El viaje es apenas un movimiento
Voy hacia el tren que disipa mi círculo. El círculo es marcado por el hábito de no salir hacia el exterior, hacia luces diferentes que mueven el cuerpo. Es difícil conformarse, guardar el deseo, el tiempo que llevamos en la orilla donde el ave deja sus huevos y emigra en retorno incesante. Casi nunca salgo de La Habana. Me sumerjo entre caracoles dispersos que respiran la sal de cada día, como pez que mira temeroso el símbolo distante. Aparto el frágil discurso. Extraño la isla con sus muros y ciénagas. Ellos soportan la huella del caminante y del animal. No sueño despierta sobre la isla. Salgo hacia la ventana y miro la Plaza de siempre con su brillo empinado. Miro el infinito de los hombres. Recorro sus costas con la ternura del que llora y cree en el mañana. Pienso en el color de mi sangre, inmersa y repetida por los años, revolviéndose en mi cuello hasta sentir que no se zafa uno de la isla, que no abandonamos la bandera por los sueños de conocer el mundo. La isla es el sueño marcado del que añora.
Los ancianos y el parque
Los ancianos del parque practican el Tai-Chi. En su movimiento atrapan el aire con las manos y luego lo liberan. La libertad requiere un tiempo preciso para soltar el aire. Los ancianos condensan el Yang con el Yin mientras olvidan el tiempo que les queda.
La ira
La ira es como caer y devolver la piedra que te lanzan, es correr a través del odio hacia la luz casi ciega, infinita. La ira no está hecha para personas como nosotros. Perder cosas nos hace huecos, salvajes, invisibles. La ira amarga los cuerpos y atraviesa Londres con la suavidad de un cuervo. Confunde planetas y aplaude al payaso iluso que transita con hambre. La ira es un Tifón enloquecido que arrastra ciudades y luego enseña su crueldad no diminuta, no ángel. Sus dientes son los dientes de la ira. La ira lastima los oídos, los párpados, la córnea. No fluye ni conserva el cuerpo. Mata el cuerpo rígido que nos explora entre miríadas. La ira sale al exterior a visitar ciudades, deposita huevos y sale a buscar comida. Ella no se conoce. Grita y patalea como un elefante extraviado. Saca sus colmillos de dinosaurio o mamut, o cosa que se le parezca. Vomita y cambia su estrategia entre los muertos. Sale a buscar café, se esconde y decide mudar de piel. La ira es como caer y devolver la piedra que te lanzan.
La espera
Volar debe ser lo mismo que lanzarse por la ventana. Lanzarse por la ventana debe ser lo mismo que volar. Lanzarse puede ser lo mismo que volar. No soy lo mismo que volar ni lanzarse por la ventana. Soy algo parecido a querer volar y lanzarse por la ventana que busca un equilibrio. El equilibrio sube y baja, mueve espejos, sacude cristales, mueve todas las puntas de los lados. Querer volar y lanzarse no significa nada. La nada es la única cosa que existe a mi alrededor. Es mi cuerpo y tu cuerpo que están hechos para entretenernos entre la nada que existe. La nada se acomoda a mi cojín y balbucea como un ovni cuando descubre un campo de arroz. Soy la nada que envuelve la ventana.
El silencio
Todavía no sé cuánto me queda de vida mientras cocino. Mi boca grita hacia adentro libertad y mi cabeza sale volando por los aires. Ayer supe que mi ombligo y mi carne son lo mismo que cualquier tortuga o cocodrilo que quiere salir al exterior. Cuando quiero salir al exterior miro a los ojos de la gente cuando viaja. Es impresionante mirar en círculos un aeropuerto. Todos los días miro mi cuerpo en el espejo. El espejo es el reflejo del llanto en los ojos. Cada día los líquidos se van y todo se agrieta en la piel. A veces no veo en ellos lo que busco. Todavía no sé cuánto me queda de vida mientras lavo la ropa sucia y gris. Mi boca grita hacia adentro libertad y la salamandra me escucha. Somos salamandras que huyen. Todavía no sé cuánto me queda de vida mientras cocino. Me asustan los espejos.
El viaje
No te amarres aquí. El ancla es de madera y la madera se pudre. Se debilita. Los peces huyen y comen la madera que se pudre y se debilita. Suelta el ancla verde y huye con los peces. La nave se quema entre el agua y el ancla. La nave no sostiene la moneda falsa porque no sabe sostener monedas falsas. La moneda y la madera que flota no son nada sin los peces que esperan unas migajas de madera podrida. La moneda no existe en las manos del hombre que no sabe zarpar. Solo existe en las manos del hombre que zarpa. El hombre ama a una mujer que no sabe zarpar, pero es la que tiene los sueños que amarran el ancla. El hombre y la mujer huyen hacia un camino buscando el equilibrio. No te amarres aquí. El ancla es débil porque la madera está podrida. Ya no aguarda los años que estuvo quieta, ya no quiere resistir otro cambio de monedas. La nave sigue entre círculos y nadie grita sus angustias. Nadie desvela alrededor del ancla. Todo lo que hacemos es emitir sonidos en el bosque.
Lugares comunes
Todo lo inexplicable parece una ventisca,
algo mudo,
confiscado como el ciego que desea una ventana.
Cada día recogemos hojas secas,
plumas de ave colorida que trasciende como los bosques de India.
Todo lo inexplicable nos hace comprender
que más allá somos una manada de rinocerontes que buscan agua.
Cruzar la raya,
estar en listas negras, azules, carmelitas.
Llegar tarde y firmar tarjetas que marcan tu cuerpo
como si todo fuera una hoja con símbolos ilógicos.
Los rinocerontes desean jugar en su agua sucia no transparente.
Cruzar la raya,
jugar al rinoceronte solitario que no sabe ser otra cosa que un rinoceronte,
estar en listas negras, azules, carmelitas,
llegar tarde y firmar tarjetas que marcan tu piel
como un trabajador agropecuario,
como un estibador de puertos y muelles de la zona franca,
de frigoríficos,
productos secos y congelados que esclavizan al hombre de carga
para hacer llegar el arroz que no se cosecha en la isla.
Hace un tiempo marcar una tarjeta nos daba personalidad,
alentaba a poner flores en el jarrón de tu oficina.
Ahora marcar una tarjeta lleva todo un proceso,
ajusta cuentas a un trabajador,
lo persigue hasta el final del día como un preso con deudas,
como un autómata enjaulado.
Una tarjeta se firma a la entrada y a la salida.
La jaula no es común,
es diferente a las jaulas de las aves que no cobra un salario para sobrevivir.
Cada día recogemos hojas secas,
plumas de ave coloreada que trasciende como los bosques de India.
Apenas el sinsonte me arrulla en su pecho y atrapa con su canto mis oídos.
Este sitio me recuerda a una mujer que nunca firmó tarjetas,
pero hubiese querido compartir unos versos sobre rinocerontes solitarios.
ZURELYS LOPEZ AMAYA (La Habana, 1967). Poeta y narradora. Ha publicado los poemarios “Pactos con la sombra” (Editorial Unicornio, 2009) Y “Rebaños” (Ediciones Extramuros, 2010). Fue finalista del Concurso Internacional Los Odres de Murcia, España. Actualmente trabaja como especialista en el Centro Cultural Dulce María Loynaz.
Es una excelente poetisa. Sin lugar a dudas, apenas sin lugares comunes, que tanto entristecen a la Poesia. Un abrazo.