Revista Conexos

Una revista de arte y literatura, sin fronteras generacionales ni geográficas

La vieja de los perros

RODOLFO MARTÍNEZ SOTOMAYOR


 

La cuadra es un jardín sonoro del bullicio infantil, algunos niños enfrentan sus descalzos pies a las charcas de color del fango que visten la rústica calle con pretensiones de avenida. Jorgito intenta escapar sus manos de la humedad, para salvar su apreciado pan con azúcar, aunque en ocasiones disimula el haber mezclado gotas de fango que han saltado desde sus pies hasta el alimento, pero Jorgito lo sacude con la otra mano y esto no es motivo suficiente para ocasionarle molestias.
Han decidido jugar a los escondidos, y esto es un gran pretexto para Jorgito de ocultarse en la casa de «La vieja de los perros», ningún niño se atrevería a buscarle allí, era una casa muy antigua, y como todo lo que tiene mucho tiempo de vida la rodeaba la leyenda, las historias de apariciones y ruidos en la noche.
La vieja de los perros había muerto hace años, y a pesar de la escasez de viviendas, nadie reclamó aquella casa.
Jorgito escuchó a través de la ventana a su madre comentar con la vecina Hortensia que Facundo juraba que en la noche anterior había visto a la vieja de los perros meciéndose suavemente en un blanco sillón, toda vestida de negro y sosteniendo un bastón entre las manos: ––Si lo decía Facundo debe ser cierto, ya que este era del Partido y no creía en ninguna de esas cosas.
A Jorgito se le puso la carne de gallina al escuchar aquello, y durante toda la noche no hizo más que pensar en la vieja de los perros, le parecía que entraría de un momento a otro en la habitación o que se aparecería en el espejo su rostro; entonces comenzó su lucha contra el calor y el pánico que le ocasionaban aquellos pensamientos que lo obligaban a tapar todo su cuerpo bajo las sábanas.
A veces el miedo suele ser vencido por el sueño; a veces la realidad del terror se oculta con lo irreal de un viaje por el subconsciente; allí donde se crea la frontera para los pensamientos que nos aniquilan la paz espiritual, y en este mundo de alucinaciones y misterios se adentraba Jorgito aquella noche, pero era aún más fuerte la tempestad del día, el temor que trascendía de la claridad a lo oscuro y que viajaba hasta allí donde estaba la esperanza de su ausencia.
…La vieja de los perros se acercaba junto a él lentamente, mientras que Jorgito recorría toda la casa que como un laberinto medieval carecía de salidas seguras, las paredes eran húmedas y frías y sostenían cuadros de cuerpos desnudos y vírgenes que parecían mirarlo, con indiferencia unas y otras con compasión ante su suerte… corría con desespero al cuarto final donde imágenes de perros rabiosos dominaban la pared; ya no tenía escapatoria, sólo una estrecha puerta donde estaba ella toda vestida de negro, con encajes que formaban flores o figuras indescifrables; sus manos eran largas y sus dedos finos y arrugados por los años se acercaban a sus rostro que atemorizado retrocedía una y otra vez hasta que un frenético aliento sacado del límite de sus fuerzas o del terror, le decía: Todo es un sueño. ¡Es un sueño!… Debo despertar. ¡Tengo que despertar! y con un impulso voraz se trataba de mover a diestra y siniestra, hasta que un movimiento lo sacó de aquella pesadilla que dejaba su ánimo disipado y su corazón tembloroso.
Sus manos se posaron junto a su frente como un alivio inefable que lo separaba de la angustia; pero al intentar mover sus piernas, algo se lo impedía; una misteriosa atadura junto a sus venas que le iba aprisionando poco a poco sus gestos, sus manos, hasta llegar a su rostro de forma tal que tampoco podía cerrar los ojos para huir de alguna forma de lo terrible del momento… Un toque brusco de su madre lo regresó a la realidad.
–Jorgito, ¡Jorgito! ¿Qué te pasa mijo? ¿Te sientes mal? ¿Por qué lloras?
Jorgito no podía responder, necesitaba tomar aliento nuevamente, sacar las fuerzas necesarias para sentir que ahora estaba vivo, que esta vez sí estaba despierto.
–¡Estás empapado en sudor mijo!, pero, ¿Cómo se te ocurre taparte todo el cuerpo? ¡Con tanto calor!
Jorgito sentía una vergüenza enorme en confesar su miedo, además, él se reía de las creencias de su tía; en la escuela le habían enseñado que la religión fue inventada en la antigüedad por hombres de mala fe para explotar a los más débiles, a los desposeídos; y estas enseñanzas se habían afianzando profundamente en él, hasta el punto de llevarlo a criticar y a veces burlarse de su tía Luisa, cuando entraba con una Biblia bajo el brazo en su casa, durante la ausencia de su padre, claro está, ya que este no lo permitiría, pero allí estaba él con sus once años apenas cumplidos y ya listo para oponer la ciencia a la religión, tal como la enseñaba su venerada maestra de historia.
Pero, ¿qué decir ahora que lo inundaba la duda? Que el miedo se encargaba de destruir en sólo segundos todo su poderío dialéctico, su filosofía materialista, que al alejarlo a veces de la fantasía de los niños propias de su edad, le daban ese aire superior que era el orgullo de su padre.
En fin, ¿cómo decir ahora que temía del más allá?

Jorgito procuraba mirar al espejo lo menos posible. Se peinaba a toda prisa dejando sus cabellos erizados por la rapidez con que había usado el peine, junto a su reflejo temía ver detrás de su imagen, la terrible pesadilla que sería aquel pálido rostro con su mirada fija como en el sueño.
El sólo imaginar que pudiera aparecer reflejada la cara de la vieja de los perros en aquel cristal, provocaba que su corazón latiera de forma precipitada.
Pensó que el día lo libraría del terror, pero el miedo estaba esencialmente en su alma, en algo más allá que una condición externa y propicia para él; y al ser de esta manera, es difícil separarlo de nosotros. Dejó la puerta del baño abierta mientras se cepillaba los dientes a toda prisa; gustosamente hubiese saltado este deber fastidioso para un fin de semana en el que no tendría que ir a la escuela y por lo tanto le parecía inútil; pero evitar un regaño de su madre al descubrirlo, bien merecía este sacrificio.
Salió a toda prisa a través de la puerta y se enfrentó al día como pretendiendo desbordar al tiempo de cansancio; era el anhelo de llegar a la noche extenuado el que lo hacía correr de un lado a otro, de ser una especie de estrella entre los juegos infantiles, era él quien corría de forma más veloz, quien más rápido cruzaba la cerca del platanal vecino para burlar la vigilancia del guajiro Anael, y recibir como premio a la audacia, el manjar exquisito de aquellos plátanos aún verdes, que compartiría con su pandilla sin temer estos a los cacareados «empachos».
Desató una carrera feroz contra la noche en la que la meta era el sueño profundo y el derrotado sería el insomnio.
El fin de la tarde era precedido por la oscuridad. Jorgito fatigado se desplomó sobre su cama, sus ojos se cerraron de forma involuntaria. Se adentró en el abismo que separa la realidad del consciente y el extraño mundo de los sueños… se hallaba esta vez en un lugar desconocido, en una ciudad que no parecía de estos tiempos y mientras caminaba entre transeúntes dispersos por una rara avenida en la cual no circulaban autos llegó a un parque rodeado de luces y faroles semejantes a los del viejo museo visitado un tiempo atrás. En el centro de este, una antigua iglesia que parecía atraerlo con un magnetismo inevitable.
…Jorgito atravesó las grandes puertas de madera con inmensos cerrojos de hierro. Era un salón inundado de bancos de pino, y mientras caminaba sólo veía una figura joven de mujer con negro velo, de frente al altar y de espalda a él. No se detuvo, por el contrario, se acercaba aún más, como deseando ver aquel rostro, como intentando llegar a ella cuanto antes. No continuó su recorrido cuando ella volteó su cabeza y levantó su velo; era una imagen casi irreal de la belleza, uno de esos dibujos fascinantes de mujer, que llegaban a sus manos en viejas historietas de héroes y príncipes de tiempos ya prohibidos.
Aquel rostro comenzó a caminar hacia él lentamente, era de una piel trigueña y ojos tan profundos, como sólo los había visto en la mirada maternal… ella le tomaba las manos mientras que él sentía la necesidad imperiosa de acariciar aquella cara. Los labios de ellas se inclinaron hasta su frente, besaban sus párpados, su nariz, su boca, y finalmente tomando su rostro lo acercó a su pecho, su cuerpo se estremeció al sentir aquellos senos tibios como el calor de sus sábanas. Jorgito erotizado sumergía sus manos entre aquel negro vestido que sólo un brusco despertar separó de él.
Jorgito abrió los ojos. Sentía esta vez un palpitar leve en su corazón, una emoción que se disolvió en la terrible frustración al descubrir de forma imprevista que todo era un sueño. Jorgito cerró sus ojos nuevamente buscando el regreso, pero la mañana hacía imposible el retorno a ese mundo de las sombras.
Jorgito ese día, para enorme asombro de su tía, le dijo que aprovecharía la ausencia de su padre, para visitar la iglesia.
En aquel antiguo convento semidestruido ese domingo como todos los de estos tiempos reinaba el vacío. Jorgito indagaba por todas partes, como en la búsqueda de algo o de alguien que se anhela y se desconoce a la vez. Sus ojos escrutaban entre viejas religiosas que hoy eran sólo espectros motivados por la fe.

…Esa misma tarde era en la que habían decidido jugar a los escondidos, dándole a Jorgito la oportunidad única de ejecutar su plan.
Mientras que un niño con sus ojos cerrados y recostado a un poste, contaba en forma veloz, otros se dispersaban a refugiarse entre las gomas de un tractor, colocadas junto a una cerca próxima a su casa; otros detrás de postes que sostenían tendidos eléctricos; mientras que Jorgito trepó la cerca del costado de aquella vieja mansión, hoy maloliente, que llamaban la casa de la vieja de los perros. Buscó precipitadamente una ventana de madera derruida junto a un estrecho pasillo, y penetró en la casa.
La fetidez del lugar no detuvo sus pasos; fue hacia una inhóspita habitación llena de polvo y retratos, y allí en el centro vestida de negros encajes como de un tiempo remoto, entre rosarios polvorientos, en un cuadro de sólo dos colores, estaba un rostro que Jorgito no pudo contemplar sin antes dibujar en su mirada una sonrisa.
Sus manos descolgaron aquel cuadro, y después de ajustarlo junto a su pecho en un abrazo, corrió con este a toda prisa abriendo la puerta de aquel lugar, sin importarle en su eufórico escape, el ser descubierto por sus compañeros de juego.
–¡Jorgito estás cogido! –dijo uno de ellos, al verlo correr con el cuadro entre las manos, pero él no se detenía, sino que se apresuraba aún más, corría con la velocidad que se alcanza cuando se anhela la soledad consigo mismo.
El extraño ligustro entre sus manos se tornaría en un punto hacia el que haría converger todo el peso de una nueva ilusión, su mundo onírico se había materializado para él, entre las cuatro tablas de un viejo marco polvoriento. En una imagen nunca conocida en vida, de alguien que hoy, era sólo una foto descolorida por el tiempo.
Al llegar a su casa, entró más ligero que nunca en la habitación, abrió una gaveta lateral de su cama, donde colocó su hallazgo como un inmenso tesoro. Fue hasta el baño para humedecer un pedazo de tela, recortado de una vieja camisa que encontró sobre un cesto de ropa en desuso, lo colocó debajo de la pila, y después de mojarlo, lo apretó fuertemente para evitar que goteara la casa. Regresó a la gaveta donde estaba su cuadro, y al abrirla, sintió una extraña sensación de alegría, como la que había experimentado al encontrarlo. Limpió suavemente las huellas de polvo que aún quedaban sobre el cristal y el marco de este, y volvió a engavetarlo, poniendo sobre él un pedazo de periódico para ocultarlo mejor.
Los exámenes de la escuela comenzarían al día siguiente, Jorgito recordó con inquietud que el primero sería el de matemática, odiaba esta materia hasta el punto de considerarla inútil, y se le hacía de este modo casi imposible repasar las operaciones de aritmética. Dedicó el resto de la tarde a los juegos, buscando refugio para ignorar el día siguiente, y al llegar la noche, era tanto el cansancio que no dejó lugar para sueños extraños.
Aquella mañana en la escuela no era un día común, era para Jorgito el día más terrible, sentía en su estómago un cosquilleo que se detuvo, cuando fue puesto sobre su pupitre el examen de matemática. En aquel momento se lamentó de no haber estudiado el día anterior, pero ya era demasiado tarde para esto, allí estaba la barrera que determinaba si se convertiría en aquello que tanto temía ser: un repitente. Esto significaba volverse un punto de burla para todos sus amigos, además, ¿cómo podría decirle a su padre que no había pasado de grado por suspender matemática?, era preferible desaparecer, romper los límites entre la vida y el no ser a tener que llegar a un momento así.
Concentró todos sus sentidos en comprender los problemas, pero a medida que los leía se le hacían más confusos. Fue entonces cuando a su mente llegó una idea nunca antes imaginada. Su pensamiento voló hasta el lugar de su cuarto donde estaba aquel cuadro, le prometió llevarle todos los marpacíficos y otras flores que encontrara a su paso si lo ayudaba en aquel instante. Como de forma mágica, empezaron a fluir los recuerdos, se hizo más clara su mente, y comenzó a descifrar los cálculos como le llegaban a su instinto. Días después, el resultado favorable de su examen de matemática, le llevó a la convicción absoluta de que debía cumplir su promesa. Cruzó junto a un cercado cubierto por marpacíficos, y llenó sus manos con un puñado de éstos. Ahora los pondría junto a aquel cuadro, como un gesto de adoración, y tal vez pediría a aquella figura extraña de mujer, una prueba final de su existencia etérea, siendo usada de esta forma como preludio de un ritual prohibido.
Era una tarde de domingo y la madre de Jorgito había decidido recoger su cuarto, comenzando por las gavetas. Al abrir la primera, quedó como hipnotizada por lo que vieron sus ojos. Había en ella más de cien marpacíficos marchitos y flores de romerillo sobre un cuadro donde aparecía una foto amarillenta por los años, de una mujer vestida con encajes y una sonrisa fría. Tenía una mirada profunda, enigmática, que inspiraba cierto temor y seducía a la vez. Detuvo su asombro para preguntarse: ¿Dónde había visto aquel rostro antes?, después de varios minutos, su memoria alcanzó el límite de su niñez y recordó entonces que era la mujer solitaria que un día había habitado la vieja mansión que quedaba al final de la cuadra, aquella que envejeció entre animales y que nunca dejó de ser una anciana con distinción, a pesar de que todos la llamaban la vieja de los perros. Pero, ¿de dónde Jorgito había sacado aquel cuadro? ¿qué significaba todo aquello?, por más que pensara no podía descifrar el enigma, penetrar en la esencia del misterio que había conducido a su hijo a poner esa cantidad de flores sobre la imagen de alguien que nunca conoció, ¿sería demencia?, se preguntaba, ¿sería tal vez un juego infantil desconocido por ella? Se sumergió en ideas difusas que no tenían respuesta para su sentido pragmático de la lógica, ya que estaba muy lejos de saber que aún cuando Jorgito creciera entre paredes llenas de cuadros de Darwin y de Marx, terminaría lanzando largas plegarias a los muros, como un idólatra pagano, en los que volcaría una fe misteriosa.


 
Rodolfo Martínez Sotomayor (Foto de E. M. V.)

Rodolfo Martínez Sotomayor
(Foto de E. M. V.)


 

RODOLFO MARTÍNEZ SOTOMAYOR (La Habana, 1966). Ha publicado los libros Contrastes (La Torre de Papel, Miami, 1996), Claustrofobia y otros encierros (Ediciones Universal, Miami, 2005I), la compilación de textos Palabras por un joven suicida: homenaje al escritor Juan Francisco Pulido (Editorial Silueta, Miami, 2006) y Tres dramaturgos, tres generaciones (Editorial Silueta, Miami, 2012). Cuentos suyos han sido incluidos en recopilaciones y antologías como Nuevos narradores cubanos (Siruela, Madrid, 2001), traducido al francés por Edition Metalie, al alemán por Verlag, y al finés por la editorial Like, Cuentos desde Miami (Editorial Poliedro, Barcelona, 2004), La isla errante (Editorial Orizons, París, 2011), Cuentistas del PEN (Alejandría, Miami, 2011), Reinaldo Arenas, aunque anochezca (Ediciones Universal, Miami, 2001). Su cuento Encuentro fue traducido al húngaro por la revista Magyar. Algunos de sus poemas aparecen en las recopilaciones Poetas del PEN, (Ediciones Universal, Miami, 2007), La tertulia (Iduna, Miami, 2008), y La ciudad de la unidad posible (Editorial Ultramar, Miami, 2009), traducida al inglés por la misma editorial. Ha publicado críticas de cine, de literatura, de teatro, artículos de opinión en revistas y periódicos como: Carteles, Diario Las Américas, Encuentro, El Nuevo Herald, El Universal. Fundador y Presidente de la Editorial Silueta; codirector de la Revista Conexos.

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Esta entrada fue publicada el 03/05/2014 por en Narrativa.
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