Era difícil para Jorge escribir un melodrama, una vez había tratado para sacar dinero. Una amiga le dijo que le comprarían una novela sentimental en el diario de la ciudad, que tendría que ser por capítulos que atraparan al lector hasta el día siguiente. Hizo todo lo posible pero no pudo, los personajes se le enredaban entre demasiados cuestionamientos. Cuando le pasaban esas cosas se repetía un adagio que le había enseñado la vida, la inteligencia es nociva para la felicidad. Tal vez lo pensaba para justificarse un poco, creerse un hombre inteligente y no un inútil. El caso es que ahora no tenía otra manera de contar esa historia, que Nubia llegó como uno de esos personajes de novela y lo que pasó no requería mucha complejidad en el lenguaje para contarlo. Se sentó entonces en su escritorio y comenzó a escribir.
Lo dispuse todo para la espera. Llené esa oficina de un olor a azucena, que a pesar de recordarme una funeraria, sabía que en los demás tenía otro efecto. Me creía un mago de la seducción. La había conocido una semana atrás, ella era muy joven, se parecía a una de esas artistas que me gustaban en la adolescencia. Cuando me la presentaron tomé la personalidad que asumo en ocasiones de protocolo. Ella se reiría después diciéndome que le parecía un bobo en ese encuentro.
En la despedida, miré su trasero bien formado, hecho a la medida de mi gusto, nada de nalgas planas, sino exuberantes, redondas, y lo mejor era el movimiento que evocaba su origen, ese contoneo tan común en Cuba y tan difícil de encontrar en este país, donde las mujeres desconocen ese arte de provocar las ganas con los pasos.
Era lo que buscaba, la perfecta muchacha para hacer demostraciones de un producto, hablaba sin cesar, y tenía una sabiduría innata para atraer a los hombres con la que se nace, y además uno de esos talentos que se disipan en la trivialidad de vivir sin demasiados juicios, sin cuestionarse nada.
Aquella compañía de publicidad no era un ejemplo de modernidad. El manager parecía un maniquí sacado de la mítica Habana de los cincuenta, pero a pesar de su estilo lleno de gestos medidos y maneras antiguas, en el fondo no era más que un frustrado libertino. Su marcada afición por las mujeres jóvenes, lo llevaba a visitas clandestinas a tugurios, donde gastaba sin medida el dinero en bailarinas que apenas se dejaban acariciar.
Algo noté en su rostro cuando la vio a ella, era una de esas miradas que desnudan, una especie de lascivia que teniendo en cuenta sus años, resultaba repulsiva. Ella le sonrió y se presentó extendiendo la mano. Me di cuenta que le gustaba, no era difícil notarlo, brillaban sus ojos, le temblaba la voz. Fue entonces cuando me di a la tarea de elaborar mi plan, la utilizaría para conseguir informarme de cada movimiento, de cada próxima jugada en aquella oficina donde yo aspiraba a ser el jefe.
Por supuesto que no sería difícil, a pesar de sus maneras sencillas en el trato, yo me creía lo suficientemente experto para conocer a las mujeres, me parecía que era una de esas muchachas a las que les gustaba el poder y el dinero, jugar con hombres que tuvieran los dos para sacarles el quilo; les daba lo mismo que fuera un político, mientras más corrupto mejor, hasta un narcotraficante les podía servir para su uso.
La oportunidad llegó con los días, una invitación a una cena para tratar sobre un trabajo de promoción, era tal como esperaba. Mi conversación fue de música de Ricardo Arjona hacia abajo, nada de Bob Dylan ni letras inteligentes, le hablé hasta de marcas de carros, de discotecas que nunca he visitado. Estaba seguro que si le decía que mi mayor placer era el cine o pasar horas en una biblioteca, no lo entendería en el mejor de los casos. Si le decía que escribía cosas y soñaba con publicar sería peor, le parecería un lunático ridículo.
Poco a poco le dejé caer que le gustaba al Manager, que él era un tipo con dinero y lo gastaría fácilmente en una muchacha como ella. Se sonrió y me dijo que lo había notado, pero también me dejó estupefacto al contarme que en días pasados, ella tenía un problema con su auto y lo llamó para que la llevara a su casa al concluir una demo de productos. Era muy joven para que le sirvieran un trago, y yo le seguí trayendo copas de la barra procurando ser cortés. Todo lo tenía calculado, sabía que con el alcohol soltaría la lengua, era típico de mujeres así. Me contó entonces que le acarició la mano, que le dio palmaditas como si fuera una niña y después trató de besarla, que ella le viró el rostro levemente y le dijo que iba demasiado aprisa. Ya no quiso seguir tomando, se apoyó en mi brazo por un segundo. La acompañé hasta el estacionamiento. Me despedí con un frío beso sobre su mejilla, no la dejé marchar sin prometerme que nos veríamos mañana en la tarde y que me contaría sobre sus salidas con el jefe.
Al día siguiente estaba allí aquel viejo. Ella llegó en la mañana y esperó la llamada de la secretaria para reunirse con él y recibir instrucciones sobre los lugares adonde iría. Al entrar a su oficina se encerraron por más de una hora. Ella salió arreglando su saya, la vi entrar en el baño y la imaginé pintándose los labios después de haberse besado salvajemente. Me acerqué y le dije en voz baja, que nos veríamos en la noche, que tendría mucho que contarme.
La esperaba en el lugar acordado, llegó con un vestido rojo entallado al cuerpo. Tenía el pelo suelto y al parecer un nuevo peinado. Lucía hermosa, sospeché que probablemente vería al viejo después de nuestra cita. Pensé que tal vez si no fuera tan bruta podría gustarme. Después de pedir una copa para los dos comencé a sacarle la información que necesitaba, tal como sospeché se habían besado en la oficina, él casi la desnuda allí mismo, quería hacerlo sobre el buró, estaba muy excitado pero ella lo calmó y le dijo que lo complacería en la noche. El vestido rojo y el peinado eran para esa ocasión especial. Era una mujer predecible. Ahora le estaba sacando lo que en verdad me interesaba saber, el viejo le dijo que se retiraría en un año, que él podía decidir quién sería su suplente, la conversación se hacía más interesante para mí, pero en ese instante se escuchó el sonido de su móvil. Ella se levantó de la silla y salió a un pasillo oscuro. Es él, me dijo, la estaba esperando en un hotel caro, y ella debía de tomar un taxi que él pagaría al llegar. Le volví a dar un frío beso en la mejilla, a pesar de gustarme ahora menos, me sentía incómodo, me causaba repulsión que un viejo lascivo con dinero se aprovechara de jóvenes de ese tipo, después pensé que en realidad era ella la que no servía, cavilaba de un extremo al otro. Me di cuenta que estaba apartándome de mi meta, que debería de alegrarme, que esta noche seguramente él iba a decirle quien sería el elegido para suplantarlo, no podría ser otro que yo. Estaba a punto de llamarla en la mañana, pero contuve mi impaciencia. Me levanté, en realidad apenas pude dormir, ya no sabía si era porque estaba en juego mi futuro en aquella empresa, o imaginarla a ella revolcándose con aquel ridículo viejo.
Estuve temprano en la oficina, sabía que llegaría de un momento a otro, miraba impaciente a través de la ventana. Finalmente la vi caminando hasta la puerta, debo confesar que me provocó gran alegría verla. La contemplaba de una manera distinta, casi sentía celos del viejo, detuve ese pensamiento ya que me pareció demasiado estúpido, no podía estarme fijando en ese tipo de mujer, no valía la pena. Su cara no reflejaba alegría, era un rostro serio, como molesto. Me acerqué y le pregunté si todo estaba bien, ella volvió a sonreír. Me dijo que tenía buenas noticias, y que nos volveríamos a ver en la noche.
El viejo llegó y ella entró a su despacho, esta vez duraron menos tiempo. Salió precipitadamente, no sin antes acercarse y recordarme nuestra cita. En la noche fui de prisa al lugar acordado, miraba el reloj y la puerta del restaurante con igual vehemencia. La luz tenue le daba un aire romántico a ese sitio, una música suave llenó el ambiente, una voz dulce que cantaba en francés. Ella apareció, esta vez con un vestido azul, era mi color preferido, un azul intenso que hacía un contraste con su piel blanca que me gustaba. Pedí dos copas de vino. Me dijo que no cenaría, que tenía una buena noticia para mí, que la celebraríamos juntos con un brindis, pero después se iría, que dejaría la empresa y este era el último encuentro. No puedo precisar el momento exacto en que sentí un vacío profundo en el estómago, una sensación muy parecida a la tristeza. Ella me dijo que yo sería el elegido para el relevo, que el viejo esa noche en el hotel le pidió que se casaran, que él tenía planificado todo para retirarse este año, que desde su viudez vivía sólo, con propiedades, dinero y el tiempo necesario para dedicarle. El viejo decía que yo era el sustituto que le recomendaría a los dueños y ellos le tenían gran confianza. Ella me dijo que debía marcharse, que esta vez pagaría la cuenta. Se fue deprisa después de brindar con una Margarita, miró el reloj y apenas me dio un beso en la mejilla, tuve la sensación de que no quería llorar y estaba a punto.
Fue justo en una semana cuando la volví a ver, yo caminaba entre la gente en aquel Mall y allí estaba ella junto a alguien conocido, coincidencias que suceden sin razón aparente. Era una de esas tardes en que me daba por leer poesía, que era lo único que me relajaba además de escuchar viejas baladas. Me senté en el Mall y después de despegar los ojos del libro la vi a lo lejos sentada en aquel banco junto a mi amiga Marisol. No tuve valor de acercarme, cuando se separaron y la vi subir la escalera eléctrica, llamé a Marisol. Se acercó y me dio un abrazo, me dijo que estaba perdido y hacía tiempo se preguntaba por dónde andaría. Sin hacer muchos preámbulos le pregunté por ella, le dije que la había visto con una muchacha que me parecía conocida. «Es una vieja amiga, me dijo, una actriz de Teatro, tan romántica y tan tonta como tú ¿quieres que te la presente? Ella está medio enamoradita de un bobo al que llamamos Federico entre las dos para burlarnos, uno de esos tipos superficiales que sólo hablan mierdas de marcas de carros, y tiene obsesión con el dinero. Yo nunca lo he visto. El tipo ese que le gustaba y con quien salía, además de ser un estúpido no le hacía ni caso, por más que tratara de seducirlo, entre las dos decidimos correrle una máquina y le hicimos creer que era la amante del jefe de la compañía y de esta forma lo tenía siempre comiendo de su mano, para sacarle si a él le darían un puesto. Ella me enviaba un mensaje de texto y yo la llamaba como si fuera el jefe cuando estaban juntos. Al final, decidió marcharse de la compañía después de darle un bofetón al manager, cuando en realidad se fresqueó con ella». Ya no quería seguir escuchando a Marisol, me despedí de prisa y regresé a mi casa después de pensar que era un estúpido. Al día siguiente llegué temprano como casi siempre en los últimos días.
Allí estaba el viejo al que ahora miraba con más aversión. Me llamó a su oficina y me dijo que tenía que hablar algo muy importante, me explicó que estaba a punto de retirarse y le había hablado a los dueños sobre mi capacidad para asumir su cargo, que ellos siempre lo escuchaban y seguramente sería su sustituto. Salí más confundido aún, decidí tomar un trago, me fui sólo al restaurante de siempre y comencé a escribir esta historia con tono de melodrama.
Rodolfo Martínez Sotomayor
(Foto cortesía del autor)
RODOLFO MARTÍNEZ SOTOMAYOR (La Habana, 1966). Ha publicado los libros Contrastes (La Torre de Papel, Miami, 1996), Claustrofobia y otros encierros (Ediciones Universal, Miami, 2005I), la compilación de textos Palabras por un joven suicida: homenaje al escritor Juan Francisco Pulido (Editorial Silueta, Miami, 2006) y Tres dramaturgos, tres generaciones (Editorial Silueta, Miami, 2012). Cuentos suyos han sido incluidos en recopilaciones y antologías como Nuevos narradores cubanos (Siruela, Madrid, 2001), traducido al francés por Edition Metalie, al alemán por Verlag, y al finés por la editorial Like, Cuentos desde Miami (Editorial Poliedro, Barcelona, 2004), La isla errante (Editorial Orizons, París, 2011), Cuentistas del PEN (Alejandría, Miami, 2011), Reinaldo Arenas, aunque anochezca (Ediciones Universal, Miami, 2001). Su cuento Encuentro fue traducido al húngaro por la revista Magyar. Algunos de sus poemas aparecen en las recopilaciones Poetas del PEN, (Ediciones Universal, Miami, 2007), La tertulia (Iduna, Miami, 2008), y La ciudad de la unidad posible (Editorial Ultramar, Miami, 2009), traducida al inglés por la misma editorial. Ha publicado críticas de cine, de literatura, de teatro, artículos de opinión en revistas y periódicos como: Carteles, Diario Las Américas, Encuentro, El Nuevo Herald, El Universal. Fundador y Presidente de la Editorial Silueta; codirector de la Revista Conexos.
Gracias Rodolfo.
Ardides excelentes para armar la trampa en el lector. Felicitaciones. JPS