Conjugación del siete
por séptimo día consecutivo aquella nefasta noche, tarde ya, Don cabalgó su alfana y fue a la posada del amigo para leer unos versos. Siete horas después, casi acabados de dormirse, un tronar de arcabuces los intimidó. Había sido el despertador de arena. Don dejó inconcluso el sueño donde era un personaje cervantino. Tenía que vérselas en una lucha con espadas y dagas en el Golfo de Corinto. Sintió miedo. Pensó en las alegorías de Segismundo y su interpretación onírica. En definitiva, las dagas y las espadas podían ser símbolos fálicos. El otro negó contacto alguno, pero en una caja con yelmos de látex, encontrada por casualidad mientras enjabonaba su hipnagogia, Don halló sólo siete. Salió a las rúas despabilado por la preocupación a las siete de la mañana. Siete años después y por causa de un virus muy difundido en los remates del siglo XX, Don moría. Por séptima vez
El extraño enigma de una flor
están muertos. Muertos. Lo sabía, pero continuó hacia el camposanto entre los matorrales. Buscó tumba tras tumba hasta encontrar, en burdos epitafios, los imprecisos nombres de aquellos que lo habían creado hacía más de medio siglo. Nadie lo vio salir. Días después, Merfolia de la Santísima Trinidad Garmendia y Palacios, una lejana pariente, la única que a veces rezaba por sus ánimas, se extrañó al encontrar tres túmulos donde siempre hubo dos. Sobre el último, en el medio, una flor plástica. Reflexiva, Merfolia de la Santísima Trinidad Garmendia y Palacios, llevó sus manos al regazo y dijo: ¡coño!…
El irrealizable, vehemente y último anhelo
de un infeliz hombre indeciso
quería morirse de veras. Así que, ya subido en la azotea, se desnudó. Con flema obsesiva, como para que no se le arrugaran, dobló sus ropas y las colocó sobre el piso de adoquines. Sentado en el borde del precipicio, reflexionó. El destino siempre aparecía con una fuerza descomunal, doblándole los caminos, rompiéndoselos, haciéndolos desaparecer delante de sus pies. Estaba cansado. Fumó un cigarrillo tras otro, mientras el frío lo acariciaba. ¿Y si estuviera equivocado? ¿Si de nuevo se hubiera equivocado? Instintivamente posó sus manos sobre los genitales. Tuvo deseos del placer propio. Se abstuvo. Encendió un último cigarrillo y se puso de pie frente al abismo. Luego, en el canto, ante el atardecer, comenzó a masturbarse. Debajo iban los carros diminutos, dirigiéndose a cualquier punto impreciso de una rosa que ya no le interesaba. Él sólo deseaba el fin. Desprenderse de la carga que había tenido que llevar. Siguió masturbándose. Terminó su séptimo cigarrillo. Vaciló. Entonces se lanzó como adherido a la colilla. Ya en el aire sintió deseos de llegar al orgasmo y el vehemente anhelo de vestirse
Luis Marcelino Gómez
(Foto cortesía del autor)
Luis Marcelino Gómez (Ciudad de Holguín, Cuba, 1950) escritor de origen sefardí. Psiquiatra y doctor en letras hispánicas con una tesis doctoral sobre la poesía y el cuento de las románticas cubanas. Excooperante médico en Angola, donde reunió la primera colección de relatos africanos escrita por un latinoamericano en África. Traductor. Profesor universitario. Se desempeña como Senior Lecturer de español y portugués en The University of North Carolina at Chapel Hill, Estados Unidos, donde creó e imparte el primer Curso de Creación Literaria en español. Es el editor de la revista bilingüe Aguas del Pozo/Waters of the Well dedicada al género cuento: http://watersofthewelljournal.blogspot.com/
Ha publicado libros de poesía, ensayo y cuatro colecciones de relatos: Donde el sol es más rojo (USA, 1994), Oneiros (USA, 2002), Memorias de Angola, cuentos africanos (Colombia, 2003, 2008) y Cuando llegaron los helechos, Monte Ávila Editores Latinoamericana (Venezuela, 2009). Fue uno de los narradores escogidos por Letras Cubanas para la antología Isla tan dulce y otras historias. Cuentos cubanos de la diaspora (La Habana, 2002). En 1985 se le confirió el Premio Nacional de Cuento en La Habana, Cuba, cuyo jurado fue presidido por Onelio Jorge Cardoso. En 2007, fue Finalista del Premio de Cuento Juan Rulfo en París, Francia. También ha publicado narrativa, ensayo y poesía en revistas de África, Europa, las Américas y el Cercano Oriente. Tiene varias novelas y colecciones de relatos inéditas. Luis Marcelino Gómez ama las piedras, los árboles de hojas caducas en invierno y los libros encuadernados en piel.