Revista Conexos

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Invitación a Carlos Victoria

CARLOS VELAZCO

 

Carlos Velazco y Roselia Rodríguez frente a la casa de Carlos Victoria y su madre. (Foto cortesía del autor)

Carlos Velazco y Roselia Rodríguez frente a la casa de Carlos Victoria y su madre.
(Foto cortesía del autor)


 

De una manera u otra, en mucho o en poco, los protagonistas de sus tres novelas llevan la marca de los álter egos. Sea Marcos Manuel Velazco en La travesía secreta (nótese el parecido con su nombre: Carlos Manuel Victoria) o Natán Velázquez en Puente en la oscuridad, cuya vida cotidiana se contamina progresivamente con esas ensoñaciones en las que lo sumerge la búsqueda en Miami del hermano ignorado desde Cuba.
  Incluso el adolescente Abel que en La ruta del mago recorre las calles de Camagüey tratando de cobrar los pagarés que le adeudan a su tía Alicia no muy antiguos clientes de la tienda La Ilusión. Téngase en cuenta el nombre del comercio: sus carreras, Abel no solo las hace en el plano geográfico, sino visitando los vestigios cada vez más escasos de un pasado inmediato, pues a su alrededor se implementa la Ofensiva Revolucionaria.
  “Eres un mago, jovencito, un mago”, le agradece la dueña cuando el sobrino-empleado regresa con algo de dinero. Y desconoce que esas pequeñas compensaciones las consigue Abel al implicarse con una serie de personajes que van quedando fuera de un mundo transformado violentamente. Ese permanecer más allá de la ecuación de la realidad obedece a una profunda ética, justificada, en primera instancia, en la ingenuidad de Abel, subversiva en el futuro que ya lo rodea.
  Desde muy joven, Carlos Victoria burló los límites que impone cualquier noción de realismo. En el cuento “Tribulaciones” —aparecido en iEl Caimán Barbudo en 1965— una familia lidia tanto con sus propios pecados materializados como con los fantasmas de sus antepasados: “Pero algo me asombró en todo el tiempo que duró la invasión de pecados: el espíritu de abuela se esfumó por completo del lugar, yo la añoraba un poco cuando sentía a los pecados romper las hojas de los almanaques, pensando dónde estaría la pobre vieja ahora que su sitio de descanso estaba contaminado”. Ese barroquismo de lo “maravilloso” o “mágico”, no responde a artificio o construcción. Carlos Victoria creció permeado por la perenne alucinación en que permanecía sumida su madre Estrella, quien por demás frecuentaba las iglesias de todas las denominaciones (la dicotomía cuerpo-alma es el germen de los dualismos en los que se debate el Marcos Manuel de La travesía secreta), amén de la cercanía con el sinnúmero de leyendas que subsisten en el campo cubano. Conversando a mediados de mayo de 2014 con Raquel de la Cruz Sánchez, compañera de la madre de Carlos en las Misiones Rurales de Superación Femenina la etapa que estuvo destinada en Morón en 1948, esta me contaba que en la finca de Anguillero (sitio en el que Estrella conoció al padre biológico de su hijo), deambulaba por las noches un muerto cuya luz podía verse desde la casa donde pernoctaban. Aunque Estrella le insistía en que se levantara para verlo, Raquel nunca lo hizo.
  Acompañado del guionista José Rodríguez Lastre, Nikitín, visité en el verano de 2011 el poblado de Jayamá donde Carlos Victoria viviera la mayor parte de su etapa en Camagüey, dividida por su paréntesis habanero de estudiante de la Escuela de Letras entre 1969 y 1971 e interrumpida a su salida de Cuba por el Mariel. Allí conocí a Roselia Rodríguez, viuda de Eduardo Victoria, hermano de Estrella, quien me contó del primer ingreso (dantesco) de esta en el psiquiátrico Mazorra y de la época en que los tíos ayudaron a criar al pequeño Carlos, mostrándonos varias fotos familiares.
En una imagen aparecía Carlos Victoria recién nacido, ocupando un cochecito dispuesto en el balcón de una casa de huéspedes de La Habana, y para mayor veracidad de esa dirección Amistad número 356, al fondo, ropa blanca tendida, guardavecinos y más edificios. (Por un temor comprensible en su época, con un embarazo no reconocido, Estrella no quiso dar a luz en Camagüey, desplazándose hasta la capital sus padres Pedro y Aracely y su hermana más pequeña, Estela Orfelina, para acompañarla durante la gestación y los primeros meses de la maternidad.) Al dorso, podía leerse la anotación: “mi hijo: Carlos Manuel”. Roselia también nos condujo a Nikitín y a mí, cruzando el camino principal de Jayamá, a la antigua casa de sus suegros, en la que Carlos vivió hasta casi adolescente; llevándonos luego, por un sendero lateral, a la parte trasera, donde Pedro levantó una pequeña nave, estrecha y alargada, para la madre y el hijo.
  Mirar el rostro de Estrella sería para Carlos Victoria como verse a sí mismo, ambos eran muy parecidos, si no tenían la misma sonrisa. Y sus destinos habrían sido semejantes si en 1983, una vez radicado en Estados Unidos, no hubiese iniciado su desintoxicación alcohólica y reencontrado los asideros que justificaran su vida. A lo largo de la década del setenta, Carlos Victoria debió practicar su oficio de una manera underground, sin publicar sus poemarios; y por conservar un original ajeno, en la más fiel tradición de El Maestro y Margarita, sufrió casi dos meses de prisión en 1978, siéndole confiscados sus manuscritos inéditos.
  Tres exiliados cubanos son los que viajan a Filipinas en su cuento “Un llamado en Manila”, del volumen El salón del ciego. El niño Alex, su padre Alejandro, y el amante de este, Ismael. A los conflictos personales desencadenados —a Alejandro el arraigado machismo le dificulta asumir su homosexualidad mientras Alex estrecha su complicidad con Ismael— los complejiza una inquietud: ¿Por qué es Manila el destino turístico del peculiar trío? Porque los adultos lo que realmente buscan es La Habana, o sea, su identidad, en el trazado de una ciudad colonial española.
La “descolocación” inherente a todo exilio, la reflejaba el autor bajo esa aparente comicidad de “La franja azul” en el subyacente desasosiego de un protagonista que solo puede practicar el sexo, incluso con prostitutas, si estas comparten su condición de marielito: “[alguien] que ha sufrido mis traumas, que entiende mi lenguaje, y no me refiero por supuesto al español, ni siquiera al cubano, sino a algo más abstracto, un lenguaje de señas, una telepatía”.
  En otro de sus relatos, Carlos Victoria volvía sobre un motivo trabajado por Carlos Montenegro en “El resbaloso” (del que tomó su título) —incluido en El renuevo y otros cuentos (1929)— y por Alejo Carpentier en “Historia de lunas” —aparecido en francés en 1933 y luego vertida al inglés en una Latin American Literary Review de 1980—. Lo que a diferencia del “resbaloso” de Montenegro y el “escurridizo” de Carpentier que cubren su cuerpo desnudo de grasa y en las noches violan a las jóvenes del pueblo, el protagonista de Victoria aprovecha la nocturnidad habanera de la década del noventa, intensificada por los apagones, no en un desquite sexual, sino desandando calles y accediendo a casas en un ejercicio de voyeur en el cual, en medio del apocalipsis de arquitectura y utopías, no ceja de buscar la libertad.
  Afirma Rodolfo Martínez Sotomayor en entrevista recogida en Chakras. Historias de la Cuba dispersa, que Carlos Victoria solía repetir: “Uno se sabe y se conoce en realidad en las situaciones extremas”, idea en principio contradictoria al comprobar su espíritu tan poco hemingwayano. Pero transitó un continuo Camino de Damasco. Aunque se diga que un escritor nunca se desprende de su condición, numerosos ejemplos hay que evidencian lo contrario. El caso de Carlos Victoria demuestra que mientras no se renuncie a escribir, no hay dictamen definitivo. Con él nunca podrá utilizarse la expresión en pasado. Es un escritor.

 

Carlos Velazco (1985) coautor de Sobre los pasos del cronista. El quehacer intelectual de Guillermo Cabrera Infante en Cuba hasta 1965 (Premio Enrique José Varona UNEAC 2009 y Premio de la Crítica Literaria Cubana 2011), la selección de entrevistas Tiempo de escuchar (Editorial Oriente, 2011), y Hablar de Guillermo Rosales (Editorial Silueta, 2013). Ha merecido en el género de prensa escrita los premios nacionales de periodismo cultural Monchy Font 2006 de la UNEAC y Rubén Martínez Villena 2006 y 2008 de la Asociación Hermanos Saíz. Velazco compiló el volumen José Martí: el ojo del canario (Ediciones ICAIC, 2011).

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Un comentario el “Invitación a Carlos Victoria

  1. Maria Cristina Fernández
    03/11/2014

    Valiosa entrega de Velazco por lo mucho que descubre de su pasión por la literatura de Carlos Victoria. Al desplazarse hasta ese poblado en busca de huellas remotas se confirma que un escritor es mucho más que alguien que escribe libros, sino quien por encima de las inclemencias y hasta con el favor de ellas, asume un destino que a nadie más pudieran relegar.

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Esta entrada fue publicada el 02/11/2014 por en Narrativa.
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