Revista Conexos

Una revista de arte y literatura, sin fronteras generacionales ni geográficas

Confesa culpa

EVA M. VERGARA

a J. F. P.

 

Mi cuerpo apretado contra el muro, un quicio mínimo para sostener el paso, un puente-muro. A mi costado una extensión de silenciosas cataratas, paisaje a un solo color. Nubes sobrevolando las aguas, río, espuma, cielo, todo blanco; hermosa visión. Frente a mí la madre Teresa se detiene, extiende una de sus manos para alcanzar el extremo más alto del muro. La observo desde arriba, su mano rozando la superficie, sus ojos jubilosos se vuelven hacia el camino, toca la soga suspendida ante ella, desprende una rama, su cuerpo levitando en el vacío. Se percata de mi sorpresa e intenta un grito mientras se desploma en la nada, “¡qué vida desperdiciada!”. Un feto descansa sobre el quicio del muro, enormes arterias emergen por cada costado de su cuerpo.
  Tres años, tres años este día. Me despierto con tu nombre deambulando la casa, abro la puerta para darle libertad. El despertador me atormenta con sus notas demasiado elevadas, presiono el botón y enmudece.
  Un camino de tierra hasta la iglesia, el apartamento aislado, la fuente en perenne oración bajo la virgen y ésta vigilando la voz intranquila de las aguas. Blancas celosías hasta tu puerta. Una habitación en desorden, el ordenador sobre la alfombra junto a amontonadas cuartillas. La noche propicia a la conversación, un libro entregado a préstamo, The Catcher in the Rye, nunca pude retornarlo. La charla inundada de suposiciones, el aplauso al suicidio. Te escuchábamos, R. desbordando su voz hasta contagiarte de vida. Y yo,… yo te aplaudí, desahogué mi miedo, mi rabia, mi infantil reclamo a la antagonía de la vida, al Dios omnipresente, al soid imperecedero; verdugo futuro, confidente estéril, maté.   Dentro del auto nuestras voces formaban una danza de entonaciones, merodeaban el cerrado espacio, demandando atención. Te escuchaba y asentía perdiéndote, perdiéndome, perdiéndonos; no fue suficiente.

Toma la cuerda, su mente
corre al encuentro de tantos nombres,
tantas objeciones sin validez,
tantas enmarcadas en verdad,
la ata a la viga, extraña en esa construcción
predestinada a él desde tanto atrás.
El nudo corredizo que ha de apretar, apretar su carne
anhelosa de contacto humano
huérfana de calor,
su único, último aliado protector
se ha de cerrar en él.
Sus pies descansando en el banco diminuto,
sus manos, decorarán su cuello
con la desnudez de la soga,
estrecha el lazo lentamente
salta determinado
se revuelca en balance convulsivo
danza del muerto,
del detenido al fin.

Mi mejilla recibe de tus labios un beso, te muestro un sitio en el sofá distante. La mesa de centro ostentando bocadillos. La lectura de textos inéditos, poemas, cuentos, capítulos de una novela, este privilegio que a veces no valoramos. La música estridente y tú abandonándote en la prosa ahogada, consumiendo cigarrillos en apurado afán. Tres escritores y yo. Tu pregunta lanzada sin pudor queda expuesta. La tomo y mis frases se precipitan, se lanzan con atrevimiento contra ti. El adulterio, quien lo comete una vez queda marcado; su alma desfigurada intentará el engaño, buscará la promesa como salida, se escudará en infinidad de razones, pero queda marcada; no fue suficiente.
  La contestadora recoge tu voz nuevamente, en esta ocasión también bromeas con la muerte. R. levanta el auricular, escucho su voz e imagino tus respuestas. Te desnudas con él, con tus amigos. Una mujer melosa de misterios. Su lengua te enreda de falsas verdades; un matrimonio diluido, una relación pasada por terminar, un rompimiento por legalizar. Una mujer que se presenta convenientemente enamorada. Y luego el arrepentimiento. Una mujer infiel, una mujer que te asegura es muy civilizado engañar a su esposo con un joven como tú y mantener dos amantes al unísono. Ellos, tómate las cosas a juego, no te dejes manejar, sé Don Juan; olvida la poesía, la primavera, rebélate, defiéndete, defínete conquistador, pasa un rato agradable, no te aferres; no vale ella, tu pena; yo, déjala, apártate, está marcada; no fue suficiente.
  Minnesota, Cienfuegos, Miami, con sigilosa lentitud la palabra fue pronunciada, desde mi esquina aparto el auricular, cuelgo su anatomía, lo silencio. Contra mi razón tu peso, tu silueta acusadora, nuestro intento por entenderte, por sopesar tu pena, inútil ensayo a reconciliar fantasmas ajenos.
  Conducimos deprisa, la carretera despejada nos es cómplice. El camino húmedo, la iglesia al final, detenemos el auto. Pasamos junto a la fuente. Escuchamos por tu voz, tu respiración más allá de la madera. Imaginamos el callado teclear del keyboard, tu mano, en un absurdo gesto, procurando poner orden a tus cabellos, tus labios musitando una prosa, una rima tal vez. Tus pasos recorriendo la distancia entre la cama y el teléfono, tu titubeo en marcar un número, tus pasos precipitados hasta el ordenador, tus manos esgrimiendo el mouse, trazando el abrazo prematuro. Tu cuerpo descansando en el vacío; no fue suficiente.
  El sonido agudo de las campanas nos precipita lejos de tu puerta, el grupo de amigos aguarda en el estacionamiento. Un hombre se acerca, su rostro ensombrecido por la túnica negra, la misa a comenzar. El púlpito coronado, la ceremonia enmarcada de cantos, celebración póstuma, tu cuerpo expuesto, sábanas blancas cobijándote. Y damos el paseo requerido, y juntamos aplomo junto a tu rostro, y ella se pasea entre nosotros, el beso de Judas en nuestras caras, y nadie osa acusarla, y se desliza mezquina interrogándonos, aún en su boca tus labios y ambiciosa ya de legado; no fue suficiente.
  Pequeñas rosas, un ramillete de rosas rojas dentro del vaso metálico, una lápida perdida entre el espeso césped. Tu nombre con rostro nuevo, grabado en ella. Deslizo mis dedos por esas letras que procuran vanamente dar concepto a tu nombre. Tu nombre ahora con fecha cerrada. La botella abierta, el licor desbordando las copas, el brindis prometido, el cuento anunciado, la broma indispensable, conmemoración a tu partida. Temperamentos abordándote, genios gravitando, anécdotas reconstruyéndose. No hay reproche, no hay acusación, sólo un hondo vacío, un cerrar de garganta, un desgarrarse de hastíos. Levantamos la copa a la reencarnación, a la posible venida; no es suficiente.

Miami, 26 de marzo de 2004.

 

Eva M. Vergara (Foto de Rodolfo Martínez Sotomayor)

Eva M. Vergara
(Foto de Rodolfo Martínez Sotomayor)

EVA M. VERGARA (La Habana, Cuba, 1966) llegó a los Estados Unidos en 1989. Cursó estudios de Literatura Inglesa en el Miami Dade College. Ha publicado el libro de relatos, Mirada desde un submarino blanco, Editorial Silueta, 2009. Uno de sus cuentos fue incluido en Palabras por un joven suicida (Editorial Silueta, Miami, 2006). Tiene inédito el libro de relatos Ceremonia de salutación.

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Esta entrada fue publicada el 07/03/2015 por en Narrativa.
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