El autor de Chantaje (Editorial Hypermedia, 2014) y yo hemos sostenido durante años una ininterrumpida conversación que transporta torrentes de palabras, ideas, entre Madrid y México a través de skype, con vino, cervezas, whiskeys, por teléfono… O en vivo, en nuestros encuentros madrileños, muchos de los cuales se iniciaron en ese apartamento en la periferia de Madrid que sería el referente de esta novela: una pieza mínima, muy cerca del aeropuerto de Barajas, a donde llegaba yo en un vuelo de Aeroméxico a tomarme la primera Mahou a las seis de la mañana e iniciar desde esa hora el recuento de lecturas acumuladas de autores de medio mundo, diluyéndose en lúpulos y maltas en horas y horas de nunca transigir, cada quien por su lado, en esa búsqueda, ese ideal de escribir una novela «realmente» buena un día.
Ladislao Aguado, casi lo ha hecho, se llama Chantaje y es buena (lo de «realmente» puede parecer exagerado y hay que dejar piso para la próxima). Para celebrarlo empecé a escribir un artículo o reseña, dándome cuenta pronto de que tenía más preguntas que respuestas, y de que para iluminar esas zonas oscuras de la novela y su entorno, prefería retomar el hilo de nuestra inagotable plática.
Eso es lo que hago aquí, en espera de que el próximo encuentro sea no ya en la vieja guarida de Chantaje, sino en Don Gastón, esa taberna madrileña de la que las buenas lenguas hablan lo suficiente bien como para imaginarme con su dueño entre cervezas, vinos y libros: suyos, míos, pero sobre todo de otros, para despanzurrarlos mejor.
AJ: Si el amor nace del encuentro de dos soledades, según Rilke, asumo que del desencuentro de dos soledades nacerá un gran desamor. La historia que nos cuenta Ladislao Aguado en Chantaje es, en lo que a los protagonistas se refiere, la de un desencuentro que desemboca en un gran desamor. ¿Esta novela es una rendición de cuentas con tu propio pasado, un pasar página a una década de exilio madrileño?
LA: A Olga y Orestes no los une el desamor, sino la desesperación. Hay determinadas circunstancias en las cuales dos seres totalmente diferentes, deciden compartir un viaje en común. No se puede hablar de amor, pero tampoco de desamor. Más bien deberíamos emplear conceptos más simples, como compañía, calor, esperanza, conformidad o resignación. A partir de ellos, las personas solemos emprender aventuras y proyectos de diverso calado. Olga y Orestes se encuentran en un momento en que los dos necesitan alguna suerte de refugio que los ampare de la intemperie. Luego, el calor de la manta, termina por hacerse insoportable.
Por otro lado, en Chantaje no hay saldos contra el pasado, sino la intención de reconstruir la imagen de un pez que nada por debajo de una capa de hielo, sin que consiga encontrar una grieta que lo aflore a la superficie. Esa angustia del animal atrapado contamina —o al menos fue mi propósito— el ambiente de la novela, las actuaciones de los personajes, y es mi marca más personal. Tal vez, porque durante al menos un par de años, viví esa sensación de estar atrapado debajo de una capa de hielo. Una capa de hielo que entonces parecía irrompible.
AJ: El protagonista de Chantaje se llama Orestes, pero su referente no sería el atribulado héroe de La Orestíada y su estirpe trágica; está bastante más cerca del hombre sin atributos de Musil, ya que nadie en esta historia alcanza una dimensión heroica. ¿Por qué escribir una novela donde no parece haber redención humana ni siquiera como catarsis para el lector?
LA: Los personajes de Chantaje tienen pocas posibilidades de llegar a sentirse héroes, aunque hay momentos de Olga —mi personaje favorito— que yo me atrevería a calificar como tal. Hay en ella una fuerza diferente, una capacidad de mirar la vida con una lucidez que los demás no poseen. Ella se niega a perder, a permitir que el fango del pantano termine cubriéndola. Y afrontar ese empeño en una cuesta arriba que parece interminable, a pesar de la nimiedad vital de Orestes, de la indefensión que suelen esconder los exilios, la hace a mis ojos una mujer muy valiente; aunque, también, demasiado tocada por la vida, como para que esa valentía llegue a notarse. Chantaje habría sido un libro diferente —no dudo que mejor— si hubiese colocado el narrador detrás de ella y no de Orestes.
AJ: Presiento que, en aquel mercado del amor que nos iluminara Eric Fromm, el desencuentro entre Orestes y Olga es una historia común y corriente de personajes bastante comunes y corrientes que el exilio cubano, como cualquiera otro, ha arrojado a las costas del mundo y ha orillado a malvivir en ciudades que no los quieren, o cuando menos los toleran indiferentes. ¿Qué pensarías si alguien etiquetara Chantaje como una novela del exilio cubano en Madrid?
LA: Las etiquetas ayudan a organizar las cosas, pero tienen el inconveniente de que las encasillan. Chantaje no es una novela del exilio en Madrid, pero si alguna etiqueta llegan a colocarle alguna vez, será esa. Quizás, porque el exilio de América Latina hacia Europa, a diferencia de lo que sucede con los EE. UU. y su abundante literatura de la emigración, no es rico en novelas sobre él. Dicho esto, no me gustaría que la novela se leyera como algo que no es. El exilio solo es un marco que da cabida a unos personajes que comparten un escenario, unos conflictos y un entorno social común.
AJ: Desde el día mismo en que Orestes y Olga se desencuentran en ese gueto de cubanos, que hallan en Madrid una última o penúltima parada en su búsqueda interminable de la tierra prometida que su machacada isla les negó, olemos el tufillo a fracaso. Esos seres que intentan depositar en otros su soledad, que buscan «un fin» que al parecer no persigue finalidad alguna, como no sea la sobrevivencia pura y dura, casi nunca consiguen finales felices. ¿El escritor tiene aún mensajes que enviar sobre la condición humana? ¿Es esta una historia universal o solo de cubanos?
LA: El escritor —pienso— ya tiene bastante trabajo lidiando con las estructuras del lenguaje, la ambientación o la dramaturgia de los personajes, para que, además, deba perseguir un fin añadido. Pensemos en Austerlitz, de W. G. Sebald. Todo lo que uno pueda suponer o extraer de esta novela no está explícito en el texto, sino planteado como un suceso poético al que, después, cada quien le confiere la lectura que estime conveniente. Y ya eso es otra cosa. Por ejemplo, yo viajé a Amberes, principalmente, para visitar la estación de trenes de la ciudad y reconocer la nave central donde comienza la trama de Austerlitz. Mis pensamientos tras leer el libro o una vez allí, es decir, los posibles mensajes enviados por el escritor, ya no pertenecían a la novela en cuestión, sino a la dimensión que mi análisis poético era capaz de darle.
Ahora, si Chantaje obliga mañana a un lector a plantearse una reflexión sobre la condición humana, o le provoca desandar el barrio de las Letras, alquilarse un piso minúsculo en un vecindario de la periferia de Madrid, o irse de vacaciones a la Riviera francesa, ya queda fuera de mis propósitos como escritor. A lo máximo que puedo aspirar es a que el orden interno de la novela, las relaciones entre sus personajes, y los ámbitos en que estos se mueven, al leerse produzcan el efecto suficiente para que pueda existir un lector capaz de reaccionar ante ellos.
Por otro lado, respondiendo a la segunda pregunta, entiendo Chantaje como una historia de extranjeros. Luego, que sean cubanos sus personajes se debe a un desconocimiento de mi parte. No conozco con profundidad el habla, ni los pasados nacionales, ni las circunstancias particulares de otros exilios. Tampoco me sentía con el derecho a cuestionar o emplazar a otras nacionalidades sobre suposiciones o estereotipos. Digamos, como resumen, que la «cubanidad» de los personajes es una limitación mía como autor.
AJ: He dicho, y repito, que admiro la contención, la escritura sin concesiones ni siquiera a ti mismo, el exigente ejercicio que te propones en Chantaje de contar la historia «cámara en mano», pisándole los talones a los personajes, una elección que se las trae y quizá te forzó a muchas revisiones y un trabajo que se ha extendido, que yo recuerde, por casi cuatro años. ¿Qué fue lo más difícil de escribir esta novela?
LA: Eso, la cercanía del narrador a los personajes. Por la época en que empecé a escribir la novela estuve viendo mucho cine independiente y me llamó la atención el uso de algunas cámaras y los efectos que conseguían cuando se acercaban a los personajes o buceaban en los escenarios. Tal cercanía, a veces, te deja la sensación de estar viendo un documental o una suerte de reality show, donde, además, subsiste un conflicto sobre el que se ha inscrito el término «ficción».
AJ: Respecto a tu estilo narrativo: durante años nos hemos sugerido y comentado lecturas, y de algún modo creo saber que algunos de esos trazos que distingo en tu escritura podrían reconocerse como eso que llaman influencias. Es difícil soslayar aquí la mención de Cormac McCarthy (que en mi caso me formó una nueva idea de para qué más puede servir la puntuación). ¿Reconoces la influencia de este autor por lo menos a ese nivel? ¿Cuáles otras?
LA: No sé quién, ni de qué modo, me influencia. Pero sí, hay autores de los que me siento más cerca, bien a nivel de estilo o por razones temáticas. Soy un apasionado de los caballos, como también del western, y Cormac McCarthy con Meridiano de sangre o la Trilogía de la Frontera me devolvieron a una literatura épica que tiene mucho que ver con mi formación como lector y, también, como ser humano. Ahora, más que a establecer una manera narrativa, McCarthy me ayudó a explicarme cómo la novela se engloba dentro de una metáfora que amplía su dimensión de lectura. Las primeras cien páginas de En la frontera, hablan más de la fragilidad de las relaciones humanas y con el medio, que cualquier cháchara, panfleto o proyecto ideológico.
AJ: La comparación o referencia a Cormac McCarthy me llega por otra vía. Leer Chantaje me ha devuelto a la reflexión de que la novela —por lo menos aquella con ínfulas de arte literario— pudiera ser como el último reducto de la realidad en el arte, que se sostiene aún en ser la visión y versión más íntima del ser humano. ¿Cuándo escribes estás siempre atento a que tu historia se mantenga incontaminada de referentes que no provengan directamente de la realidad? ¿Para empezar, tiene sentido mi pregunta?
LA: ¿Hablamos de lo que se ha dado a conocer como literatura/escritor realista? Si es así, no es una actitud meditada, pero es evidente que, al menos de momento, no he escrito una palabra que no tenga su correspondencia en una realidad constatable. No es algo impuesto ni vigilado, tal vez mañana aparezca un personaje con un mundo onírico capaz de contaminar mi apego a la objetividad de lo narrado, ¿quién sabe?
AJ: Dados nuestros años de amistad y cercanía intelectual y de búsqueda compartida de referentes, creo reconocer a veces trazos en tu escritura. Chantaje me deja con la impresión muy personal de que se cierra un ciclo en tu escritura literaria. ¿O más bien comienza? ¿Qué sigue?
LA: Chantaje es otro punto en el camino, otra búsqueda. En Un adiós para Violeta usé un narrador absolutamente libre, que se mueve con varias voces escondidas tras la primera persona que aflora ante el lector. En Chantaje, en cambio, limité la visión del narrador e insistí en contar la historia desde este ángulo, porque me pareció que era el que más se adecuaba a lo que pretendía contar. Pero ambas novelas forman parte del mismo proceso de maduración, de aprendizaje, de experimentación, aunque en grados diferentes. Como también forma parte de él, la novela en la que trabajo ahora, por muy distinta que pueda ser de las demás.
AJ: ¿Tienes una nueva novela? ¿Qué podemos esperar de Ladislao Aguado después de Chantaje?
LA: Ahora mismo trabajo en una nueva novela, de la que no me hace muy feliz hablar. Solo me atrevo a adelantar que usa el móvil del asesinato de un familiar en un home para enfermos mentales de Miami para indagar en conflictos éticos, culturales y de identidad. Supongo, cerrando el tema, que si mantengo un nivel de exigencia parecido al que me impuse con Chantaje estaré trabajando en ella por lo menos otros dos años.
AJ: En términos de influencias, o simplemente de gustos, no sé si un lector-autor con una gran cultura literaria sería el mejor consejero, pero ¿qué libros y autores te han llegado a impactar en los últimos años, o de quien reconocerías alguna influencia?
LA: A la cabeza de ese altar que solemos construir los lectores, para mí está William Faulkner. Luego, en los últimos años, me han gustado muchos libros, no necesariamente de ficción. Cito algunos que recuerdo ahora: Austerlitz, de W. G. Sebald; Luz antigua, de John Banville; Aquí empieza nuestra historia, de Tobias Wolff; The Master. Retrato del novelista adulto, de Colm Tóibín; El ruido eterno, de Alex Ross; por lo menos tres o cuatro libros de Anthony Beevor; Yo que he servido al rey de Inglaterra, de Bohumil Hrabal; 1280 almas, de Jim Thompson; Expiación, de Ian McEwan; 22/11/63, de Stephen King; El gran reloj, de Kenneth Fearing; no sé, podrían ser muchos más, pero dejémoslo ahí.
AJ: Hypermedia es un esfuerzo adicional que de algún modo te pone en el camino del escritor-editor independiente. Al margen de que tantos otros lo estén haciendo, ¿por qué elegiste este camino, o sea, dejar de apostar porque tu obra salga «avalada» por un gran sello editorial?
LA: Las grandes editoriales cifran su interés en un autor por el número de lectores potenciales que sean capaces de calcularle, amén de otras razones, como las influencias que ejerza en su medio o los vínculos sociales que mantenga. En el caso de los escritores cubanos, y por razones inherentes a nuestro exilio, esos lectores potenciales se encuentran en geografías y medios culturales muy diversos, lo que obviamente dificulta y encarece la promoción. Por tanto, para que un escritor cubano despierte el interés de las grandes editoriales, debe avalar su obra con razones que justifiquen esa inversión.
Hypermedia pretende conformar un catálogo de cara a nuestros lectores naturales. Hasta ahora no ha existido una editorial capaz de construir un edificio literario cubano fuera de Cuba. Hay momentos editoriales buenos, pero en ningún caso llegamos a hablar de sellos competentes ante toda una literatura nacional.
Por otro lado, en mi caso como autor, no creo que ninguna gran editorial tenga el menor interés en publicar una novela como Chantaje. En términos de mercado, un autor desconocido, que no coquetea con ningún círculo literario ni político, que escribe novelas sobre temas que son ajenos a las mesas de novedades, lleva todas las marcas del fracaso editorial. Y nadie en su sano juicio comercial debería apostar por una literatura con la que luego no sabría qué hacer. Cuando pensé en Hypermedia como empresa, retiré mi libro de las editoriales que lo leían y decidí comenzar con él nuestra colección de narrativa. Lo dejó dicho Meister Eckhart y es una de las dos citas que presiden Chantaje: «Si quieres atravesar el mar, naufraga».
AJ: ¿Te sientes un escritor cubano? ¿Crees que el gentilicio te obliga de alguna manera, te impone? Tienes alguna obligación moral o interés personal en que se te reconozca como tal? ¿Es una condición inevitable o podrías vivir sin la taxonomía y la pertenencia forzada a un ámbito y entorno literario?
LA: Para nada. Ahora bien, las etiquetas —como decía— sirven para organizar, pero también encasillan. Eres un autor «cubano», porque has nacido en Cuba y en buena medida tu literatura se centra en experiencias a partir de ese hecho. También es cierto que la revolución de 1959 impuso ciertos valores de uso a esa etiqueta, asociados a eventos ideológicos, políticos, morales, al igual que les pudo suceder a los escritores soviéticos, checos o polacos anteriores a 1989. Por tanto, a veces —que suele ser casi siempre—, tu existencia como escritor viene marcada por unas circunstancias que no dependen de tu literatura. Pero eso no solo le pasa a un escritor cubano, sino también a franceses, americanos, alemanes o japoneses. Es el arte del etiquetado.
AJ: ¿Don Gastón, tu restaurante, que refiere al poeta cubano Gastón Baquero, entra dentro de este plan de promover la literatura y las letras de manera independiente? ¿Tienes algún otro plan «literario»?
LA: Don Gastón tiene la ambición de servir de centro cultural, de referente como difusor de la cultura. Ahora bien, desarrollar un proyecto independiente, es decir, sin financiación externa, en un país como la España actual, tiene más de disparate que de oportunidad de negocio. De todas formas, uno lo intenta. Ya hemos cumplido un año y por ahora funcionamos como una empresa que consigue vender sus productos y paga sus facturas. Hemos puesto el avión en el aire. A partir de aquí iremos conformando un mapa de iniciativas culturales que nos permitan, o no, darle sentido al espacio que ocupamos en la ciudad. Pero lo reitero, su validez es algo que aún está por verse.
ANDRÉS JORGE es el autor de cinco novelas: Pan de mi cuerpo, Premio Joaquín Mortiz a una ópera prima, en 1997; Te devolverán las mareas, Planeta, México, 1998; Voyeurs, Alfaguara México, 2002. A partir de 2011, con Barcos que se cruzan en la noche, inicia la Trilogía de la Isla Grande como autor y editor independiente; le sigue Kali la Oscura en 2013. La tercera entrega de la trilogía, Cábalas, deberá estar lista para finales del próximo año. Como editor, Andrés Jorge ha sido Director Editorial de National Geographic para América Latina, de Reader’s Digest y el Almanaque Mundial entre otras publicaciones.