Supongo que estoy en ese momento crítico de mi carrera y todo lo anterior, por muy glorioso o corrosivo, fue tan solo un entrenamiento a mi último trabajo; previsto a ser concluido hoy, esta noche, no importa cuánto más me tome, siempre que garantice la entrega al amanecer. Llevo casi media hora sentada en este restaurante esperando al menos una respuesta en mi teléfono. El mesero que me atiende es verdaderamente amable y tiene una mirada que me llega a la médula, yo que de por sí ando revuelta. Todo esto me tiene muy febril, definitivamente tengo que salirme del giro porque estos trabajos extremos me ponen muy hormonal. Soy una enferma, todo lo riesgoso me atrae, mi fetichismo es el peligro y en él me pierdo, vivo lista a morir como una gata rara, entregada en éxtasis a lo que me mata.
El muchacho me mira y le devuelvo la sonrisa, se me acerca. Cómo le puedo servir, me pregunta con esa carita de conquistador encantado. Quiero decirle que se meta conmigo en el baño pero sólo le pregunto dónde está. Necesito mirarme en el espejo, presiento que mi propia imagen me ayudará a entender este entramado pegajoso al cual me he dejado adherir sin remedio. No es que crea que entender me ayude mucho. Ya le dije al Gallo que me retiraba y fuera disponiendo de mí a su antojo. Yo sé que él no me quiere perder, como también que si no trabajo a su servicio no me tiene. Él tiene suficiente para no perdonarme y de seguro tendrá más. Es muy débil para permitirse extrañarme más de una semana, aunque no creo que después de ésta querrá saber más de mí. Pero atenta contra mí terminará por hundirse a sí mismo. Yo en definitiva ya estoy perdida y mi único consuelo es tener a mano el detonador para mandar todo a la mierda, que se desintegre en la nada y no quede ni historia. Nadie tiene que saber nunca de esto, no debió haber sido, es demasiado absurdo para este mundo de dramas de cartón y leyes de tráfico.
Tanto té y la tensión de la espera me tenían la vejiga reventando. Mi ropa interior está hecha un desastre, he estado todo ese rato apretando los muslos, ocultos bajo el mantel de la mirada del mesero. Estoy toda mojada, él debe haberlo notado, mis ojos me delatan demasiado. Me chequeo en el espejo, admiro como la seda roja acentúa la curva de mis muslos y muy especialmente la textura de encaje del blúmer. Me tienta afrontar el reto de usar rojo siendo pelirroja. He estado guardando toda una semana este vestido para la ocasión. El Gallo es un tipo de clase y tiene buen gusto, y yo debo ser de las pocas que se dejan vestir por un hombre. Me huelo una bien servida de coca a su salud, ya no quiero entender nada. Todo lo que muestra mi imagen es ese brillo maldito en mi mirada que desquicia a mis amantes. Me estoy retocando las pestañas cuando entra un mensaje en el teléfono. Es mi víctima, dice estar llegando en breve, ni se disculpa, ya me lo he imaginado en persona, no podré dejar pasar mucho sin rendirme ante su porte mañoso. El Gallo quiere que lo emborrache y se lo deje en la casa de huéspedes; lo cual no suena imposible desde ningún ángulo; aunque después de enternecerme con su voz hasta el delirio, a punto de derretirme en el chat y estudiarme su perfil con resultados sobresalientes en la parte gráfica, se me ocurre que éste será el trabajo que nunca debí haber aceptado si es que alguna vez tuve derecho a elección.
A la vuelta le pido al mozo champan, la cosa marcha y ya se puede invertir con confianza. Sé que tengo la liebre en la bolsa, conozco todos mis poderes, me valgo de tantas mañas como me invente y ahora mismo tengo la inspiración en la estratósfera. Es ridículo como la libido me activa esta agudeza felina, la cual me garantiza no fallar un paso. Mi atracción por la presa lo derrotará a pesar de su carisma y biotipo. Sé que querré salvarlo y salvarme con él; pero con todo esto que siento desde ya, sin todavía haberlo olido, intuyo que no podré evitar jugar las instrucciones hasta el final. Si él llega hasta mí está perdido, tendrá que satisfacerme y como premio a su preciado rol será entregado a las garras del Gallo. Sé cómo destella mi mirada cuando se acerca el chico a servirme en una copa perfecta mi aliciente de espuma. La suya se desliza por mi collar desde el escote hasta mis pendientes, acariciándome todo el cuello a erizar. Pero cuando se traba en mis ojos traga saliva con torpeza; si no existieran cánones de conducta, éste con todo su estilo refinado se me tirara encima, y con la calentura que traigo vislumbro que encontraría resistencia nula.
Le sonrío confidente a mi escanciador y le envió al Gallo un smiley guiñando un ojo. De veras me aterra como puedo disfrutar todo esto. Mi cita me textea otra vez hablando de contratiempos. Me fascina su manera sutil de expresarse, no dice minutos de atraso, sabe denotar el saberse en una situación especial a cada momento, es su mejor protocolo conmigo. Es ese aproximarse por la periferia que me tiene irreversiblemente seducida. Como me da tiempo a una segunda copa ensayo una perfidia con mi sirviente, le comento los efectos que tiene en mí el champan; no puedo evitar ser honestamente coqueta con estos muchachos bonitillos, le digo que me lleno de puntos erógenos y mi piel se impregna de un aroma de flores salvajes. El muy complaciente me sirve la copa por la casa. Obviamente lo que quiere no es propina, sabe que espero a alguien y aprovecha su breve turno de fama.
Me vuelvo un imán, eso lo aprendí del Teniente. Mi función es atraer, absorber; siempre hubo un tipo con el que había que ir a la cama y sacarle información. En mi roll me es natural proyectar toda esa confianza que ofrece en secreto mi coraza oficial. Es lo que me permite exteriorizarme ardiente y despiadada hacia mi presa, luego mi instinto los atrapa. Como consecuencia, en todas y cada una de las investigaciones en que ejercí, saboree la miel amarga de complicaciones sentimentales. Al Teniente le gustaba recogerme inmediatamente después de cada operación y llevarme a casa. En el camino me daba lecciones de espionaje geniales a partir de algún error que siempre me encontraba. Con él lo aprendí todo, exceptuando este instinto felino innato, que es mi ángel de vocación. Apenas llegábamos a mi apartamento me hacía alguna de sus trampas marciales, con suerte tan sólo me torcía un brazo para inmovilizarme a su disposición, me levantaba la falda y me violaba. Dejaba de ser el jefe protector y devenía esa fiera que tan solo se calmaba con mi dolor y humillación. Nunca tuve nada que se pareciera a un orgasmo con él, pero cada vez que me sacudí en espasmos en una cama de La Habana, delirando en los brazos del sujeto que investigaba, veía la cara del Teniente eyaculando dentro de mí.
El Gallo es todo lo contrario, es una arpía con todos, pero conmigo es casi gentil. Lo sería del todo si no fuera por la manera en que me mira, o me come con los ojos, con esa lascivia suya que casi siempre termina por convencerme. Además tiene la absoluta virtud de escucharme y ver desde mis ojos, lo cual es casi inaudito. Al muy depravado le gusta verme beber champan y yo adoro esa manía suya y lo complazco hasta la saciedad. Nunca me toca si no lo hago yo primero y por eso me emborracha, sabe cómo me enciende la espuma francesa. Al final siempre termino hincándome de rodillas ante su miembro duro como espuela y trago su espuma; eso lo relaja más que verme empinar la copa. De veras que canaliza el morbo con mucha dulzura, su único parecido con el Teniente es esa necesidad enfermiza de que le cuente detalles de mis encuentros privados con los sujetos que me escoge. No he podido evitar relacionarlos siempre, primeramente porque fue el Teniente quien me envió a Miami y me entregó a las garras del Gallo. Los dos se dedican a lo mismo, aparentemente para bandos contrarios, aunque tengo la certeza de que se conocen en persona e intercambian postales por navidad.
Mi mesero se las ingenia para rozarme mientras me llena la copa, tengo suerte con los hombres en lo referente al champan. Cheers, me dice todo sonrisa, como un cierre perfecto de transacción. Le devuelvo el favor con un guiño devastador. Mis ojos son grandes y lascivos, se me hace fácil desarmar a cualquiera con el más breve guiño. Lo dejo sin palabras, babeándose mansito sobre el mantel. En eso entra un mensaje de mi presa. Estoy aquí, es todo lo que dice. Mi camarero lo intuye y se retira profesionalmente como si nunca hubiéramos cruzado mirada. Me levanto y me separo un paso de la mesa. Etiqueta aparte, quiero que mi víctima me vea de cuerpo entero, necesito inducirlo a entregárseme a primera vista.
Eso de que te caiga un cheque en estos tiempos apretados es más terapéutico que un domingo en la playa, particularmente cuando no has visto uno reciente y no sabes cuándo caerá el próximo. Por sentado que para cuando tienes acceso al cash la matemática está toda hecha, sin que ello obstaculice en absoluto el famoso dividendo para celebrar el suceso. Como quiera que lo acomodes habrá el baro inmediato disponible para un sixpack, algo de mota y que salga el sol por donde toque. Hoy es de cualquier modo un día marcado en azul y lo mejor vendrá con la noche, cuando tendré el indescriptible placer de conocer a la ninfa más rica de Miami, en todos los sentidos y metasentidos que la ricura pueda contener.
Desde que se me apareció en la computadora me descontroló el dashboard. Estoy que ni miro para doblar. Me tiene hecho merengue a punto de nieve y no es que yo sea seducible por las buenas. Apenas abro los ojos en las mañanas, mi mente se inunda de la pelirroja como si no hubiera despertado aún. Luego su imagen persiste y se endulza tarkovskianamente durante la rutina que ella anula con el guiño de un smiley. Textearle a cualquier hora se me ha hecho tan espontáneo como orinar o hacer café. Y ella siempre responde con su calidez agridulce. Desde que apareció en mi mirilla supe tenerla atrapada, no he podido evitar filtrarme en su atención con mis mejores mañas de cazador furtivo. Igual sería honesto reconocer que me provoca una atracción enfermiza, estoy criando una dependencia rayana a la perdición, estoy tan tentado que no me importa si he de morir esta noche. Como mismo sé que le hago cosquillas de solo desearla, avizoro que con la pinta felina que tiene me la va a morder. Todas esas heroínas de las mil y una noches tienen ese temperamento fogoso y un marcado instinto carnívoro. Lo juro, la voy a dejar que muerda, que me la voy a comer viva.
El tema para mí es totalmente espiritual, con la jodienda que tengo y todo, no me le estoy acercando por su dote de cortesana consentida, sino por el morbo de cogerme a la princesa codiciada, eso me pone temerario que ni Aladino. Sé que es la hembra de alguien, todas esas gatas ricas siempre tienen alguna clase de sponsor y ésta está bien cuidada así que el tipo debe tener para pagar un sicario. Yo sé que uno nunca tiene el ticket completo, así que no me va a importar que me lo rompan en la entrada. Tampoco creo que quiera regresar, voy a gozar la papeleta, probar el manjar del peje gordo y aliviarme este cosquilleo que no me deja concentrarme en las temáticas laboral y doméstica.
Como agravante la ninfa es como si me la hubieran enviado en el momento preciso para escalar mi desamparo a nivel de crisis, aunque sin dolor. Reconozco que me le he estado regalando descabelladamente. Ese hedonismo suyo de hembra alfa me mantiene en un estado de erizamiento que ni me entero. La suerte es que soy lógica pura y la mayor parte del tiempo ando con los ojos abiertos, acostumbrado como estoy a las complicaciones de desencadenamiento complejo.
Reconozco que mi atracción decadente por las mujeres es todavía mi mejor parte. Por muchos rollos que me ha traído, nunca fueron tan graves como los causados por mi casi enfermiza tendencia a aborrecer el abuso de poder. Ingenuo yo que creí que exiliándome dejaría atrás los fastidios cederistas y persecuciones policiales, no sabía entonces que aquí en el continente de la democracia haría tantos o más enemigos, siempre por no callar lo que ven mis ojos. En estos lares, por sofisticada que parezca, la manipulación institucional es más burda de lo que alguna vez pude imaginar. A veces quisiera renunciar a escribir del todo, evitar publicar desde la agudeza de mi mirada y en primera instancia negar mis idiosincrasias, toda esa aparatosidad nacional ridículamente politizada en cualquier orilla. La moraleja sería que si algo amerita una causa es el dinero. Es el condicionamiento del sistema a acogerse, de manera que cualquier ideario de lucha deba enfocarse a que engrose cuentas bancarias a cambio de adquiridos matices de moderación servil. Por eso ando tan jodido y no puedo evitarlo, siempre supe que mi pasión por las letras y la verdad tan solo me hundiría cada vez más bajo o tal vez más profundo, sin que ande quejándome mucho por ello. Después de todo siempre tuve esa sensación de derrota aplazada y todavía hoy, para nada me importa llegar hasta el final por nefasto que sea.
Por eso tiendo a dejar mi mente ser dominada por el perfume de las damas. Y si he de morir preferiría me ocurriera en contacto con los labios de la pelirroja que voy a conocer está noche. Bendita seas, amiga virtual de mis fantasías cristalizables, eres más absorbente que todas mis obsesiones altruistas juntas, e igual de peligrosa, se te adivina en esa sensualidad trágica con que hablas. Me entregaré en cuerpo y alma con la única condición de poseerte. Entre tu voz y tu profile me tienen convencido a saltar el tema de la protección, quiero llegarte al alma. Vaticino intercambio total de fluidos y orgasmos múltiples en tu playa. Ya no me interesan ni la lucha por, ni contra la supervivencia que toca. Hoy por hoy soy devoto de la virgen, desde que abrí los ojos me siento en el Olimpo, saboreando la proximidad del trofeo prometido, esa flor carnívora de que dispone la sacerdotisa entre sus muslos de ramera. Hoy es mi día, me lo creo mientras retiro algún cash del ATM, sé que la frase se me nota en los ojos, si es que alguien pudiera vérmelos a través de los lentes polarizados con que me defiendo del excesivo resplandor del sol de la Florida.
Se me avecina un cambio de carrera, lo presiento. Como vienen las cosas más vale seguir el torrente de mi vena empresarial, porque la de activista de prensa escrita está más que quemada. No creo que deje el blog del todo ni ciertas colaboraciones independientes, pero en general estoy considerando que si voy a meterme en candela más vale andar por la rivera ilegal que probadamente produce profit rápido. Conozco media docena de consumidores en la playa y un par de abastecedores en Homestead. Ya viene siendo hora de desenterrar el oro que dejaron los ucranianos y usarlo de presupuesto inicial; ha pasado un año y esa gente nunca más regresó. Creo que prolongar el período de precaución sería excesivo y dadas las circunstancias de vacaciones incondicionales sin sueldo, no estaría de más cobrar aquella colaboración con la mafia eslava.
Mi cuerda será siempre la comunicación y dada la manera alocada en que está soplando la brisa por esta villa, me conviene mantenerme movido. Eso además ayudaría a aquietar la mente y poner la moral a salvo. Darles la espalda a mis enemigos será la peor bofetada que merecen, ellos me quieren fuera del juego pero esperan mi pataleo resentido. No se han enterado todavía que lo único que me planteo serio son las letras y que la política me está resbalando en cualquier dirección, me harta la ridiculez y constancia de lo obvio. Yo me retiro, por mí que se envenenen entre ellos cuando no les quede a quién dañar.
Así que tengo para celebrar, el horizonte es vasto y luego de una ducha demorada me sirvo un vaso enorme de pale ale y me lío un porro grandioso. No necesito de mis enemigos ni de la crisis mundial, tengo mis planes personales y la total certeza de estar tocando la felicidad en este mismo punto. Ni siquiera necesitaré todo el presupuesto disponible, mi proyecto se retroalimentará algorítmicamente así que desde ya cuento con una reserva tranquilizadora. Por toda una década en este país he evitado enrolarme en algo ilícito; por el contrario mantenerme limpio y hacer carrera para variar. Pero las circunstancias a veces determinan, como que en aquel momento me trajeron a los ucranianos y ahora me empujan a rediseñar mi estrategia en el siguiente segmento de la misma línea discontinua. Practicaré la militancia anónima contra el sistema, participaré en la corrosión del poder, seré su más grave sintomatología. Ya descubrí que es lo mismo en todas partes, no es el lugar lo que determina sino el tiempo. Soy consciente de estar viviendo una era marcada por la perversión. Cualquier cosa grata a los sentidos o el entendimiento es rechazada, censurada a priori, y cuesta décadas legitimar; mientras la crueldad es gratis y justificada en legados oficiales. Es esa veneración de la violencia lo que hace a este planeta en toda su extensión un circo romano de inagotables recursos macabros.
Hay días en que todo sale torcido, noches tremendas en que la realidad de la vigilia resulta más desquiciante que la peor pesadilla. No soy para nada una mujer de titubeos pero la brisa de la playa y esa mezcla de ardor y ternura de mi víctima me han desviado a hacerlo todo mal. O quizá ya presentía que algo inusual estaba por ocurrirme, si es que algo ha sido coherente en mi atolondrada existencia. Lo cierto es que este hombre con su desvarío de genio fracasado me desarma, provocando que mi perfeccionismo profesional se limite a una secuencia de acciones fallidas. Todo lo que me esperaba de él fue entregado en exceso, nunca fui besada con tanta pasión por un hombre, sólo su mirada me tenía en ascuas. Desde que le vi, ya todo lo que quería era irme a la playa y entregarme a sus ganas mal disimuladas. Mientras brindábamos mi boca se hacía agua, quería meterme dentro del cuello de su camisa, cada movimiento suyo me daba cosquillas; así que le propuse que saltáramos la cena y nos fuéramos en privado. Al parecer él no tenía mucha hambre o su hambre era de otro tipo porque aceptó sin pensarlo, me dijo que todo lo que quería era quitarme el vestido y esa frase me acabó de trastornar.
Ya habíamos dicho bastante en el chat y más por teléfono, lo que restaba era saciar la fiera en celo alimentada por las palabras del otro. Estuvimos revolcándonos en la cama hasta quedar rendidos y al despertar nos besamos como novios y sin pensarlo mucho, me lo llevé afuera en busca de comida. A esas altas horas estábamos hambrientos al punto en que la pasión más desbocada podía esperar. Aunque mi verdadero propósito era alejarlo del Gallo. Me había jurado intentarlo más tarde pero todavía no estaba lista a entregar mi trofeo. Nada sentimental, tan sólo había llegado tan alto por encima del clímax del que no lograba descender. En lugar de satisfacción, en mí se encendía ese apremio de dar lugar a más, sin límites de tiempo ni interrupciones profesionales; cualquier factor de sentido común quedaba descartado.
Pretendía una huida del destino, alejar el presunto custodiado del depredador insaciable y de paso escabullirme yo también de la ubicuidad del Gallo. Nada tenía mucho sentido a decir verdad, así que lo lleve a la orilla del mar y lo metí conmigo en el agua bajo las estrellas de esa noche esperanzadoramente sin luna. El Gallo era un sabueso y quizá el agua funcionara de barrera natural a su olfato. E irse más lejos para qué, no quería protagonizar persecuciones de final atroz sin chance de secuencias sexuales en el interludio. Intentaba seguir una estrategia de lógica contraria a la del Gallo, igual me sentía cada vez más perdida. El mar estaba especialmente cálido y mi varón parecía feliz. Tan pronto el agua nos llegó a los hombros me penetró y ya ahí perdí interés en todo lo otro que no fuera nosotros en ese contexto salvaje; lo sentía tan profundo que literalmente asumí que me poseía del todo. De ningún modo tenía la opción de evitar abrirme a su invasión, estaba indefensa; mientras más entraba en mí más se descontrolaban mis sentidos, perdida como estaba en aquella noche negra al borde de los elementos.
Adoro las playas de la Florida de noche, se tornan una franja impredecible al margen del mundo. Un fragmento de naturaleza que amortigua la ciudad con su propio orden de purezas y horizonte infinito, absorbiendo el caos de la urbe en su propio caos de sombras chinescas. Las he disfrutado en mil noches, bajo lunas indecibles y en más de una ocasión desamparada bajo una tormenta sin aviso ni fin. También las hubo así de sobrecogedoras, con cualquier combinación de marea. Me gustaron todas y cada una, de querer volver. La playa es mi medio, soy una loba marina. Nada más obvio desde mi mundo que mi solución fuera terminar a la orilla del mar con él, aunque entre el alcohol y mis ardores más íntimos, creo que en ese momento ni pensaba. Apenas atinaba a escapar de la zona de confort del Gallo y de paso refugiarme en el pecho de mi presa, extender ese instante imposible, convencida de no merecer ya más el contacto de esa piel.
Él estaba perdido también, me permitía manejarlo a mis antojos, se dejaba ir como un juguete bello que se había adueñado de toda mi sensorialidad. Me encendían sus ganas insaciables, actuaba como si también presintiera que no habría una segunda oportunidad. Ya me había besado toda, las pecas, las axilas, las pestañas; me traía irreversiblemente erizada de pies a cabeza. Yo también me dejaba en su danza, porque sin el mínimo reparo, me nacía del alma complacerlo, alimentar su ferocidad masculina, especialmente en este setting de la playa que avivaba mi libido. Estábamos quizá algo borrachos y saciados de electrocutarnos en orgasmos, pero algo en la densidad del agua activaba nuestra sensibilidad, más a mí, que el olor a peligro de la brisa me tenía enloquecida. Tengo certeza de que aquella noche deliramos bajo estrellas sutiles, refugiados en esa burbuja subjetiva de nuestro hedonismo, tan fácil de desintegrar con el roce de una aguja.
Así de dulce fue mi despertar sobre la arena cálida; mis ojos acariciados por el resplandor del océano, mis oídos arrullados por el murmullo de olas que discurrían mansas desde el vórtice de luz en que se tornaba el horizonte. Él se había dormido bocabajo entre mis piernas. Sin que le hubiera sido suficiente todo el derroche de imaginación proyectado en torno a mi vulva, había terminado haciéndola su almohada fetiche, el trofeo onírico en que se extasiaba el conquistador vencido. Hizo ademán de aferrarme cuando me deslicé debajo de él, pero estaba rendido, la música de caracol de la playa lo tenía atado a esa dimensión en que la gravedad hace el cuerpo plomo y libera el subconsciente a la ingravidez del salitre.
Coloqué su cabeza lo más delicadamente que pude sobre mi bolso y lo besé imperceptiblemente, tenía una sonrisa en los labios que delataba la afabilidad de su sueño. Agarré el resto de mis cosas y me alejé. Sólo me volteé cuando ya estaba al salirme de la franja de arena. Mi ansiedad contrastaba con su paz de bebé dormido, ajeno a que éste era el punto en que desconectaba mi personaje de su destino de macho atolondrado. Me daba confianza su estilo de tipo que evita la policía a toda costa, pero mantener el contacto equivaldría a su perdición. Como aliciente a la pérdida involuntaria, me aseguré de dejarle suficiente cash en la cartera por concepto de sobrevivencia ajena al desastre. Terminé de vestirme en el carro y salí al tráfico creciente del amanecer, estaba a unas cinco millas de la casa de huéspedes y con muy poco tiempo que perder. Mi única opción era llegar antes que el Gallo y vaciarle el peine de mi automática por sorpresa. Esta vez ni la misión fue cumplida ni él alcanzará a ponerme un dedo encima.
Ricardo Arrieta (Santiago de Cuba, 1967) realizó estudios inconclusos en Física e Historia del Arte en la Universidad de La Habana. En 1990 obtuvo el Premio David de cuento con “Alguien se va lamiendo todo”, escrito en colaboración con Ronaldo Menéndez y publicado en 1997 por Ediciones Unión. Esa misma editorial estuvo a cargo de su último libro de cuentos “María y la Virgen”, en el año 2007. Tiene en su haber numerosas publicaciones en revistas y antologías, entre las que se destaca “Los últimos serán los primeros”.