era que este marco mostraba imágenes reales y a todo color. Algo impresionante para el muchacho, que por las noches corría hacia la parte baja de su calle para después desde la acera ver, a través de la ventana, un programa de clips musicales que comenzaban a transmitir con el nombre de Colorama. La TV era un Panasonic, el único televisor a color en los alrededores con una pequeña y maravillosa pantalla. El marido de turno, de esta opulenta y desenfadada vecina lo había traído en uno de sus viajes. Era un marino mercante.
Al fin, apareció en el recuadro de la ventana, la figura de Digna –quien, como su nombre, era una bella mulata, piel canela, tersa, suave; sin un centímetro sobrante en su curvilíneo cuerpo–, acomodada sobre la cama, precisamente debajo de la ventana. Desde la posición privilegiada de Iván, casi la podía ver completa, el niño tragó en seco… con la mano se quitó el sudor de la frente. Su mente regresó a unos sábados atrás (cuando aún quedaban mangos en el árbol) cuando trepó para coger una de esas frutas finales y se acomodó en esa atalaya, precisamente donde ahora estaba sentado; para disfrutar de la fruta egoístamente; solo, evitando que su hermano pequeño le pidiera compartirlo.
Y recordó escenas aceleradas de aquel día… en esa misma posición vio, por primera vez, a sus cortos 12 años, dos cuerpos desnudos entrelazados y enredados en una lucha de caricias, besos… fuerza de la carne una dentro de la otra… placer y belleza que le creó sensaciones nunca antes imaginadas, extrañas y ajenas, pero placenteras. Disfrutar de la sorpresa de su erección involuntaria por lo que sus ojos veían. Disfrute interrumpido al percatarse de que los ojos de Justo, el fogoso amante, estaba mirando hacia allí, hacia el árbol de mangos de su casa. Y él estaba en ese árbol, aterrorizado al creerse descubierto. Sintió que lo frondoso del follaje no bastaría para ocultarlo. Un sudor frío le recorrió la espalda, mientras trataba de esconder su delgado cuerpo entre las ramas del árbol sin soltar el mordisqueado mango.
Estuvo más de dos meses subiendo, cada sábado sobre las dos de la tarde, al árbol sin frutos. Trataba de repetir aquella emoción nunca antes experimentada, que le reportaba un placer nuevo, de algo que existía y que en su recatado hogar nadie comentaba. Y es que a pesar de ser tantos, en su casa nadie hablaba de sexo. Este sábado, la bella mulata vestía una bata de casa transparente y con uno de sus tirantes caído desde su hombro desnudo. Ella dejaba entrever, cuando se inclinaba, sus pechos que se movían, saltaban, flotaban… y para Iván aumentaba sus deseos y la necesidad de ver otra vez la escena… ¡Al fin ! dentro de aquel cuadrado mágico, entró la figura de Justo. Iván respiró ansioso. Ella levantó la mirada y en su moreno rostro se dibujó una sonrisa. El se acercó a su oído, el niño tragó en seco entre las ramas. Iván sólo alcanzaba a ver el movimiento de su espesa barba. Ella se unió a él. Aún con la sonrisa en sus labios y los deseos en ellos. Iván contenía la respiración, mientras se ocultaba entre las ramas, asegurándose que estaba bien escondido. El clima cambió repentinamente en la habitación, no continuo con Justo tomando la nuca suavemente a Digna y fundiéndose en un apasionado beso. No, él se volvió sobre si mismo, dándole la espalda y a ella se le desencajó la cara lentamente. El salió del recuadro de la ventana y allí quedó ella, inmóvil un instante, lo que dura un silencio. Incorporándose súbitamente se llevó las manos a la cabeza y empezó a gesticular, señalando su sién con el dedo y haciendo círculos, con una expresión ahora compungida. No había asomo de felicidad en su rostro. Mucho menos de su anterior desbordada sensualidad. Continuaba hablando ella y mirando fijamente hacia el ángulo donde estaba justo. Mira en varias direcciones y con el dedo índice sobre la boca. En señal de que hablara algo. Y sus brazos cerraron la ventana bruscamente.
El niño se separó muy despacio de las ramas que lo ocultaban, no comprendía, esperaba algo excitante, sensual erótico. Y lanzó un ¡shhtt! de contrariedad evidente. Había esperado otra semana más… para nada. Le pareció sentir voces que salían de aquel cuarto. No logró entender lo que decían. Después… silencio. Pensó que si esperaba se abriría nuevamente la ventana; pero la voz de la gran loba se alzó desde el suelo y sonó como una campana en sus oídos… ¡A almorzaaar! ¡Mario, Juana, Iván! Carlos trae a Lidia… ¡Iván, Iván! ¿Dónde estás?… Y dale con Iván… dónde estará. ¡Iván… ven ya! Era la cantora voz de su madre. Existía un pequeño plazo. Esperaría un poco. Aún faltaba la llamada del padre: ¡A Almorzar! ¡Vamos que se enfría! Retumbó la voz paterna… Y se acabó el tiempo. Comenzó el descenso que siempre terminaba un metro más abajo, cogió la zapatilla del techo con un rápido movimiento, se lanzó y cayó, preciso delante de las raíces del árbol. Se quedó intrigado, con sus deseos y con su secreto. Dirigió sus pasos hacia el interior de la casa.

 
Miércoles

Como de costumbre llegaba a casa, con el portafolio confeccionado por su madre, que era una excelente costurera. Entraba en la habitación que compartía con su hermano menor en una litera de madera hecha por su padre y además estaba la cama de su otro hermano, Carlos, que le sacaba cuatro años de ventaja. Cuando salió al saloncito de su modesta casa, se encontró con Selena que le decía a su atenta madre: Pues sí, por la noche, «Mitin Relámpago» (otra palabra de moda). Iván sabía de que se trataba. Él había participado con su escuela en la marcha frente a la Embajada del Perú. Y, con lo del Mariel… eran las manifestaciones que se organizaban en cada barrio, en «voluntaria» demostración de rechazo a aquellos vecinos, de toda la vida, que habían decidido abandonar el país en esos barcos, yates o lo que fuese que venían a recoger a sus familias. Pero que se estaban llevando a presos, homosexuales y a otros que llamaban «delincuentes y antisociales», de acuerdo al criterio del gobierno. Poco después, Iván, se enteró que su profesor de Geografía pertenecía al grupo de los traidores y escorias de la isla. Nunca se le había ocurrido asociarlo a nada malo, era muy buen maestro y amigo de la familia. Eso sí sabía Iván… de su casa nadie se iba. Nunca vendrían a buscarlos. El comentario rodaba por el barrio… y, ya por la noche, su madre los metió a todos dentro de la casa, pues el mitin era para Marila, la vecina del frente. También a Digna y a Justo les gritaron insultos y les tiraron papeles y huevos contra la fachada de su casa. Alguien tiró una botella de cristal verde… hasta ese momento aquellas casas estuvieron cerradas a cal y canto. Entonces, de la puerta marcada con el número 57, salió Justo convertido en una bestia humana con machete en mano, preguntando a viva voz, ¡quién carajo era el valiente que tiró la botella! y si tenía cojones que diera la cara. Digna, a duras penas y a empujones (a ese hombre de metro noventa) lo metió en la casa. El mitin continuó media hora más. ¡Y no se tiró otra botella! Cuando ya se recogían los últimos vecinos, y, casi se iban los «no vecinos que organizaban y vigilaban» el acto de repudio, llegaron las luces azules del patrullero que sacó a todos a los portales de sus casas nuevamente. Tres policias se bajaron frente al número 57 y al poco rato salían llevándose a Justo. Lo metieron en el patrullero y se alejaron calle abajo, con sus luces intermitentes y con su carga de rebeldía bien atada en el asiento trasero. Un silencio muy extraño rodeó al barrio.

 
Sábado

Iván continuaba en el árbol por más de 15 minutos. Ese día hacia menos calor.
Casa de Digna y Justo, cerrada.
No sucedió nada

 
Epílogo

Dos meses más tarde, Iván supo que Justo se había marchado solo por el Mariel, con el cartel revolucionariamente otorgado de «vulgar delincuente».
Digna se regresó a casa de su familia en Santiago de Cuba. Nunca se fue del país. Los carteles continuaban en la valla.
Sin embargo, Iván se seguía subiendo en la mata de mango, que ya empezaba a tener flores que peligraban al asecho de los venideros ciclones; para que no le molestasen y estar a solas con su secreto. Se acomodaba entre las ramas, cerraba sus ojos y rememoraba una y otra vez aquella escena interminable; aquellas caricias, aquellos besos apasionados, esos movimientos acompasados, esos jadeos mudos, desde su distancia de observador que le llenaban de gozo igualmente.
Pero lo que más recordaba Iván, fue cuando se sintió descubierto; esa mirada en el rostro de Justo. El chico sintió como le sonreía de manera cómplice para acto seguido ver como subía la vista al cielo hasta quedar aquellos ojos con el color de las nubes; abría la boca y pasaba unos segundos eternos sin aliento. Indiscutiblemente, este era el recuerdo más recurrente en la mente del adolescente.
Iván supo desde ese momento, cuando esa explosión de placer terminaba y el alma regresaba al cuerpo exhausto de Justo, y este se reclinaba desfallecido, que le hubiera gustado ser él quien reposara su cabeza entre los erguidos y excitados pechos de la hermosa mulata Digna.

 

Collage cortesía del autor

Collage cortesía del autor


 

Vladimir Montes Valdés. Escritor, dibujante y caricaturista cubano radicado en España. Cursó estudios de Economía y Diseño Gráfico en La Habana.

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4 comentarios el “Descubrimiento

  1. Rodolfo Jorge Poey Maresma
    30/03/2014

    Acabo de leer esta historia que no ficción. Me ha gustado mucho… nos da la visión de un niño nacido mucho después de 1959. Se siente la permanencia de valores familiares y, al mismo tiempo, los cambios que entran en contradicción con la historia de la formación y desarrollo de la Nación Cubana.
    Estamos a la puertas de un nuevo aniversario «del Mariel», llega este cuento en el momento justo.
    Felicidades al autor y al editor.

  2. Miguel
    03/04/2014

    Un relato extremadamente visual, que te situa en el escenario. Narrando una de esas experiencias inolvidables de la vida, el descubrimiento de sentimientos tan intensos. el erotismo? o el placer del riesgo? Brillante Vlad! De corazón.

  3. Violeta Rodríguez
    04/04/2014

    Conozco el barrio y a los protagonistas recreados en esta bonita historia narrada desde los recuerdos de la infancia de su autor, vivimos estas historias limites entre la realidad de conocer gente común q de pronto se convirtieron en escorias, de buenos vecinos q de momento resultaron enemigos, a los q no éramos ya tan pequeños y no veíamos los acontecimientos desde el árbol tampoco entendíamos como Justo fue al presidente de los CDR y le dijo q era ladrón y homosexual y q le dieran un papel q lo acreditara, quién entendía q alguien quisiera un rotulo q no le pertenecía… q de cosas por huir, que pesadillas para los jóvenes, que angustia para los adultos y que confusión para los niños… q de cosas … Felicitaciones a este talentoso chico q es creativo y honesto en la recreación de una realidad… bueno de una pesadilla que no termina de pasar…

  4. ILIAN
    07/04/2014

    ME HA SORPRENDIDO LA SENCIBILIDAD DE ESTE RELATO,MUESTRA DE UNA INOCENCIA EN BUSQUEDA DE UNA NUEVA Y BELLA REALIDAD PARA SUS OJOS.MARCADA EN UNOS AÑOS DIFICILES PERO MARAVILLOSOS DONDE SOLO LA MIRADA DABA PASO A LA IMAGINACION DE UN NIÑO INQUIETO QUE SOLO QUERIA DISFRUTAR DE ESE MOMENTO.ILIANA

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Esta entrada fue publicada el 30/03/2014 por en Narrativa.
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