Revista Conexos

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El corazón de «El corazón del rey»

RODOLFO PÉREZ VALERO

 

Debí haberla leído antes pero, finalmente, fue buena la decisión de esperar a tener el tiempo libre necesario para poder disfrutar, en una temporada de lectura sin interrupciones, las 513 páginas de la novela El corazón del rey, que publicó Innovación Editorial Lagares y circuló sólo en México.
  En 1865, Karl Marx afirmó que fue leyendo a Balzac como más aprendió sobre el capitalismo y el poder del dinero. Yo diría que leyendo a Félix Luis Viera se puede aprender más sobre la Revolución cubana que en los libros de historia o artículos de prensa.
  No estoy diciendo que Viera sea nuestro Balzac… ni lo estoy negando. Sólo el tiempo podría decirlo y, además, tampoco es necesario escribir como el francés para ser un excelente escritor y reflejar su época mejor que los historiadores. Y eso lo logra Viera.
 Su novela El corazón del rey es una brillante disección del socialismo real, del socialismo cubano y de la inmensa discrepancia entre sus promesas y la realidad.
  El tema central de la novela, su corazón, es la imposibilidad de elegir. Ése es el drama que rige la vida del protagonista y, de hecho, la vida de la nación. La unanimidad es obligatoria, so pena de castigo, y la novela lo deja en claro cuando dice que el Comité de Defensa de la Revolución “tiene los datos del resto de los cubanos de la cuadra, todos los datos, todos, aún los más íntimos, que podrán condenarte o salvarte llegado el momento en que vengan investigando por ti desde una escuela en la que quisieras ingresar, desde una empresa en la que quisieras trabajar.”
  Cuando al protagonista le critican que no cree en el futuro que supuestamente se está construyendo, dice: “—Cómo carajo no ser escéptico en un país donde ya es imposible decir algo sin que resulte estar hablando de ´política’, donde si uno expresa deseos de comer salchichas o de mascar chicle o anuncia que se le ha caído un hilo de la camisa, suena sospechoso… ¿Qué estás diciendo, compañero? ¿Estás hablando mal del gobierno?”
  Pero no sólo la unanimidad es obligatoria sino que la neutralidad es enemiga: La novela subraya que desde la escuela primaria, los voceros de la Revolución dicen que “si no piensas como yo, estás contra mí, si me criticas, no eres mi crítico, eres mi traidor.” Si alguien dice que no le interesa la política, se convierte en enemigo. Es iluminadora la anécdota del dirigente del Partido que ordenó talar los árboles del parque para que no hubiera sombra que protegiera a aquellos que se sentaban a hablar cosas no socialmente importantes.
  La novela expone que la exigencia de unanimidad no tiene límites y llega hasta la intimidad, pues el partido se inmiscuye en el amor y se mete en la entrepierna de las personas. Maritza dice al protagonista que sólo lo puede amar si él se incorpora al proceso. Magalí le confiesa que el Partido la está presionando a ella para que rompa con él porque él no cambia.
  El corazón del rey muestra como toda esta situación conduce, inevitablemente, por simple instinto de conservación, a la doble moral, o más aún a la triple moral: una cosa es lo que digo, otra lo que hago, y otra lo que pienso. El ejemplo supremo y doloroso en la novela es la “traición” de Magalí, la comunista, que se fuga con sus primas y los esposos de ellas, supuestos humildes campesinos revolucionarios y comunistas.
  La unanimidad no es sólo en las palabras sino también en la apariencia física de las personas. Un personaje comenta que, para los hombres, “…llevar la cabellera larga, la Melena, es símbolo de esas sociedades decadentes adversarias del comunismo”. Por eso no es de extrañar que cuando un amigo revolucionario se alegra porque el protagonista se cortó el pelo, este exprese “—Por miedo… Tengo miedo”.
  El combate contra cualquier aparente falta de unidad hasta en el amor y el sexo se hace más evidente en la persecución de los homosexuales, y Viera describe toda una operación militar para arrestar a los jóvenes homosexuales que se reúnen en un parque y llevarlos probablemente a granjas de trabajo forzado. También recuerda la existencia de granjas similares para aquellos que iniciaban los trámites para emigrar legalmente: para esos estaban las que la gente llamaba granjas “Johnson”.
  El corazón del rey, más que la esperada novela de la Revolución (si es que puede existir una sola obra tan abarcadora) es, más importante aún, la obra literaria sobre la gente que trata de vivir o sobrevivir en la realidad que le tocó y que no eligió. No es una novela de héroes sino de ciudadanos comunes, como son la mayoría de los humanos en todo el planeta, que, simplemente, tratan de adaptar su vida a las reglas que les van imponiendo, a la fuerza, o de rebelarse contra ellas, si pueden.
Los de esta novela, más que personajes bien definidos, parecen vivos. Más que leer es como estar en el parque de Santa Clara contemplando todo lo que ocurre.
  El corazón del rey también resalta que en Cuba hay una ausencia de heroísmo, que desde hace décadas fue sustituido por un agotamiento cotidiano en la lucha por sobrevivir. Para los cubanos no, pero para los extranjeros podría ser una revelación toda la operación clandestina que debe organizar la Samaritana para, simplemente, comprar una camisa, o todo el calvario que un ciudadano tiene que sufrir para poder subir a un autobús, provincial o nacional, o a un tren. Para los historiadores del futuro, Viera dedica páginas para reflejar cuánto de la vida de cada persona se malgasta en las colas para comprar los artículos de primera necesidad.
  El corazón del rey es una novela dura, pero donde abunda el humor. Sólo basta ver todos los nombres con los que Robertón llama al protagonista: Fricativo, Onomatopéyico, Caníbal, Paraninfo, Velocípedo y Estribillo, entre otros. O la descripción del trío musical triste. Claro, que no es un humor complaciente, sino ácido. Este humor también está presente en los apuntes de Robertón, que son excelentes, ingeniosos, irónicos, insólitos, despiadados pero también brillantes, como cuando arremete contra las fiestas del pueblerino ausente, o los ancianos o la inalcanzable Venecia.
  Viera no pierde oportunidad en expresar su visión de cómo y sobre qué debe escribir un escritor. Robertón le dice al protagonista, joven aspirante a escritor, que debe escribir con honestidad y sin artificio, que debe reflejar “siempre la verdad, o por lo menos la verdad que creas verdad… muérete por ella si es menester, por ésa que hayas visto y sentido y tocado…”
  El final de la novela, el encuentro con Mercedes, es una vez más el contrapunto entre la elección y la erección, que ha sido la columna vertebral de todo la obra. Después de una agotadora (y quizás purificadora) lucha sexual que abarca toda la habitación de Mercedes, la mujer enfrenta al protagonista con la que parece ser su única alternativa: irse del país, esa tierra que él no quiere abandonar.
  Ahí termina la novela: él sin responder y ella, ante la mudez del protagonista, se refiere a la lluvia.
  ¿Se fue de Cuba el protagonista? ¿Se fue años después? ¿Se quedó en la isla para siempre?
  En todo caso, si el lector busca una respuesta final, quizás le ayuden estos datos: Balzac nunca tuvo que abandonar Francia, pero Félix Luis Viera, villaclareño, cubano de nacimiento y de corazón, y autor de esta excelente novela, vive en México.

Rodolfo Pérez Valero (Foto cortesía del autor)

Rodolfo Pérez Valero
(Foto cortesía del autor)

Rodolfo Pérez Valero (La Habana, Cuba), comenzó su carrera literaria escribiendo novelas policíacas, entre las que se destacan No es tiempo de ceremonias, Confrontación y El misterio de las Cuevas del Pirata. Sus libros más recientes son la novela Habana Madrid, Premio Internacional de Novela Voces del Chamamé, en España, y el libro de cuentos Un hombre toca a la puerta bajo la lluvia. Ha ganado en cinco ocasiones el Primer Premio de Cuento de la Semana Negra de Gijón. Tiene una maestría en Español de la Universidad Internacional de la Florida y trabaja en el Noticiero Nacional de Univisión.

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Esta entrada fue publicada el 07/03/2015 por en Crítica.
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