De la tiniebla y sus efectos
A Juan Carlos Recio
¿Qué le pasa?
¿Qué carajo
le sucede en esta hora,
en que el aire gime o llora
entre cercas cabizbajo?
(Lo de cambiar de estropajo
se repite en la vajilla…)
Le quema cada mejilla
un sol de constante abuso
y su piel denota un uso
tímido como de ardilla.
Lo acosa un moho de ayuno
en paradojas visuales,
al pie de las residuales
costumbres del desayuno.
Para dejar de ser uno
sufre de serlo otra vez,
y junto a la redondez
del silencio,
lo acompaña
Un fantasma,
que le empaña
el vidrio de la vejez.
Del desánimo le llega
lo punzante de la injuria,
con una ración de furia
que lo entorpece y lo ciega.
Una frase solariega
de pronto lo desampara,
y le hace tensa la cara
en el lugar más izquierdo,
como si un duro recuerdo
el corazón le escarbara.
Se inxilia.
Se borra.
Se hace
una incidencia de sombra
ante la luz.
No lo asombra
Lo que muere.
Lo que nace.
En su propio cuerpo yace
aunque vive de ocasión,
y sin otra pretensión
que ser de última neblina,
caminando se imagina
de perfil en el bastón.
Paisaje interior
6.30 a. m. 7-4-2014
La Computadora abierta.
El foco del baño herido
de tinieblas.
Consumido
el pan de molde.
La puerta
de cada estante con cierta
mancha de oscura ambición.
La sal.
La grasa.
El fogón
en un abandono grave
y un recuerdo blanco-suave
meciéndose en el sillón
La copa donde se puso
a formar parte del vino,
no consume otro destino
que guardar su propio uso.
Ni la sombra del abuso
un segundo la recuerda,
y sin que el polvo la muerda
donde el silencio la amarra,
está sin luz la guitarra:
Sombra afinada sin cuerda.
En la cortina veteada
por fantasmas de jabón,
pende una confirmación:
Tiene que ser suplantada.
Del verde no queda nada
descendiendo en las orillas,
y debajo de las sillas
sin atisbos de temblores,
se le alteran los colores
a las losas amarillas.
El clóset a medio hacer
De vestuario.
Un fondo claro
de un azul-crema.
Tan raro
que es más de ti que de ayer.
Tiene como de mujer
misteriosas lejanías,
y algunas melancolías
de perfiles aduaneros,
mientras cuelga en sus percheros
el pasado de los días.
Los libros a cada lado
del desorden habitual,
siempre con la universal
pregunta de lo callado.
El techo garabateado
de impersonales figuras,
y entre las vivas fisuras
de la ventana y la reja,
anda la pintura vieja
sobre sus patas oscuras.
En las tollas se mueve
un tiempo deshilachado,
como si hubieran secado
hasta el cielo que no llueve.
Todo el espacio es un breve
coloquio deambulador,
y de la llave al rumor
que cada gota acrecienta,
sube lo que transparenta
este paisaje interior.
A lo lejos…
El barrio está oscuro.
A veces
los semáforos alumbran.
Los ojos no se acostumbran
a deambular lobregueces.
Detrás del cristal los peces:
Comen.
Colean.
Adornan…
A mis ventanas retornan
ciertos aires desganados
Y lentos, tal vez plagados
de duendes.
¿Quiénes entornan
la quietud de mis quietudes?
¿Quiénes avispan temores?
¿Quiénes apagan las flores
y encienden vicisitudes?
¿Quién borra en las multitudes
la voz que me allega a tantos?
¿Quiénes apedrean cantos
ensombreciendo los cielos,
para que en viejos pañuelos
desemboquen nuevos llantos?
¿Quiénes?
¿Quiénes?
¿Quiénes?
¿Quiénes?
¿Importa saber?
¡Qué importa!
El barrio está oscuro.
Corta
será la noche.
En las sienes
continuos golpes de trenes,
de aviones, barcos, ciudades
A medias.
Oscuridades
con punta de muerte aislada
Y delante una mirada
de podridas soledades.
No dejan de culebrear
las sombras.
En las afueras
del barrio, cuelgan ojeras
de los árboles.
Pasar
se ven las nubes.
Un mar
de polvo, hojarasca y ruido…
y con el tiempo vencido
se ve a lo lejos un hombre,
que lleva sobre su nombre
las nieves de su apellido.
Bailarina ll
Si digo que sus piernas me enamoran
A través del aire,
Que pendo de cada imagen en movimiento
y un contagio de apuro
En la música de sus zapatillas: Nazco.
Vibro en sus perfiles silueteados,
Respiro en la suprema estadía de sus ágiles tobillos,
En la mismísima punta del sueño que la equilibra.
Si pienso en su eterna noche de sonidos
Me avecino en sangre a donde vaya
Me duermo sobre una cuerda azul,
Me invento unos ojos
Y me alcanzo manos donde la envuelvo
Como si quemándome fuera a escribirme
O simplemente deletrearme donde el ángel
Que la eleva,
La deja caer lentamente
En este corazón que la recibe
En el sorprendente arco de sus piernas sin escape.
Bajo el constante golpe
Para Juan Antonio Sánchez (Ñico)
Si algo no acaba en mi memoria
es el día que me quedé sin Isla.
Desde el mismo golpe
que apagó en mis ojos sus ciudades,
vago sin agua en la sed del mundo,
sin sinónimo en cada parque visitado.
Goteo como una hoja de saliva sin rama,
a moco tendido me ven “los sin narices”,
los que se apodan espejos de lluvia en la tormenta,
ignorando el juicio de las nubes
en los atardeceres del trueno y la desdicha.
Por suerte mis manos se erizan de paraguas,
abren al infinito sus varillas de emigrante trópico
y la existencia de esta tierra en mis uñas
me defiende de mi propia sentencia,
de mi continua noche en las lunas del frío
y los dientes de la tensa agonía.
Detrás de mis ventanas
alean raros saltamontes,
gatos maúllan
impares mediodías en la alfombra,
antorchas de aceite demorado
queman las últimas estampas,
vomitan fuego en el pajar en busca de la maldita aguja.
Adentro, en la sombra que me acompaña,
con la piel que envuelve mis artríticos huesos:
Todo se estremece,
se agobia. se perturba,
se desequilibra
en la fiebre de esta isla que soy en mi memoria.
Estos poemas pertenecen al libro A dos tiempos.
EFRAÍN RIVERÓN (Güines, La Habana, Cuba, 1942). Poeta. Ha publicado los poemarios: El rumbo de mi sangre (1979), La exacta memoria (1994), Nube y espuma (1999), Un punto en el tiempo (2002), Los ojos en la Isla (2006), De la Isla, la familia y otros recuerdos (2007), Los días de otro almanaque (2008), Después de la ceniza (2010), De la palabra y el espejo (2011) y De la luz su fondo (Editorial Silueta, 2012). Reside en la ciudad de Miami.
un poeta realizado, COMPLETO, que ha pasado a formar parte de los GRANDES.
La decima la hace suya, juega con ella, (usando metaforas insospechables ), la viste con las mejores galas, la eleva, en fin, a la universalidad que ella merece y que muy pocos han logrado.
Felicidades Efrain y sigue rimando que la poesia te necesita