Revista Conexos

Una revista de arte y literatura, sin fronteras generacionales ni geográficas

El fantasma

RODOLFO MARTÍNEZ SOTOMAYOR

 

Marisol procuraba conciliar el sueño sobre aquella dura litera. A dos camas de ella hablaban del fantasma. El albergue era demasiado frío y facilitaba que pudiera cubrirse el rostro con una gruesa colcha, sin delatar su miedo. Esa acción, se repetía todas las noches, desde que oyó por primera vez hablar de él.
  A la negrita Maritza le encantaban los cuentos de aparecidos, se los hacía a la Friki, que escuchaba embelesada esas historias. Ella tenía deseos de recordarles que ya habían apagado la luz, decirles que no jodieran tanto y la dejaran dormir, pero no quería parecer una chivatoncita militante, imponiendo orden en la escuela. Ella prefería sufrir en silencio el miedo que le provocaba saber sobre ese ser que hacía ruidos en la noche, junto al albergue de las hembras. Una sombra blanca que veían perderse entre los arbustos de naranjas.
  Ya han cesado los murmullos. Alguien ha decretado el silencio y no queda una luz. Han cerrado las ventanas, ahora es más intensa la oscuridad. Marisol siente un punzante deseo de orinar. Maldice esa incómoda sensación y descubre su rostro mientras mira el largo pasillo que debe atravesar para llegar a las letrinas.
  Ella tiene en su mente los cuentos del aparecido. Procura alejar esos pensamientos, se coloca las chancletas y apresura los pasos entre las literas. El pasillo le parece extremadamente largo. El miedo alarga la distancia y ella se concentra en ese resquicio de claridad que aumenta con sus pasos. Bendice a quien ha tenido la idea genial de dejar la luz de los baños encendida. Se sienta sobre la letrina y mira la pequeña ventana de persianas rotas que dejan al descubierto la oscuridad que llega de los naranjales cercanos. Gira su rostro y contempla a su derecha las ventanas opuestas. A pesar del temor, la curiosidad la llevó a entreabrir las persianas y mirar al cercano pasillo. Un escalofrío la domina cuando ve una sombra semejante a un cuerpo humano que parece sostener dos cajas sobre sus brazos y perderse entre los arbustos que rodean la escuela. Si grita, pensarán que es una loca histérica y se convertirá en el centro de las burlas; es por eso que vuelve a caminar hasta su cama en silencio. Marisol ha quedado perpleja ante aquella visión, su corazón no deja de dar tumbos precipitados, cubre su cuerpo con las sábanas. Siente un pánico muy adentro, pero prefiere aguantar el miedo que pasar por cobarde; es por eso que no ha despertado a nadie en el albergue para decirle que ha visto al fantasma.
  Al día siguiente, y de boca en boca se escuchaba la noticia, habían desaparecido las bocinas misteriosamente de la escuela. Nadie podía imaginar como fueron zafados los cables sin dejar rastro, sin que quebraran el silencio de ese lugar, donde en la noche se escuchaba hasta el canto de los grillos que llegaba de los sembrados. Los albergues fueron invadidos por profesores que gritaban a diestra y siniestra despertando. Dalia entró en el dormitorio ordenando el “de pié” muy aprisa. Ella era la profesora más temida y tal vez por eso le tocaban ciertas tareas, donde imponer el orden era la premisa.
  En el matutino dieron la noticia: Han desaparecido las bocinas con las que dan orientaciones en la escuela. Ya sospechan quienes son los culpables y la condena sería fuerte. Marisol sabe que todo es mentira, ella tiene la certeza que no es un ser terrenal quien lo ha hecho.
  Esa tarde, a la hora del baño, su amiga Vivian le pregunta si tiene alguna idea de quienes son los culpables. Ella dice que no le importan esas cosas y le pide el jabón para lavar una blusa que estrenará, cuando venga el grupo de rock prometido a la escuela. Vivian también habla del fantasma, a ella le gusta bañarse desnuda en las noches de calor, junto a los lavaderos de los albergues. Marisol la acompañaba a veces.
  Vivian sólo tenía 13 años y un cuerpo despampanante. Un trasero muy pronunciado para su corta edad. Ella disfrutaba en silencio al desnudarse en las afueras del dormitorio, sabiendo que existía la posibilidad de ser mirada a lo lejos desde el albergue de los varones. Marisol lo hacía tímidamente. Más aún cuando Vivian parecía competir con ella, al decirle que sus senos eran más grandes, aún cuando era dos años menor. A Marisol le gustaba esa parte de su cuerpo, le agradaba como provocaba las miradas de Jorgito y todos los rockeros de la escuela, cuando usaba pulóveres ajustados o blusas transparentes. Las tetas de Vivian le parecían exageradas para su tamaño y se lo hacía saber diciéndole que era una enana tetona y fondillona.
  Esos juegos habían cesado ahora por el miedo al fantasma. Ya Marisol no se atrevía a acompañar a Vivian en sus baños nocturnos. Siempre esgrimía pretextos en la noche y decía que uno al día era suficiente. Vivian salía entonces sola. Regresaba burlándose de Marisol y diciéndole que ella era muy cobarde, y se perdía darse un baño refrescante bajo la luna.
  Esa tarde, al llegar del campo, Marisol se dio cuenta que llevaba días sin lavar su ropa por miedo a salir al patio de los albergues cuando estaba oscuro. Maritza dice que colgará su blusa en el área de los lavaderos. La Friki va con ella y salen juntas en medio de la noche. Marisol no quiere quedarse atrás y aprovecha su compañía en esa zona oscura. Ella necesita fregar los tenis que ya casi han cogido el color del fango. Le busca conversación a Maritza y a la Friki para ocasionar una demora. Hace posible que se extienda el tiempo de su compañía. Más que colgar las blusas, Maritza y la Friki dicen que lavarán la ropa. Las dos han llegado en blúmers y ahora La Friki dice que se lo quitará para lavarlo, que sólo tiene tres y no puede darse el lujo de andar con ellos sucios. Maritza cuenta que ella se ha quedado dos veces con ganas con su novio por esa miseria, que a punto de desnudarse recordaba que llevaba el mismo blúmer de la vez anterior. Su novio calmaba su ira cuando ella concluía con la boca, pero al final era ella la jodía, que quedaba con dolor de mandíbulas e insatisfecha.
  Marisol ha pensado que en realidad sus amigas están más locas que ella. Regresa a su litera y ya lista para dormir escucha una gritería que llega desde los lavaderos y se extiende por todo el albergue. Dicen que han visto al fantasma salir desde los naranjales. Dicen que atravesó las paredes vestido de blanco. Maritza y la Friki han corrido desnudas con gran estruendo hasta sus literas. El aspaviento provoca una reacción en cadena de gritos y la profesora Dalia ha entrado al dormitorio.
  Dalia dice que eso es putería, que no coman tanta mierda. Amenaza diciendo que si escucha a alguien gritar la dejará sin pase el fin de semana. Marisol ha quedado en silencio sobre su cama. Mira a Vivian que a su lado susurra muy bajo que lo del fantasma parece cierto, que Maritza y La Friki no son de armar esas locuras por gusto. Vivian le dice que quiere que la ayude. Le cuenta que le gusta Adrián, pero tiene miedo hacer un papelazo si al hacerse novios, él le propone acostarse con ella. Confiesa que es virgen y que está loca por hacerlo por primera vez, que aunque tiene miedo no quiere ser una monopenal como su madre.
  Marisol le pregunta por el significado de esa palabra y ella responde: “Monopenal, vieja, que se han metido un solo pene en su vida, como mi mamá”. Marisol ríe y escucha otro llamado al silencio. Le dice que mañana hablarán y deciden finalmente quedarse dormidas.
  El viento cambia los rostros de las adolescentes que marchan a los surcos mientras cantan. El viento levanta esa tierra roja de la que se protegen usando pañuelos sobre sus cabellos, algunas hacen palmadas marcando el ritmo. Otras ríen y sólo escuchan. Marisol habla con Maritza sobre lo cheas que resultan esas viejas tonadas, ellas prefieren el rock y no se unen a lo que Marisol llama con ínfulas de intelectual, decadencia musical.
  Pasan junto a una brigada de varones y no es motivo de inhibición para los cantos. Allí está el director de la escuela junto al grupo. Vivian se desvía y lo saluda. Es la única que lo hace. El director parece decirle algo y ella sonríe mientras le brillan los ojos. Ahora regresa a la hilera con mayor entusiasmo. Ahora canta más alto y ríe junto a las que contonean su cintura y continúa en aparente marcha al ritmo de esa canción… Él era mi novio y yo lo trajinaba, si un beso me pedía, la baba yo le daba… él era mi novio y yo lo trajinaba, si aquello me pedía, con otro me acostaba. Él era mi novio y yo lo trajinaba…
  Finalmente llegaron a los sembrados. Se siente el sol en la piel y el ardor del nitrato de sodio en las heridas recientes, Marisol lanza el abono sobre el surco y no deja de buscar las fresas que asoman apetitosas entre las hojas. Al descuido de la guía, toma la fresa y la lleva a su boca. El sabor ácido y dulce se mezclan y Marisol disfruta ese momento.
  Vivian en el surco de al lado va más lentamente. Ella también vigila los ojos de la guía, aprisiona las fresas y las oculta entre sus manos hasta colocarlas en un cartucho preparado para la ocasión. La jefa de brigada se acerca, le dice a Vivian que la ha visto, que llamará a la guía y se lo dirá.
  En la tarde Vivian es conducida a la dirección. Las otras la llaman 5 libras entre risas. La guía le había pedido aquel cartucho lleno de fresas y gritó que allí había cinco libras, que eso era robo y contrarrevolución. Vivian no parecía consternada. El director la hizo conducir a su oficina y salió luego de varias horas. Vivian seguía sonriente, se burlaba de la guía y tarareaba viejas canciones como si nada hubiese pasado aquella mañana.
  Esa noche Marisol cerraba los ojos sin que llegara el sueño. El fantasma venía como un recuerdo vago que poco a poco se hacía más pavoroso. Vivian en la litera de al lado se movía y esos ruidos ayudaban a su desvelo. Entreabrió los ojos y la vio caminar lentamente hasta la puerta del patio. Pensó que un baño a esa hora era una locura, que ella tal vez iría a los lavaderos. A pesar del miedo decidió seguirla, uno de esos gestos impredecibles que no parecen tener razón alguna, el temor por su amiga Vivian sobrepuso su miedo al fantasma. Cuando llegó al patio no la vio, buscó entre las letrinas y no había rastro alguno. Pensó llamar a Maritza y a la Friki para que la ayudaran en su búsqueda, pero no lo hizo y regresó a su litera. Se justificaba a sí misma pensando que tal vez se había fugado, que el fantasma no había matado a nadie hasta el momento, que llegaría al amanecer después de haber dormido en su casa…
  Unos gritos rompieron sus cavilaciones. Alguien decía que el fantasma se acercó a las ventanas, que era un ser muy blanco que corría hasta los surcos. En la confusión de los gritos estridentes, nadie pudo escuchar el llanto con el que llegaba Vivian de no se sabe dónde. Sólo Marisol se sentó a su lado en la litera y no dejaba de interrogarla:
_¿Viste al fantasma?, ¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras? ¿Lo viste, verdad?, ¿lo viste?
  Han puesto nuevos altoparlantes y por ellos han llamado hasta el área de los matutinos. Dalia dice palabras confusas, habla de la dignidad y las duras decisiones. Finalmente da la noticia, han expulsado al director de la escuela y ella quedará de jefa por el momento. Habla de hechos bochornosos y otras cosas que Marisol no entiende. Ella mira como el rostro de Vivian se cubre de lágrimas poco a poco. Después la ve acercarse a la dirección donde su madre la espera y la abraza. Seguramente ha contado lo del fantasma.
  Tal vez no le han creído y es por eso que se marcha de la escuela. Marisol piensa entonces que hizo bien en nunca decir que vio el fantasma aquella noche de las bocinas.

 
Este texto pertenece a la novela inédita Canciones antiguas.
 

Rodolfo Martínez Sotomayor (Foto cortesía del autor)

Rodolfo Martínez Sotomayor
(Foto cortesía del autor)

RODOLFO MARTÍNEZ SOTOMAYOR (La Habana, 1966). Ha publicado los libros Contrastes (La Torre de Papel, Miami, 1996), Claustrofobia y otros encierros (Ediciones Universal, Miami, 2005I), la compilación de textos Palabras por un joven suicida: homenaje al escritor Juan Francisco Pulido (Editorial Silueta, Miami, 2006) y Tres dramaturgos, tres generaciones (Editorial Silueta, Miami, 2012). Cuentos suyos han sido incluidos en recopilaciones y antologías como Nuevos narradores cubanos (Siruela, Madrid, 2001), traducido al francés por Edition Metalie, al alemán por Verlag, y al finés por la editorial Like, Cuentos desde Miami (Editorial Poliedro, Barcelona, 2004), La isla errante (Editorial Orizons, París, 2011), Cuentistas del PEN (Alejandría, Miami, 2011), Reinaldo Arenas, aunque anochezca (Ediciones Universal, Miami, 2001). Su cuento Encuentro fue traducido al húngaro por la revista Magyar. Algunos de sus poemas aparecen en las recopilaciones Poetas del PEN, (Ediciones Universal, Miami, 2007), La tertulia (Iduna, Miami, 2008), y La ciudad de la unidad posible (Editorial Ultramar, Miami, 2009), traducida al inglés por la misma editorial. Ha publicado críticas de cine, de literatura, de teatro, artículos de opinión en revistas y periódicos como: Carteles, Diario Las Américas, Encuentro, El Nuevo Herald, El Universal. Fundador y Presidente de la Editorial Silueta; codirector de la Revista Conexos.

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Esta entrada fue publicada el 10/01/2015 por en Narrativa.
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