Para los no iniciados la ópera es una cosa antigua y pasada de moda que solo atrae a un grupo mínimo de trasnochados fanáticos, que en su mayoría peinan canas. Nada más apartado de la realidad.
Desde sus inicios como espectáculo de masas la ópera ha reflejado -entre mil temas- los problemas de la época y ha sido compuesta, dirigida e interpretada frecuentemente por jóvenes. Si bien sus primeras creaciones recurrieron a la mitología, la Biblia y la historia. A partir del siglo XVIII, con binomios como el de Mozart y su libretista Da Ponte, la ópera se convierte en un arte tan moderno y potencialmente subversivo, que muchos autores tuvieron que luchar contra implacables comités de censura.
Apenas dos años antes de la toma de la Bastilla, en 1787, Salieri se atrevió a estrenar en París, Tarare, donde al sultán, al final, le cortan la cabeza. ¿Premonición o provocación?
Tanto es el impacto de la ópera, que el 25 de agosto de 1830, la representación de La mudita de Portici, de Auber, con fuerte contenido nacionalista, desató una verdadera revuelta a la salida del teatro de La Monnaie en Bruselas. Se vandalizaron negocios y fábricas y se apoderaron de edificios gubernamentales. Ese fue el inicio de la revolución que culminó con la creación de lo que es hoy Bélgica. La ópera es algo muy serio. También el apellido de Giuseppe Verdi sirvió como símbolo de la independencia italiana ya que, por misteriosa coincidencia, era a la vez la sigla del lema revolucionario: «Vittorio Emmanuele Re Di Italia». Las calles se cubrían de los grafiti «Viva Verdi».
La ópera del siglo XX ha ganado en libertad, pero no ha perdido en impacto; aunque dudo que ahora algún teatro se atreviera a poner Mahoma o el fanatismo [1817], de Peter Von Winter, basada en la tragedia de Voltaire.
Ejemplo de ese impacto en nuestros días es que hace unas semanas, decenas de manifestantes se opusieron a la presentación en el Metropolitan de Nueva York, de la ópera La muerte de Klinghoffer [1991], de John Adams. Esa obra es tremendamente controvertida, pues el libreto de Alice Goodman está basado en un acontecimiento histórico reflejado en los periódicos, el secuestro de un barco civil por el Ejército de Liberación de Palestina, en 1985, y el ulterior asesinato de uno de los pasajeros en un sillón de ruedas. Nada más actual que un periódico, pero vale recordar que estos aparecen en la escena operística desde que Rossini compusiera La Gaceta, en 1816.
Virginia Woolf, Proust, Musil, Kafka, Grass, Lorca, Valle-Inclán, Moravia, Calvino, Beckett, Thomas Mann, Huxley, Cocteau, Conrad, Steinbeck, Sartre, Jarry, Saint-Exupery, Vian, Chejov, Gorki, Brecht, Kazantzakis, Rilke, Eliot, Auden y muchos famosos y no tan famosos autores del siglo XX encuentran su correspondencia en la ópera, de igual manera que muchos de ellos la encontraron en el cine.
Cine y ópera están muy conectados desde los inicios del Séptimo Arte, un detalle que muchos suelen olvidar. Hay hasta una Carmen silente (1915), basada más en la ópera que en la novela de Merimée. El director, Cecil B. DeMille, usa en el personaje central a la soprano Geraldine Farrar. El cine deriva de la ópera, y en la actualidad, con las proyecciones que se usan en teatro, la relación es aún más fuerte.
Yo tenía un amigo que en una ocasión justificaba su desprecio por la ópera, porque «Cuando uno habla, uno no canta. No es como el teatro, que se habla como en la realidad», y yo le respondí: «Tampoco cuando uno tiene relaciones sexuales se escucha una musiquita, y sin embargo en el cine, tenemos eso constantemente».
Esos «fondos musicales», que incluyen a veces canciones con o sin relación con el argumento, tienen su origen en la ópera, en todos esos «fondos» que servían para apoyar la acción, o bien de sustrato (bajo continuo es el nombre técnico) para los llamados «recitativos», donde los personajes actuaban y declamaban entre canto y canto.
El gran pionero de la «musicalización» en las películas fue Korngold, uno de los grandes compositores del siglo XX, con varias óperas en su haber y cuya La ciudad muerta, se mantiene en el repertorio. Su primer trabajo para cine fue la adaptación de El sueño de una noche de verano, de Mendelssohn para el clásico filme de Max Reinhardt, gran director teatral y de ópera. Esa fue su única película, estrenada en 1935. El asistente y discípulo de Korngold en los 1940, era el gran John Williams quien ha obtenido 8 Oscars por trabajos como el de Star Wars, Indiana Jones y Superman.
La conexión cine-ópera se manifiesta particularmente a través de directores que brillan en ambos medios. Visconti y Zeffireli se iniciaron en el escenario. Grandes maestros de la pantalla como Bergman filmaron y dirigieron ópera, mientras que algunos se mantuvieron siempre entre los dos terrenos como el genial Patrice Chéreau que brilló en teatro, cine y ópera y además era productor y actor e incursionó en la televisión. Todavía se habla de su La reine Margot en cine, y de su Anillo en Bayreuth o su Elektra en Aix en Provence.
Constantemente grandes figuras del cine pasan a las tablas como Kusturica, que dirigió en París la versión ópera-punk de su filme El tiempo de los gitanos. Polanski ha dirigido Rigoletto. Herzog dirige ópera frecuentemente, desde obras de Wagner por países europeos hasta Chushingura en el Japón. Recientemente, Woody Allen ha anunciado que dirigirá Gianni Schicchi, comedia breve de Puccini. Aunque quizá el más ilustrativo sea el famoso director británico Peter Greenaway, que ha escrito diez libretos operísticos.
Tanta es la conexión cine-ópera, que en India se mantiene de manera espectacular a través de lo que se conoce como Bollywood. Esas producciones fílmicas son casi óperas, ya que cuentan dentro de la trama con producciones bailables, coros y cantos. Sus guiones podrían verse como libretos operísticos para cine, aunque predomine lo hablado. El género del video, creado a fines de los 1950 por Ricky Nelson, es también un derivado de la ópera.
Todos los años se estrenan numerosas óperas basadas en la historia y la literatura más reciente. Por ejemplo, en 2011 se estrenó en Minnesota, Silent Night, de Kevin Puts, con excelente libreto de Marc Campbell, que retoma el incidente durante la Primera Guerra Mundial en el que los ejércitos de escoceses, alemanes y franceses se negaron a pelear en la noche de Navidad. Estuve presente en su estreno europeo en Wexford, Irlanda, en 2014, y pude comprobar cuán bien recibida fue la obra.
En Hispanoamérica también tenemos ejemplos de literatura del XX en la ópera. Se destaca Bomarzo, de Ginastera, de 1967, basada en la obra maestra de Manuel Mujica Laínez, aunque por su tema escabroso fue prohibida en Argentina por Ongania, entonces presidente de ese país, donde al fin se estrenó en 1972. También vale destacar Comala [2013], de Ricardo Zhon-Muldoon basada en Pedro Páramo, de Juan Rulfo.
De «Cuba, pionera de la ópera en las Américas» (véase mi artículo en El Nuevo Herald con ese título, 5-20-2007) se puede citar Ibeyi Añá, de Héctor Angulo, basada en un cuento de Lydia Cabrera, pero no ha sido estrenada. Cimarrón, de Miguel Barnet sirvió de inspiración a Hans Werner Henze para una ópera del mismo nombre. Pero hasta ahora, el mayor éxito con tema de literatura contemporánea en Latinoamérica posiblemente sea Antes que anochezca, basada en la autobiografía de Reinaldo Arenas, con música de Jorge Martin y libreto de este y Dolores M. Koch, estrenada con éxito arrollador en Fort Worth, Texas en 2010.
La ciencia ficción también tiene su lugar en la ópera con ejemplos meridianos: The Handsmaid Tale [2000], de Poul Rouders basada en la obra teatral de Margaret Atwood (quien es, dicho sea de paso, autora del libreto de la ópera Pauline, de Tobin Stokes, estrenada en 2014); Valis [1987], de Tod Machover, basada en la famosa novela de Philip K. Dick y Solaris [1995], con música y libreto de Michael Obst, basada en la novela de Stanislaw Lem. No puedo dejar de señalar que Rouders ha llevado a ópera El proceso, de Kafka; obra que también cuenta con una versión operística de Von Einem. La novela policiaca y la del oeste también tienen su representación en la ópera.
Autores contemporáneos como el genial Wolfgang Rhim prefieren retomar mitos antiguos, como Dionysos, con versos de Nietzche, estrenada en 2013. Otros como Jack Heggie, autor de Dead Man Walking [2000], retoman obras literarias de otros siglos como Moby Dick (2010), con libreto de Gene Scheer.
Cine y ópera siguen unidos en el siglo XXI y no solo en producciones de Bollywood. Por ejemplo, el inabarcable Phillip Glass, uno de los maestros del minimalismo y que ha compuesto exitosamente para el teatro y el cine, también ha hecho experimentos visuales con dibujos animados en 3-D, y muy especialmente -invirtiendo la relación ópera-cine-, ha retomado clásicos como la Drácula silente, para ser proyectada con su partitura o La Bella y la Bestia, de Cocteau, para ser vista como fondo de una representación operística de esa obra. Glass también tiene Los niños terribles basada en la novela de Cocteau, que fuera llevada a la pantalla por Jean-Pierre Melville en 1950.
Otras películas famosas que han saltado de la pantalla al escenario son Sunset Boulevard, del prolífico Andrew Lloyd Weber, que aunque un «musical» tiene mucho de ópera, según palabras de su autor; Brokeback Mountain [2014], de Wuorinen, con libreto de la autora del cuento que inspiró la película, Annie Proulx; y Dos mujeres, de Tutino, basada en la famosa película de Vittorio de Sica (a su vez basada en La Ciociara, de Moravia) que lanzó al estrellato a Sofía a Loren en 1960.
No son solo las novelas ni las películas las que pasan a la ópera, al igual que en siglos anteriores, el teatro, que dio la base para Don Giovanni, Tosca, Otelo o Traviata, el XX aportó, entre muchas, Danton, Wozzek y Leoncio y Lena, de Buchner; El balcón y Las Criadas, de Genet; Panorama desde el puente, de Arthur Miller o Un tranvía llamado deseo, de Tennessee Williams, que en versión operística de Andre Previn ha cosechado muchísimos éxitos.
Contrariamente a lo que algunos opinan, la ópera está más viva que nunca, a tal punto, que pequeñas ciudades europeas, como Martina Franca y la mencionada Wexford, y estadounidenses, como Charleston, en Carolina del Sur, agradecen a su festival de ópera los abundantes ingresos que perciben de los turistas melómanos.
Es preciso apuntar que junto a las nuevas óperas basadas en obras recientes o nuevas continúa la inspiración en temas clásicos o en personajes históricos como la mencionada Dionysos, la Antígona, de Orff o Dr. Dee, de Norris y Albarn sobre el mago de Isabel I, ópera multimedia estrenada en Manchester en 2011.
A toda esta efervescencia de obras y temas nuevos hay que agregar el rescate de obras antiguas, olvidadas por siglos, que todos los años se «estrenan» en algún escenario del mundo con renovado vigor y montajes desafiantes que van desde desnudos hasta proyecciones en 3-D y «modernizaciones» con toda clase de irreverencias y delirios. Baste decir que Vivaldi nunca ha sido más popular y que dos casas disqueras se han propuesto grabar todas sus óperas, por lo que ahora, los melómanos que solo contaban hasta hace poco con la música orquestal del “Monje pelirrojo”, pueden disfrutar de dos o más versiones de alguna de sus injustamente olvidadas óperas.
Como verá el lector que pacientemente me ha seguido hasta aquí, el tema -que apenas he esbozado- no solo desborda el título, sino las proporciones de un artículo periodístico y reclama un libro, libro que, por otra parte, quedaría obsoleto enseguida, porque a pesar de la crisis que atraviesan la mayoría de las casas operísticas, las transmisiones en vivo a los cines por parte de las más famosas (Metropolitan, Covent Garden, Scala), hace que la ópera gane popularidad constantemente. Aquellos que la ignoran no saben lo que se están perdiendo.
Daniel Fernandez
(Foto de Pedro Portal)
Daniel Fernández estudió Licenciatura en Literatura Hispanoamericana y Cubana en la Universidad de La Habana, y trabaja actualmente como crítico de música clásica y columnista de El Nuevo Herald, en Miami. Perteneciente a la llamada Generación de El Mariel, el autor escribió una novela en Cuba La vida secreta de Truca Pérez, por la que fue sancionado a cuatro años de privación de libertad. Fue indultado en 1979, año en que llegó a Estados Unidos. Ha escrito novelas históricas de próxima aparición y obras dramáticas, además de poemas y cuentos dados a conocer en distintas publicaciones y escenarios. Ha publicado Sakuntala la Mala contra la Tétrica Mofeta, Editorial Silueta, 2009 y Novelas sencillas, Editorial Silueta, 2010.